Miércoles 21 de Febrero del 2021 |
La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 139
Justo entonces, algo oculto por los árboles y fuera de mi lÃnea de visión de Reynos le suplicó.
"Dadme vuestro corazón, Alteza...".
Era la voz de Tyriel.
***
Desde que Tyriel podÃa recordar, habÃa fantaseado con este preciso momento: el dÃa en que administrarÃa la hierba a Reynos, haciendo que se enamorara profundamente.
Desde que se rompió el encantamiento, habÃa intentado desesperadamente convencer al inconsciente marqués, que negaba su existencia, de que era su padre y sufrÃa amnesia.
Sin embargo, la prueba de paternidad de Ciella habÃa hecho añicos su esperanza, dejándola sólo con una solución temporal en mente.
El tiempo se acaba. Debo aprovechar rápidamente el poder de Knox...!".
Aprovechando el rumor de que "el pequeño marqués Lavirins busca un buen vino para el banquete de Blancanieves", Tyriel ideó un astuto plan.
Primero, utilizó sus escasos ahorros para adquirir un vino excepcionalmente raro y exquisito.
Luego, con sumo cuidado, molió el Estalroot que habÃa obtenido del barón Alfredo hasta convertirlo en un polvo fino y lo mezcló discretamente en un pequeño agujero que hizo en el corcho.
DecÃan que tenÃa un olor peculiar, pero era tan tenue que sólo podÃan detectarlo quienes habÃan estado expuestos a él muchas veces... Lo mezclaré con el vino y él nunca lo notará".
No pasó mucho tiempo antes de que se celebrara el banquete blanco como la nieve.
Con una mezcla de ansiedad y esperanza, Tyriel entregó el vino drogado a un sirviente apostado en la bulliciosa sala del banquete, al que habÃan pagado por adelantado por su cooperación.
"Por favor, asegúrate de que Su Alteza el PrÃncipe Heredero consume esto. Se sabe que es el vino favorito de Ciella, y si le sugieres que lo pruebe, sin duda lo beberá".
"¿Estás seguro?"
inquirió el criado con escepticismo.
No era infrecuente que los nobles ofrecieran regalos a quienes ocupaban posiciones de poder, utilizándolos como palanca.
Sin embargo, el sirviente nunca se imaginó que alguien de tan alta nobleza recurriera a echar vino.
Por supuesto, Tyriel era plenamente consciente del peligro, pero mientras el prÃncipe heredero se enamorara de ella, no habrÃa problema.
Espero que... las cosas vayan bien'.
Ocultándose tras una columna de la sala de banquetes, Tyriel observó atentamente los movimientos de la sirvienta que habÃa reclutado para esta tarea.
Esperó pacientemente el momento oportuno para ofrecer el vino a Reynos, seleccionando un momento en el que él estuviera momentáneamente solo mientras Ciella estaba rodeada por un grupo de jóvenes damas.
Sin embargo, para disgusto de Tyriel, Reynos declinó la oferta.
Ciella le habÃa advertido que se abstuviera de consumir nada en público, dada la cuestionable conducta de Tyriel.
Pero el aroma del vino de la copa le hizo ponerse rÃgido, y no tardó en salir a toda prisa de la sala del banquete, con el rostro blanco de disgusto, tanto que Tyriel supuso que se habÃa bebido el vino.
Tyriel supuso que habÃa sucumbido a la influencia del vino.
Justo cuando intentaba vislumbrar a Reynos, un enjambre de nobles pasó corriendo, obstruyendo su visión.
¡Por fin!
Tyriel se agarró al dobladillo de la falda y siguió a Reynos hasta la puerta.
Sin saber que alguien le seguÃa, Reynos se apresuró a atravesar el laberinto de jardines.
Era como si huyera de las miradas indiscretas de la gente, agachándose por las esquinas.
¿Adónde demonios va?
se preguntó Tyriel, con pasos ligeros y decididos, asegurándose de seguirle el ritmo para no perderlo de vista.
PreferÃa la tranquilidad de su entorno, pero su continuo movimiento sin pausa levantaba sospechas. Cuando llegaron a una esquina apartada, tomó la rápida decisión de esprintar, buscando refugio tras un árbol, por si alguien la descubrÃa.
"Alteza".
Reynos se volvió para mirarla, con la cabeza inclinada, el rostro pálido y la respiración acelerada.
HabÃa un brillo rojo en sus ojos y una negrura tinta en su pelo que le indicaban que estaba en peligro, pero estaba lo bastante oscuro como para que Tyriel no pudiera distinguirlo.
No, ni siquiera a la luz lo habrÃa sabido.
En ese momento, Tyriel sintió una abrumadora sensación de euforia, pues Reynos, que antes la habÃa ignorado como a una presencia invisible, por fin habÃa "reconocido" su existencia.
Después de todo, ¡la hierba debe de estar funcionando!
Sólo era alguien que aparecÃa donde ella creÃa que no habÃa nadie, pero Tyriel estaba muy firmemente equivocada.
"Tos..."
La amalgama de la fragancia del estalroot y la visión de Tyriel desencadenó una poderosa reacción en el interior de Reynos.
La influencia de la Luna de Rubà surgió incontrolablemente en su interior, haciendo que su conciencia vacilara, abrumada por un diluvio de recuerdos que ansiaba enterrar.
