Miércoles 21 de Febrero del 2024 |
La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 152
No hace mucho, cuando acababan de terminar las finales del torneo de espadachines y la gente discutÃa sobre la estatua de Ciella.
El marqués Cherish estaba alborotado.
El marqués, deseoso de aprovechar el debilitamiento del poder de la reina y eliminar a Tyriel de las listas, habÃa hecho un anuncio público.
"La joven Puritina no es mi hija. No tengo relaciones con nadie más que con mi esposa; y sólo tengo una hija, Alice".
"Entonces, ¿por qué se ha referido a ella como su hija todo este tiempo?".
"La joven Puritina me dijo que habÃas perdido algo de memoria..."
"No he perdido la memoria, es que he vuelto a la normalidad".
Después de pensarlo un momento, el marqués inclinó profundamente la cabeza.
Era una afirmación irresponsable, incluso para él, pero no habÃa otra forma de decirlo.
"...Sólo puedo decir que mi cabeza estuvo en el lugar equivocado por un momento".
Los nobles se miraron entre sà ante esta afirmación completamente ilógica, y luego hablaron en susurros entre ellos, inaudibles para el marqués.
"Si esto es cierto, ¿significa que el Santo Padre ha estado mintiendo?".
"De ninguna manera. Lo hizo en nombre de Dios".
"Creo que intentas cortarle la cola a la joven Puritina porque se está quedando obsoleta. ¡No te habÃa visto asÃ, Marqués!"
"Bueno, es obvio. Una vez que tiras algo una vez, ¿no puedes tirarlo dos veces?"
Su reputación, una vez inclinada, iba cuesta abajo a toda velocidad; a este paso, aunque pidiera prestada una prueba de paternidad al pequeño marqués Lavirins y descubriera que no era el padre de Tyriel, le acusarÃan de invención.
Consiguió entrar en razón antes de que su esposa le arrojara los papeles del divorcio, pero los dedos acusadores no podÃan señalarle a él.
El marqués Cherish envejecÃa dÃa a dÃa.
DeberÃa haber hablado hace mucho tiempo, aunque fuera bajo opresión'.
Pasaba las noches bebiendo hasta caer en el estupor, culpándose por decir la verdad en un momento en que la reputación de Tyriel estaba por los suelos.
Fue entonces cuando Alice trajo a casa a un joven.
"Padre, quiero comprometerme con este chico".
"¿Hmm?"
El marqués, que se habÃa quedado dormido después de beber hasta tarde la noche anterior, miró con ojos inyectados en sangre al hombre que su hija habÃa traÃdo, y se sorprendió interiormente: pelo rojo fuego y ojos rojos.
¿No era éste el hombre al que habÃan echado del marquesado de Lavirins por pelearse por la sucesión?
Oyó que ahora trabajaba para el conde Essit.
'Essit se está inclinando, y esta vez se va a poner de su lado'.
El Marqués con el ceño fruncido despidió a Alice con una buena palabra.
Cuando se quedaron solos, estuvo a punto de lanzar una pulla a Gerald, pero éste se apresuró a hablar.
"PermÃtame tranquilizarle, marqués".
El marqués, que estaba a punto de darle una severa advertencia para que se mantuviera alejado de su Alice, se detuvo en seco.
¿De qué demonios habla este plebeyo?
"Con esto".
Gerald le tendió en silencio el libro de contabilidad que habÃa preparado de antemano. HabÃa unos papeles con la explicación de Estalroot, y una carta secreta de Ciella con el sello de Lavirins.
La expresión del marqués se endureció mientras lo asimilaba con ojos desconcertados.
Cuando terminó de leer el libro de contabilidad, el manual y la carta, miró a Gerald con ojos agitados.
Gerald se limitó a sonreÃr.
***
Poco después, Alice y Gerald se comprometieron.
Fue un gran acontecimiento, como correspondÃa a una de las cinco familias más poderosas del Imperio, a pesar de que su reputación se habÃa visto empañada por Tyriel.
La asistencia fue fastuosa, con la presencia de todos los nobles del Imperio. Entre ellos se encontraban incluso el emperador y el prÃncipe heredero.
Por supuesto, la reina, el segundo prÃncipe y el pequeño marqués Lavirins, que estaban en medio de una tumultuosa relación con Gerald, no estaban presentes.
"Esta es Lady Winter de la Casa Blaine, y esta es Lady Plena de la Casa Raktor..."
Alice, enamorada de Gerald, lo arrastraba de un lado a otro, presentándole a nobles que conocÃa, presumiendo de sus familias de una forma que agotaba a Gerald, cuyo cansancio se le notaba claramente en el rostro.
"¿Qué te parece, no somos Cherish mucho mejores que el pequeño marqués Lavirins o el conde Essit?".
"SÃ, bueno..."
"¿Qué, a qué viene esa cara, quieres decir que son mejores que Cherish?".
"Estoy medio de acuerdo".
"¡¿Qué?! ¿Cuál de ellos es mejor? ¡Eh!"
Los invitados se quedaron atónitos al ver a Alice retorciéndose en los brazos de Gerald, obviamente encaprichada con el hombre. Aunque habÃan sido invitados, les iba la vida en cotillear sobre los demás en cuanto abrÃan la boca.
