JIN XIU WEI YANG 309




Jin Xiu Wei Yang  309

Extras 1: Emperatriz de Yuexi (2)



Traducción: Asure


Cantidad caracteres: 15411

Pei Huaizhen estaba practicando caligrafía cuando el Emperador entró furioso. Al verla con tal ocio y tranquilidad, sus pupilas se contrajeron violentamente por un instante. Pero el descontrol duró solo un momento; inmediatamente se puso la máscara que usaba desde hacía años:


—Emperatriz, ¿tan bueno es tu humor hoy?


Pei Huaizhen levantó los ojos, su mirada recorrió al joven hombre vestido con la túnica del dragón que estaba ante ella.

Tenía una figura esbelta y un rostro hermoso. Incluso antes de entrar al palacio, ella sabía que el esposo con el que se casaría poseía la apariencia más noble y atractiva del mundo. Antes pensaba que la gente de fuera exageraba, pero más tarde supo que, en efecto, existían hombres tan increíblemente bellos. Sin embargo, en ese momento, su rostro no mostraba ni un rastro de alegría, y sus ojos estaban llenos de molestia y desdén.

¿Desdén? ¿Qué había en ella para que él la despreciara? Pei Huaizhen lo miró fríamente:


—¿Su Majestad no está muy ocupado? ¿Cómo tiene tiempo de venir a mi palacio?


La comisura de los labios del Emperador se alzó rápidamente. Aunque su rostro sonreía, sus ojos no mostraban el menor rastro de alegría. Esta expresión extraña destrozaba la belleza de su rostro:


—Supe que la Emperatriz estaba tan aburrida últimamente que ha comenzado a meterse en los asuntos de la corte, así que vine especialmente a ver si realmente no tienes nada que hacer.


Pei Huaizhen dejó el pincel, su hermosa mirada era excepcionalmente tranquila:


—Su Majestad, los ministros tienen razón, Princesa Xīxiá ya tiene edad, no es apropiado que se quede en el palacio. Si Su Majestad realmente se preocupa por ella, debería elegirle un excelente consorte, para que tenga un apoyo de por vida, en lugar de, por egoísmo, dejar que una joven desperdicie sus años en el palacio, permitiendo que los rumores se extiendan por todas partes.

—La Emperatriz es, sin duda, virtuosa. Sin embargo, Xīxiá es la hermana que más amo. Ningún hombre en este mundo es digno de ella. Mientras ella no dé su consentimiento, no decidiré su destino a la ligera. Espero que la Emperatriz sea comprensiva con mis sentimientos y no actúe de manera mezquina.


El Emperador sonrió. Su tono y actitud eran agradables, pero sus ojos ocultaban un poder disuasorio que hacía que la espalda de uno se sintiera helada.

Oficial Xin bajó la cabeza, casi sin atreverse a mirar la expresión de su señora.

Pei Huaizhen no se enfadó, sino que respondió con dulzura:


—Su Majestad, en los asuntos de la corte, es Su Majestad quien decide. Ya que tiene su mente decidida, esta concubina no dirá nada más.


El Emperador la miró con ojos helados:


—En ese caso, ¡agradezco la comprensión de la Emperatriz!


El Emperador se fue con una sonrisa fría, dejando a Pei Huaizhen sola en el salón. Ella sintió que los adornos de su corona de Emperatriz eran abrumadores, complejos y confusos, haciéndole sentir un dolor punzante en las sienes. Su esposo acababa de venir a advertirle que no se metiera en asuntos ajenos y que no intentara interferir entre él y Princesa Xīxiá. Desafortunadamente, no todo en el mundo sucedería como él quería. Pei Huaizhen miró al Emperador, que ya caminaba por el patio, con la mirada perdida. Un rastro de leve sonrisa apareció en sus labios.












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Al anochecer, la luz rojiza se coló en el salón. Pei Huaizhen estaba sentada frente al espejo de bronce, con la mirada fija en su reflejo. Una emoción extraña se agitaba sutilmente en su rostro, como si estuviera regocijándose por algo, o esperando algo.

