La Elección de Afrodita 25
Borracho de pasión (II)
Sus caderas comenzaron a mecerse por sà solas. Cada vez que Hefesto se retiraba un poco, ella inclinaba sus caderas tras él, tratando de mantenerlo contra ella. Instintivamente, levantó las piernas y las enroscó alrededor de las caderas de él. Hefesto la evitó usando una mano para presionar suavemente su pelvis.
"¡Aah, H-Hefes-to!"
"No seas tan imprudente. Te harás daño"
Ella no querÃa escucharle. Aunque no pueda mover las piernas, ¡todavÃa tengo dos brazos aquÃ! Alargó la mano para rodearle el cuello, pero incluso eso falló. Hefesto le cogió las dos muñecas con una mano y se las inmovilizó por encima de la cabeza.
"¿Por qué haces esto?" se quejó ella.
Aunque estuviera atada con cadenas, serÃa difÃcil sentirse más indefensa que esto. Afrodita se dio cuenta de que estaba completamente atada por Hefesto. Indefensa. Una intensa excitación revoloteó en su vientre y su respiración se aceleró.
"Aah...ah..."
"Quédate quieta" dijo Hefesto, acariciando su muslo con su gran mano.
Sus palmas estaban escamadas por los callos, lo que era una sensación novedosa para una diosa como Afrodita, que rara vez tenÃa que mover un dedo. Pero sus caricias, suaves e incluso mojigatas, sólo la hacÃan más difÃcil de soportar. Era un simple contacto piel con piel, pero se sentÃa como si le hubiera echado azúcar. Ella apretó voluntariamente su pierna contra su mano y dejó escapar un dulce gemido.
"Aaah..."
Hefesto apretó suavemente la suave carne, preguntando:
"¿Te duele?"
'¡Es imposible que esto duela!'
"Me gusta" jadeó ella. "Me gusta. Tócame más. Tócame por dentro".
"De acuerdo".
El dedo de él se deslizó dentro de la carne de ella. Extendió el lÃquido que goteaba alrededor de sus labios, buscando a tientas la carne enrojecida e hinchada para encontrar su abertura. Sus jugos se habÃan acumulado hasta el punto de desbordarse, empapando los dedos de Hefesto y goteando sobre la cama.
"Estás mojada"
"¡Ya lo sé!"
Hefesto pareció decidirse por algo y se sentó. Agarró las piernas de Afrodita y las colocó sobre sus hombros, levantándose sobre sus rodillas. Al hacer esto hizo que toda su mitad inferior flotara en el aire. Ella se sonrojó de vergüenza ante la indigna posición.
"¡Espera!"
"¿Estás incómoda?"
La cama era blanda y ella apoyaba todo su peso en Hefesto, asà que no estaba incómoda, pero le daba vergüenza estar tan abierta y vulnerable ante el hombre que tenÃa delante. Él podÃa verlo todo.
Fingiendo estar tranquila, preguntó:
"¿Qué intentas hacer?"
"No sé si es suficiente"
"¿Qué quieres decir...? ¡Ah!"
Sin previo aviso, Hefesto enterró su cara entre sus muslos. Apretó sus labios contra sus labios como si los estuviera besando y luego la abrió con su gruesa lengua para acariciar su interior.
"¡Ah, espera, ah! Haah!"
Afrodita forcejeó sorprendida, pero él se abrazó a su vientre para tomar el control de ella. No se conformó con una muestra de su sabor, asà que dobló la apuesta y empezó a chuparla. Sorbo, sorbo. Los sonidos lascivos y vulgares resonaron en la alcoba. La gente de la Tierra nunca se imaginarÃa que tales sonidos procedieran de un acoplamiento de los dioses.
Afrodita temblaba en silencio, incapaz de hablar. Cada vez que Hefesto la chupaba, sentÃa como si las estrellas explotaran detrás de sus ojos. Ella no se daba cuenta, demasiado perdida en el éxtasis, pero el propio dios estaba fuera de sà por el deseo.
Al principio, lo hacÃa para asegurarse de que ella estaba lo suficientemente excitada como para aceptarlo, pero en el momento en que sus jugos llegaron a su lengua, perdió el control de sà mismo. Apretó la nariz contra el lugar donde su olor era más intenso, y chupó, lamió y tragó. Nunca era suficiente; estaba sediento de más. El lÃquido que salÃa de ella era como un veneno fragante. En el momento en que dejaba de lamerla, su garganta ardÃa por más.
No, eso no estaba bien. Lo que salÃa de ella era dulce. Tanto el jugo que salÃa de ella cuando él la palpaba con su lengua como el suave pelo dorado que se frotaba contra su frente eran manjares. Lo que realmente lo volvÃa loco era su clÃtoris, hinchado por la estimulación y relucÃa. Cada vez que lamÃa y chupaba esa pequeña perla, ella se agitaba contra él. Su esbelta cintura se arqueaba, sus muslos de felpa temblaban y su redondeado pecho subÃa y bajaba.
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