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Miércoles 21 de Febrero del 2024 |
La Princesa Monstruosa 164
Reiniciar: otra vez, Arbella (11)
En ese fugaz instante, un débil susurro penetró en mis oÃdos, desencadenando un torrente de recuerdos de una noche ya pasada, una noche en la que busqué consuelo en compañÃa de una piedra videomágica, derramando lágrimas en soledad.
-Arbella, dijiste que ibas a ver flores. ¿Qué haces ahà sola?
-Estoy buscando tréboles.
Lloré para mis adentros porque me sentÃa muy sola. Pero cuando lo pensé, no habÃa vuelto a sentir tanta soledad.
"Aquel dÃa, hace años, en las profundidades del coto de caza...".
Finalmente, mis labios se separaron, liberando un sonido profundo y resonante.
"Fue la primera vez que percibà el parentesco entre nosotros".
Volvà la mirada hacia Judith, que estaba allà sentada en solitaria desolación, con el semblante teñido de cansancio bajo el sol menguante.
"Cuando eras Judith, Arbella, creÃa que lo poseÃas todo, y albergaba tal envidia que casi me consumÃa. CreÃa sinceramente que te despreciaba".
Antes, Judith se habÃa adornado con fachadas y artificios, deseosa de presentar una imagen plausible. Sin embargo, ahora, por primera vez, podÃa ser más auténtica que nunca.
"Me pregunto si la antigua Arbella sintió alguna vez lo mismo. ¿Alguna vez vislumbró mi existencia y albergó pensamientos similares?"
"Quizá la antigua yo sÃ".
Porque la persona que tenÃa ante mÃ, que ahora se encontraba con mi mirada sin juzgarme ni compadecerse, limitándose a observarme en sereno silencio, poseÃa una profundidad que superaba la mera comprensión.
"Arbella, te pido disculpas profundamente por haberte juzgado injustamente basándome en mis propios criterios. Siento no haber creÃdo en cada una de tus palabras y haber permitido que tu vida acabara como lo hizo por culpa de mis acciones".
Al pronunciar por fin aquellas palabras tácitas, se me quitó un peso del pecho.
"Y Judith, te expreso mis más sinceras disculpas por las veces que te manipulé y utilicé egoÃstamente".
Por mucho que lo enterrara diligentemente en las arenas del tiempo, como si lo borrara de la existencia, llegó un momento en que aquellas palabras debÃan pronunciarse.
"Sin embargo, todo lo que dije e hice no era una falsedad. Hubo dÃas en los que aprecié de verdad tu presencia a mi lado, y anhelé que eso perdurara eternamente. Ésa era mi verdadera intención".
Sin embargo, pronunciar las siguientes palabras resultó aún más difÃcil.
"Tampoco deseo que albergues odio hacia mÃ".
Aunque las palabras anteriores lograron mantener una apariencia de compostura, mi voz tembló ligeramente al pronunciarlas. HabÃa una seriedad en mi tono que sorprenderÃa a cualquiera que me conociera tal como soy ahora.
Judith permaneció en silencio, con la mirada fija en mÃ, casi como si me observara desde arriba, antes de preguntar con voz tenue
"Si te odiara, ¿te causarÃa pena?".
"SÃ... Me sentirÃa devastada".
"¿Devastada hasta un punto insoportable?".
"SÃ, insoportablemente".
PreveÃa que Judith responderÃa con su conocida risa al oÃr aquellas palabras, pero...
"Lo comprendo... lo comprendo".
Para mi sorpresa, en lugar de una reacción frÃa y cÃnica, sentà que me envolvÃa una suave calidez.
"En realidad, ansiaba oÃr esas palabras".
IncreÃblemente, una leve sonrisa adornó los labios de Judith.
"Eres extraordinariamente constante, disculpándote por todo incluso cuando no es necesario".
Poco a poco, Judith bajó hasta mis pies, tal como habÃa hecho la noche del banquete imperial. Sus manos, suavemente entrelazadas, emitÃan una suave calidez parecida a la de una reconfortante manta que me cubriera los hombros en un frÃo amanecer.
Apoyada en mi pierna, Judith apoyó delicadamente su rostro en nuestras manos entrelazadas, como si fuera un niño acurrucado junto a sus padres junto a un fuego crepitante en pleno invierno o un gato domesticado que ronronea satisfecho en presencia de su dueño.
"Lo mencioné desde el principio", susurró, sus palabras transportadas por un tierno aliento que rozó juguetonamente el dorso de mi mano. "Si hubieras seguido fingiendo ignorancia, me habrÃa parecido bien".
La sensación de cosquilleo que despertó el aliento de Judith, acompañada de sus suaves palabras, evocó un suave aleteo en mi interior.
"Siento una pizca de simpatÃa por mi yo del pasado, pero ahora soy más Judith que Arbella. Los dÃas en que vivÃa bajo otro nombre hace tiempo que pasaron y, en verdad, ¿no eres tú la misma?".
Inconscientemente, apreté con más fuerza la mano de Judith.
El calor que emanaba de nuestras manos entrelazadas me reconfortó, pero también me produjo una opresión en el pecho, como si me estuviera ahogando. Esforzando la voz, conseguà soltar un susurro áspero entre mis labios temblorosos.
"SÃ..."
"Sólo... sólo estoy un poco frustrada al descubrir que me has estado marginando todo este tiempo con la intención de abandonarme".
PodrÃa haber estado igual de resentida, pensé, encontrando un rastro de amargura en sus palabras murmuradas, una amargura que no me atrevÃa a detestar.
