Miércoles 21 de Febrero del 2021 |
La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 136
me susurró Reynos al oÃdo, con la cabeza ligeramente baja. Tal vez no fuera sólo mi imaginación; su voz sonaba más grave y resonante que de costumbre.
Aún no estoy preparada para esto.
Su cálido aliento, que hormigueaba contra mi mejilla, y la forma en que un mechón suelto de mi pelo flotaba en el aire crearon una sensación de urgencia. Mi respuesta salió como un chillido, parecido al de un juguete que funciona mal.
"T-tú estás aquÃ".
El pánico surgió en mi interior.
Lo habÃa comprobado antes, y no habÃa ningún muérdago colocado sobre mÃ. Me invadió el alivio, pues no estaba preparada para este momento.
Inhalando profundamente, intenté recuperar la compostura, pero las siguientes palabras de Reynos destrozaron cualquier atisbo de calma que me quedara.
"¿Por qué has colgado tanto muérdago?".
Su voz me pareció una dulce trampa y, mientras seguÃa inhalando y exhalando, Reynos estrechó su abrazo a mi alrededor.
"¿Eh? Jovencita".
"Es, eh, cosa de May. Ha estado obsesionada con querer besar".
Me sentà culpable por haber tirado a May debajo del autobús, pero era la verdad. Lo siento, May.
"Ajá".
Reynos respondió con indiferencia y me abrazó con fuerza.
En ese momento, sentà su mano contra el dorso de la mÃa, y entonces maniobró sutilmente, alejándonos del muérdago. Me sentà momentáneamente desconcertada mientras el muérdago se desvanecÃa poco a poco en la distancia. ¿Qué? ¿Eh? ¿Se habÃa dado cuenta Reynos de mi inquietud?
"No queremos que nadie más nos vea".
"Oh..."
No, no es por eso por lo que me siento inquieto ahora.
Naturalmente, habÃa previsto estar bajo el muérdago con Reynos.
Las circunstancias, el ambiente y las emociones que compartimos apuntaban en esa dirección.
Sin embargo, se alejó despreocupadamente, y entonces me di cuenta.
Sabe que estoy nerviosa'.
O quizá sabÃa que no estaba preparada, pero ¿cómo podÃa saberlo sin verme la cara? ....
Ya nos habÃamos alejado bastante del muérdago. Reynos me soltó y se giró hacia mÃ, ahuecando delicadamente mis mejillas entre sus manos. Susurró suavemente,
"¿Por qué estás tan nerviosa?"
"¿Qué?
"Tu tez parece pálida".
"...Es porque anoche no dormà mucho, preparándome para el banquete".
Intentando apartar su mirada, me excusé frotándome las manos frÃas para estimular la circulación sanguÃnea.
Interiormente, contemplé la situación.
Al fin y al cabo, Reynos es un hombre, y no serÃa sorprendente que se divirtiera en una sala de banquetes adornada con muérdago.
No, si yo estuviera en su lugar, sin duda me divertirÃa.
Sin embargo, él no mostró tal reacción.
Para ser más precisos, pareció percibir mi nerviosismo y actuó con más despreocupación de lo habitual.
Al darme cuenta de ello, me invadió una extraña sensación que me dejó helada, como si ni siquiera hubiera mirado el muérdago. Algo va mal.
No nos odiamos, nos gustamos, asà que ¿por qué Reynos me mira a los ojos?
Apreté ligeramente los labios, mordiendo y soltando la tierna carne. Armándome de valor, reunà fuerzas para estrechar una de sus manos entre las mÃas, con un apretón tembloroso, mientras le miraba a los ojos dorados.
"¿Te gustarÃa salir a tomar el aire?
"Claro.
Reynos asintió, como hacÃa siempre.
Le cogà de la mano y salimos directamente a la terraza.
Fiel a su palabra, May habÃa adornado todo el salón de baile con muérdago, incluida una ramita que colgaba de la terraza.
Al darse cuenta, Reynos se encogió de hombros e intentó quitarlo, pero le detuve.
Agarrándole las manos con fuerza, lo mantuve quieto, con voz temblorosa al hablar.
"Alteza".
"...SÃ".
Reynos, mostrando un atisbo de nerviosismo similar al mÃo, respondió.
Ahora nos encontrábamos bajo el muérdago. Reflexioné sobre si debÃa dar el primer paso, pero me faltó valor para hacerlo.
Me pregunté qué pasarÃa si Reynos me miraba de forma extraña. En el fondo sabÃa que no lo harÃa, pero, por alguna razón, me costaba reunir el valor necesario, a pesar de mi afán por emprender otras empresas.
Hablando en voz baja, casi deseando que Reynos poseyera la capacidad de leer mis pensamientos, pronuncié,
"Bueno, ya sabes..."
"...?"
"Quiero decir, esa... cosa".
El silencio se apoderó de nosotros mientras Reynos no captaba lo que querÃa decir. Tragué saliva nerviosamente, observando su expresión. Más concretamente, justo cuando estaba a punto de exclamar: "¡Estamos bajo el muérdago!", ¡boom!
