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Miércoles 21 de Febrero del 2024 |
La Princesa Monstruosa 162
Reiniciar: otra vez, Arbella (9)
En aquel fugaz instante, todos los sonidos de la habitación parecieron disiparse.
El tictac del segundero del reloj en un lado de la habitación, las suaves inhalaciones y exhalaciones de los dos individuos, el suave susurro de sus ropas al rozarse, todo desapareció sin dejar rastro. En su lugar se instaló un pesado silencio.
"Arbella...
Al cabo de un momento, Judith dejó escapar un suave susurro, saboreando las palabras que acababa de oÃr y repitiéndoselas a sà misma.
"Si hubieras seguido fingiendo ignorancia, te habrÃa seguido el juego".
Judith, inmóvil con la taza de té en la mano, levantó la mirada de su posición baja durante un breve instante.
"Pero usaste ese nombre".
No habÃa duda ni incertidumbre en sus ojos respecto a mi revelación.
Para bien o para mal, mi suposición habÃa sido correcta. Judith me miró fijamente al otro lado de la mesa, sin perder la compostura a pesar de que la llamaba por su verdadero nombre.
"Al principio, creà que estaba imaginando cosas".
Su suave voz reverberó en la habitación, saturada de profundo silencio.
"Luego pensé que era un espejismo. Pero al final, me di cuenta de que no lo era".
Con estas palabras, Judith soltó por fin por completo la taza de té, y yo respiré en silencio.
"Entonces, ¿puedo dirigirme a ti como Judith?".
En aquel momento, sentà como si el propio espacio que ocupábamos se hubiera transformado en el antiguo Palacio Imperial de Kamulita, donde dos individuos intercambiaban nombres y apariencias indistintamente.
Por supuesto, la Arbella de aquellos dÃas pasados nunca visitaba el palacio de Judith para tomar el té y conversar, a diferencia de las circunstancias actuales.
"Cuando quieras".
"SÃ. Me resulta un poco extraño dirigirme a ti como hermana Arbella, como hago habitualmente, ahora que me han llamado por ese nombre".
comentó Judith, acompañada de una risita hueca que no consiguió divertirla.
"Bueno, ya que estamos aquÃ, permÃteme que te haga primero una pregunta. ¿Desde cuándo eres consciente?"
Sin embargo, su sonrisa se desvaneció rápidamente.
"¿SabÃas desde el principio que habÃamos cambiado de lugar y que tramabas humillarme mientras me mantenÃas a distancia?".
Por alguna razón, vislumbré rastros de la princesa regia que una vez fue en la mujer que tenÃa ante mÃ, a pesar de que su aspecto exterior seguÃa perteneciendo al de una jovencita, sabiendo que otra alma residÃa en su interior.
"No estoy seguro de los medios exactos, pero eres tú quien ha orquestado esta situación, lo cual no es del todo sorprendente, teniendo en cuenta la mirÃada de magias peculiares que hay en el Reino de Solem".
Y en ese instante, al clavar mis ojos en su mirada, tan penetrante como un lago helado, sentà que volvÃa a ser yo misma.
"¿Asà que orquestaste todo esto como medio de represalia por mis acciones: el asesinato de tu caballero y la ruina de la Kamulita que estabas destinada a tener?". pregunté.
"No".
Pero ya habÃa pasado el tiempo y yo ya no era la joven princesa inexperta que habÃa sido.
"La magia estaba incompleta, por eso no recuerdo nada hasta ahora".
Las palabras de Judith me apuñalaron en la nuca, pero no creà que utilizara un lenguaje tan descarado para traer a colación el pasado con el fin de provocarme o atacarme.
"Puede que no lo creas, pero hasta hace unos dÃas no recordaba quién era".
Afortunadamente, la voz que siguió a la explicación era lo bastante tranquila y serena como para resultar agradable de escuchar.
"Intencionadamente... No orquesté esto para buscar venganza, ni lo maquiné para humillarte".
Como si intentara calibrar la verdad de mis palabras, Judith cerró la boca y me miró a la cara.
"Tus palabras suenan un poco extrañas".
Al cabo de un momento, Judith volvió a abrir los labios cerrados y preguntó en un tono incomprensible
"Afirmas no buscar venganza ni humillación, entonces ¿por qué has orquestado esta intrincada situación? ¿Puedes decir sinceramente que no albergabas resentimiento ni odio hacia mÃ, dado lo que te habÃa hecho?".
"Por supuesto que sentÃa resentimiento y odio hacia ti".
