La Princesa Monstruosa 120
¿Por qué has venido a mi casa? (14)
¿Se ha vuelto loco el marqués Graham?
Fruncà el ceño al salir del salón de Katarina.
Escapar mientras estaba siendo investigado, era la única manera de admitir que tenÃa un rincón cabreado. Si se hubiera quedado quieto, se habrÃa librado de una condena mucho más leve por lo que habÃa hecho debido a la insuficiencia de pruebas, pero ¿qué habÃa pasado?
No... En este caso, tengo que preguntarme si Ramiel, y no Marquis Graham, estaba dando vueltas.
Cuando habÃa caminado un poco más en la otra dirección, y no en dirección al palacio de la Primera Princesa, vi ante mà la figura del hombre al que habÃa venido a ver.
Me acerqué a Ramiel, que caminaba con una expresión indiferente en el rostro, como si aún no se hubiera enterado de las noticias de su tÃo.
"¿Qué has hecho?"
"¿Qué?"
"No te hagas el tonto. Sabes de lo que hablo".
A él y a mà nos seguÃan nuestros respectivos séquitos, asà que no era el mejor momento para explayarme, pero confiaba en que Ramiel sabrÃa a qué me referÃa, y no me equivocaba.
En cuanto hice la pregunta, Ramiel me sonrió. Sentà un ligero escalofrÃo recorrerme la espalda al ver aquella bonita sonrisa, la que dibujaba las comisuras de sus labios para revelar sus hoyuelos.
"Pronto el Emperador enviará partidas de búsqueda y rescate para capturar a mi tÃo, ¿verdad?".
"..."
"Con la acusación de intentar dañar al Tercer PrÃncipe, estoy segura de que la Emperatriz considerará oportuno atribuirle toda la responsabilidad. Pero, Arbella, espera un poco más. Sabes que aún no es suficiente".
Ramiel habló como si supiera exactamente lo que estaba pensando. O, en este caso, él y yo estábamos de acuerdo. Comprendà a la vez lo que Ramiel querÃa, lo que pensaba y lo que me estaba diciendo ahora mismo.
"Estoy seguro de que no te propusiste que te cortaran un brazo o una pierna, y yo tampoco. Y puede que tú te conformes con una cadena perpetua, pero yo no".
Ramiel sonrió dulcemente, parecÃa extrañamente emocionado y complacido, como un niño con una caja de regalos delante.
"Asà que espera un poco. Tengo un interés en mi tÃo".
La luz del sol era cálida, sin duda, pero los ojos azules de Ramiel, que brillaban con una extraña neblina, me produjeron un escalofrÃo.
No sé qué habÃa hecho Ramiel para sacar al marqués Graham de la sala de investigación, pero fuera lo que fuese lo que tenÃa en la cabeza, estaba mucho más caliente que la mÃa.
"Primera Princesa, el Emperador quiere verla".
Justo en ese momento, una doncella del Palacio Imperial salió y se paró frente a mà y Ramiel, anunciando la citación del Emperador.
"Ve, Arbella. Yo misma iré a ver al Emperador pronto, pero te daré prioridad".
Ramiel se volvió hacia mà con una sonrisa que parecÃa recubierta de azúcar.
Miré a Ramiel con el ceño ligeramente fruncido y apreté los labios. Pero no estaba segura de qué decirle.
"Tú... Ya hablaremos cuando vuelva".
Asà que me limité a mantener la boca cerrada y me di la vuelta y me alejé, dejándole atrás.
***
Esa noche, incapaz de dormir, salà al jardÃn y me tumbé en un banco.
HabÃa sido otro dÃa agotador.
Como era de esperar, el Emperador se enfureció enormemente con la noticia de la fuga del marqués Graham. Inmediatamente se convocó a los caballeros imperiales para que lo buscaran, pero nunca se encontró al culpable.
Como dijo Ramiel, fui designado para encargarme de la búsqueda del marqués Graham. Y Ramiel fue incluido en el grupo de búsqueda, pues primero habÃa acudido al Emperador para solicitarlo.
Ramiel era sobrino del marqués Graham, por lo que su idea fue naturalmente rechazada al principio. Pero cuando suplicó al Emperador que lo reconsiderara a la luz de su madre, la Segunda Reina, y de Cloe, diciendo que querÃa tomar la iniciativa y absolver a los Graham de sus pecados, el Emperador finalmente cedió.
Pero a juzgar por nuestras conversaciones durante el dÃa, el objetivo de Ramiel no era acelerar la captura del marqués Graham.
El sueño fue inusualmente esquivo esta noche, tal vez debido a la complejidad de mis pensamientos.
"HacÃa tiempo que no salÃas al jardÃn a estas horas".
No sé cuánto tiempo llevaba tumbada en el banco del jardÃn, sombreándome los ojos con el dorso de la mano, cuando un hombre cuya voz me he acostumbrado a oÃr y al que ahora reconozco por su respiración apareció silenciosamente en mi jardÃn.
"¿Qué ha pasado hoy que te han entrado ganas de dar un paseo nocturno?".
Su voz grave, aparentemente impregnada de la quietud de la noche, voló hasta mis oÃdos, arrastrada por el quejido de la hierba.
