La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 70
Una de las cuatro personas que podÃan controlar al dragón maligno estuvo a punto de morir.
Aunque si una persona con una habilidad especial morÃa sin descendencia, un nuevo niño de la lÃnea de sangre de esa familia recibirÃa esa habilidad.
Intentar matarme era un problema en sà mismo.
El intervalo entre el nacimiento del niño también era un problema porque, en un pasado lejano, habÃa gente que abusaba de esta ley para intentar cazar a los que tenÃan la habilidad.
'Asà que si la dejo ir al Palacio Imperial como insistieron los vasallos, nunca morirÃa de buena manera'.
Además, era muy probable que su hijo Gerald también estuviera implicado.
No es que se aplicara el sistema de culpabilidad por asociación, pero Gerald se beneficiarÃa inmediatamente de mi muerte de todos modos, asà que habÃa suficientes sospechas de complicidad.
Aunque no fuera ejecutado como Isabella, serÃa privado de su aristocrático apellido y degradado a plebeyo. Torturado, por supuesto.
Pregunté en voz baja.
"¿Y padre? ¿Siente lo mismo?"
"Padre quiere que esto termine lo más posible en la familia".
PretendÃa ser una especie de veneno para fomentar el voluntarismo.
No me gustaba, tanto si Isabella lo aceptaba como si no.
Isabella era en gran parte responsable de la personalidad blanda y débil de Ciella, a pesar de ser una noble de alto rango.
FingÃa ser buena sólo cuando mi padre la veÃa, y por lo general se comportaba como si fuera un saco de cebada que hubiera sido sacrificado'.
Al final, Ciella, que creció sin suficiente amor, se convirtió en una joven abatida y petulante.
Por eso se aferró a Duval en la historia original.
Porque necesitaba a alguien en quien apoyarse, alguien en quien confiar y de quien depender.
Aunque Gerald estaba allÃ, lo que un padre podÃa cumplir y lo que un hermano podÃa cumplir eran cosas estrictamente diferentes.
"Esta parte aún está en discusión..."
Cuando terminamos de hablar, Gerald esperó a que yo dijera algo. Pero como no respondà al cabo de un rato, acabó por apremiarle con voz impaciente.
"¿Cuál es tu opinión?"
"Yo"
Mientras las dos opiniones estuvieran en violento conflicto, la elección era mÃa. Y yo sólo tenÃa una opción. Abrà lentamente la boca.
"Respeto las opiniones de los vasallos".
Gerald me miró lastimosamente.
Sus ojos estaban llenos de desesperación.
Pero en cuanto nuestras miradas se encontraron, bajó los ojos apresuradamente. Le dije sin gusto.
"Pero tampoco te echarán de Lavirins. Ni te arrastrarán a palacio".
Gerald volvió a levantar la cabeza. Me miró como preguntándome por qué.
Le respondà con sencillez y claridad.
"No es culpa tuya".
"... Puedes echarme si es inconveniente".
"No es inconveniente. Y sé que hiciste todo lo que pudiste. "
Los ojos de Gerald se desorbitaron.
Apretó los dientes como quien intenta contener las lágrimas y giró la cabeza para secárselas apresuradamente.
"Lo siento, yo..."
"Hiciste todo lo que pudiste".
Gerald se rió entre dientes y lloró ante las tibias palabras. MantenÃa la cabeza gacha y se secaba los ojos con el dorso del brazo, pero el espectáculo era tan patético que fingà no verlo.
Finalmente, Gerald dejó de llorar y bajó el brazo. Cerró los ojos enrojecidos y su cabeza golpeó el suelo con un ruido sordo.
"Lo siento. Te pido perdón en nombre de mi madre. Lo siento. Lo siento mucho".
"¿Qué haces? Levántate!"
Gerald se limitó a sollozar a pesar de la insistente insistencia y no se levantó. Huh.
Si Isabella no hubiera estado allÃ, las cosas no habrÃan llegado tan lejos.
Gerald sollozó en mi habitación durante varias horas aquel dÃa.
Dejé que Gerald llorara todo lo que quisiera.
***
"Qué tonto".
Despacho del Conde Essit.
El conde, que palmeaba el escritorio y reflexionaba sobre el trabajo de Isabella, murmuró. ¿Qué demonios habÃa hecho ella para que su asunto no se resolviera, sino que dejara que se complicara aún más?
Intentó unirse a Isabella y poner a Gerald como marqués y tragar Lavirins.
No habÃa esperanza una vez que se descubrió que habÃa intentado matar a la mujer enemiga. De cualquier manera, Isabella y Gerald deberÃan ser expulsados de los Lavirins.
Él, con sus tortas de cangrejo mal arrugadas, murmuró para sÃ.
"También hay que salvar a los tres espÃas plantados en los Lavirin. Algo terrible ha ocurrido y la vigilancia se reforzará.."
Cogió su pluma para ordenar a sus espÃas que esperaran un poco. Luego, sin dudarlo, se detuvo a mitad de escribirlo.
HabÃa algo que tenÃa que hacer antes de dar la orden de esperar.
"Tengo que limpiar el desorden".
Compuso sombrÃamente y volvió a mover la pluma. Después de escribir las palabras para esperar hasta que hubiera una señal, añadió esta frase al final.
Decóralo como si Isabella intentara envenenar al Marqués Lavirins.
