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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 297

El paso del tiempo (36)




—…¿Acaso no ha podido tener una erección desde aquel día?


Luciano, que había entrado primero en la sala familiar, volteó la cabeza hacia su hermana como si no diera crédito a sus oídos. Inés seguía pálida como una enferma, pero su expresión era tan serena que cualquiera habría dudado de lo que acababa de murmurar.


—…¿Qué…?

—Ah. Me refiero al príncipe heredero.


Como si no hubiera esperado que la escucharan, añadió brevemente esa aclaración antes de cruzar con elegancia la puerta que su hermano le abría y tomar asiento como la anfitriona que era. Luciano se dejó caer en un sofá cercano con el rostro congestionado.

Ya era bastante que no hubiera podido preguntar (ni ver) qué había ocurrido en el balcón, pero su expresión dejaba claro qué imaginaba. A Inés le entró el caprichoso deseo de dejarle un poco más en ese estado, como una broma fuera de lugar, pero cuando sus ojos comenzaron a escudriñar con preocupación el aspecto de su hermana, desistió.


—Como ya te dije, estoy bien. No me ha tocado ni con la punta de un dedo.

—Pero entonces, ¿por qué…?


No pudo terminar la frase, como si le avergonzara mencionarlo delante de ella. Desde que Inés había aparecido al borde del desmayo, abriendo la puerta del balcón con dificultad para luego desplomarse entre los caballeros, las conjeturas de Luciano habían ido de mal en peor.

No había habido ningún ruido escandaloso, pero de repente, como si algo hubiera chocado violentamente, la puerta del balcón se había abierto. Y lo que había golpeado no era otra cosa que el cuerpo de Inés, como cualquiera que la hubiera visto podía deducir. Había salido con tal desesperación que parecía haber usado su propio peso para forzar la puerta.

Sin fuerzas ni para empujar, mucho menos para sostenerse, se había derrumbado por completo. No había amenaza alguna que justificara tal desesperación en Inés Escalante, a menos que fuera una huida instintiva, sin tiempo para calcular.

Como Luciano no sabía que su palidez ya venía de antes de que Óscar entrara en el balcón, todo parecía consecuencia de esos breves momentos. Algún burdo poder de ese linaje bastardo que el príncipe heredero habría invocado.



"Señor Valeztena. Llévese a su hermana."

"…..."

"Parece que no se encuentra bien."



Tras abrirse paso entre los caballeros, casi arrancar una pistola de la cintura de alguien y apuntarla en silencio al hombre de confianza del príncipe, al fin le habían concedido permiso. Como si todo aquello perteneciera a otro mundo (o como si no tuviera nada que ver con el rostro exangüe de su hermana), el príncipe se había tomado su tiempo examinándola personalmente antes de permitir que Luciano se acercara.

Hasta entonces, la había sostenido con la naturalidad de quien recoge a un familiar en medio de un alboroto, acariciando su rostro con mirada compasiva y melancólica, como si le doliera que intentara escapar de él.

Aunque solo había visto eso, a Luciano se le había erizado la piel. Era como presenciar estúpidamente cómo Inés caía en un pozo de serpientes. Incluso cuando ella recuperó el sentido poco después y, a diferencia de su hermano, se incorporó con calma, apoyándose en el príncipe con una perfecta reverencia, no pudo matar la sospecha.

De pronto, Inés lo miró directamente.


—Tú mismo dijiste que está tomando Vergoya.


Como si le recordara que él había sido quien se lo dijo. Luciano se pasó una mano por el rostro y suspiró.


—…Hablas como si lo hubieras comprobado personalmente.


El rodeo con que lo dijo no evitó que se torciera el gesto de vergüenza por tener esta conversación con su hermana.


—Perdona. No era mi intención disgustarte.

—Fui yo quien mencionó lo de la erección, así que…


Inés dejó caer otra frase que habría dejado pensativo a cualquiera, mientras recordaba una de las cosas que Óscar, entre jadeos, había repetido:



"....…Cada noche, te veo morir así."



