La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 18
Unos minutos después de convertir la habitación en un laberinto, todavÃa sentado en mi escritorio sacudiendo las piernas, miré la bola de cristal del tamaño de un puño que tenÃa en la palma de la mano.
"¡Ahhh!"
"¡Ah!"
La bola de cristal era una especie de esfera visual que ampliaba y mostraba el interior del laberinto.
Los dos hombres de la bola de cristal eran perseguidos por espÃritus malignos que afilaban sus dientes.
Gracias a mis instrucciones, no los morderÃan aunque los atraparan, pero parecÃa muy difÃcil jugar con todas sus fuerzas sin saberlo.
Aparté la mirada de la bola de cristal. Y maldije al hijo de puta que no estaba aquÃ.
"¿Te has vuelto loco?"
Un animal que no puede hablar no hará esto.
El Conde Valentine ha hecho algo que no deberÃa haber hecho.
Planeó empujar a los hombres a la habitación mientras su mujer dormÃa, fingir que tenÃa una cama sucia y despertar a la gente para que subieran y bajaran los chismes.
Cuero habÃa escuchado que los gremios hacÃan este trabajo sucio, y los habÃa estado vigilando, aunque sus actividades recientes eran inusuales.
'No creà que lo hiciera de verdad'
Fue bueno decirle a los caballeros que custodiaban la mansión que los dejaran ir aunque se sintieran impuros.
Cambiar la habitación en la que se alojaban la Condesa y su sierva también fue una buena decisión.
Iba a utilizar esto para empujar al Conde Valentine por el precipicio más allá del divorcio.
"Oh, estoy cansada"
Me froté los ojos débilmente y me froté los hombros rÃgidos. Pero mis manos eran demasiado débiles para hacer algo.
Cuero es bueno para este tipo de cosas... Incliné la cabeza hacia la izquierda y la derecha con decepción y escuché un sonido de plopping.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que abrà el laberinto?
No tenÃa reloj y no podÃa medir el tiempo. Creo que han pasado 30 minutos, asà que esperemos otros 10 minutos y cerrémoslo.
Me tapé la boca y bostezé mientras pensaba esto. Tal vez fuera porque hacÃa tiempo que no abrÃa el laberinto, pero sentÃa que mis facultades mentales se desarraigaban.
'Va a tardar unos dÃas'
Por eso odiaba esta habilidad.
La habilidad especial de Lavirins, descendiente de uno de los héroes que derrotaron al dragón maligno, consistÃa en drenar el poder mental y abrir el laberinto donde vivÃan los espÃritus malignos.
Ningún ser que entrara en el laberinto podÃa salir sin mi permiso.
Cada uno de los cientos de espÃritus malignos que vivÃan en el laberinto era lo suficientemente poderoso como para destruir un pequeño territorio, pero todos se sometieron a mi palabra.
Hasta ahora, parece que soy la persona más poderosa de este mundo.
'La pena de competencia es demasiado para ser llamado el más fuerte del mundo'
El laberinto sólo podÃa abrirse en lugares sombrÃos, y mientras el laberinto estaba abierto, yo no podÃa ni siquiera moverme en mi lugar original.
Además, la Ciella original, cuyo poder espiritual era débil, no podÃa utilizarlo ni siquiera una vez, porque si su poder mental se agotaba mientras el laberinto estaba abierto, serÃa devorada por los espÃritus malignos.
'Esta habilidad es en parte la razón por la que es débil'
El cuerpo de Ciella era como una puerta entre el laberinto y la realidad.
Los espÃritus malignos del laberinto trataban de salir de él incluso cuando el laberinto no estaba abierto.
Como su cuerpo impedÃa que los espÃritus malignos intentaran escapar violentamente, su cuerpo naturalmente tenÃa que debilitarse.
'No necesito esta habilidad, asà que sólo quiero ser fuerte'
Pensando asÃ, me aclaré la voz y llamé a la cabeza de los demonios, el perro de tres cabezas.
"Cerbero"
-¡SÃ!
A diferencia de su tono tierno, el perro tenÃa un aspecto horripilante.
Un monstruo despiadado con un cuerpo tres veces más grande que el mÃo, tres bocas de las que brotaba sangre opaca y una cola que se movÃa mientras estaba tumbado de espaldas a mÃ.
