La Princesa Monstruosa 132
Las Dos Princesas (11)
No creà que Judith, que no habÃa regresado a su palacio, hubiera hecho nada inesperado. Igual que habÃa esperado hablar con ella después del almuerzo, de algún modo tenÃa la sensación de que estarÃa esperándome.
"Judith, ¿por qué estás aquà en vez de volver a tu palacio?".
"Sólo querÃa verte un momento".
Dijo Judith, todavÃa mirándome con ojos claros, no como la persona que antes habÃa dado tan drásticas represalias a Lloyd y Vivian. Me quedé mirando a Judith un momento y luego abrà la boca.
"Ya veo. EstarÃa bien entrar y tomarnos un refresco juntas después de todos estos años, pero me temo que ahora mismo estoy de camino y no tengo mucho tiempo libre."
"No, no, yo también tengo trabajo que hacer y tengo que irme".
Pero hace un momento, sentà los ojos de Judith en mi espalda. Era similar a la que habÃa visto en el salón de baile, e incluso antes de que abriera la boca para decir algo, reconocà a quién seguÃa ahora su mirada.
"Por cierto, Sir Gerard... ¿No lo veo hoy?".
Efectivamente, un momento después, el nombre que salió de los labios de Judith fue el de Gerard.
"¿Le ha pasado algo?"
SeguÃa sonriendo, pero extrañamente, parecÃa un poco inquieta. Entrecerré los ojos un momento y luego respondà a su pregunta con voz tranquila.
"Sólo tuvo que ocuparse de algo".
"¿De verdad...? ¿Te importa si pregunto qué es?".
Estaba claro que Judith habÃa cambiado de alguna manera con respecto a la mujer que yo conocÃa.
Algunos de los cambios eran buenos, como su enfrentamiento directo con Lloyd y Vivian, que la habÃan estado acosando antes, pero otros no eran tan agradables, como mi distanciamiento de ella en el salón de baile.
Esta pregunta sobre Gerard también era personal, una pregunta que la Judith que yo conocÃa no se habrÃa apresurado a hacerme.
Me volvà hacia Judith y esbocé una sonrisa.
"Por lo que sé, no ha habido mucha interacción entre Gerard y tú, pero ahora veo que estás interesada en él...".
Los ojos de Judith parpadearon ligeramente por un momento. Pero luego sonrió, un poco avergonzada, como si me hubiera sacado una broma.
"Es que es el caballero que está detrás de ti todos los dÃas, y hoy no está, asà que se me hace raro".
Lo dijo con tanta naturalidad que me pareció que la incomodidad que habÃa sentido antes con Judith era todo una ilusión.
Pero sabÃa que no lo era. Era imposible que me equivocara en algo con Judith, y mucho menos con nadie más.
"Judith. ¿En qué estás pensando?"
Dejé de sonreÃr, la miré a la cara y le pregunté sin rodeos.
No podÃa pasar un dÃa sin preguntarle por el extraño aspecto que no dejaba de darme, primero en la sala del banquete imperial, luego en mi palacio después del banquete, luego en el comedor en el almuerzo de hoy, y ahora delante de mÃ...
Judith permaneció en silencio y me miró sin comprender. Sus ojos dorados brillaban a la luz del sol, claros e inmaculados hoy.
Hubo un tiempo, no hace mucho, en que creà ver todo de ella reflejado en aquellos ojos, pero, extrañamente, ahora no encontraba nada en ellos.
Entonces Judith me sonrió, tan bonita como una flor en ciernes.
"Hermana Arbella, no sé de qué me está hablando".
Era una mentira tan natural.
Reà en voz alta, un pequeño sonido.
"Bueno, ya que no lo sabes, supongo que yo tampoco tengo nada que decir, asà que me voy a empezar la siguiente parte de mi dÃa".
En un principio habÃa querido hablar con Judith sobre lo que habÃa pasado en el almuerzo, pero no querÃa decir nada más con ella delante ahora.
"SÃ... luego te saludo, hermana".
Judith frunció los labios en una pequeña sonrisa, como si tuviera algo más que decirme. Pero al final, sólo me dedicó una breve inclinación de cabeza y se calló.
Pasé junto a ella con una sonrisa en la cara, pero al darme la vuelta y alejarme, la sonrisa se desvaneció de mi rostro.
Ese dÃa, volvà a unir mi corcel de sombra a Judith, después de habérselo quitado durante un tiempo. Unos dÃas más tarde, sin embargo, me di cuenta de que la conexión con mi corcel de sombra se habÃa perdido.
"Interesante".
Aquella noche sonreà irónicamente mientras arrugaba el papel en mi mano y me levantaba de mi asiento. TenÃa la cabeza febril y sentÃa que necesitaba respirar aire fresco.
Por alguna razón, seguÃa sintiéndome desagradable e irritable. Pero no podÃa señalar una sola cosa como la causa de mi actual revuelto de estómago, ya que habÃa más de un asunto que me estaba poniendo de los nervios estos dÃas.