Si hubiera dicho que la veía en sueños con ternura, quizá le habría abofeteado sin pensarlo. Pero Óscar solo veía su muerte, una y otra vez. Inés recordó entonces que su final había sido de los peores imaginables para un ser humano.

Una risa leve escapó de sus labios pálidos y relajados. Quizá el aire familiar de la residencia la estaba calmando. Ahora que Óscar no estaba delante, le resultaba absurdo y hasta divertido.

La forma en que sus ojos parecían a punto de secarse cada vez que hablaba de ese momento no había tenido ni un ápice de mentira.

El escándalo público por el asqueroso secreto del heredero al trono. El precio que Inés había dado a su muerte siempre había sido ese.

No podía empujarlo por un acantilado, pero sí hacerlo resbalar. No podía destruirlo, pero sí sacudirlo…

Nunca había imaginado que su muerte pudiera ser algo tan decisivo.

Que su final sería para él un precipicio.

Que había sido tan útil.


—Cualquier hombre codicioso podría tomar Vergoya.

—¿Cuando sus partes íntimas no responden a sus deseos?

—…¿Te golpeaste la cabeza sin que me diera cuenta?

—Quién sabe. Pero él es…


Un hombre que vio cómo la cabeza de su esposa estallaba ante sus ojos. El trauma de aquel día había marchitado su mente (o sus partes bajas, da igual). En cualquier caso, era un defecto fatal para un futuro emperador.

Puedes enterrar los rumores con dinero y sangre, pero no puedes ocultar la locura de alguien tan evidentemente incapaz de heredar el trono. Un cuerpo que ni siquiera puede consumar el acto con una mujer, mucho menos engendrar un heredero, quizá podría ocultarse un tiempo. Pero entonces, ¿qué sentido tendría el trono? Sería empezar su reinado con una vulnerabilidad expuesta.



"Por mucho que retroceda el tiempo, no puedo salvarte de aquel día. Incluso si vuelves a vivir, aquella versión de ti debe morir. De forma horrible. Tan espantosa que yo, al mirarte, me siento impotente y miserable hasta no poder soportarlo…"

‘......’

"Sentí como si, desde que moriste, siempre estuviera atrapado en una cárcel tan grande como mi propio cuerpo. ‘Antes de que te devolviera a la vida’, no podía ni respirar. No podía oír nada, sin importar lo que dijeran. Tú seguías muriendo. Seguías muriendo... Aunque despertara y abriera los ojos, ahí estabas, como un sueño. Tú, justo antes de morir. Mirándome como si fueras a matarme. Y entonces, podía reírme pensando que, finalmente, todo había terminado. Que pronto serías tú quien me mataría. Pensaba que, tal vez, era mejor que yo muriera, como si fuera la primera vez en que lo pensaba, pero al final, tú volvías a morir..."

"......"

"Muy, muy lentamente, veías lo que no habías podido ver entonces. Como si tu rostro comenzara a retorcerse, la piel desgarrándose, la sangre, un sonido tan fuerte que parecía que tus oídos iban a estallar, un sonido tan largo que parecía que nunca se cortaría..."

"......"

"Ah... Inés, tú... tú no te imaginas. La sensación de que tus pedazos de carne y tu cerebro se derraman sobre mi cabeza, tú no... "

"......"

"No sabes nada de tu muerte. Inés..."



Locura y terror. La debilidad, que se había ocultado bajo la autoridad, se desmoronaba como granos de arena. Y Oscar, estaba completamente loco. En el momento en que lo recordaba, como si no pudiera ocultar nada. Como si estuviera completamente aterrorizado de lo que sucedía frente a él.

Olvidar por completo la historia perdida y las nauseabundas emociones recién fabricadas era lo de menos. Si Oscar realmente estaba viviendo, repitiendo esa memoria todos estos años, entonces el Oscar de ese tiempo no habría podido soportarlo sin volverse completamente loco.

