Mi deseo son dos camas separadas 134
Pasado - Preparándome para amarte (3)
—¡Plaf!
—Ay, madre mía...
murmuró Julia aturdida, soltando el aire que había estado conteniendo mientras aterrizaba con seguridad en los brazos de Endymion.
Lo había hecho por impulso, pero aún no podía creer lo que acababa de hacer.
Mientras Julia parpadeaba, todavía estupefacta, Endymion la bajó de sus brazos. Luego, ayudó a calzarse de nuevo los zapatos y le tendió la mano.
—Agárrate.
Julia miró fijamente aquellos dedos largos y firmes extendidos hacia ella.
En ese momento, desde la ventana abierta arriba, llegó la voz confundida de Madame Guetys:
—¿Su Alteza la princesa heredera? ¿Dónde está?
—Ah...
Los ojos violeta de Julia, que brillaban un instante antes, se oscurecieron de repente. Incluso bajó la cabeza, como decepcionada.
Endymion la observó un momento en silencio, luego movió ligeramente la mano que le tendía. Su rostro, inicialmente indiferente, se llenó de curiosidad.
—Vamos, rápido.
—¿Adónde...?
—A huir.
Justo en el instante en que los ojos violeta de Julia se abrían como platos, Endymion agarró su mano y echó a correr.
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Los dos regresaron en secreto al palacio del príncipe heredero.
Pero no por la entrada principal, sino por un atajo cuya existencia desconocían.
Cuando Julia abrió una antigua puerta cubierta de enredaderas al final del sendero trasero del palacio, dejó escapar un grito de asombro al descubrir un claro oculto.
—¡Este lugar…!
—Es el campo de entrenamiento de esgrima.
Era el único rincón del opulento y abrumador palacio del príncipe heredero donde el verdor de la naturaleza aún florecía con frescura.
Sin embargo, como Julia no recibía clases de esgrima, no tenía permitido el acceso. Incluso Endymion, quien sí asistía a dichas lecciones, solía practicar en los amplios campos bien cuidados, no en este lugar cubierto de hierba salvaje.
Por eso, este sitio había quedado en el olvido.
—¡Guau, es increíble!
Aquél rincón escondido dentro del palacio, rodeado de enredaderas verdes por todos lados, parecía un refugio íntimo, como si solo existiera para ellos dos en todo el mundo.
Julia miró a su alrededor, disfrutando de la tranquilidad, y caminó con pasos ligeros hacia el centro del campo, donde la hierba y las flores silvestres crecían en abundancia.
Mientras tanto, Endymion se apoyó contra el tronco de un gran árbol en el borde del claro y se dejó caer para sentarse.
—Descansa un poco.
—¿Eh?
—Yo ya descansé. Ordenaré a los sirvientes que lo anuncien, así que tú también tendrás dos días de permiso. Por equidad.
Ante su explicación lacónica, Julia no pudo evitar sonreír con picardía. En cuanto terminó de hablar, corrió hacia él y se arrodilló frente a su posición, juntando las manos sobre sus muslos.
—¿En serio? Pero Madame Guetys no se quedará quieta… Seguro que vuelve a hablar de "dignidad" y esas cosas.
Su voz, mitad sincera y mitad bromista, hizo que el ceño de Endymion se frunciera levemente.
En sus ojos se reflejaba Julia, sonriendo como de costumbre. Sus grandes ojos centelleantes como amatistas, aunque algo más relajados, aún guardaban tensión.
—Esas ridiculeces de la casa ducal… Tú eres la princesa heredera. Si hay algo que quieras, dilo sin preocuparte por los demás.
Endymion, incapaz de ofrecer consuelos delicados o palabras de aliento, la defendió a su manera torpe.
Sin siquiera entender del todo qué sentía él mismo.
Simplemente, pensó que no cuadraba ver a una chica tan alegre y radiante tan intimidada. Le disgustaba que la noble princesa heredera se retrajera ante los demás, preocupándose por lo que pensaran.
Cuando Endymion habló con frialdad, Julia parpadeó lentamente y murmuró:
—Madame Guetys dijo que no debería descansar... Que como soy inferior a los demás, debo esforzarme más que ellos.
—Vaya pésima instructora. ¿Cómo se atreve a hablarle así a la princesa heredera?
Endymion lanzó las palabras como un veneno.