Oficial Xin estaba algo nerviosa, sin atreverse a mirarla directamente. Tenía la peculiar sensación de que la Emperatriz de hoy era inusual. Ella siempre había estado a su lado, pero no comprendía a esta noble dama, la madre de la nación. Siempre era tan noble, tan recatada, como una estatua de belleza esculpida en hielo, imposible de adivinar.

Pei Huaizhen sabía que era hermosa. Desde que alcanzó la mayoría de edad, innumerables hombres enamorados habían esperado fuera de la Mansión Pei con la esperanza de vislumbrar su rostro cuando salía ocasionalmente. Los pretendientes se agolpaban, casi rompiendo el umbral de la Mansión Pei. Sabía muy bien que, además de tener el apellido ilustre del clan Pei, poseía la belleza y la sabiduría que todos los hombres del mundo anhelaban. Antes de casarse, había imaginado a su esposo: debía ser el hombre más sobresaliente del mundo, de aspecto apuesto, de noble cuna, talentoso en lo civil y lo militar, sabio y decisivo, digno de su respeto y admiración, merecedor de su ayuda y apoyo, para que ambos pudieran vivir en armonía y permanecer juntos toda la vida. Después de ingresar al palacio, descubrió que Yuan Jinfeng cumplía todas sus fantasías, incluso era mejor y más digno de conmover su corazón de lo que había deseado. Lo único que nunca imaginó fue que él no la amaba, nunca la había amado.

Desde el día de su boda, Yuan Jinfeng la había dejado sola en este frío palacio, sin pasar una sola noche aquí. Al principio, estaba llena de confianza, pensando que Yuan Jinfeng solo estaba desafiando a su dominante padre y desahogando su frustración en ella, que ella conseguiría su corazón algún día. Pero cada día siguiente fue una espera vacía. Finalmente, a través de los susurros de las sirvientas y los eunucos, descubrió un secreto escondido en este vasto palacio, un secreto enorme: esa persona ya tenía una amada con la que había jurado estar hasta la muerte. Pero incluso así, Pei Huaizhen nunca se desanimó. Con su belleza y talento, ¿qué hombre no podía obtener? ¿Qué mujer hermosa en el mundo podría competir con ella? El tiempo pasó lentamente, su confianza y su espíritu se fueron desgastando gradualmente. Una sensación de soledad y rabia nunca antes experimentada encendió su corazón. Poco a poco, fue atormentada hasta el punto de la inquietud, incapaz de soportar más esa sensación corrosiva. Entonces, dejó de lado su arrogancia, comenzó a vestirse con esmero y a mostrarse a la perfección. Quería que Yuan Jinfeng supiera qué clase de mujer estaba despreciando, quería que supiera el enorme error que había cometido. Sin embargo, el resultado seguía siendo decepcionante.

En ese momento, mirando su hermoso rostro en el espejo, tan radiante como las estrellas del cielo, Pei Huaizhen se levantó y dijo:


—Vámonos.


Encontró a la persona que buscaba en el remoto Pabellón de los Ciruelos del Jardín Imperial. Sin embargo, todas las damas de palacio se llenaron de pánico al verla e intentaron, aunque sin atreverse, impedir que se acercara.

Aquella persona estaba con la cabeza gacha, concentrada en bordar algo. Solo cuando escuchó la exclamación de las sirvientas a su lado, levantó la cabeza de golpe, mostrando un atisbo de sorpresa.

Princesa Xīxiá era famosa por su asombrosa belleza legendaria. Cada vez que Pei Huaizhen la veía, su atuendo era sencillo, su expresión tranquila. Simplemente estando allí, sin maquillaje, la brillante luz crepuscular parecía atenuarse tres puntos. Lo más admirable era que su cuerpo irradiaba una fuerza inexplicable que tranquilizaba a la gente.

Pei Huaizhen respiró profundamente, sintiendo de repente que su propia vestimenta elaborada parecía algo irónica.

En términos de belleza, ella no perdía ante Xīxiá, pero el hecho de que la otra jamás tuviera la intención de competir con ella la frustraba inmensamente. Si te preparas meticulosamente, pero tu oponente es demasiado débil, la victoria carece de sentido.

