La Princesa Monstruosa 126
Las Dos Princesas (5)
Era tarde, casi de noche, y el cielo estaba teñido de un azul añil intenso. Una brisa fresca alborotaba el pelo pelirrojo de Gerard a medida que el calor del dÃa iba desapareciendo.
Gerard no se acercó a Judith, que habÃa salido primero a la terraza, sino que se detuvo frente a las puertas de cristal, guardando las distancias.
"Espero que seas breve y directo".
Judith era una princesa, después de todo, y su tono era tan cortés, si no más, como lo habÃa sido con Arbella, pero la emoción en él era insÃpida.
Judith permaneció de pie en la terraza iluminada por el fuego y observó a Gerard en silencio. Extrañamente, la mirada de sus ojos era inquietante, como si viera algo nostálgico y familiar, y Gerard no acababa de comprenderlo.
"Cuarta princesa".
Habló sólo después de la llamada urgente de Gerard, no queriendo dar demasiado tiempo a Judith.
"Sir Gerard es... ¿Es feliz ahora bajo la Primera Princesa?".
La pregunta que finalmente salió de la boca de Judith estaba tan fuera de contexto. Era demasiado personal para ser un tema de conversación entre dos desconocidos.
Pero como si no se hubiera dado cuenta de lo que Gerard estaba pensando, Judith continuó con otra extraña pregunta.
"¿Es buena con usted la Primera Princesa, sir Gerard?".
Gerard frunció el ceño.
No tenÃa ni idea de qué pretendÃa ella con aquella pregunta.
Incluso ahora, por supuesto, parecÃa sentirse muy unida a Gerard por el hecho de ser el caballero de Arbella. No habÃan tenido ocasión de estrechar lazos extraños en los años que él habÃa estado con Arbella, pero Judith parecÃa estar favoreciendo a Gerard porque tenÃan a Arbella en común. Pero aún asÃ, esto estaba fuera de lugar.
"Siempre estoy a favor de la Primera Princesa".
Gerard respondió escuetamente, con la voz un poco más seca que antes. Era una respuesta impecable y formulista, pero también carente de sinceridad. Judith sonrió un poco avergonzada ante su respuesta.
"Ah...., por supuesto. He visto y oÃdo de primera mano lo que la Primera Princesa ha hecho por usted, Sir Gerard".
De algún modo, Judith pareció admitir para sus adentros que habÃa hecho una pregunta tonta, y a partir de entonces mantuvo la cabeza gacha, sin mirar a Gerard, y pareció un poco indecisa. Pero para disgusto de Gerard, las extrañas preguntas de Judith no acabaron ahÃ.
"¿Tienes idea de por qué la Primera Princesa.... te ha dicho alguna vez por qué te tiene a su lado?".
Al oÃr eso, Gerard recordó inconscientemente cuando conoció a Arbella.
"Porque me gustabas".
El recuerdo seguÃa tan vivo como si fuera ayer.
Recordaba todas las conversaciones que habÃa tenido con ella, lo brillante que habÃa sido la luz de la luna en esos momentos con ella y la forma en que le habÃa sonreÃdo, todo ello tan claro como si lo hubiera tenido grabado en la retina.
"Gerard. Dijiste en el invernadero que querÃas ir donde hubiera alguien que te quisiera".
"Quiero que te quedes a mi lado, asà que si no tienes otro sitio donde ir ahora mismo, quédate aquÃ, y tampoco te vendrá mal".
Aunque lo pensara ahora... No, las palabras eran más dulces porque era ahora cuando las pensaba.
Si Arbella lo llamara ahora y le dijera de nuevo esas palabras, que lo deseaba...
Gerard podrÃa sentir la tentación de arrodillarse ante ella y decirle que sà como si se hubiera estado preguntando qué demonios habÃa estado pensando todo este tiempo.
No sabÃa cuándo habÃa empezado a pensar asÃ, ni por qué. Tal vez fuera el mismo momento en el pasado en el que habÃa escuchado aquellas palabras de Arbella, y ella, sin querer, las habÃa impreso en él, pero no habÃa ninguna razón por la que debiera dejar que nadie más supiera cómo se sentÃa, o los recuerdos que le habÃan llevado a ello.
"No tengo por qué responder ante la Cuarta Princesa".
Las palabras salieron de la boca de Gerard con una voz frÃa que sonaba casi severa, pero por alguna razón, la emoción que relampagueó en el rostro congelado de Judith en ese momento fue sorpresa y conmoción.
Era como si no hubiera esperado oÃr a Gerard trazar una lÃnea en la arena de ese modo.
"Entonces, ¿puedes responder a esta única pregunta, responder de verdad a esta única pregunta?".
Pero Judith recuperó rápidamente la compostura y levantó sus ojos serenos, más tranquilos de lo que habÃan estado hacÃa un momento, para mirar fijamente a Gerard una vez más.
"Sir Gerard es verdaderamente leal a la Primera Princesa, quiero decir... quiero decir, ¿es usted tan leal que estarÃa dispuesto a morir por la Primera Princesa?".
En serio, Gerard se preguntaba por qué la Cuarta Princesa, que normalmente era tan perspicaz y se mantenÃa al pie del cañón, estaba hoy tan despistada.
