La Elección de Afrodita 54
Un sentimiento extranjero
La visión que tenÃa delante era brillante, como si en ese lugar se reuniera lo mejor de las cosas bellas del mundo. Sin embargo, la más bella era ella, de pie, resplandeciente y en toda su gloria. ¿Es una nereida? pensó.
No lo preguntó en voz alta, pero por lo que importaba, podrÃa serlo. Nada de lo que él conocÃa era tan magnÃfico en la tierra. Pensó que si no pronunciaba algo, ella podrÃa desaparecer como una bella ilusión.
Sorprendentemente era real, porque se acercó a él y le preguntó: "¿Quién eres?".
Los ojos azules brillaban con la expectativa de su respuesta. Hefesto nunca habÃa sido objeto de una mirada como esta en toda su vida. En el Olimpo, nadie le habÃa dado tanta importancia como para mirarle asÃ, esperando una respuesta.
Hera habÃa despreciado a su hijo desde el momento en que nació, y asà lo habÃa hecho el resto del Olimpo, en consonancia con su reina. Hera mostraba su odio hacia él abiertamente sin ningún reparo, o fingÃa no hacerlo explÃcitamente mientras seguÃa encontrando formas de faltarle al respeto de forma encubierta. Cuando se sentÃa generosa, aparentaba simpatizar con él mientras mantenÃa las distancias y no ayudaba en absoluto.
Era un extraño, un marginado. Nadie le invitaba a ningún sitio, ni querÃan relacionarse con él. La mirada mordaz de los demás y sus brutales comentarios sobre él eran tan naturales para él como respirar. No le daba mucha importancia.
Pero esta chica se acercó a él con ojos curiosos, sonriendo como si no hubiera nada en el mundo de lo que quisiera saber más que de él, justo en ese momento.
"Hola", dijo agitando las manos para sacarlo de sus ensoñaciones, "¿Quién eres?".
"Yo... yo soy, eh", tartamudeó Hefesto, con torpeza.
"SÃ", dijo ella, alentadora, "¿Lo eres?"
Su mirada penetrante se fijó en él. No en el "hijo feo de Hera". No en "la oveja negra del Olimpo". Sino en él, sólo en él.
"Hefesto", logró pronunciar, sintiéndose como un idiota.
"¿Hefesto?", confirmó ella.
Sintió que su corazón se agitaba en ese momento. Su nombre siempre habÃa sido escupido con asco o ira. Hasta ahora no habÃa imaginado que su nombre pudiera ser pronunciado de una manera tan humana y suave. Se preguntó si asà se sentÃa el amor.
* * *
La chica no tenÃa nombre, ni identidad, ni hogar. Se avergonzaba de ello, porque todo el mundo tenÃa uno. Era el derecho de nacimiento de un ser, sin importar dónde hubiera nacido. Insistió a Hefesto para que le diera un nombre, y preferiblemente un hogar.
"¿Yo?" dijo él, consternado "¿de verdad quieres que te dé un nombre?".
"¿Ves a alguien más aqu�" dijo ella, poniendo los ojos en blanco.
"Pero no tengo el derecho ni el poder de nombrar a nadie",
Insistió él. Una sombra se dibujó en su rostro. Nunca se le habÃa concedido ningún derecho, ninguno, desde los albores de su nacimiento. Ni se le respetaba ni se le querÃa. ¿Cómo podÃa esperarse que diera un nombre y una identidad a algún ser?
La chica no se inmutó. No es que estuviera interesada en él y fuera lo suficientemente audaz como para pedirle favores. Pero intentaba familiarizarse con el mundo en general, todo era muy confuso para ella. Ante sus palabras, se rió.
"¿Qué extraña tonterÃa es esta?", dijo riendo, "¿Por qué necesitas el 'derecho' o el 'poder' o cualquier galimatÃas que sea? Te lo he pedido. O aceptas o te niegas. Eso es todo"
Hefesto guardó silencio durante un rato, sin saber qué responder.
"Bueno, entonces" dijo después de un rato "lo pensaré"
"¿Cuánto tiempo?" preguntó ella.
"Hasta que se me ocurra un nombre que te convenga", respondió él.
"Eso puede significar mañana, mucho, mucho tiempo, o nunca", objetó ella, "¿No puedes darme una fecha aproximada?"
"Es un nombre, ya sabes", explicó él, "hay que pensarlo bien. Después de todo, será algo con lo que te quedarás para siempre"
Ella asintió. Sus palabras tenÃan sentido. Desde el momento en que un dios nacÃa, recibÃa un nombre que tenÃa poder. Era lamentable que las cosas hubieran terminado asà para ella. Sin nombre, sin lugar donde quedarse, sin nada.
"En cuanto a un hogar" dijo Hefesto "puedes quedarte aquÃ"
"¿Aqu�" preguntó ella, sorprendida.
"Sólo si quieres, por supuesto" se apresuró a corregir "Sin presiones"
A ella no le importaba vivir aquà con él. No tenÃa otro lugar al que ir que el mar. Por eso le habÃa pedido que le buscara un lugar que pudiera llamar suyo. Pero lo dijo con muchas dudas. No querÃa un favor por obligación. Si a él le incomodaba que se quedara aquÃ, ella no querÃa agobiarlo de esa manera.
Poco sabÃa ella que su vacilación no se debÃa a su incomodidad con respecto a ella. Era porque Hefesto nunca habÃa invitado a nadie de esta manera. No habÃa tenido amigos en toda su vida, y los que intentaban hablar con él lo trataban con disgusto. Asà que, por mucho que estuviera acostumbrado al rechazo, le seguÃa doliendo que se produjera de forma brutal y mordaz. No querÃa agobiarla con ningún tipo de compulsión.
"¿Y tú?" preguntó "¿Te parece bien que me quede aqu�"
"Yo... Uh" tartamudeó él. Ella lo interpretó como algo más.
"Si no puedes responderme con sinceridad" dijo ella "asumiré que no me quieres aquÃ"
"No. Yo.... No es asÃ!" trató de aclarar sin éxito.
Ella estaba molesta. Todo lo que ella esperaba era honestidad. Si él no querÃa que se quedara, a ella no le importarÃa. Pero este juego de tartamudeo del gato y el ratón la estaba poniendo de los nervios. "¿Quieres que me quede o no?", preguntó por última vez.
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