Miércoles 21 de Febrero del 2024 |
La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 151
La ronda final del Torneo de Espadachines ha tenido ramificaciones que nadie podrÃa haber predicho.
En primer lugar, Tyriel, que desafió las órdenes del prÃncipe heredero y escapó de la villa, y después los funcionarios del templo que intentaron manipular la medicina del prÃncipe heredero, fueron detenidos y llevados a prisión.
Naturalmente, la reputación del templo empeoró, y el segundo prÃncipe, que habÃa intentado desbancar a Reynos como prÃncipe heredero por permitir sus travesuras, fue detenido en el palacio imperial.
"¡No es la ira de Dios, no es asÃ, ni siquiera he oÃdo hablar de tu medicina! Nunca me quedé de brazos cruzados!"
sollozaba Shade mientras era arrastrado fuera de la arena por los caballeros aquel dÃa.
Pero, por desgracia, nunca pudo revelar que habÃa usado el pergamino, pues eso equivaldrÃa a entregarse por intentar dañar al propio Reynos.
Mejor ser cómplice que autor, ¿no?
Y asÃ, mi estafa pública habÃa funcionado brillantemente. No sólo fui favorecido por Dios delante de todos, sino que también poseÃa un espÃritu, levanté permanentemente la maldición del malvado dragón y desaté la ira de Dios que ni siquiera Tyriel pudo.
"¡Segundo PrÃncipe! Segundo PrÃncipe -!!!"
La Reina se desmayó en el acto mientras gritaba por el Segundo PrÃncipe, que estaba siendo arrastrado por los caballeros.
"¡Reina!"
"¡Su Alteza!"
Mientras las siervas de la Reina corrÃan hacia ella, el chambelán, bajo las órdenes del emperador, anunció con calma el final.
"Debido a incidentes imprevistos, el partido de hoy terminará aquÃ. El ganador es Su Alteza el PrÃncipe Heredero Reynos, y la ceremonia de entrega de premios se celebrará más adelante."
Y con eso, el torneo de espada de invierno de este año ha llegado a su fin.
***
El salón de la Mansión Lavirins.
Cruje.
El dulce crujió en mi boca. Mientras masticaba y tragaba con fuerza, Reynos me tendió otro dulce.
Era una galleta con forma de Piik.
Era una galleta de dragón desarrollada por Luminous después de las brochetas de pollo para reducir el rechazo de la gente a los dragones malvados, pero aún estaba en fase de prueba de sabor.
Crujiente.
Qué rico. Mordà la cabeza de la galleta de dragón y la mordisqueé.
Reynos, mirándola con ojos extrañamente conmovedores, me tendió otro bocadillo.
Ahora que lo pienso, me parece que soy la única que come. Me quedé mirando la galleta y miré a Reynos.
"¿No vas a comer?"
"... SÃ, un poco".
Miró las galletas con un poco de inquietud, claramente reacio a comer un bocadillo con forma de dragón malvado.
Le tendà las galletas con la esperanza de engañarle para que las probara. Por cierto, era increÃblemente mono, con el cuerpo marrón y los ojos salpicados de rojo pasa.
Reynos cogió una a regañadientes, sus ojos se abrieron de par en par, y luego empezó a comerse una de las suyas. Cuando hubo comido unas tres, habló.
"La gente quiere verte. Incluso los nobles, por no hablar de los plebeyos, están acampados frente a la mansión. Parecen creer que eres una especie de mensajero elegido por Dios...".
Me reà para mis adentros mientras miraba hacia la mesa y veÃa a Godori, agotado de jugar toda la noche en el mar de monedas de oro que le habÃa dado, desplomado en un montón y quedándose dormido.
Quién iba a pensar que un ser espiritual tendrÃa semejante posición en este mundo, y la historia original no decÃa mucho al respecto.
En fin, ahora que la gente me mantiene a flote por su cuenta, el templo que intentaba elevarme a la categorÃa de santo se ha convertido en un perro persiguiendo gallinas.
Por si fuera poco, me dijeron que se estaban apresurando a limpiar el desaguisado que habÃa montado en público sobre la medicina de Reynos.
'Cómo te atreves a intentar utilizarme'.