Los nobles murmuraron en voz baja.
"Madre mÃa, ¿quién iba a pensar que la joven dama Cherish estarÃa tan enamorada de un plebeyo? Aunque su honor haya caÃdo por los suelos..."
"Lo sé, tengo una larga vida por delante y tengo que verlo. Ese es el tipo, ¡el que intentó desposar a la joven Essit en el Palacio RubÃ!"
"¿Qué demonios hizo para que le echaran de Lavirins y seguir teniendo una ristra de mujeres nobles?".
"He oÃdo que fue por... eso".
"¿Eso?"
Las tÃmidas palabras de una joven hicieron que todas las miradas de los que masticaban a Gerald se volvieran hacia ella. Al notar la atención, la tÃmida joven se puso rÃgida.
"Ese... asunto del marqués Cherish, y se dice que esa plebeya tiene la clave del mismo".
Ante esto, los ojos de todos se abrieron de par en par. La joven tÃmida, pero en realidad la que habÃa sido pagada por Ciella para influir en la opinión pública, bajó la voz como si estuviera contando un secreto.
"He oÃdo que ofreció un libro delgado a cambio de su alma, y que al marqués le hizo mucha gracia".
Otra joven que habÃa sido pagada por Ciella intervino.
"Ah, he oÃdo ese rumor, ¿qué es ese libro?".
"No sé mucho de él...".
Pero eso bastó para que la mirada de los nobles pasara del desdén a la curiosidad al mirar a Gerald.
"¿Qué clase de libro le dedicó al marqués Herish, un nombre sinónimo de alta nobleza?".
Algunos de los nobles se devanaron los sesos en busca de una respuesta, pero ninguno acertó.
Sin nada resuelto y sólo más interrogantes, no es de extrañar que la curiosidad se disparara a medida que avanzaba la boda.
Los nobles no apartaron los ojos de Gerald ni un momento.
El marqués Cherish sube por fin al podio y reclama la atención de todos los presentes.
"Gracias por dedicar su tiempo a honrar hoy a dos hermosos amantes".
El marqués Cherish habló en una ráfaga de perogrulladas.
Para que no dijera nada sobre el libro que Gerald le habÃa regalado, naturalmente dirigieron su atención a su anfitrión, el marqués, y por eso no se dieron cuenta de que los caballeros imperiales armados habÃan empezado a entrar en la sala del banquete sin hacer ruido.
El marqués Cherish, cuyos ojos estaban fijos en la puerta, lo vio claramente, pero recitó su saludo preparado sin rastro de agitación.
Luego se volvió hacia Gerald.
"El señor Gerald dice que tiene reservado algo especial para usted".
Gerald se adelantó a la llamada del marqués Cherish y se agachó, con un ejemplar del rumoreado "libro delgado" en la mano. Al oÃr esto, los nobles, picados por la curiosidad, murmuraron.
"Debe de ser eso".
"¿Qué es?"
"Por lo que parece, intenta decirnos...".
La mirada de Gerald recorrió la multitud y se posó brevemente en el conde Essit.
El conde Essit le miraba con expresión pétrea y parecÃa estar pensando mucho.
De hecho, el conde se habÃa esforzado por distraerle hasta justo antes de que comenzara la ceremonia de compromiso.
Pensando que Gerald habÃa abandonado el asiento reclinable por el marqués Cherish, intentó atarlo a Leila hasta el final.
Y aunque habÃa fracasado, era el final de todas las cosas, y ante ese pensamiento Gerald tomó la palabra con una sonrisa melancólica en los labios.
"Sé que éste es un dÃa para alegrarse, pero como no es frecuente que tengamos la oportunidad de reunir tan noble compañÃa, debo excusarme y hablar de algo un poco más serio".
Las inusuales palabras iniciales dieron un tono sombrÃo a la sala.
Gerald volvió a comprobar que los caballeros imperiales habÃan bloqueado firmemente la entrada a la sala de compromisos para asegurarse de que nadie en la sala pudiera escapar, y habló con calma.
"¿Alguno de ustedes conoce una hierba llamada Estalroot?".
"¿Estalroot?"
"¿Pero qué...?"
Unos cuantos preguntaron qué era, ya que era una hierba difÃcil de encontrar para el común de la gente.
Gerald los miró y se lo explicó frÃamente.
"Es una hierba muy peligrosa que puede hacer que el usuario pierda la cabeza y haga lo que quiera con ella, por lo que está prohibido cultivarla y mucho menos distribuirla".
Por un momento, la sala se quedó en silencio. Todos se dieron cuenta de a dónde querÃa llegar Gerald.
Una hierba que podÃa utilizarse como se deseara. Y el marqués Cherish, que insistÃa en que no habÃa sido por voluntad propia que habÃa tomado a Tyriel como hija.
La mirada de Gerald recorrió los rostros atónitos y luego se posó en el conde Essit.
Estaba pálido y lucÃa una expresión de fe destrozada en el rostro, y era reconfortante.
Una de las comisuras de su boca se torció y, levantando el libro en el aire, anunció.
"Este es el libro de contabilidad de ese Estalroot"
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