¿Acaso esa mujer, puesta como instructora, osaba menospreciar a alguien a quien él, el príncipe heredero, trataba como excepción?
—Habrá que despedirla de inmediato. Te conseguiré otro buen maestro.
—No, no lo hagas. Quiero ganar con mis propias fuerzas.
Julia extendió la mano con una sonrisa. Mientras daba palmaditas suaves en el dorso tenso de Endymion, le lanzó una mirada burlona pero dulce.
—Es verdad que me cuesta, pero al final tengo que hacerlo, ¿no? Madame Guetys es una instructora capaz, así que quizá sea mejor esforzarme más y superarlo. Cambiarla solo porque me hace sentir mal sería como huir, y no quiero eso. Prefiero lograrlo y hacer que se trague sus palabras cuando vea que no soy tan 'inferior'.
—Tú...
—En serio, estoy bien.
Como si supiera lo que él iba a preguntar ("¿Por qué te esfuerzas tanto?"), Julia lo interrumpió con su respuesta.
Aunque algo cansada, su mirada era firme. Sus ojos violeta, brillantes como el rocío, lo miraban directamente.
—De verdad. Estoy bien.
Su voz sonó como un hechizo que se lanzaba a sí misma. Y así, Endymion no pudo decir nada más.
Quizá, si hubieran pasado más tiempo juntos, si la conociera más a fondo... las cosas habrían sido diferentes. Pero a sus 14 años, aún era torpe.
—...La próxima vez que esa mujer se pase de lista, no la dejes pasar.
En lugar de consolarla con un tierno "eres más que suficiente", Endymion respondió con su habitual sequedad.
Aún era un muchacho inmaduro que ni siquiera entendía sus propios sentimientos. Pero Julia sonrió como si con eso le hubiera dicho todo lo que necesitaba oír.
—Entonces... ¿puedo contestarte de vuelta?
—Sí.
—Mmm... ¿Y si luego vas a quejarte con tu madre o tu padre?
—Tráemelos a mí. Les advertiré tan fuerte que no se atreverán.
—Pfft. ¡Eres adorable!
—¿Qué?
—Nada, digo que eres impresionante.
Cuando Endymion, incrédulo, le preguntó, Julia se hizo la despistada. Luego, de un salto, se levantó, entrelazó las manos tras la espalda y comenzó a pasear alrededor del claro.
—Qué suerte tienes. Puedes practicar esgrima al aire libre todos los días. En la educación para reina no hay nada así.
—... ¿Quieres hacerlo?
—Sí. Aprendí tanto arco como espada... pero como hace tanto que no practico, pronto lo olvidaré.
Julia murmuró que las clases para futura reina, siempre encerrada, la asfixiaban. Endymion, que la escuchaba en silencio, se levantó decidido y se acercó.
—Yo te enseñaré.
—¿El qué? ¿E-espera, ¿esgrima?
—Sí. Cualquier cosa de lo que yo aprenda... si tú la quieres.
Al instante, Julia lanzó un grito de alegría y abrazó el cuello de Endymion.
El chico se quedó petrificado, sorprendido por la chica que se colgaba de él de puntillas.
—¡Gracias, mil gracias!
Pero la chica, que lo había abrazado con fuerza y luego lo soltó sin más, no tenía idea de nada y lo empujó por la espalda, ansiosa por comenzar de inmediato.
Endymion, que se había quedado tieso por la incomodidad, pronto reaccionó y trajo espadas y arcos.
Así, durante todo ese día, hasta que el sol se ocultó en el horizonte, los dos tuvieron su propia lección privada en el olvidado campo de entrenamiento.
Solo al anochecer regresaron.
El palacio, que se había alborotado al descubrir que la princesa heredera había desaparecido durante sus clases, se calmó bajo la intervención de Endymion.
'Me aburría solo, así que obligué a la princesa heredera a acompañarme'
dijo, echándose la culpa. Los reyes, por su parte, solo le reprendieron levemente a él y dejaron pasar el asunto.
—Hoy fue increíble, Endymion. ¿Entonces me llevarás contigo de ahora en adelante?
—Sí.
—¡En serio, me encanta, me encanta demasiado! Ahora siento que puedo respirar sin esa opresión. ¡Y pensar que podré seguir practicando esgrima! ¡Creo que esperaré con ansias cada amanecer!
Julia lo gritó con el rostro enrojecido de emoción, tumbada en la cama junto a él.