El único que puede aprovecharse de mà soy yo, eso es lo que estoy diciendo. Me reà entre dientes, satisfecho de mà mismo.
Reynos, en cambio, estaba serio.
"Eres demasiado popular. Y me temo que vas a recibir más propuestas...".
Se interrumpió.
¿Qué, te preocupa que mi popularidad provoque más propuestas de matrimonio?
Quiero decir, a nuestra casa llegaban todo tipo de regalos que decÃan ser para un noble.
Pero nunca hubo ni uno solo'.
El Emperador estaba tan impresionado que nos prestó el Palacio de Cristal, y mantuvo los ojos bien abiertos. Si no quieren luchar contra el emperador, se salvarán.
Me metà en la boca un trozo del torso del demonio sin cabeza, asegurándole que eso no ocurrirÃa. Reynos, mirándome con calidez en los ojos, me acarició suavemente el pelo.
"Tarde o temprano el emperador te llamará, jovencita, y puedes estar deseándolo; te recompensará más de lo que puedas imaginar".
"¿Me dará un pequeño paÃs insular?"
"Si asà lo deseas."
"No."
Rápidamente decliné, pensando que Reynos realmente me lo darÃa, y si podÃa aceptar una broma asÃ, debÃa tener algo mejor.
¿Qué podrÃa estar ofreciendo?
Intenté pensar en algo que el emperador pudiera darme a lo grande mientras mordisqueaba una galleta.
Él no me darÃa el palacio imperial, y yo ya tengo las tierras de la yema en la capital -fue entonces cuando May me informó de la visita de Rublet.
"Señora, el duque Justice está aquÃ".
¿Hmm? He oÃdo que lleva un rato husmeando en el templo por los sucesos de la final, ¿hay algo que pueda decirme?
Reynos también estará aquÃ, acepté de buen grado.
"SÃ, que pase".
Y vaya sorpresa.
Rublet, sÃ, Rublet, llevaba en sus brazos un hermoso ramo de flores.
Reynos, que también habÃa comprado flores como regalo para hoy, se puso rÃgido, pero le gustara o no, Rublet le tendió el ramo con orgullo.
"Un regalo".
"Ah, sÃ".
Él también está progresando.
Cogà lo que Rublet me entregaba desconcertada. Dios mÃo, no son flores que arrancó de mi propio jardÃn...
En ese momento, Reynos me arrebató rápidamente el ramo de la mano y soltó.
"La señorita odia las flores".
¿Ah, s�
He aprendido algo sobre mis gustos que no sabÃa. Pero serÃa embarazoso para Reynos discutir aquÃ, asà que asentà apresuradamente.
"SÃ, no me gustan las flores".
"Qué es ese ramo que tienes al lado".
"Me lo llevo".
Reynos deslizó el ramo que habÃa traÃdo. No, espera, ¡mis flores!
Rublet asintió con indiferencia al verlas y cogió otra cosa.
"También te he traÃdo algunos suplementos".
Reynos, que también habÃa cogido el regalo de Rublet, lo fulminó con la mirada.
"A ella tampoco le gustan los suplementos".
"¿No se los da Su Alteza?".
"Eso... No le importa que se los dé. Pero no le gusta que se los den otros".
"¿Ah, s�"
Ante el comentario juguetón, la mirada de Rublet se posó en la galleta del dragón. En cuanto se sentó junto a Reynos, éste, con el ceño fruncido, apartó el plato de refrescos del alcance de Rublet, de modo que ni siquiera yo podÃa alcanzarlo.
Fuera o no el caso, Rublet chasqueó el cuerno de la galleta de dragón que sostenÃa en la mano y dijo con indiferencia
"Eres bastante popular estos dÃas. Aclamado como un santo elegido por el espÃritu".
"Ya se lo he dicho. Será mejor que te vayas, Duque. Creo que te quedas demasiado tiempo".
"Llevo aquà menos de un minuto. Y, Cereal, se habla de erigirte una estatua".
"¿Qué?"
Me quedé boquiabierto ante lo ridÃculo de todo aquello.
Reynos también parecÃa estupefacto. Rublet partió la cara del dragón sin cuernos por la mitad, masticó y tragó, y dijo.
"La Justicia se ha ofrecido a apoyarlo".