La respuesta salió de mi boca sin que me diera cuenta. Me detuve cuando abrà la boca para decirla.
Me invadió una pizca de arrepentimiento, pues no habÃa previsto entablar una conversación tan profunda con alguien a quien acababa de conocer cara a cara. Sin embargo, no me parecÃa sincero retractarme de lo que ya habÃa dicho, y no tenÃa ningún deseo de ofrecer excusas por las palabras que habÃan salido involuntariamente.
"Tienes razón, te odiaba por haberme ignorado y creÃa que nunca podrÃa perdonarte, sobre todo después de que le mataras".
Entonces, por primera vez en mucho tiempo, lo admitÃ.
"MentirÃa si dijera que esos sentimientos desaparecieron por completo, pero al menos sé que las cosas que hiciste justo antes de morir... no las hiciste por voluntad propia".
"Si sabes eso, ¿por qué no me preguntas por la gente del Reino de Solem?".
Lo que siguió fue una pregunta sarcástica de Judith.
"Como seguro que ya has adivinado, la gente del Reino de Solem que llevabas contigo fue robada por mà durante la última Fiesta de los Magos. ¿No te preocupa lo que pueda haberles hecho a tus preciados esbirros? Si tienes razón, es natural que quiera vengarme de ellos, y ya los habrÃa torturado hasta la muerte".
"No lo hiciste".
Pero negué las palabras de Judith con una sola voz, rotunda.
"No los mataste. Sabes que siguen vivos".
Aunque Judith habÃa roto los lazos que retenÃan a los magos del Reino de Solem, y el hechizo de rastreo que les habÃa colocado se habÃa hecho añicos, el hechizo que se habÃa colocado para saber si estaban vivos o muertos aún permanecÃa, por lo que sabÃa que Judith no los habÃa matado como acababa de decir.
Pero incluso sin ese conocimiento, de algún modo intuà que la persona que ahora tenÃa ante mà no cometerÃa actos tan crueles y extremos como los que acababa de mencionar.
No la Arbella del pasado, sino la Arbella de hoy.
Al oÃr mis decididas palabras, Judith se quedó callada, con la mirada fija en mi rostro. Al cabo de un momento, bajó ligeramente sus ojos dorados y desvió la mirada.
"Adelante, ilumÃname. Si no fue por venganza, ¿por qué llevaste a cabo tus acciones?".
Las yemas de mis dedos presionaron un instante la suave tela, como si la arañaran, y luego volvieron a estirarse.
"Porque pensé que era lo mejor que podÃa hacer en aquel momento. No habÃa mucho más que pudiera hacer en el último momento".
Yo tampoco habÃa querido que los acontecimientos se desarrollaran de aquella manera.
El concepto de "magia que cambia el destino", que Mirayu, un mago del reino de Solem y uno de mis leales partidarios, habÃa compartido conmigo en una ocasión, surgió en mi mente justo antes de que me arrojaran al otro mundo y me atraparan por completo.
Incluso ahora no sé por qué apareció.
Tal vez fuera una encarnación del deseo perverso oculto en mi interior, como solÃa comentarme Arbella, su hermana Judith. O tal vez el mundo en el que me encontraba estaba orquestando algún truco, incitándome a dar ese salto de fe.
En cualquier caso, no puedo negar que era el único hechizo a mi disposición que ofrecÃa la mÃnima posibilidad de alterar el curso de los acontecimientos. Sin embargo, debo confesar que lo empleé con una tibia sensación de confianza, estimando su porcentaje de éxito en menos del cincuenta por ciento.
Sin embargo, al final, el hechizo funcionó.
No obstante, distaba mucho de ser perfecto, y cometà un error fatal. Mis recuerdos de Judith se borraron por completo.
En consecuencia, me quedé existiendo como la auténtica Arbella, inconsciente de mi determinación y propósito iniciales.
"¿Sabes lo que ocurrió en Kamulita tras tu desaparición?"
"Tengo una vaga comprensión. No puedo comprender cómo es factible, pero lo presencié dentro de ese reino peculiar".
El abismo, una vez más desatado tras la desaparición de Arbella. La mirÃada de criaturas grotescas que surgieron, cada una con una forma distinta, anunciando el apocalipsis. Si ambos comprendieran los acontecimientos que se habÃan desarrollado.
"Sé cómo hacerlo".
Afortunadamente, no era demasiado tarde. Ojalá hubiera recuperado antes la memoria, pero me alegraba de haber recordado ahora lo más importante.
"Asà podremos evitar que esta vez ocurra lo mismo"
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