Era la expresión más feliz y emocionada que había mostrado en meses, Endymion ya ni recordaba el regaño.
Todo se volvió perfecto con sus ojos violeta llenos de vida, sus mejillas animadas y su voz alegre.
—Duerme bien. Nos vemos mañana al anochecer en el campo de entrenamiento. ¡No lo olvides!
—Bien. Buenas noches.
Confirmando su promesa de encontrarse cada noche en secreto para las lecciones de esgrima, los dos se durmieron.
Endymion cerró los ojos con satisfacción. El sonido de la respiración emocionada de Julia a su lado lo hizo sentir igual de eufórico.
Pero quizás ese juego era demasiado superficial para sustituir la nostalgia.
—Snf... hic...
Plena noche, en el silencio del dormitorio.
Un sonido entrecortado, apenas perceptible, fue lo que hizo que Endymion despertara lentamente del sueño.
—...Quiero... volver a casa...
El corazón le dio un vuelco. Endymion abrió los ojos de golpe y se giró hacia el otro lado.
—Snf…
A través de la abertura del dosel, la luz pálida de la luna se filtraba. Bajo ella, el cabello dorado de Julia, empapado de lágrimas, se esparcía desordenado sobre la almohada.
Con extrema delicadeza, Endymion extendió la mano y, con dedos helados por el miedo, apartó su melena detrás de la oreja.
Quedó al descubierto un rostro adorable, pero empapado en lágrimas, pálido como la cera.
—...Hic... snf...
Julia estaba llorando.
Incluso en sueños, su cuerpo se estremecía ligeramente, empapado en lágrimas, como un pajarito caído del nido.
Sus mejillas, que al acostarse estaban sonrosadas como pétalos, ahora parecían de porcelana blanca.
—Quiero... volver... a casa...
¿Cuánto tiempo llevaba así?
¿Habría llorado así todas las noches? Repitiendo en sueños, una y otra vez, ese deseo imposible.
'¿Por qué no lo noté antes?'
¿Por qué no se dio cuenta de que su esposa, esa chica que siempre sonreía tan brillante, sufría en silencio? ¿Por qué no vio que ni las clases de esgrima ni los días de descanso podrían aliviar una tristeza tan profunda?
Endymion acarició su mejilla con expresión aturdida.
Húmeda y fría, como la de una muñeca sin alma. Tan ajena.
—...Julia.
El joven apretó los labios mientras la acariciaba lentamente, pero el calor de sus manos era demasiado débil para consolarla.
—Papá...
Esa simple palabra le aplastó el corazón.
¿Acaso nada de lo que hiciera podría pesar tanto como esa palabra? ¿No había manera de abrazarla lo suficiente para que fuera feliz a su lado?
Sus dedos se tensaron al acariciarle la mejilla.
Se mordió el labio inferior con tanta fuerza que brotó sangre.
Pero Endymion solo podía hundirse en la desesperación, tan profunda como la noche misma.
—Quiero volver a casa...
Al oír esas palabras, todo su cuerpo tembló.
Ya no pudo contenerse. La atrajo hacia sí con fuerza.
—...No puedes.
Le aterrorizaba que ese tenue calor desapareciera.
Aunque su pequeño cuerpo cabía por completo en sus brazos, no podía evitar sentir que se le escaparía.
Endymion apoyó la barbilla sobre su cabeza, asegurándose de que cada hebra de su cabello quedara atrapada contra su pecho, y apretó aún más.
Naturalmente, la tela de su camisa se empapó donde su rostro estaba presionado.
—No te vayas. Prometiste quedarte a mi lado. Dijiste que no me abandonarías, que siempre estarías aquí.
—Snf...
Ella no mostraba señales de esto estando despierta.
Seguramente solo lo anhelaba en sueños. Como un espejismo: algo que deseaba con locura mientras dormía, pero que al despertar olvidaba por completo.
Por eso no podía despertarla ahora.
Si lo hacía, quizá se daría cuenta de lo que realmente quería... y se iría para siempre.
Debía actuar como si no lo supiera.
Dejar que este momento pasara en silencio.
—Por favor... no te vayas.
'Eres todo lo que tengo. Mi única luz'
La voz de Endymion suplicaba con desesperación.
Raspada y quebrada, como si llevara gritando horas.
Y entonces miró a Julia con ojos temblorosos, como si solo una promesa de que no se iría podría calmarlo.
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