Y cuando ya era lo suficientemente hábil como para ocultar su cerebro enloquecido, debía de haber hecho todo lo posible por encubrir lo que, de todas formas, había quedado irremediablemente irreversible.



"Solo pensaba en ti. Durante más de 20 años, solo pensaba en ti... Aunque quisiera tocarte, aunque fuera por un instante, sabía que no podía, que era una pena que no podía evitar."

"Y sin embargo, siempre tenías mujeres cerca."

"¿Estás celosa como antes?"

"Significa que es difícil creer en tus juramentos."

"No, estás equivocada. Estás equivocada, Inés... No valía la pena ni celarse por esas cosas."



Las mujeres que, aunque de vez en cuando, eran acompañantes como concubinas, las sirvientas de Alicia que pasaban por la habitación...

Al recordarlo, todo parecía demasiado esporádico, como si estuvieran siendo exhibidas a propósito. Por supuesto, no sabía hasta qué punto eso era lo que el príncipe deseaba, ni qué era lo que Alicia realmente quería. Tampoco sabía desde qué punto ellos mismos no deseaban algo.

Por ejemplo, Oscar quería demostrar a la sociedad su vigor sexual, buscando constantemente mujeres, mientras que Alicia, temerosa de que surgiera una mujer especial, podía haber optado por rodearse de mujeres a la vez. Después de todo, era una mujer capaz de hacer eso. Tal vez lo hacía para arruinar deliberadamente la buena reputación de su esposo y luego abrazarla con una actitud que mostrara su poder, o tal vez lo hacía con la esperanza de que él se sintiera más aislado y notara más su propia importancia. Esto también era algo que, sin duda, podía hacer.

No sé en qué grado su adicción había progresado, pero una vez que tomas la droga, la elección de la noche probablemente comenzó a inclinarse hacia Alicia. Las mujeres que entraban en la cámara de la princesa heredera para un orgía no tenían absolutamente ninguna esperanza de que la voluntad del príncipe estuviera implicada.



“Cuando pienso en ti, nadie me hace reaccionar. No he tenido un solo momento de deseo sin pensar en ti... Mi cuerpo está más puro que nunca, Inés.”



Incluso hablando de pureza con ese cuerpo, no podría haber deseado una relación tan desordenada y obvia.



“Ellas no eran más que una sustitución de ti.”



A pesar de trazar una línea, afirmando que todos eran solo sustitutos de ti, como si cualquier persona pudiera actuar como un sustituto para ella si lo deseaba, todo lo dicho no era más que vanidad y pretensiones. Contrariamente a lo que había dicho el caballero esperando afuera de la cámara del príncipe, la orgía ni siquiera habría sido posible desde el principio.

Alicia, por alguna razón, estaba sobreabasteciendo la situación.



“De entre ellas, solo les permití mi cuerpo a las que se parecían a ti. Siempre deseando que algún día pueda abrazar a la verdadera ‘Inés’. Solo abracé a aquellas con cabello negro y ojos como bosques.”



Algunas de ellas, en verdad, habrán sido una ‘sustitución’ de ella.



“Cuando bebía y me drogaba, sentía como si abrazara a la antigua Inés. Entonces, parecía que regresaba a antes de tu muerte...”



Inés tomó la mano de Luciano, que la había sujetado silenciosamente, y recostó su cabeza en el respaldo de la silla. Lentamente cerró los ojos. Aquella mano de su hermano, que nunca había dejado que nada de lo que le pertenecía se dañara, aunque fuera un objeto sin valor para él. Esa mano de Luciano, que nunca habría permitido siquiera el más mínimo rasguño en algo que su hermana valorara.

El hermano que no quería que su hermana tuviera ni el más pequeño rencor.

Era la mano que, aunque odiara y envidiara a Emiliano, nunca habría podido matarlo. Era la mano que habría soportado el odio de ella hasta el punto de que no podía soportarlo más. Si no hubiera sido por la presión de Oscar para salvarla.