Por supuesto, era una pregunta fácil de responder. Es más, era una obviedad.
Porque los sentimientos de Gerard hacia Arbella nunca, ni siquiera por un momento, se habÃan basado en la lealtad, una virtud caballeresca fundamental.
En ese momento, un destello de reconocimiento brilló en los ojos de Gerard.
Una repentina sospecha pasó por su mente, y se preguntó si la razón por la que la joven princesa le habÃa hecho esta pregunta ahora era porque podÃa ver a través de las emociones de su corazón.
"Por supuesto, siempre he sido leal a mi amo, la Primera Princesa".
Gerard mintió a Judith tan espeso como siempre. Judith abrió los labios como si quisiera decirle algo más, pero Gerard no se lo permitió.
"Cuarta Princesa. Sigues haciéndome preguntas que no tengo por qué responder. Soy un caballero de la Primera Princesa, y la Cuarta Princesa no tiene derecho a preguntarme estas cosas".
Fue sólo después de que la gélida frialdad de su voz se interpusiera entre ellos cuando el rostro de Judith se puso sobrio, como si le hubiera caÃdo una ducha de agua frÃa. Guardó silencio un momento, mordiéndose el labio como si se diera cuenta de que habÃa cometido un error.
"SÃ, sÃ, tiene usted razón, Sir Gerard tiene razón, hice una pregunta sin matices".
Cuando volvió a hablar un momento después, Judith parecÃa la misma de siempre. HabÃa desaparecido la extrañeza de hacÃa un momento y miraba a Gerard con su habitual brillo inteligente en los ojos.
"Sólo me preguntaba, sir Gerard, cómo le iba, y sé que mi pregunta debe de haber sonado muy extraña... No tenÃa otra intención, de verdad, y siento si le he hecho sentir mal".
Fue una disculpa prolija, como si ella no hubiera sido lo suficientemente insistente. Gerard no dijo nada más a Judith, que inclinó primero la cabeza.
"¿Eso es todo lo que tienes que decir, entonces? Si me disculpas".
Gerard se apartó de Judith, sin sentir la necesidad de entretenerse. Unos ojos insondables siguieron su espalda mientras abandonaba primero la terraza. Pero no fue suficiente para hacerle volverse.
Gerard salió de la terraza bajo un aluvión de miradas y regresó junto a su amo, Arbella.
***
¿Qué?
pregunté, recordando lo que habÃa visto antes.
Mientras bailaba, mi mirada se desviaba de vez en cuando por encima del hombro de la persona con la que iba de la mano.
Al parecer, Judith y Gerard, que habÃan estado de pie en una esquina del salón de baile, habÃan salido juntos a la terraza, pero no entendÃa por qué se movÃan juntos.
Antes, cuando estaba con el emperador Cedric, Judith habÃa mirado a Gerard, que estaba detrás de mÃ. Entrecerré los ojos ante el comportamiento ininteligible de Judith.
"Milady, ¿en qué estáis pensando?".
De repente, oà una voz procedente de delante y desvié la mirada de la terraza.
Cuando nuestros ojos se encontraron, el hombre que habÃa estado bailando conmigo esbozó esa fina sonrisa en su apuesto rostro.
"Sé que hay muchas cosas que requieren la sabidurÃa de la Primera Princesa, pero esto es un salón de baile, y el tiempo que me habéis concedido aún no ha terminado, asà que os pido toda vuestra atención".
Gerard no era el único al que Judith habÃa estado mirando antes, como si se hubiera olvidado de todo lo que la rodeaba. Era el hombre que bailaba conmigo en ese momento, Killian Bernhardt.
HabÃa sospechado de las extrañas similitudes entre las tres personas que conocÃa, asà que acepté su petición de baile, que habrÃa rechazado en cualquier otro momento, poniendo excusas a mi desgana.
"Si sabÃas que era una oportunidad única, ¿por qué no me dijiste algo gracioso para que no me distrajera?".
Ladeé la cabeza y sonreà torcidamente ante la respuesta deliberadamente provocativa a lo que Killian acababa de decir.
"Es una pena, porque todos los demás decÃan que se divertÃan sólo con mirarme a la cara".
Me quedé de piedra ante las palabras de Killian. Quiero decir, claro, Killian Bernhardt es objetivamente guapo, pero ¿suele decir cosas as�
Además, como decÃa Kilian, si alguna vez me habÃa sentido plena y feliz con sólo mirar la cara de alguien, era sólo cuando me miraba al espejo.
Pero al oÃr la siguiente voz en mi oÃdo, no pude evitar soltar un bufido y reÃrme de Killian.
"Además, has estado mirando hacia la terraza desde que me cogiste la mano por primera vez, asà que has oÃdo cada palabra que he dicho desde entonces".
Balanceándome al ritmo de la música, me volvà para mirar a Killian correctamente. SeguÃa sonriendo, pero habÃa una escarcha otoñal en sus ojos cuando me miró.
Me di cuenta de que su estado de ánimo era ahora ligeramente tenso, dejándome plantada.
Mientras escuchaba sus palabras, recordé lo que habÃa pasado durante el baile con él.
¿Qué me dijo realmente, y lo asimilé todo?
Tal y como iba mi memoria, parecÃa que sÃ.
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