Cada vez que lo veÃa, le decÃa que cambiara un poco su aspecto, pero no me escuchaba. ¿Por qué insiste siempre en tener ese aspecto cuando puede cambiarlo por sà mismo?
Suspiré y señalé a los dos hombres de la bola de cristal.
"Tráelos de vuelta"
-¿Perdón? ¿Ya? Sólo ha pasado una hora.
Ha pasado una hora. Pensé que mi cabeza iba a explotar. Me presioné la sien palpitante.
"Tráelos ahora mismo"
-Hing. Hiiiiing.
"Si no los traes en cinco segundos, no volverás a ver la luz"
Los espÃritus malignos atrapados en el laberinto anhelaban la luz del mundo exterior.
Lo mismo ocurrÃa con Cerberus. A medida que los segundos iban pasando, Cerberus desapareció.
Entonces aparecieron los dos hombres atrapados en el laberinto, colgando con la mandÃbula floja como una col salada.
Escurridos como moluscos, estaban jadeando.
Las capuchas que habÃan utilizado para ocultar sus identidades habÃan desaparecido, y sus rostros estaban muy brillantes por la saliva de sus ojos, narices y bocas.
Abrà la boca para recomponer la habitación, que se habÃa transformado en un laberinto de sombras.
"¿Quién te ha enviado?"
No hubo respuesta sino respiraciones agitadas. Conté tres segundos dentro y volvà a amenazar.
"Si no respondes, irás al laberinto una vez más-"
"¡Conde Valentine!"
"¡Valentine!"
Lo dijeron al mismo tiempo.
De todos modos, el laberinto no puede abrirse más hoy. Si lo abro con mi mentalidad actual, Cerberus se llevará mi cuerpo.
Pero ellos no lo sabrÃan, asà que fingà estar distante y me crucé de brazos.
"¿Es una acción en solitario del Conde?"
"Eso he oÃdo"
"¡No lo sé porque soy una persona de bajo nivel!"
Una vez que empezaron a hablar, respondieron con mucha sinceridad, como si tuvieran miedo de ser arrastrados de nuevo al laberinto. Más tarde, incluso me contaron cosas que no habÃa preguntado.
Ese dÃa, al amanecer, visité su gremio con dos hombres.
Ojo por ojo, diente por diente. TonterÃas por tonterÃas.
Decidà devolver lo que el Conde ValentÃn habÃa hecho.
Es decir, decidà meter a un hombre en su habitación.
El Conde Valentine bebió mucho hoy.
No era un bar de lujo para aristócratas, sino un lugar que vendÃa cerveza de trigo barata para plebeyos.
"Eh, noble señor. ¿Su esposa no dice nada cuando bebe todo el tiempo?"
Durante unas dos semanas, el camarero, que casi habÃa memorizado su cara, le hizo pasar un mal rato.
Lo decÃa preocupado por la salud de su cliente habitual, pero el conde ValentÃn, que creÃa que lo ignoraba, lo miraba con los ojos inyectados en sangre.
¿Un plebeyo intentando dar una lección a un alto noble celestial?
El camarero, encogido ante la mirada acerada, dirigió su mirada al cliente sentado a su lado. Luego murmuró para sà mismo.
"Bebes aquà porque no tienes dinero..."
"¿Sabes quién soy, cabrón?"
El enfadado conde dio una patada a la mesa y se levantó. La vibración desbordó la apretada cerveza de trigo del cliente sentado a su lado.
Olvidando incluso la dignidad aristocrática que tanto habÃa subrayado su esposa, el conde señaló al camarero y gritó con fuerza.
El camarero nunca habÃa oÃdo hablar del Conde ValentÃn. Pero sabÃa hasta qué punto la vida de un plebeyo como él podÃa ser arrasada por una sola palabra de un aristócrata.
Soportó la perorata que nunca habÃa escuchado tal cual, con menos fuego en su corazón.
Después de bañarse todo lo que pudo para su satisfacción, el conde escupió y salió del bar.
Su andar tambaleante tenÃa el aspecto de alguien que estaba bastante borracho.
El hombre que lo habÃa estado observando secretamente en la esquina lo siguió.
