AREMFDTM 298






Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 298

El paso del tiempo (37)




—¿Inés?

—Está descansando en la sala familiar con el señor Luciano.


Por el tono habitual de Raúl, Kassel dedujo que, al momento de su llegada, el estado de Inés no debía ser tan alarmante. Al parecer, la crisis que tanto temían no llegó a manifestarse. En parte era un alivio… aunque, al mismo tiempo, la completa ausencia de síntomas le resultaba inquietante. Permaneció por un instante en el umbral, con la mirada fija en un punto vacío, y tras una pausa silenciosa, se quitó los guantes con elegancia y se los tendió a Raúl antes de echar a andar con paso sereno.


—…Si de verdad quisiera calmarse, debería estar acostada. ¿Llamaron al médico?

—No, sólo pidió descansar en paz.

—Emiliano.

—…….

—El pintor de Bilbao.


No hubo respuesta, sólo el sonido de pasos siguiéndole. Raúl parecía incapaz de encontrar palabras. Incluso él intuía que algo había entre Inés y ese hombre, pero a pesar de haber gestionado todos los asuntos relacionados con él, su verdadera identidad seguía envuelta en sombras, convirtiéndolo en una figura incómoda y desconcertante. Y más aún delante de su señor. No es que hubiese ninguna conexión evidente entre ellos, al menos no en la superficie… así que debía de ser pura intuición instintiva.

Claro que, para Kassel, ya no era más que una historia vacía de sentido.


—Sus cuadros estaban colgados por decenas en la exposición de la princesa heredera.

—¿En la casa Barca? —preguntó Raúl, sobresaltado, antes de volver a insistir—. ¿Cómo llegaron sus obras hasta allí? ¿Contaba con el permiso del arzobispo?

—No lo necesitaba.

—…….

—Debió pintarlos todos antes de partir a Bilbao.


Lo decía como si fuera una suposición, pero su voz llevaba el peso de la certeza. Raúl lo miró de reojo, intrigado, pero cuando Kassel se volvió hacia él, bajó la mirada con respeto y se detuvo.


—¿Todo lo que pintó antes de irse a Bilbao está en manos de don Joaquín? Incluso aquellas piezas que no quiso vender al marchante…

—En principio, sí, salvo por lo que vendió antes de contactar con el marchante o por lo que haya decidido esconder deliberadamente. Desde que comenzó a recibir su mecenazgo, Emiliano entregó a don Joaquín exactamente la cantidad estipulada por contrato. Con ese dinero, se dedicaba simplemente a pintar lo que realmente deseaba… si la suerte no le hubiera sonreído con ese patrocinio, con todo su talento habría acabado condenado a la pobreza. No tenía malicia ni astucia para sobrevivir…


Raúl dijo esto último casi sin pensar, pero enseguida lanzó una mirada cuidadosa a Kassel. Aquella ‘suerte’ a la que se refería no era otra cosa que Inés. Sin embargo, Kassel no mostró reacción alguna, ni el más mínimo cambio en su expresión. Sólo asintió en silencio.


—…En cualquier caso, nunca fue alguien especialmente ambicioso ni apasionado por vender. Hasta donde sé, jamás pidió realizar ventas adicionales fuera del mecenazgo. Incluso los espacios donde trabajaba con otros pintores en la Galería Olly García y sus anteriores residencias, todos le fueron facilitados por don Joaquín. No creo que haya tenido recursos como para mantener un almacén propio.


Un hombre que tardó tanto en conseguir siquiera una sencilla cadena de oro, con la honradez más absurda… ¿cómo iba a tener medios para guardar sus cuadros? Lo más probable es que ni siquiera le quedara dinero para reponer pigmentos o aceite de linaza. Y como había dicho Raúl, incluso en medio de todo eso, se permitía pintar obras que no podría vender al marchante.

Como aquellas que ahora colgaban en la casa Barca.


—Seguramente nunca tuvo la necesidad. Al confiarle todo al marchante, no sólo se ahorraba dinero, sino que además era mucho más seguro. Y don Joaquín no es el tipo de hombre que vendería un cuadro sin tener los derechos sobre él.


Kassel recordó cuánto medía aquel lienzo en el que Emiliano había retratado a Inés de espaldas, mirando a su hijo. Para un pintor pobre, sólo el tamaño del marco debió haber supuesto una carga casi insoportable. Pero alguien que eligió el castigo de la memoria con tal de no volver a verla… ¿realmente habría vendido siquiera una sola de esas imágenes a otro?


—¿Y las obras sobre las que él aún tiene derechos?

—Piensan venderlas por un precio decenas o cientos de veces mayor cuando termine la restauración del retablo de Comercio y el hombre quede libre de Bilbao. Así que, sea como sea, deben estar durmiendo en lo más profundo del almacén del marchante. Incluso en el caso de las obras que siguen siendo propiedad de Emiliano, aunque hubiera querido venderlas, don Joaquín no se lo habría permitido. No después de que su partida a Bilbao se volviera una certeza. Sólo las comisiones ya hacen que el negocio valga la pena. No dejaría escapar una oportunidad así.

—Así que ni Emiliano las vendió, ni don Joaquín tampoco.

—…….

—Entonces fue un robo… o un saqueo. No hay más opciones.

—¿Quieres que hablemos con don Joaquín?

—Hazlo. Pero no vayas tú.


Raúl asintió con un gesto de comprensión.


