BATDIV 46








BATALLA DE DIVORCIO 46



Tras el banquete, el salón se llenó con las notas de una elegante melodía. Daisy observó con aire ausente a las parejas que giraban al compás de la música. Sabía que en las fiestas de la alta sociedad el baile era esencial, pero para ella era como un mundo ajeno.

1, 2, 3. 1, 2, 3.

Un ritmo familiar.

'Un vals'

Mentalmente, Daisy repasó los pasos al compás. Movió los pies apenas un poco, lo suficiente para que nadie lo notara.

'Vaya, todavía lo recuerdo'

Lo aprendido con el cuerpo nunca se olvida del todo.

'Se me da bien el vals'

Pero ¿de qué servía? Eran pensamientos inútiles. Esbozó una sonrisa amarga.

También conocía lo básico de los bailes sociales. En su oficio, nunca se sabía qué habilidades podrían ser necesarias. Lo mismo aplicaba para los modales en la mesa o el protocolo básico.

'Cuando eres una espía infiltrada entre la élite, terminas tratando con demasiados hombres adinerados'

Era lógico haberlo aprendido.

La gran duquesa viuda, tras presentarle a una vieja amiga, se excusó para charlar en privado.

'Claro que sí'

Casi parecía que lo hacía a propósito.


—Debes socializar. Es importante para tu futuro.


Recordando sus palabras, Daisy entendió el mensaje oculto: «Prepara tu vida después del divorcio.»

'¿Para qué quiero conexiones con la élite? Cuando esto termine, volveré al orfanato'

Aunque llevaba joyas caras y zapatos de diseñador regalados por su marido, ese no era el mundo al que pertenecía.

'No. Mi lugar no es aquí'

Su verdadero hogar estaba con las monjas y los niños, donde podía ser simplemente Daisy.

Así que todo esto era inútil.

Al final, se quedó sola en aquel salón inmenso.

'¿Y ese idiota no va a bailar?'

Miró hacia la mesa principal, buscando a su marido.

Maxim no bailaba. Seguía sentado, bebiendo champán. Y, como siempre, su mirada estaba clavada en ella.

'¿Por qué no deja de mirarme?'

Era incómodo. Las palabras de la gran duquesa viuda resonaban en su mente:


—No puede apartar los ojos de ti. Esto no será fácil.


No era su imaginación. Si la anciana lo había notado, era real. Daisy volvió a mirarlo, comprobándolo.

'Sí. Definitivamente me está mirando'

Otra vez. Sus ojos se encontraron.

¿Y si era verdad?

¿Y si todavía estaba obsesionado con ella?

Era una suposición absurda, pero...

'No tiene sentido. Si realmente me deseaba hasta las lágrimas, ¿por qué de repente tuvo una aventura?'

'¿Por qué desapareció?'

'¿Por qué me regaló esos zapatos, como un símbolo de despedida?'

'¿Y esa carta? Esas palabras que sonaban tan definitivas…'

'…Esto es un infierno'

Su mente era un campo de batalla de contradicciones. Ideas incompatibles chocaban con furia, haciendo que le estallara la cabeza. «Si al menos tuviera papel y pluma para organizar este caos...»

Ambas premisas parecían tener sentido. ¿Pero cuál era la correcta?

No. Espera.

¿Y si las dos eran ciertas?

¡Ajá!

Daisy, repentinamente iluminada, aplaudió sola como si hubiera resuelto un enigma.

Recordó los escándalos de la alta sociedad que leía en los tabloides. Lady Gladys, a quien acababa de saludar, era solo una amante, pero su reputación eclipsaba a la de la mismísima Condesa McCarthy.

Muchos nobles eran hipócritas con el hábito sórdido de mantener amantes además de sus cónyuges.

'Quizás Maxim von Waldeck es uno de esos'

'Qué asco. ¿Quién se creen que son?'

Criada por monjas, Daisy tenía valores conservadores. Creía en el matrimonio monógamo… hasta el punto de sentir repulsión física al imaginar a su marido con otra persona.

Pero mientras Daisy von Waldeck era recatada, Maxim von Waldeck era un pervertido sin remedio.

¿Y si quería tenerlas a ambas? ¿A su esposa y a su amante? En ese caso… ¿aceptaría el divorcio?

Imaginó enfrentarlo con dignidad:

-¡No toleraré tu infidelidad! Exijo el divorcio.

-¿Y por qué habría de concedértelo?

«Desgraciado.» Con su historial, era capaz de algo así.

Solo de imaginarlo, le ardían los puños.


—Ya te lo dije. Mi último deseo es morir dentro de ti.


'Lo siento, pero si dice esa estupidez, lo mataré antes de que lo logre'

No le importaba el cielo ni el infierno. Su orgullo era más importante.


—¿Qué haces aquí, hija?


Una voz familiar la sacó de sus pensamientos. Conde Therese, arquitecto de este desastre, sonreía con falsa dulzura.


—Solo estoy parada.

—¿Bailas con tu padre?

—No gracias. Si solo va a decir tonterías…


Apretó los dientes.


—Hágame el favor de desaparecer.

—¿Algún problema?

—¿De qué habla?

—Escuché que… aún no lo han consumado.


'¡Esa bruja de Rose no pudo mantener la boca cerrada!'

Daisy sintió una vena palpitante en su frente mientras clavaba la mirada en Conde Therese.


—No es que no pudimos, es que no quisimos. Infórmese antes de hablar.

—Jugar al difícil está bien, pero no exageres. Podrías quedarte sin juguete.

—…Sí.


¿Para qué discutir? Solo acabaría con la boca seca. Respondió con el alma ausente.


—Los hombres belicosos son así. Les encantan las mujeres. Diez, veinte… no rechazan a ninguna.

—Claro. Como diga.

—No te confíes solo porque está obsesionado contigo. Recuérdalo.


¿Desde cuándo se dio por sentado que dormiría con Maxim? Ya era injusto, pero ahora encima le daban consejos no solicitados. Le hervía la sangre.

'Necesito mi revólver'

Deseó alzar su falda y sacar el arma de su muslo.


—Lárguese. Ahora. Si no quiere un escándalo público.

—Vaya modales. Como quieras.


El conde le dio unas palmaditas en el hombro (como si fuera un elogio) antes de unirse a otro grupo.

El tiempo pasó con monotonía. Varias piezas musicales sonaron, pero nada cambió. Maxim alternaba entre conversaciones esporádicas y tragos interminables de champán.

'Yo también quiero beber'

Daisy llamó a un sirviente y tomó una copa.




Glup. Glup.




La vació de un trago. «Este corsé no me deja digerir…»

Mientras se golpeaba levemente el pecho para aliviar el ardor, alguien se acercó.


—Buenas noches.


¿Quién era este?

Una copa y ya no recordaba nombres. Buscó en su memoria la lista de nobles importantes que había estudiado. El hombre esperaba su respuesta con una sonrisa.


—…Ah, buenas noches.

—Su discurso fue conmovedor. Y tiene una voz encantadora. El gran duque es afortunado.

—…Gracias.


El hombre extendió la mano con elegancia hacia Daisy, que se mantenía rígida.


—¿Me concedería el honor de bailar?


Una invitación. Daisy forcejeó una sonrisa incómoda.


—Lo siento, no sé bailar.

—Yo puedo guiarla.

—En serio, no tengo idea. Sería un desastre.

—Entonces, tal vez una copa…


Persistente. Claramente buscaba algo más. La irritación de Daisy escalaba.


—¿Son amigos?


Entonces, llegó el intruso.

Su esposo, Maxim von Waldeck.

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