Xīxiá miró a Pei Huaizhen. La túnica de fénix de la Emperatriz estaba bordada con hilo de oro, su corona dorada seguía brillando deslumbrante bajo la luz del atardecer. Sin embargo, todos estos objetos mundanos no podían compararse con la belleza que superaba a todo el reino. No obstante, la expresión de aquella belleza era tan fría, tan inaccesible.


—Tengo algo que decirle a la Princesa.

—Que Su Majestad se siente, por favor.


Princesa Xīxiá le cedió el asiento, ella solo se sentó de lado.


—La Princesa ya debe saber lo que sucede en la corte. Los ministros exigen a Su Majestad que elija pronto un esposo para la Princesa—, dijo Pei Huaizhen, yendo directo al grano.


Princesa Xīxiá se quedó atónita. Era evidente que el Emperador le ocultó la noticia y nunca le había informado sobre los asuntos de la corte.

La expresión de Pei Huaizhen era tranquila y fría, con un toque de furia en sus cejas:


—La Princesa ya tiene edad para casarse y sigue desperdiciando sus años en el palacio. Los ministros no pueden soportarlo y, naturalmente, desean elegir un buen partido para usted.


Princesa Xīxiá se quedó inmóvil, como si le hubieran echado un balde de agua fría encima.

Pei Huaizhen bajó la cabeza, recogió el bordado que estaba a un lado y acarició con sus dedos delgados los exquisitos peonios. Sonrió:


—Acaban de cultivar un nuevo peonio Wei Zi en el palacio, dicen que es el rey de los peonios. Lo encuentro muy hermoso, pero es una pena que un púrpura maligno le quite el esplendor al rojo (malos elementos eclipsando a los buenos), después de todo, no es algo bueno.


Al terminar de hablar, levantó la cabeza y miró a Princesa Xīxiá. Su expresión no cambió, pero su sonrisa se redujo levemente:


—¿Comprende mi significado, Princesa?


Xīxiá siempre había llevado una espina sangrante en su corazón, incrustada en su carne. Ahora, al ser tocada de repente, la herida se abrió. Instintivamente, abrió la boca rápidamente, como si quisiera decir algo, pero finalmente no dijo nada.

Pei Huaizhen conocía el dolor de Princesa Xīxiá. Disfrutaba de ese dolor, disfrutaba de la humillación y la tristeza en los ojos de su oponente. Lo que esa pareja de amantes le había dado, ella se lo estaba devolviendo mil veces. Al ver los ojos de Xīxiá, puros como el cristal, llenarse de lágrimas que intentaba reprimir desesperadamente, Pei Huaizhen sintió una alegría inusual.

Pei Huaizhen era orgullosa y de métodos astutos. Podría haber manejado este asunto de una manera más sutil, sin dejar rastro, para que el Emperador no pudiera culparla. Incluso podría haber actuado en secreto, esperando tranquilamente a que Xīxiá se casara. Así, eventualmente habría encontrado la manera de hacer que Yuan Jinfeng regresara. Pero ella misma había cortado ese camino con sus propias manos.

¿Regresar? No, nadie podía regresar. Ahora que habían llegado a este punto, todos debían luchar, luchar hasta la muerte. Por eso había venido, abiertamente, a la vista de todos. Anhelaba fervientemente ver la reacción del Emperador ante este asunto. Ella quería provocarlo.

Esta provocación era un juego estimulante. Sabía que no le reportaría ningún beneficio, pero disfrutaba haciéndolo.

Si yo sufro, ustedes deben sufrir más que yo.

Si no pueden darme amor, entonces ódiame, ódiame por toda la eternidad, porque yo separé a estos amantes. Yo soy la mujer más malvada del mundo.

Sin embargo, la falta de una reacción excesiva por parte de Princesa Xīxiá la sorprendió mucho.

Xīxiá, ya tienes una edad, no puedes ser una idiota, ¿verdad? ¿Por qué no refutas, por qué no contraatacas? Pei Huaizhen sonrió:


—La Princesa actúa como si fuera completamente inocente. Si la gente no supiera la verdad, realmente pensaría que la estoy intimidando.


El rostro de Princesa Xīxiá perdió todo el color, volviéndose pálido y transparente, pero su expresión se afirmó lentamente:


—Su Majestad, me casaré. Que este asunto termine aquí. Espero que nadie más lo mencione.