—Haré que no dejen rastro.

—Don Joaquín, lo sepa o no, ya debe estar amordazado. Seguro que no tiene ni palabras para devolver. Es probable que primero le robaran y luego lo amenazaran.

—Podemos llegar a él a través de alguien dentro de su entorno.

—Hazlo.


Kassel respondió con simpleza, acto seguido se volvió para subir las escaleras. Raúl, por su parte, giró sobre sus talones y se marchó a paso rápido.
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















—Parece que la orden de Su Majestad fue más complicada de lo esperado.

—Fue una simple misión. Nada importante.

—¿Fue cosa de la mujer de los Barca?

—Probablemente.


Kassel respondió con sequedad a las palabras de Luciano y se dirigió directamente al sillón donde Inés, recostada, dormía con la cabeza apoyada. Al observarla, Luciano esbozó una sonrisa casi inaudible, como un suspiro.


—Se quedó dormida hace un rato.

—Debe de haber sido un sueño incómodo. Habría sido mejor llevarla a la cama.

—Me pidió quedarse conmigo hasta que tú volvieras. Le sugerí que descansara en la habitación, pero me dijo que mientras tú no estuvieras, no podía permitirse meterme allí.

—…….

—Dijo que no quería causarte ni una chispa de molestia.

—Eso no importa. No tienes por qué preocuparte por eso la próxima vez.

—La próxima vez estarás tú. Kassel.

—…….


Si lo que Kassel decía con ‘la próxima vez’ era un día en que ya no estaría, entonces la respuesta de Luciano se situaba en un futuro donde él ya habría regresado a salvo.

Qué manera de ser impacientes, los dos hermanos por igual.


—Tu esposa también dijo que no fue nada. Claro, según sus propias palabras.


Y si venía con ese matiz, ‘nada’ claramente significaba lo contrario.

Kassel no dijo nada. Su mirada, fija en Inés, era una maraña de pensamientos. Luciano lo observó en silencio por un momento, luego le dio un par de toques leves en el hombro antes de levantarse sin hacer ruido.


—No hace falta que me acompañes. Tú también deberías descansar ya. Hablaremos de los Sangho en otro momento.

—Gracias.


Luciano, como si dejara atrás a una hermana mucho menor, posó por un instante la palma de su mano —que antes había besado— sobre el cabello de Inés y luego se fue.

Aun después de su partida, Kassel permaneció de rodillas junto al sillón donde ella dormía, sin apartar la mirada.

Antes de verla, la ansiedad lo carcomía. Pero ahora, con ese rostro plácidamente dormido frente a él, ya no quedaba espacio para pensar en nada más.

Tal vez porque, incluso este tiempo de contemplarla, comenzaba a escasear.

A pesar del infierno que Oscar había desatado dentro de esa pequeña cabeza, Inés se mantenía sorprendentemente firme. Su rostro en calma, su respiración pausada, eran en cierto modo una respuesta clara.

Dijiste que me amabas.

Que no huías. Que no me rechazabas.

Dijiste que de verdad me amabas. Que por eso había cosas que simplemente no podías mostrarme.

Kassel pensó en el collar de Emiliano, dormido bajo su cama como un trofeo más, una pieza decorativa que servía a su vanidad, tal como las esposas ornamentales que a menudo rodeaban al emperador o los botines lujosos que la guerra había depositado en Ortega.

Y aun si fuera como clavarle otra daga, tarde o temprano debías saberlo. Mejor una herida que alguna vez deja de sangrar que una que nunca cierra. Aunque el aliento se corte por un instante, si quieres volver a respirar, necesitas saberlo. Para salvarte de ese niño, de ese pantano del pasado, de ese tiempo donde tú misma elegiste encerrarte. Para salir, al fin, por completo.

Para poder perdonarte.

Se le escapó el aliento.

Tal vez la razón por la que no podía entregarte ese collar con facilidad no era porque no estuviésemos preparados… ni siquiera por ti.

Tal vez era porque tengo miedo… miedo de que hasta este poco tiempo que nos queda me lo arrebate Emiliano.

Desde que se confirmó su partida, Kassel se había despertado a menudo en mitad de la noche solo para mirar el rostro de Inés. Siempre le tomaba un momento adaptarse a la oscuridad lo suficiente para distinguir sus rasgos.

Esperar incluso ese momento le parecía una eternidad. Pero tampoco podía permitir que una luz perturbara su sueño. Si soñaba con calma, si descansaba en paz, deseaba que nada —ni siquiera él— la interrumpiera. Al acariciar con los dedos sus párpados finos, sus pestañas largas, sus mejillas suaves, podía verla con total nitidez, como si la tuviera frente a él bajo el sol de Calstera.

Kassel cerró los ojos con lentitud. Incluso si ella no se lo mostraba, ahora ya podía evocarla cuando quisiera.

Si el tiempo era breve, debía darle todo lo que le quedaba. Con la única respuesta que podía ofrecerle ahora. Incluso si al marcharse de Mendoza ella aún no se lo mostraba. Incluso si al abordar el acorazado, él no alcanzaba a ver su rostro una vez más.

Inés podría soportarlo.

Con sumo cuidado, la alzó en brazos y la llevó a su dormitorio. Y allí, junto a su almohada, dejó el collar de Emiliano.

Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejar una votación o un comentario 😁😄

AREMFDTM            Siguiente

Publicar un comentario

0 Comentarios