Gimiendo suavemente, Reynos se agarró el pecho con angustia.
Confundiendo sus sÃntomas con los "efectos secundarios de un corazón acelerado" atribuidos al brebaje del barón Alfred, Tyriel se acercó un paso vacilante, entrelazando las manos en un gesto suplicante, e hizo una súplica desesperada.
"Dadme vuestro corazón, Alteza...".
Fue entonces cuando Ciella estalló.
"¡Alteza!"
Tyriel se quedó helado, sobresaltado por su inesperada aparición. Ciella, mientras tanto, se apresuró a socorrer a Reynos.
"¿Estás bien? Alteza!"
"Señora..."
Reynos dejó escapar un profundo suspiro en brazos de Ciella y la estrechó entre sus brazos.
Los tendones del dorso de la mano de Reynos estaban tensos, lo que indicaba el agarre incruento que ejercÃa. Aunque la presión deberÃa haber causado dolor, Ciella permaneció imperturbable. En cambio, observó con atención el tono cada vez más oscuro de su pelo y el enrojecimiento de sus ojos.
"¿Dónde están tus herramientas? ¿No tienes herramientas?"
"..."
Cerrando los ojos con fuerza, Reynos rompió a sudar frÃo y no dijo nada.
Luchando por mantener la compostura, le resultaba arduo articular una respuesta. Sintiendo que algo iba mal, Tyriel tartamudeó, sus palabras titubearon.
"Puedo limpiar..."
"¡No lo hagas!"
intervino bruscamente Ciella, convencida de que Tyriel le habÃa administrado Estalroot.
Retrocedió unos pasos y abrazó al afligido Reynos.
Rápidamente, recuperó el antÃdoto contra el Estalroot que habÃa obtenido de Gerald y se lo administró.
Sin embargo, su pelo y el color de sus ojos permanecieron inalterados.
El proceso de demonización persistÃa. Ciella se mordió ansiosamente el labio, su impaciencia era evidente.
Aunque Reynos, como dragón demonÃaco no amenazador, poseÃa una respuesta diferente en comparación con los relatos de Godori sobre los efectos de Estalroot, ella no podÃa estar segura.
Espero que no se ponga a... alborotar'.
No, no lo hará. La historia original ya se habÃa tergiversado varias veces, asà que estaba segura de que esto acabarÃa sin incidentes.
A pesar de abrazar con fuerza a Reynos, que apenas estaba consciente, Ciella no encontraba consuelo, y su mente estaba plagada de inquietud.
De repente, oyó unos pasos que se acercaban, el inconfundible crujido de la hierba atravesando el aire.
El rostro de Tyriel palideció mientras se volvÃa instintivamente hacia la fuente del sonido, dándose cuenta de las terribles consecuencias que tendrÃa si la sorprendÃan en su actual transgresión.
No...
El pánico se apoderó de Tyriel y huyó precipitadamente del lugar.
Poco después de su marcha, apareció Rublet, adoptando intencionadamente una apariencia de curiosidad casual para no sobresaltar a Ciella. Sus cejas se fruncieron de confusión al observar el maltrecho estado de Reynos, pero al reconstruir la situación, su frÃa mirada se desvió hacia la dirección de la desaparición de Tyriel.
"¿Vamos a por ella?"
"SÃ, cogedla ahora mismo y metedla en la cárcel...".
En ese momento, el Reynos que llevaba en brazos se desvaneció. Más exactamente, se evaporó, dejando sólo su ropa.
"...!"
-¡Piiiiiik!
jadeó Ciella, incapaz de hablar. Oh, no.
Rublet, que habÃa presenciado cómo el prÃncipe heredero se desvanecÃa en un instante, también se quedó atónito.
¿Adónde habÃa ido, dejando sólo su ropa?
Tanto Ciella como Rublet, con los ojos temblorosos por distintas emociones, observaron atónitos cómo la tela que se retorcÃa en el suelo revelaba un objeto negro que desató un aullido feroz.
- ¡Piiiiiiik!
A pesar de su valiente aullido, la criatura parecÃa diminuta, carente de la presencia intimidatoria descrita en los relatos originales.
Además, tras haber presenciado su lado entrañable en numerosas ocasiones, a Ciella le resultaba difÃcil imaginarse a un ser tan aparentemente insignificante proclamando: "¡Soy una criatura increÃblemente aterradora!".
En cambio, Rublet se quedó completamente helado al ver por primera vez al malvado dragón.
Independientemente de su tamaño, en su percepción seguÃa siendo una encarnación del mal.
- ¡Ppiiik! ¡Ppiiiik! ¡Ppiiiiiik!
La crÃa de dragón continuó con su aullido incesante, girando la cabeza de un lado a otro, como si proclamara su resurrección al mundo.
Entonces, su mirada se fijó en la de Ciella.
- ¡Piiik!
Al reconocerla a pesar de su pérdida de cordura, los ojos rojos del malvado dragón brillaron con una hipnotizante luz rubÃ. Sin demora, desplegó sus pequeñas alas y se impulsó hacia ella como una bala de cañón.
En ese momento...
"¡Es peligroso!"
Confundiéndolo con un ataque, Rublet se abrazó a Ciella y esquivó rápidamente.
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