"¡Kyaaaaa!"
Los fuegos artificiales estallaron fuera, desviando nuestra atención.
Normalmente, no reaccionarÃa con tanta fuerza, pero los nervios me dominaron y un grito involuntario escapó de mis labios. Al instante, Reynos me rodeó con sus brazos, dándome un abrazo reconfortante.
¡Pum! ¡Pum!
Los fuegos artificiales estallaron en el cielo, iluminando la oscuridad con colores vibrantes. Nuestras miradas permanecieron fijas, cautivadas por el espectáculo que se desarrollaba en lo alto.
Sentà como si el mero hecho de abrir la boca cerrara la brecha entre nuestras respiraciones. El aroma persistente de su fragancia cÃtrica llenó mis fosas nasales.
Con cada explosión de fuegos artificiales, el rostro de Reynos alternaba entre el brillo y la sombra. Le observé atentamente antes de armarme de valor y agarrarle por el cuello, con los labios curvados en una confesión susurrada.
"Estamos bajo el muérdago".
En ese momento, los ojos de Reynos se abrieron de par en par, con una expresión mezcla de sorpresa y expectación. Apreté los ojos, sintiendo su mirada fija en mÃ, y entonces algo suave y cálido presionó suavemente mis labios.
Era el más tenue de los besos, delicado y frágil, como si pudiera ser arrebatado por la más leve brisa.
Le correspondà con un visto bueno.
En un instante, todas las dudas que me quedaban se disiparon. Su aliento se mezcló con el mÃo, envolviendo nuestros labios separados.
Mi primer beso con Reynos fue insoportablemente profundo.
Sentà como si extrajera cada gramo de mi ser, saboreando cada aliento que exhalaba. Sin embargo, se mostró comedido, sin traspasar nunca ciertos lÃmites.
Nuestras respiraciones se entrelazaron y, durante un momento fugaz, saboreamos la mezcla de nuestras esencias. Luego, se retiró suavemente, dejándome con una mezcla de expectación y anhelo.
La visión de sus labios relucientes, brillando a la luz resplandeciente de los fuegos artificiales, hizo que un rubor subiera a mis mejillas. Tropecé con mis palabras, evitando conscientemente el contacto visual directo con sus labios cautivadores.
"Bueno, en realidad, he estado preparando algo en secreto. HabÃa planeado confesarlo cuando el ambiente fuera el adecuado, pero...".
La expresión de Reynos se volvió inexpresiva, como si le hubieran pillado desprevenido mis palabras. Desvié la mirada, pues me resultaba difÃcil mantener la compostura tan cerca de él.
Como mucho, pude robarle miradas a la nuca.
"Ahora estoy de buen humor, por supuesto, pero hay algo que querÃa deciros, Alteza. Quizá deberÃamos esperar hasta el primer...".
Recordando un comentario que Reynos habÃa hecho durante nuestro encuentro inicial, mencionando algo sobre "un dÃa a partir de hoy", habÃa accedido sin pensarlo mucho.
Al fin y al cabo, nuestra relación habÃa empezado como un asunto contractual, y los aniversarios parecÃan irrelevantes.
Pero a partir de ese momento, prestarÃa atención a tales hitos.
Sin embargo, tuve la tentación de registrarme el primer dÃa porque tenÃa algo reservado para Reynos.
Bajé la mirada y esperé a que respondiera, pero por mucho que esperé, no me respondió nada, asà que pensé: "Bueno, eso no está bien", y levanté los ojos hacia los suyos, y me sorprendÃ.
"¿Su Alteza?"
ParecÃa medio aturdido, con lágrimas corriéndole por la cara.
Avergonzada, no se me ocurrió coger el pañuelo y le enjugué las lágrimas con la manga.
Sólo entonces Reynos se estremeció, dándose cuenta de que estaba llorando. Enterró la cara en mi hombro, sin querer que viera que estaba llorando.
Permaneció asà un rato.
Sus temblores y su respiración irregular reverberaban a través de sus omóplatos y en mi propio cuerpo.
Permanecà en silencio, proporcionándole una presencia reconfortante mientras esperaba pacientemente a que recuperara la compostura. Al cabo de unos instantes, Reynos se enderezó, aunque sus ojos inyectados en sangre aún brillaban con restos de lágrimas y sus mejillas estaban enrojecidas por el calor. Separando suavemente los labios, se le escapó una voz ronca.
"¿Puedo preguntar qué quieres decir?"
"No, no puedes".
Me miró con una extraña expresión que no era ni de llanto ni de risa. Luego, en tono cauteloso, me preguntó.
"Entonces, ¿puedo preparar algo para mi señora ese dÃa?".
"¿Preparar qué?"
"Un secreto".
Dejó escapar una suave carcajada, con lágrimas en las comisuras de los ojos. En ese momento, me vino a la mente la imagen de Piik, adornado con flores en el pelo y cintas alrededor del cuello, bailando graciosamente en un ritual de cortejo.
Percibiendo mis pensamientos, Reynos tomó rápidamente la iniciativa.
"No es asÃ"
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