BATDIV 42








BATALLA DE DIVORCIO 42



El día de la fiesta en honor al regreso de Maximilian von Waldeck.

Desde temprano, la mansión de los Waldeck bullía de actividad. Era un día histórico: las dos mujeres de la familia, que hasta entonces habían permanecido en las tierras periféricas, por fin harían su entrada formal en el palacio real.

Al menos, para la antigua duquesa viuda, era un momento trascendental. Aunque su influencia se había desvanecido, ella seguía siendo noble hasta la médula.

Nacida de un linaje impecable, casada con hombres de igual prestigio, jamás en su vida había dejado de ser aristócrata.

Pero para Daisy —que hasta hacía un año ni siquiera tenía apellido— era distinto.

Vestida con un traje que le oprimía el torso, solo veía un agotador día de protocolo por delante.

'No quiero ir. Solo quiero descansar'

Incluso en su propia casa, añoraba estar en casa.

Daisy observó su reflejo en el espejo: ajustada, maquillada, adornada.

Con tantos accesorios caros, casi lograba parecer una dama de alta cuna.

Como siempre, pensó que fingir era más fácil que ser.

'Allí no tendré nada que hacer. Solo iré a sufrir'

Hasta hacía poco, esta fiesta había sido su «día decisivo», pero factores externos habían resuelto sus problemas antes de tiempo.

Por si acaso, lo había confirmado por todos lados:


—Rose, ¿qué significa que un hombre te regale zapatos?

—Que te largues. ¿No lo sabías?


Preguntó a Mel con más sutileza:


—Si alguien te regalara zapatos diciendo que es para «celebrar un nuevo comienzo», ¿qué sentirías?

—Pensaría: «Qué pena, una relación hermosa ha terminado».

—......

—Ah, cierto. Cuando me licencié, mis compañeros me regalaron zapatos.


Hasta los sirvientes confirmaron que Maximilian seguía evitando la mansión. Solo había enviado los zapatos y una carta a través de su ayudante.

Daisy llevaba una semana durmiendo sola en una habitación enorme.

La gran duquesa viuda le había soltado un discurso interminable sobre el «honor» de ser recibida en palacio.

'Un título no basta —decía—. Hay que llevar el orgullo de la nobleza en el alma'

Y solo con suerte, añadía, se lograba audiencia con el rey.

Daisy no entendía ese «orgullo», pero estaba segura de que era algo trivial.

¿Qué orgullo podría tener una duquesa falsa como ella?


—Aguante la respiración, alteza.


Rose le dio unas palmadas en la cadera y ajustó los lazos del vestido.


—Ugh… Demasiado apretado.

—Es lo que hay.


respondió Rose, tirando del cordón como si quisiera estrangularla.


—Pero…

—Los nobles aguantan. Alteza.


'Parece que disfruta maltratándome'

pensó Daisy al ver la sonrisa burlona de Rose mientras le ajustaba el corsé hasta dejarla sin aliento.

Desde la ropa interior asfixiante hasta el vestido que le moldeaba cada curva. Daisy, que de por sí tenía digestiones difíciles, sentía que iba a vomitar sin haber comido nada.


—¿Será que le da vergüenza lo grandes que tiene las tetas?


De pronto, recordó a su marido, quien solía soltar comentarios obscenos como ese. "Antes de engañarme, decía esas cosas con una sonrisa de pervertido…". Daisy suspiró.


—En fin, por favor, no más ropa interior apretada. Solo me da agruras y hace que todo se me suba.


Aunque sus palabras fueran vulgares, tenían cierta lógica. Una lógica con la que Daisy, a su pesar, coincidía.

Pensar en su marido infiel le provocaba una mezcla de emociones.

'¿Qué hago?'

Desde que descubrió el adulterio, solo podía preguntarse cómo debía actuar una esposa legítima (aunque solo de nombre) en esta situación.

'¿Y si me encuentro con su amante en la fiesta?'

Aún no sabía quién era, pero si pertenecía a la nobleza, las probabilidades eran altas.

¿Sería natural enfurecerse?


—¡Perra, hoy te has topado con la equivocada!

—¿Cómo te atreves a robarme a mi marido? ¡Pedazo de…!


…Esa sería la versión callejera.

¿O debería, como duquesa, optar por algo más elegante?


—Encantada. ¿Eres la que se acuesta con mi marido?

—Espero que satisfagas sus deseos pervertidos. Cuídalo bien.


Resultaba grotesco. Mantener la compostura podría hacerla parecer aún más patética.

Pero necesitaba una estrategia. Si manejaba bien la situación, podría ganar ventaja en el divorcio. "Tal vez debería consultar a un abogado…".

Al menos así obtendría una buena indemnización. "Un millón de coronas, mínimo."

Antes, esa cifra la habría emocionado. Ahora, ni siquiera le provocaba nada.


—¡Alteza, está usted bellísima! Parece un ángel bajado del cielo.


Mary saltaba de emoción, exagerando como siempre.