Luciano, en otra vida, habría mirado a su hermana que, al final, se había suicidado al intentar salvarla.

La desesperación de esa época era solo de Luciano. Alguien como Oscar no podía ni pensar en la muerte de Luciano y hacerla suya.

Es repugnante hasta el punto de que me tiembla la mandíbula, pero al final fue la debilidad que cayó en mis manos. Emiliano era una sombra lo suficientemente grande para ocultar a Lourdes, y su propio cuerpo seguía siendo la única debilidad que aún podía sacudirlo.

Ya fuera en su deseo o en su miedo.



“Para no repetir el mismo error, te di un respiro que no tuviste en tu vida pasada. Permití que estuvieras cerca de otro hombre. Aunque te marcas a ti misma con estos rastros sucios y lujuriosos, ya no puedo tocar ni un solo cabello de tu cabeza. No puedo permitir que te hagas daño a ti misma... Así que, Inés.”

‘…….’

“Por favor, no pongas a prueba más mi paciencia. Ya no puede haber ninguna otra mujer en mi vida que no seas tú.”

“...”

“Así que, por favor, no me hagas matar a Kassel con mis propias manos.”



El corazón que había estado latiendo a toda velocidad dentro del carruaje comenzaba a volver lentamente a su ritmo habitual.

¿Qué le respondí?



“Pobre Inés, ya no puedes hacer nada con tu muerte. Lo que te revelo ahora es solo para demostrarte mi amor verdadero.”



La imagen de Emiliano apareció borrosamente en mi mente. Mi figura, sentada junto a la ventana, mirando al niño.



“A los veintiséis, tú tenías dieciséis; a los veinte, muerta a los seis; y yo, a los treinta, tenía veinte, y a los veinticuatro, muerta a los diez. Esos diez años que tú llamas castigo y yo llamo bendición. Cada vez que el suicidio se repite, tu vida vuelve atrás exactamente desde el primer suicidio.”

“......”

“Ahora puedes estar segura de tus sospechas. Como yo te resucité, es imposible que tú salves a Kassel.”

“Yo... solo me maté y volví a la vida por mis propios medios. Solo fue un castigo insoportable. Lo de que tú me resucitaste...”

“Si no me hubiera suicidado, en mi mundo, habrías permanecido muerta para siempre.”

“......”

“Al menos ahora estamos vivos juntos, ¿verdad?”

“......”

“Pero si Kassel Escalante muere, en tu mundo, él será solo un muerto.”

“......”

“Si mueres y el tiempo vuelve atrás, en su mundo, nunca más existirás.”



La imagen de Emiliano se distorsionó. La conciencia que vagaba por el pasado comenzaba a desdibujarse. Era como si estuviera a punto de caer en un sueño profundo, como un torrente de agua oscura. Pero Inés, aferrada, persiguió obstinadamente su voz.



“Si él renace después de haber pasado por un tiempo en el que nunca exististe, no podrás renacer, porque eres una pecadora.”

“.......”

“Al menos, como Inés Valeztena.”



¿Qué sentirías si, con todos tus recuerdos, despertaras en un mundo donde nadie que recuerdes exista, cientos o miles de años después? ¿Eh, Inés?

Aunque mueras una y otra vez, si nunca pudieras volver a ver a Kassel Escalante.

En ese momento, parecía que el rostro de Oscar cambiaba. Como si estuviera poseído por algo, como si estuviera diciendo algo más allá de lo que deseaba, como si estuviera contando una historia más antigua, como si estuviera frente a algún Anastasio de los viejos tiempos, allá en las montañas…

Inés, mientras se desmoronaba pálida en el balcón, recordó el momento en que su inconsciente la resucitó por sí misma.



“Inés. Tu capacidad para devolver el tiempo llega hasta aquí.”



Como él dijo, Inés ya no tenía más “oportunidades”.

Y eso era su debilidad, al igual que la mayor debilidad de Oscar.

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