Una pizca de sarcasmo se encendió en la mirada de Pei Huaizhen:


—¿No lo amas mucho? ¿Te rindes tan fácilmente?


Princesa Xīxiá miró en silencio a la Emperatriz, noble y elegante, con una mirada sincera:


—No, todavía lo amo. En aquel entonces, él no era el Emperador, solo un prisionero, yo no era una Princesa, solo la única hermana pequeña que permanecía a su lado. Sin embargo, no sé cuándo, empezamos a amarnos. Tal vez fue un arreglo pecaminoso, tal vez fue la misericordia del cielo, pero hemos sobrevivido juntos como las cigarras en la oscuridad hasta hoy.


La mano de Pei Huaizhen se apretó poco a poco:


—¿Me estás presumiendo?


Princesa Xīxiá negó suavemente con la cabeza:


—No, solo quiero decirte que, para quedarme a su lado, podría haberme vendado los ojos, tapado los oídos, vivir fingiendo en este palacio profundo, sin salir ni ver a nadie por el resto de mi vida, incluso podría entregarle esta vida. No me importa lo que piensen los demás de mí, pero... me importa lo que piensen los demás de él. Él tiene demasiadas cosas que hacer, y yo soy como agua sucia que solo ensuciará su vida. Por lo tanto, estos días que robé, debo devolvértelos.


Pei Huaizhen no se sintió feliz. La miró, con la expresión conmocionada:


—¿Me estás cediendo?


No, ella no necesitaba que nadie le cediera. Ella era Pei Huaizhen; nunca había perdido ante nadie.

Xīxiá, sin embargo, sonrió levemente. Su sonrisa parecía más hermosa que la puesta de sol:


—Emperatriz, usted lo ama con la identidad de una Emperatriz, pero yo lo amo con el sentimiento de una mujer. Usted se enoja porque cree que hemos humillado su dignidad. Pero quiero decir que ningún hombre es un tonto, ellos pueden discernir. Él sabe exactamente por qué usted lo ama. Si estuviera dispuesta a dejar su orgullo, él la amaría, algún día la amaría.


Pei Huaizhen se quedó paralizada. Miró a la mujer que tenía delante y, poco a poco, comenzó a entender por qué Yuan Jinfeng la amaba tan profundamente.

Si ella fuera un hombre, probablemente también se enamoraría de ella.


—Mira, está lloviendo.


Xīxiá giró la cabeza, mirando sonriente el exterior del pabellón.

Pei Huaizhen no habló durante mucho, mucho tiempo. Solo cuando el cielo se oscureció por completo, dijo en voz baja:


—¿Amarlo de todo corazón con el sentimiento de una mujer, realmente sirve?


Xīxiá, que había estado mirando la lluvia, se dio la vuelta y sonrió en silencio:


—Creo que no hay nadie en este mundo que no te amaría.


Fue como si una cálida corriente fluyera lentamente hacia su cuerpo, llenando inadvertidamente el vacío de su corazón. Pei Huaizhen se calmó lentamente. Miró a Princesa Xīxiá. De hecho, ¿cómo podría haber alguien en el mundo que no amara a Pei Huaizhen?












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Un mes después, Princesa Xīxiá se casó según lo acordado. Una comitiva de músicos de la corte, vestidos con túnicas de color carmesí oscuro, encabezó la procesión. Cientos de damas de palacio llevaban obsequios preciosos y deslumbrantes detrás de la silla de manos. A lo lejos, al final de la guardia de honor, había una densa multitud de funcionarios civiles y militares que habían venido a felicitar. La boda de la Princesa fue grandiosa y solemne, superando incluso las especificaciones de la entrada al palacio de la Emperatriz. Sin embargo, en medio del clamor, solo Pei Huaizhen sabía que la novia sentada en la silla de manos había obligado a ese hombre que la amaba a ceder mediante una huelga de hambre. Ella había sido tan resuelta, tan despiadada, que había herido profundamente el corazón del Emperador.

Nadie podía herir al Emperador, cuya voluntad era firme como el hierro e invulnerable, solo su amada, su querida Xīxiá, podía hacerlo.

Pero Pei Huaizhen tenía una vaga premonición de que todo esto no era más que el comienzo. Nadie sabría lo que vendría después.

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