Y sí, quizá estaba más arreglada que en su propia boda. Aquel matrimonio apresurado, con un vestido prestado y sin ramo…


—Tome.


Ah, no. Hubo ramo. El ramo de margaritas que Maximilian le entregó era hasta tierno.

Un manojo sencillo, pero por eso mismo le gustó. Incluso en medio de aquel momento incómodo, aquellas florecitas la ayudaron a aguantar.

'¿Habrá elegido margaritas porque mi nombre es Daisy?'

En ese entonces no lo pensó, pero ahora le parecía posible.

'Bah. ¿Qué importa? Al final me puso los cuernos'

Su ilustrísimo esposo, el gran duque, brillaba por su ausencia. Como si se hubiera mudado directamente con su amante.


—Si la sigo mirando, me sangrará la nariz. Es la mujer más hermosa que he visto.

—Qué peloteo.


refunfuñó Rose, molesta.

Mary, haciendo caso omiso, le dio a Daisy un pulgar arriba.


—Iré a preparar el carruaje.


Cuando Mary salió, quedaron solas.


—Dios, qué pesada es esa bestia musculosa.

—Cállate tú también.


le espetó Daisy, seca, cuando Rose se burló.


—¿Por qué estás tan tensa hoy? ¿Eh? ¿Estás nerviosa por lo de deshacerte de él?

—Deberías hacer algo con esa lengua vulgar. Da miedo pensar que alguien pueda oírte.

—Solo estamos nosotras, ¿qué importa? Relájate, mocosa. ¿Por qué estás tan pálida? Hasta una erección se desmayaría al verte.


Daisy no quería oírlo. ¡Maldita erección! Seguro que en ese momento estaba divirtiéndose en otro lugar. Que se le parara o se le muriera, ¿a quién le importaba?

No sabía si era consciente de su conflicto interno, pero Rose parecía absurdamente entusiasmada con algo que ni siquiera le concernía.




Pshhh




Rose roció un perfume de origen dudoso. Sin mirar siquiera, lo atomizó exageradamente, haciendo toser a Daisy.


—¡Cof, cof! ¿Q-qué es esto?

—Joder, es un perfume carísimo, te lo estoy regalando. Esencia de tentación. Con esto, ningún hombre con algo entre las piernas podría resistirse.

—¡¿Y no podías avisar antes de rociarlo?!


Daisy estalló, irritada.


—Y justo antes de hacerlo, si levantas los ojos así… húmedos y temblorosos… los hombres....

—No quiero oírlo.


Daisy cortó en seco el tutorial de seducción de Rose.


—¿Qué te pasa? Cállate y haz lo que te digo. ¿O quieres terminar en un convento, casta de por vida?

—Sí.


No era un comentario sarcástico. Era su plan real. Daisy solo deseaba que este molesto evento terminara lo antes posible.

















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

















Daisy von Waldeck calzó los zapatos que su marido le había regalado.

"Un buen par de zapatos te lleva a buen lugar", decían. Y no había razón para no usarlos.

'Son bonitos, lo admito.'

Con la mirada fija en las puntas de sus zapatos, Daisy cruzó el jardín.

Era la primera vez en su vida que llevaba unos tan caros y bien hechos.

Si era un regalo de despedida, entonces los luciría con orgullo. "El divorcio es lo que yo también quería, así que gracias por tu bendición para mi futuro." Mantener esa elegancia hasta el final era su deseo.


—¡Señor! ¡Su alteza ha llegado!


El vozarrón de Mary hizo que Daisy alzara la vista.

Allí estaba Maximilian, apoyado contra el carruaje, esperándola.

'...Ahora aparece'

Después de desaparecer una semana. Pensó que se reunirían directamente en la fiesta. ¿Por qué vino?

Vestido de gala, con el cabello impecablemente peinado hacia atrás, parecía brillar incluso a la distancia.

'Dicen que el pan ajeno siempre se ve más grande... ¿O será por el affair? Qué asco, cómo puede verse tan bien siendo un infiel'

Sabía que era un pensamiento mezquino, pero no podía evitar la irritación.

Aunque siempre había deseado divorciarse, ahora que el momento llegaba, admitió que no se sentía tan satisfecha como esperaba.

'Parece... distinto'

Hasta su mirada era diferente. Solía mirarla con arrogancia o sarcasmo, pero hoy parecía aturdido, con los ojos clavados en ella.

'Seguro no durmió por andar de juerga con su amante'

Bien merecido lo tiene.

Daisy dejó escapar un suspiro profundo y se detuvo frente a él.


—Vamos, Max.

—......

—¿Max?


Al llamarlo por segunda vez, pareció reaccionar, extendiendo la mano con torpeza.

Su marido, descarado infiel, parecía averiado. ¿Qué habrá hecho esta semana para terminar así?


—Vámonos, esposa.


¿Qué diablos le pasa?

A regañadientes, Daisy tomó su mano y subió al carruaje.

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