"¿Qué?"
"La familia imperial deberÃa apoyarlo, ¿por qué lo apoya el duque?".
"Porque soy más alto y tengo más dinero".
"Yo soy más alto y tengo aún más dinero. Asà que construiré su estatua, y no necesito el dinero del Duque."
"Entonces construiré mi propia estatua con mi propio dinero."
"¡No lo hagas!"
Si lo haces mal, habrá dos estatuas mÃas. ¡Qué tonterÃa es ésta! Declaré sinceramente.
"En el momento en que me construyas una estatua, emigraré a otro paÃs".
"..."
"..."
Al oÃr mi salida del Imperio, los dos hombres atónitos se callaron.
Les fulminé con la mirada. Reynos, sÃ, pero ¿qué le pasa a Rublet, de verdad?
Reynos, que habÃa estado meditando algo, habló con cautela.
"Entonces iré con vosotros".
"¿Perdón? No, ¿qué pasa con el Imperio?"
"Me ocuparé del Imperio, entonces, y me aseguraré de que el paÃs tenga una prohibición oficial de inmigración. Adiós, Alteza. Yo me ocuparé de Cereal".
Reynos miró a Rublet con incredulidad. Rublet masticó la mitad restante de la cabeza del dragón con cara de qué pasa.
Vaya. Creo que Reynos ha acertado esta vez.
Mordà mi galleta y sonreà ante la sensación de que dos personas que una vez intentaron matarse estuvieran lo bastante cerca como para compartir una broma.
Era una de mis tardes favoritas.
***
Mientras tanto.
Encarcelada por quebrantar las órdenes del prÃncipe heredero, Tyriel estaba cada dÃa más cansada.
"Esta vez me portaré bien y me quedaré en la villa, asà que, por favor, no me envÃes más lejos, ¿vale?".
Si la iban a detener igual, preferÃa estar en una cálida casa de campo que en una frÃa prisión.
Tyriel, que habÃa escapado tras ser seducida por el Templo y el Segundo PrÃncipe para convertirla en santa, gritó contra los barrotes, pero los guardias ni siquiera fingieron oÃrla.
La trataron como a un fantasma. Ni siquiera se veÃa a la gente del Templo y del Segundo PrÃncipe, que le habÃan dicho que no se preocupara si algo salÃa mal, que ellos se encargarÃan de todo.
Tyriel estaba cada vez más inquieto.
¿Por qué no viene nadie?
La razón era sencilla.
Delante de todos, Ciella habÃa invocado a un espÃritu y desatado la ira de Dios. Ahora que todos la aclamaban como una santa, Tyriel no valÃa nada.
No tenÃa nada.
No tenÃa familia que la visitara.
La condesa Puritina, sin contar con su enfermedad, estaba aturdida, insistiendo en que Cherish se ocupara de sus asuntos, y el marqués Cherish estaba dispuesto a aprovecharse de la debilidad de la reina exigiendo que la destituyeran como miembro de Cherish.
Tyriel estaba completamente sola.
Pero aún se aferraba a un atisbo de esperanza, y por las noches yacÃa hecha un ovillo, sollozando y repitiendo desesperadamente un nombre.
"Sr. Knox...
Por supuesto, Knox nunca apareció. Aunque no hubiera estado sellado en los espejos de la cámara papal, no habrÃa buscado a Tyriel.
Aun asÃ, esperó ansiosa, muy ansiosa, a que alguien la salvara. Y al cabo de un rato, ese alguien apareció ante ella.
"¡Padre!"
En su celda, Tyriel corrió hacia el marqués Cherish fuera de la jaula, sin darse cuenta de que tenÃa el rostro demudado ni de que los hombres que estaban detrás de él la observaban con expresiones extrañas.
Gritó, desesperada.
"Te he echado de menos... te he echado de menos... te he echado tanto de menos... ¿ya tienes bien la memoria y no te duele la cabeza?".
"He oÃdo que usaste Estalroot conmigo, ¿es verdad?".
Pero la gélida pregunta del marqués Cherish obligó a Tyriel a dar un paso atrás, vacilante.
El marqués Cherish ya no era su salvador; era la parca que la arrastrarÃa al infierno.
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