Salà del dormitorio y me dirigà al jardÃn, donde podÃa oler la espesa hierba otoñal.
El palacio volvÃa a estar tranquilo esta noche y, como siempre, mientras me tumbaba en el banco familiar, vislumbré las estrellas titilando en el cielo nocturno.
Era mi habitual y anodino paseo nocturno, pero esta noche nadie venÃa a visitarme cuando estaba fuera.
DecÃa que no sabÃa dónde se suponÃa que debÃa estar, pero yo sabÃa dónde estaba, y era tan extraño como divertido cómo podÃa sentir ya el vacÃo sin Gerard desde hacÃa sólo unos dÃas.
"Por cierto, ¿el señor Gerard... no lo veo hoy?".
"¿Le ha pasado algo?"
De repente recordé mi encuentro con Judith hacÃa unos dÃas y cómo me habÃa preguntado por Gerard.
Sentà un escalofrÃo.
¿Por qué Judith actuaba de repente de forma tan extraña, como no lo habÃa hecho antes? Y lo que era más, era una coincidencia que estuviera interesada en Gerard. También era molesto que de repente hubiera decidido que querÃa estar delante de la gente en la Fiesta de Octubre.
Me llevé las manos a los ojos, con el cuerpo ardiendo por otro ataque de fiebre mágica. SabÃa que no era sólo el exceso de trabajo lo que me estaba provocando cansancio y hemorragias nasales estos dÃas.
Pensé en el próximo Festival de Octubre, pero entonces todo se volvió demasiado pesado y cerré los ojos.
¿Gerard volverÃa antes de que empezara el festival o lo harÃa un poco más tarde?
De hecho, ya me estaba arrepintiendo un poco de haberle dejado marchar.
Por alguna razón, ni Gerard ni Judith parecÃan actuar de acuerdo con mis intenciones. Incluso mis sentimientos hacia ellos no estaban tan controlados como me hubiera gustado.
ParecÃan haberse escapado de mis manos sin hacer ruido y me observaban desde lejos.
De alguna manera odiaba esa sensación.
***
HabÃa una casa señorial que se alzaba por encima del bosque de conÃferas.
Kamulita tenÃa cuatro estaciones distintas, pero en las tierras del noreste, el otoño y el invierno eran inusualmente largos. Incluso ahora, los bosques estaban salpicados de hojas que se habÃan vuelto rojas mucho antes del camino de Kamulita, y un hombre con el pelo tan oscuro como las hojas se acercaba a las puertas oxidadas, que se mecÃan con la brisa con un agudo tintineo.
La finca del conde Lassner, ahora perteneciente a la familia imperial. El visitante de hoy a esta mansión abandonada, hogar de miembros de la antigua familia Lassner, no era otro que Gerard, hijo del antiguo conde Glenn Lassner.
Se quedó un momento mirando el edificio en ruinas antes de empujar la puerta oxidada y entrar.
Antaño habÃa sido una antigua y señorial casa solariega, pero ahora llevaba tanto tiempo descuidada que daba la sensación de ser una ruinosa casa abandonada.
Por supuesto, el lugar habÃa sido una mansión encantada desde que Gerard podÃa recordar. Pero ahora, el silencio parecÃa pesar más que los tres meses de los últimos años. Gerard observó la mansión, que le resultaba familiar y desconocida a la vez.
Aparte del viento del exterior y el traqueteo de las ventanas, el interior estaba muy silencioso. En el pasillo, cubierto de una gruesa capa de polvo, habÃa huellas de pisadas en el pavimento, claramente más grandes que las del niño que una vez habÃa vivido aquÃ.
Gerard recorrió el camino familiar, con el recuerdo aún vivo. Al cabo de un rato, llegó a la habitación que una vez habÃa ocupado, y le resultó extraño estar de vuelta en un lugar con tales vestigios del pasado, aunque no creÃa que hubiera mucho que echar de menos de su infancia.
Gerard habÃa sido capturado y obligado a abandonar la mansión el dÃa en que su padre, el conde Glenn Lassner, fracasó en su magia prohibida, por lo que en la habitación quedaron los pocos objetos que habÃa utilizado.
Sin embargo, todos estaban esparcidos como si alguien hubiera saqueado la habitación, muy probablemente los Caballeros Imperiales que habÃan estado investigando el lugar desde que Glenn Lassner y Gerard se habÃan marchado, o un ladrón que habÃa venido a robar en la mansión vacÃa.
Aun asÃ, por si acaso, Gerard empezó a registrar la habitación en busca de algo. Sus esfuerzos no fueron en vano y, al cabo de un rato, encontró un pequeño objeto entre las tablas rotas del suelo, a los pies de la cama.
"No puedo creer que esto siga aquÃ...".
Un jadeo superficial escapó de los labios de Gerard, que en la mano sostenÃa una vieja piedra videomágica.
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