Viernes 23 de Febrero del 2024 |
La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 158
Mientras se acercaba, Tyriel apenas podÃa respirar, con el corazón latiéndole con fuerza por el miedo y el arrepentimiento.
En presencia del prÃncipe heredero, habÃa admitido con su propia boca que le habÃa jugado una mala pasada.
El peso de sus actos la aplastaba, y temblaba como un álamo temblón en una tormenta. Pero los frÃos e inflexibles ojos dorados de Reynos no mostraban ningún signo de compasión.
Deteniéndose ante los barrotes, habló con tono controlado y mesurado, informando a Tyriel de su delito.
"Has distribuido y utilizado hierbas ilegales en beneficio propio, y no has mostrado ningún signo de remordimiento por tus crÃmenes. Tu sentencia se cumplirá tarde o temprano".
¿Una sentencia?
¡Una sentencia!
Fuera lo que fuera, no parecÃa que fuera a acabar bien. Horrorizada, Tyriel se agarró a los barrotes con tanta fuerza que se le veÃan los huesos, y suplicó.
"¡Señor, yo soy el purificador, el purificador que necesitas!".
"Qué demonios, Su Alteza ya no necesita un purificador".
Alice, que habÃa estado escuchando en silencio, hizo una mueca sarcástica.
La familia habÃa sufrido mucho por culpa de Tyriel. Para empezar, querÃa sacarla de su celda y golpearla hasta matarla. Tyriel gritó de frustración.
"Si esto es por lo que pasó en la arena, entonces el Segundo PrÃncipe nunca fue realmente un dragón malvado, ¡por eso mi purificación no funcionó!".
"Testificaste que usaste Estalroot conmigo, no con el Marqués Cherish".
Reynos fue al grano, ignorando el exabrupto de Tyriel.
"¿Entonces por qué el marqués Cherish te consideraba su hija?".
"¡Porque soy su hija!"
"¡Eh!"
Chilló Alice, enfurecida por la gilipollez,
"¡¡¡De verdad que tienes que salir de esa celda!!!"
"¡¡¡Soy la verdadera hija del marqués Cherish!!!"
Gritó Tyriel con todas sus fuerzas, pero fue acallada por las siguientes palabras de Reynos.
"Tus palabras ya han sido demostradas falsas por la prueba de paternidad. Y aun asà no das muestras de admitir tu culpabilidad, asà que no me queda más remedio que imponerte una condena mayor."
"...!"
¿Eso significa... que puede que le impongan una sentencia más leve?
Un rayo de esperanza apareció en los ojos de Tyriel.
Se aferró a los barrotes como quien ha encontrado un oasis en un desierto reseco.
"Alteza. Creo que esa herramienta mágica está estropeada; soy la verdadera hija del marqués Cherish, y Su Santidad el Papa lo dice, que soy su verdadera hija-".
"Te lo preguntaré por última vez, ¿por qué el Papa y el marqués Cherish hablaron de ti como su hija?".
La frialdad de su tono le dijo a Tyriel que era la última oportunidad que tenÃa, y apretó el labio inferior.
Se agarró con fuerza a los barrotes, preguntándose si debÃa decirlo, pero entonces recordó que nadie, ni siquiera Knox, la habÃa ayudado durante su infernal estancia en prisión, y apretó los labios, sabiendo que tenÃa que conseguir que le redujeran la condena a toda costa.
"... El señor Knox, su poder...".
El ceño de Reynos se frunció ligeramente al oÃr el nombre de Knox.
Mientras ella se encogÃa de hombros, preguntándose si habÃa dicho algo incorrecto, él volvió a preguntar.
"¿Dónde está Knox ahora?"
"En los aposentos de Su Santidad...".
"Eso es el Vaticano, por eso no lo he encontrado antes".
Reynos sacudió la cabeza con impaciencia y se dio la vuelta. Su falta de vacilación desconcertó a Tyriel. ¿Cuál será su castigo si se marcha? ¿No deberÃa decirle que estaba dispuesto a conmutarle la pena porque ha dicho la verdad?
Tyriel lo llamó con urgencia.
"¡Alteza!"
Pero Reynos no le devolvió la mirada.
Iba a condenar a Tyriel a muerte, como habÃa pensado en un principio.
Siguiendo al prÃncipe heredero, el marqués Cherish, Alice y finalmente el Maestro de los Manipuladores del Amor de Ciel comenzaron a marcharse.
Dándose cuenta por fin de que la habÃan engañado, Tyriel se derrumbó.
"¡Alteza, Alteza!"
Pero nadie la miraba.
Lo único que quedaba de ella era el sonido de pasos lejanos y sus gritos resonando en todas direcciones.
***
El Vaticano estaba abierto a todos los que adoraban a Dios, pero los aposentos del Papa eran una excepción. Sólo aquellos con el permiso explÃcito del Papa podÃan entrar, e incluso el todopoderoso Emperador no tenÃa control sobre ese dominio.
Además, los aposentos del Papa se consideraban jurisdicción extraterritorial, por lo que era imposible usar la fuerza contra ellos sin desafiar la autoridad de todo el Vaticano.
Entonces, ¿cómo podrÃa Reynos llegar a Knox si realmente estaba allÃ?
Mientras tanto, las tensiones se disparaban en el Vaticano.
Desde el escándalo de drogas de Reynos hasta la paternidad de Tyriel, sucesos raros y sin precedentes ponÃan a todos de los nervios.
Mientras pensaba en una forma de acercarme a Knox sin provocar al Vaticano, se me ocurrió una idea. Se la presenté a Reynos.