"Afirmaste que era porque me odiabas, pero la verdad es que, si ése fuera el único motivo, podrÃas haber elegido cualquier otro método".
Su voz continuó, suave como si acariciara mi corazón herido.
"PodrÃas simplemente haberme pisoteado, aniquilado. Seguramente, ése habrÃa sido el camino más fácil, pero no lo hiciste".
Levantando lentamente la cabeza, Judith clavó su mirada en la mÃa, como si escudriñara en las profundidades de mi alma, y habló una vez más.
"En lugar de arrojarme al suelo, dejándome incapaz de valerme por mà misma nunca más, me tendiste la mano y me guiaste hacia donde tú estabas".
Aquellas palabras me parecieron una salvación.
"Asà que, independientemente de lo demás que pudiera haber ocurrido, quizá desde el momento en que me levantaste y me llamaste por mi nombre... me convertà realmente en la auténtica Judith".
Y ahora que Judith lo habÃa articulado, sentà como si yo también pudiera convertirme en auténtica.
"La verdad es que... incluso entonces, no podÃa odiarte de verdad...".
Con aquellas palabras, Judith ofrecÃa sus disculpas por todas las veces que me habÃa herido con sus palabras y acciones durante su época como Arbella.
Apreté los labios con fuerza, decidida a no dejar escapar las lágrimas.
De algún modo inexplicable, sentà como si por fin hubiéramos llegado a un verdadero entendimiento, tras incontables horas de estar separadas. Era un momento de claridad que nos habÃa eludido durante demasiado tiempo.
"Asà que tú tampoco debes guardarme ningún odio, y debes perdonarme cualquier mal que pueda cometer contra ti en el futuro".
Con una débil y borrosa sonrisa, Judith me susurró aquellas palabras. Le respondà suavemente, intentando reflejar su sonrisa, pero en aquel momento sobrecogedor de ser aceptada por la persona que tenÃa ante mÃ, no pude comprender del todo el peso de sus palabras.
En lugar de eso, simplemente la abracé mientras corrÃa a mis brazos, en un reencuentro largamente esperado.
Aquella noche, por primera vez en mucho tiempo, sentà que por fin podrÃa encontrar consuelo en una noche de sueño tranquilo, libre de inquietud y agitación.
***
Al dÃa siguiente, el marqués Graham, ahora cautivo de un controlador de energÃa, recobró el conocimiento.
Ramiel, que habÃa perseguido al marqués y escapado por poco de su intento de sacrificio en relación con las Artes Prohibidas, habÃa conseguido sobrevivir. Sin embargo, Ramiel permanecÃa inconsciente, con la magia de su núcleo temporalmente alterada como consecuencia de su relación con las Artes Prohibidas.
El médico de palacio desaconsejó manipular los circuitos mágicos de Ramiel en un intento de acelerar su recuperación, pues podrÃa provocar posibles secuelas. Se consideró que lo mejor era dejar que recuperara su fuerza de forma natural.
Al enterarse de que su hermano, el marqués Graham, habÃa practicado personalmente magia prohibida ante numerosos testigos e incluso habÃa intentado dañar a su hijo Ramiel, la Segunda Reina Katarina se desmayó. Aunque recobró el conocimiento más tarde por la noche, su ardiente ira le impidió volver a visitar al marqués Graham. El incidente habÃa conmocionado profundamente a la familia real y al palacio.
Independientemente de las acciones del marqués Graham, Katarina nunca podrÃa dar la espalda a su propia sangre. Sin embargo, su arrogancia parecÃa haberse desvanecido ahora. Además, tanto la Segunda Reina como el marqués Graham se encontraron luchando por limpiar su propio desorden cuando una inesperada bola de fuego cayó a sus pies.
Era evidente que el marqués Graham no escaparÃa esta vez a la ira del emperador Cedric. Es más, habÃa cometido uno de los actos más abominables al emplear artes prohibidas y sacrificar a su propia parentela delante de testigos, una transgresión que habrÃa destrozado la fachada de cualquier pretendiente bajo las normas más estrictas.
Al ser miembro de la familia imperial, el castigo del marqués Graham no sólo le afectarÃa a él, sino también a algunos de sus parientes consanguÃneos, que serÃan tratados como herejes y despojados de su estatus. Un escenario asà nunca se habÃa producido en la historia del Imperio Kamulita, lo que planteaba al emperador Cedric una decisión difÃcil y sin precedentes.
Además del predicamento que rodeaba el destino del marqués Graham, la grieta que se manifestó en el cielo ese mismo dÃa planteaba otro problema importante. Aunque el cielo carmesà permanecÃa tranquilo, de él emanaba un aura inquietante que despertaba la inquietud en el corazón de la gente.
Por el contrario, me encontré sorprendentemente tranquilo, a diferencia de momentos antes. Mi mente, que se habÃa sumido en la confusión, parecÃa ahora inusualmente serena, como si perteneciera a otra persona por completo.
Quizá este cambio de estado tuviera algo que ver con la propia transformación de Gerard. Su mente agitada se habÃa transformado en un estado inquietantemente tranquilo, parecido a las tranquilas profundidades del océano tras una tempestad. Aunque se trataba de un hecho positivo, no podÃa evitar sentir una ligera aprensión por lo que habÃa aprendido de Judith.
"Killian Bernhardt saluda a la Primera Princesa".
Y por primera vez desde la Fiesta del Mago, Killian hizo su entrada en la corte, y su presencia marcó un importante punto de inflexión.
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