"No has estado mucho por aquà últimamente, y me preguntaba si estabas evitando deliberadamente estar a solas conmigo".
Las palabras de Gerard fueron contundentes y, sin quitar la mano de los ojos, abrà la boca para responder.
"Eso pensaba, y apareciste justo delante de mÃ".
No dije que estuviera equivocado. Al contrario, pensé que estaba siendo grosero y condescendiente con Gerard, quien, conociendo mis intenciones, no tenÃa por qué aparecer con la cara tan cerca de la mÃa.
Pero Gerard habÃa comido algo y tenÃa un gran hÃgado, y habló con una voz que me pareció descaradamente despreocupada.
"La Princesa nunca me ha dado órdenes de que no venga aquÃ".
"Entonces te lo ordenaré ahora y te irás. Quiero estar sola y tranquila, y tú llevas tiempo molestándome".
"En primer lugar, esta es mi hora de dormir, asà que técnicamente es el único momento en que la Princesa no puede interferir conmigo. Asà que si te molesto, finge que estás soñando ahora mismo".
"¿Qué?"
Pregunté incrédula, retirando la mano que me cubrÃa los ojos.
Gerard estaba de pie a la luz de la luna, mirándome fijamente, asà que cuando volvà la mirada hacia él, nuestros ojos se encontraron al instante.
Al principio, me quedé estupefacta ante su sofisma y pensé en decir algo, pero luego guardé un extraño silencio. Por alguna razón, ni siquiera pude romper la lÃnea de visión.
TenÃa la sensación de que hacÃa mucho tiempo que no estaba tan cerca de Gerard. Por supuesto, me habÃa movido con Gerard muchas veces antes, pero siempre habÃa evitado sutilmente el contacto visual prolongado con él.
"... puedes ser tan descarado a veces."
Pero la verdad es que lo sé. Mi problema era que permitÃa que Gerard actuara asÃ. Si realmente no me hubiera gustado, podrÃa haberlo castigado con un tirón de orejas o haberle dado un serio sermón. Después de que me lo recordaran, me sentà innecesariamente malhumorada.
"Pero no te has olvidado de tu sitio, ¿verdad? Si no quieres volver, ven aquà y ayúdame a levantarme".
Asà que le tendà la mano, pensando que si no querÃa irse por su propia voluntad, yo harÃa que quisiera irse por su propia voluntad.
Por un momento, los ojos de Gerard se entrecerraron ligeramente. Cogà su mano, que estaba extendida frente a mÃ, y la parte superior de mi cuerpo se vio instantáneamente atraÃda hacia arriba.
Casi al mismo tiempo, canalicé mi energÃa hacia nuestras manos entrelazadas. Lo hice a propósito porque sabÃa que a Gerard no le gustaba que comprobara asà la magia de su cuerpo.
"La Princesa es..."
Sin embargo, la reacción de Gerard fue un poco diferente esta vez: sus labios fuertemente cerrados se abrieron, y una voz que parecÃa hundirse aún más bajo de lo habitual fluyó de entre ellos.
"Parece que no sabes lo que pienso cada vez que me tocas asÃ, como si estuvieras jugando conmigo".
En cuanto me di cuenta de que algo iba mal, algo se introdujo en mi interior a través de nuestras manos entrelazadas.
Me asusté de inmediato e intenté apartarme. Pero la mano dura se hundió entre mis dedos y me apretó aún más.
"Por eso eres tan intrépida y sigues metiéndote con la gente".
Su mirada era como una brasa encendida.
Me estremecà cuando más magia de Gerard se apoderó de mÃ, barriendo las profundidades de mi ser. Me tragué el gemido que amenazaba con escapar de mis labios. Los oÃdos se me calentaban activamente y no podÃa pensar con claridad mientras sentÃa un cosquilleo, una sensación palpitante en un lugar que ni siquiera yo podÃa precisar.
Gerard tiró de mis manos entrelazadas, obligando a mi tambaleante cuerpo a apoyarse en él mientras me sentaba en el banco. Intenté quitármelo de encima sin éxito y agarré su ropa con la mano libre.
Nunca nadie se habÃa atrevido a hacerme algo asÃ. Los magos que diagnosticaron mi enfermedad cuando era muy joven habÃan comprobado mi magia, pero era un procedimiento médico seco.
SÃ. Cómo se atreve a sentir esta insistencia, esta codicia, este enredo de magia dentro de mÃ, como si intentara imprimir su marca en mÃ...
"Tú, este... este insolente..."
Me quedé muda ante el inimaginable comportamiento de Gerard, y apreté los dientes, respirando entrecortadamente, como él habÃa estado haciendo todo el tiempo.
Los ojos se me pusieron vidriosos y los oÃdos me ardÃan.
Ahora entendÃa por qué habÃa actuado como si yo le hubiera hecho algo despreciable cada vez que yo hacÃa lo mismo.
Tal vez era su forma de vengarse de mÃ, y si era asÃ, habÃa tenido bastante éxito.
Pero aun asÃ, ¡realmente me hizo esto, a mà directamente, él...!
Levanté la cara, que debÃa de estar enrojecida, y miré a Gerard con la respiración entrecortada.
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