"Tal vez todas esas cosas que hemos considerado revelaciones divinas no eran más que manipulaciones de Knox. PodrÃa haber explotado el nombre de Dios para influenciar a aquellos en el poder."
"..."
"Si finjo el deseo de una revelación divina, podrÃa conocer a Knox".
"Pero, mi señora, si algo sale mal..."
"Por supuesto, Alteza, me acompañará".
Aunque incómodo, Reynos no pudo rechazar mi súplica, y accedió a regañadientes a mi plan.
Con el pretexto de buscar una revelación divina, solicité una audiencia con el Papa, incluso a esta hora tan tardÃa.
Tal vez debido a mi reciente ascensión al ducado y a mi reputación entre los espÃritus, el Papa accedió rápidamente a mi petición, a pesar del tiempo considerable que habÃa transcurrido desde mi última apelación a la guÃa divina.
Sin embargo, decidà ignorar la condición de ir solo.
Tadak, tadak, tadak.
Comenzó el viaje en carruaje hasta el Vaticano.
Mientras apoyaba la cabeza contra la ventanilla, el rÃtmico repiqueteo de los cascos de los caballos llenó mis oÃdos, y no pude evitar contemplar el enigmático nombre de mi desconocido adversario.
"Knox".
El nombre que habÃa visto en mi correspondencia con Apple sobre la prueba de paternidad.
[No estoy seguro porque aún no he terminado de interpretarlo, pero creo que es una referencia al hermano gemelo de la princesa.
Cuyo nombre es... ¿Knox? O algo asÃ].
No pueden ser la misma persona, ¿verdad?
Me encogà ante lo absurdo de la idea. Pero no podÃa descartar la idea por ridÃcula, asà que seguà mirando a Reynos, que estaba sentado frente a mÃ.
Su rostro estaba rÃgido y tenÃa la expresión de alguien que va a reunirse con su enemigo acérrimo.
En todo el tiempo que habÃa pasado con Reynos, nunca lo habÃa visto con esa expresión en la cara. Sólo por esa expresión, no pude evitar sacar la conclusión de que el Knox del Vaticano y el Knox mencionado por Apple eran, de hecho, la misma persona.
Como dice el refrán, conocer a tu enemigo es conocerte a ti mismo. Asà que le di un codazo a Reynos, con la esperanza de conocer mejor a nuestro adversario.
"Parece poseer el poder de manipular a voluntad tanto al Papa como al marqués Cherish. ¿Sabes qué tipo de poder es ese?"
"Es una forma de falsa hipnotización, una imitación de mi poder, aunque sigue siendo lo bastante eficaz como para hipnotizar a los mortales corrientes...".
Reynos hizo una pausa.
En retrospectiva, se dio cuenta de que las palabras "mortales corrientes" resultaban algo incómodas. PodÃa sentir cómo cambiaba el aire a nuestro alrededor.
Sentà que él también se tensaba. No le pregunté: "¿Cómo lo sabes?". Le tendà la mano, se la estreché y le dije.
"No sé por qué Su Alteza lo oculta".
La tez de Reynos palideció al darse cuenta de que no estaba hablando con el culo.
Por qué demonios... ¿HabÃa sido mi vida pasada demasiado trágica como para hablar de ella casualmente, o habÃa algo más oculto? En cualquier caso, estaba dispuesta a aceptarlo todo.
Agarré sus manos con las mÃas, miré sus temblorosos ojos dorados y hablé con calma.
"Yo también estoy esperando que Su Alteza hable, aunque no tanto como Su Alteza me ha estado esperando a mÃ".
"... Cómo..."
"No tienes que decÃrmelo si no quieres, pero sinceramente, me gustarÃa que lo hicieras".
Sus pestañas doradas se movieron finamente. Como quien ha recibido una gran conmoción, Reynos no dijo nada.
Entonces le hablé con impaciencia.
"No cambiará mi afecto por usted, Su Alteza".
"...No."
El helado Reynos frunció los labios.
"No lo haré, y si sabes la verdad, entonces tal vez...".
"No es que seamos de especies diferentes".
Su prolija excusa fue cortada. Reynos me miró con una mezcla de nerviosismo y desconcierto. Le tranquilicé bruscamente.
"Ahora no somos especies diferentes, asà que una de las partes no se quedará sola durante mucho tiempo. Asà que voy a hacer todo lo posible por caerle bien, Alteza, y no pegarle ramos de flores como antes."
"..."
Sus ojos dorados revolotearon hacia mÃ.
Recordé un sueño que habÃa tenido, y me pregunté si serÃa en verdad Reynos, el dragón.
Sus labios se movieron en una confusión infinita.
"I...."
Pero sus palabras se interrumpieron. Aún sin saber qué hacer, decidà esperar pacientemente y no presionarle.
Tras unos instantes de silencio, por fin habló.
"...No puedo, lo siento".
Entonces soltó su mano de la mÃa y me cogió la cara entre las suyas.
"No puedo hacer esto... Lo siento."
"No pasa nada."
TenÃa curiosidad, pero no querÃa saberlo, no a costa de atormentar a Reynos. Le tranquilicé, con tono impaciente.
"Porque confÃo en ti".
Con esas palabras, Reynos retiró sus manos de mi cara y me miró fijamente, sus ojos complejos en muchos sentidos.
¡Hihihing!
Fue entonces cuando el carruaje se detuvo, como si hubiéramos llegado al Palacio Papal.
Espero que mi corazón le haya llegado. Pensando asÃ, me alisé el vestido y bajé del carruaje.
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