"Oh, maldita sea"
Caminando solo en la oscura noche, el Conde Valentine no paraba de maldecir. Leila dijo que no lo verÃa hasta que trajera a su esposa, y Lavirins no la dejaba ir.
Durante dÃas sólo bebió alcohol hasta el amanecer por la frustración.
Se le salÃa el estómago, aumentaban sus suspiros, asà que no tenÃa dónde apoyarse.
TenÃa una amante y una esposa, asà que ¿por qué demonios se sentÃa tan miserable?
'Pero muchas cosas cambiarán mañana'
El conde miró la luna creciente en el cielo nocturno.
HabÃa pedido a cierto gremio que produjera una aventura que no existÃa. Y hoy era el dÃa en que el gremio decÃa que realizarÃa el trabajo.
Mañana, Lavirins no tendrÃa más remedio que devolver a su mujer que habÃa cometido adulterio. Se llevarÃa a su mujer y ella se reunirÃa con Leila. Entonces todo deberÃa estar resuelto.
Sólo hay que aguantar por hoy. Sólo por hoy.
Su estado de ánimo, que se hundÃa, mejoró. QuerÃa volver directamente al hotel, pero se volvió para tomar una copa más.
No podÃa ir a ese bar ahora porque el camarero era desagradable, asà que iba a abrir uno nuevo.
Justo cuando estaba cruzando el oscuro callejón.
"Hola, señor noble que finge ser noble"
Alguien desde atrás le llamó.
El enfadado conde dio la espalda a la grosera llamada. Y-
"¡Argh!"
Recibió un fuerte golpe en el abdomen y se desplomó. Fue antes de poder ver la cara de la persona que le habÃa llamado.
Bajó la espalda con el estómago dolorido, y esta vez le llegó un golpe a la espalda. Perdiendo su centro de gravedad, el Conde cayó directamente al suelo.
Entonces los pies cubiertos de tierra volaron desde todas las direcciones. A juzgar por las risitas, parecÃan ser al menos tres.
Encogiéndose de hombros por reflejo para protegerse, el Conde gritó con tristeza.
"¿Quién os creéis que soy?"
No hubo respuesta. En su lugar, las patadas sólo se hicieron más fuertes.
"Soy el Conde ValentÃn del Este. No soy el tipo de persona con la que ustedes pueden jugar!"
En un momento.
"¿Qué, qué quieres? ¿Dinero? Te daré todo el que quieras. Te daré todo lo que quieras, asà que por favor déjalo..."
En otro momento.
"Keuk, por favor, para..."
No sirvió de nada amenazar, conciliar, ni poner circunstancias. Sus patadas no pararon.
Entonces, no fue hasta que el Conde medio perdió la cabeza y se dejó caer, que escupieron y desaparecieron en la oscuridad.
"He venido a beber, pero estoy viendo toda la suciedad"
"¿Qué valor tiene para venir aquà sin escolta?"
Eran clientes habituales del camarero que acababa de recibir una fuerte paliza del Conde.
Resultaba incómodo que un aristócrata vestido de forma extravagante se sentara en un bar al que habÃan acudido para recuperar su estabilidad emocional, pero que se pusiera violento aunque no pudiera ir tranquilamente a beber sólo alcohol.
El camarero, conmocionado tras la marcha del Conde, declaró el bar cerrado. Los clientes habituales que estaban allà se unieron en su enfado.
Nadie con dinero vendrÃa a un bar asÃ. Además, no habÃa ni siquiera un acompañante a la vista.
Los habituales pensaron que el conde era un "aristócrata terminal que fingÃa tener dinero", y lo pisotearon hasta que se disipó su ira.
Los aristócratas terminales no tenÃan miedo por sus palabras de ser un aristócrata y tenÃan el mismo estatus que "un santo plebeyo".
"Espero que el cierre se levante pronto"
"¿No va a volver y decir que se va a vengar?"
"Dile que venga a visitarme. Entonces no acabará asÃ"
Cuando los habituales que habÃan estado burlándose y riéndose del Conde se fueron, un silencio cayó sobre el callejón débilmente iluminado.
Pero el silencio no duró mucho.
Se oyeron los pasos de alguien. Era el hombre que se habÃa levantado tras el Conde en el bar.
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