Atrapada en una situación difÃcil, sólo habÃa una cosa que Isabella podÃa hacer. Expiarse por sus pecados.
IntentarÃa morderlo, diciendo que no era algo que ella hubiera decorado sola, que era algo que el conde Essit no habÃa tenido más remedio que instigar.
El indeciso marqués Lavirins querrÃa creer esa afirmación.
No resultaba chocante que alguien que habÃa vivido con él durante más de una docena de años lo hiciera a instancias de otra persona en lugar de intentar matar arbitrariamente a su hija.
El hecho de que Isabella y otros pudieran morderle era ofensivo en sà mismo, aunque no habÃa nada alarmante en ello debido a la destrucción de todas las pruebas de que alguna vez se habÃan comunicado entre sÃ.
'Asà que tengo que mantenerle la boca cerrada'.
QuerÃa deshacerse de Isabella. En el Palacio Imperial seguÃan de cerca este caso debido a la habilidad especial de la vÃctima.
Dijeron que vigilaban de cerca a Isabella para ver si se suicidaba, pero si intentaba envenenarlo y fracasaba, no les quedarÃa más que un grano que rascar.
Asà que decidió darle a Isabella un nuevo cargo.
Envenenar al marqués Lavirins.
'El Marqués no tendrÃa más remedio que abandonar a Isabella'.
Cuando el marqués le dio la espalda, por mucho que Isabella intentara llegar a él, nadie la creerÃa.
Escribió un punto y tiró de la cuerda, y entró un criado.
El Conde les entregó la carta.
***
Después de recuperarme un poco, volvà por fin a la mansión de los Lavirin.
Durante mi ausencia, se habÃan producido muchos cambios en la mansión. El mayor de ellos fue la desaparición de las marcas de Isabella.
En la habitación del marqués, que habÃa ocupado Isabella, se sacaron todos los muebles y se les dio una nueva mano de pintura.
En el proceso se descubrió veneno y una nota escondida en un rincón, que contenÃa un plan para matar al marqués y sentar a Gerald como próximo marqués si surgÃa la necesidad.
Naturalmente, la mansión volvió a ponerse patas arriba.
"Yo, yo no lo sabÃa. De verdad que no lo sabÃa".
Isabella, que estaba atrapada en el anexo, gritó y estalló.
"¡Por qué iba a querer matarte si Gerald es el único heredero! ¡Dime algo! ¿Qué? ¡Cariño!"
"..."
"¡Te lo dije! ¡Todo fue decorado por el Conde Essit! ¡Dijiste que me creÃas! ¡Dijiste que harÃas una petición a la familia real para que investigara el asunto con el Conde!"
Isabella se aferró al marqués. Pero ya no quedaba nada en el corazón del marqués Lavirins, que estaba muy decepcionado con Isabella.
TenÃa un apego persistente debido a los años que habÃa vivido con la carne.
Isabella jugaba incluso con esos remordimientos.
"... Llévatela".
Y empujado por la vanidad y la ira, se rindió ante Isabella.
No tomó la iniciativa de condenarla, pero también quiso decir que no se oponÃa a que sus vasallos tuvieran que enviarla a la Prisión Imperial.
"¡No! ¡Nooooo!"
Isabella fue finalmente llevada a la Prisión Imperial. Probablemente no verÃa la luz del sol hasta que estuviera muerta.
Pero aunque se confirmó la muerte de Isabella, la ira de los vasallos no disminuyó.
No era suficiente, y la gran conmoción fue que incluso intentó matar al Marqués, y esa ira volvió directamente a Gerald.
"¡Tenemos que quitarle el apellido Lavirins!".
"¡No sólo tenemos que recuperarlo, sino también aclarar si realmente tuvo o no algo que ver con lo ocurrido esta vez!".
El ambiente era tan enérgico que estaban dispuestos a inventar y encubrir un crimen.
Pero. como el marqués Lavirins no querÃa que se castigara a Gerald, y como el conde Lindel, que me seguÃa la corriente, también se mostraba reacio a hablar, esta discusión se desvaneció rápidamente.
Por supuesto, esto no hizo que se enfadaran menos.
Los vasallos se mostraban sarcásticos cada vez que veÃan a Gerald.
"Es la mayor desgracia para los Lavirin".
"También tenÃa una cara gruesa. Si fuera un hombre de honor, se habrÃa ido por su cuenta".
"¡SÃ, ptooey! ¡Sucio!"
"¡Quiero sacarme los ojos!"
El criado de Gerald instó a éste a ir a la academia.
Las vacaciones aún no habÃan terminado, pero él iba a quedarse allà hasta que los vasallos que habÃan subido para la reunión sucesoria regresaran al sur.
Pero Gerald se negó. "No, tengo algo que hacer", dijo, y presentó una solicitud de excedencia a la academia.
Mientras tanto, una tarde vino a visitarme y se arrodilló, evitando las miradas de los criados.
"Tengo una petición".
Creà saber qué tipo de petición. Me senté en silencio y esperé a que Gerald hablara.
Inclinó la cabeza como un culpable y apretó los puños. De tan fuerte que los apretaba, se ponÃan blancos y salÃa sangre.
Permaneció asà mucho tiempo, como si intentara reprimir sus emociones, pero en voz baja, preguntó.
No, suplicó.
"Mata al Conde Essit"
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