La Elección de Afrodita 27
Dolor y Placer (II)
Afrodita estaba a punto de decir algo más para burlarse de Hefesto, incluso para desafiarlo, pero sus palabras se vieron interrumpidas por un grito ahogado de su garganta cuando él entró. Su feminidad se sintió de repente como si estuviera en llamas. Es más, la sensación de ardor no sólo la invadÃa por completo, sino que amenazaba con penetrar hasta el ombligo. Maldita sea, es enorme más allá de toda expectativa, pensó exultante, mirando a Hefesto que se habÃa subido encima de ella y la habÃa penetrado con una rapidez y elegancia que no esperaba de alguien tan musculoso como él.
Su indescriptible alegrÃa por la penetración dio paso a un agobio de sus sentidos, como si su mente no pudiera encontrar palabras adecuadas para describir la sensación. Hefesto podÃa empujar más profundamente, con suavidad, y Afrodita sólo podÃa emitir sonidos ahogados en señal de protesta. En su lugar, comenzó a darle palmadas en el pecho con impotencia, como si quisiera apartarlo.
"Relájate"
"¿Cómo... puedo? Vas... a... destruirme ahà abajo" jadeó débilmente.
"¿De qué estás hablando? Pensé que querÃas esto. Traté de advertirte. Y además, no está ni a la mitad" 😂😂😂
"¡Mentiras, mentiras!"
Protestó ella, pero al asomarse hacia abajo, pudo ver que no era asÃ.
'Oh no, aún no está del todo dentro'
Pensó Afrodita, con su mente en partes iguales de pánico y excitación. TenÃa miedo de lo que pasarÃa si se la metÃa del todo. Pero al mismo tiempo, una parte de ella querÃa descubrirlo, como una polilla atraÃda por una llama. La diosa del amor empezó a babear de anticipación.
La expresión no escapó a la atención de Hefesto. Sintió que su férrea decisión de no herirla más, casi tan dura como su hombrÃa, se debilitaba.
"No. Sigue. Puedo soportarlo"
Protestó Afrodita, temiendo que su marido se desanimara y se retirara por completo.
Sin palabras, él reconoció sus palabras presionando lentamente más adentro. El dolor y el placer alcanzaron una nueva dimensión y ella, casi involuntariamente, rodeó su cintura con las piernas mientras sus brazos se entrelazaban a su espalda, como una persona que se ahoga y se aferra a un trozo de madera para mantenerse a flote.
'Maldita sea'
Pensó asombrada mientras sentÃa su virilidad palpitar dentro de ella. O estaba tan dentro o era tan grande. Probablemente ambas cosas. Por si fuera poco, Afrodita podÃa sentir cómo profundizaba con cada empuje, mientras la sensación empezaba a llegar a su vientre.
"Oh... Dios.. ¿te estás haciendo más grande? Te estás haciendo aún más grande"
Jadeó débilmente, y su respiración era ahora tan profunda y rápida como los empujes de Hefesto. Como respuesta, él continuó bombeando dentro de ella, haciendo que cada empuje produjera un sonido obsceno cuando su carne golpeaba la de ella, haciendo que Afrodita le clavara las uñas en la espalda mientras agonizaba para hacerle continuar o parar. Sin embargo, él la penetraba, cada empuje duro como el acero se sentÃa en cada nervio de su cuerpo. Su mujer lo mordÃa allà donde su boca podÃa alcanzarlo, su cuerpo perdÃa formas de expresar el placer alucinante en el que se ahogaba ahora.
Los últimos vestigios de autocontrol desaparecieron y Hefesto comenzó a empujarla con salvaje abandono. Afrodita perdió la comprensión de todo, excepto de una palabra: el nombre de su marido, que seguÃa murmurando rápidamente, como si se tratara de una oración frenética a un poder superior a ellos dos. Como el dios de la herrerÃa que era, martilleó el fuego entre las piernas de la diosa del amor como si estuviera forjando su mejor obra. Sin cejar en su empeño, los cánticos de Afrodita se convirtieron en gritos. Cada grito contenÃa su nombre y resonaba por toda su habitación.
Con eso, Hefesto perdió todo el control. Explotó su dulce néctar dentro de ella en un torrente tal que ella lo sintió. Y luego otro chorro. Y otro más. Cada uno de ellos fue percibido por Afrodita mientras su virilidad palpitaba con cada descarga. A la diosa del amor le parecÃa que sus descargas eran ininterrumpidas, algo que no la sorprendÃa ya que era la primera en su larga existencia.
Ella sintió que su virilidad no habÃa disminuido de tamaño y por eso quiso instarlo a seguir, pensando que serÃa una pena desperdiciar esa cosa celestial. Pero, a pesar de ello, sintió que una pesadez se filtraba por sus miembros a medida que el agotamiento de su acoplamiento empezaba a superar el placer. No, no, no, no, pensó para sà misma. QuerÃa más.
A medida que el sueño empezaba a abrumar su conciencia, pudo distinguir que él decÃa:
"¿Afrodita?"
"Esto es... lo que... odio..."
Ella querÃa decir algo, pero incluso sus labios se sentÃan pesados ahora.
"Es injusto..."
Si ella hubiera visto su expresión distorsionada o hubiera escuchado su doloroso suspiro y le hubiera preguntado al respecto, muchas cosas habrÃan cambiado.
Sin embargo, se sumió en un sueño sin sueños largamente esperado y no tenÃa ni idea de lo que estaba pasando.
No era culpa de ella.
Tampoco era su culpa, pero nadie estaba allà para pensarlo.
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