Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 299
El paso del tiempo (38)
Inés frunció el ceño al abrir los ojos. Era esa expresión que siempre hacía cuando despertaba antes de tiempo, como si el mundo la hubiera interrumpido sin permiso.
Cada parpadeo hacía que los rayos del sol, inclinados a través de la ventana, le hicieran cosquillas en los párpados. Debía ser porque había dejado las cortinas medio cerradas desde la tarde anterior. No podía creer que Kassel no se hubiera molestado en cerrarlas por completo. Justo al pensar eso, sintió pasos firmes dirigirse a algún lugar. El sonido no venía de la cama, sino de la mesa un poco más allá.
—No lo pensé. Duerme un poco más.
La habitación se oscureció de golpe, pero en lugar de volverse a dormir, Inés se despertó por completo. Era la voz de Kassel, esa que no escuchaba desde que lo había echado al balcón. Se incorporó tan rápido que por un momento sintió vértigo. Notó su sorpresa.
—¿Qué pasa?
—Ah…
—¿Te sientes mal?
Incluso en la oscuridad, sentía su mirada recorriéndola, una tras otra. Su frente, el contorno de sus ojos, sus labios… Inés negó con la cabeza y extendió una mano.
—¿…No me la vas a tomar?
Kassel se quedó mirándola un momento en silencio, luego entrelazó su mano con la de ella. Inés exhaló como si recién entonces pudiera volver a respirar. Kassel apretó su mano con fuerza, como si fuera a jalarla hacia sí y abrazarla, pero luego la soltó con suavidad, apoyando la mano en su hombro como para hacerla recostarse de nuevo.
—Pareces agotada. Vuelve a acostarte.
—¿Y cómo sabes eso en esta oscuridad?
—Tu mano estaba fría.
Mientras lo decía, volvió a tomarle los dedos, masajeándolos suavemente unas cuantas veces.
—Tú estás caliente.
—Y tú estás helada.
Una discusión sin sentido. Inés volvió a sujetar los dedos de Kassel cuando él intentó soltar su mano. Fue un gesto leve, apenas como el roce de una mariposa sobre una flor, pero bastó para que él no se moviera más, como si aquello fuera una atadura. Aun así, como si requiriera todo el valor del mundo, Inés apretó su mano con fuerza, esta vez de verdad.
Sabía que él no podía verla, pero le sonrió tan amplio como pudo.
—Ni me di cuenta cuando entraste… Seguí durmiendo. Fuiste tú quien me trajo, ¿verdad?
—Sí. Hubieras descansado bien desde el principio.
—Es que tú no estabas. Y me incomoda que Luciano entre en nuestro dormitorio…
‘Con razón incluso decían que en Valeztena los hermanos se acostaban entre sí.’
No entendía por qué, justo cuando Luciano se ofreció a llevarla a la cama, le vino a la cabeza esa voz horrenda. Si partía de la idea de que todo lo que se dice con ligereza termina siendo un rumor, entonces, según los rumores, en Mendoza no quedaba ni un solo hombre con quien no la hubieran emparejado. En su momento, se había limitado a reír por lo bajo y ni molestarse en indignarse. Pero ahora, que apenas si hablaba con Luciano, le resultaba molesto. Ridículo.
Pero no cuando pensaba en Kassel. Entonces ya no tenía gracia, aunque no fuera más que una chispa absurda.
—Es ridículo. ¿Cómo crees que podría sospechar algo tan asqueroso de ti?
—No lo digo por ti.
No quería hacerle sentir que lo rebajaba, ni siquiera un poco. Al recordar la cara sonriente de Alicia, esa que los observaba alternadamente con aire de burla, Inés apretó la mandíbula.
Lo que tenía que hacer con esa maldita víbora era otro asunto, al fin y al cabo.
—Inés. La única persona que debería preocuparte soy yo.
—……
—No esos otros.
—Claro que tú también me importas.
—No ‘también’. Solo yo.
—…….
—Y no me gustó nada verte dormir así de miserable… como si fueras alguien que van a cargar en un carro de equipaje. ¿Lo entiendes?
Inés soltó una breve risa por la nariz. Pero Kassel, como si hablara completamente en serio, le sostuvo las mejillas con ambas manos y continuó:
—Me voy pronto de Mendoza, Inés.
—……
Claro. Una vez acabada la ceremonia anual… No, ni siquiera, se marcharía a Calstera antes de que terminara la ceremonia de apertura de campaña. Quedaban tres días. No, ahora ya solo dos. Inés se reprochaba haber dormido tanto. Recordó aquel día, de hace ya una eternidad, cuando tenía siete años y le rogó una y otra vez a Luciano que la despertara para poder verle antes de que se fuera de Pérez. Pero al despertar, él ya se había marchado. Lloró todo el día.
Sentía que volvía a ser esa niña. Sentada en silencio, como si le hubieran robado el tiempo, llorando al pensar que no volvería a ver a su hermano hasta que terminara la primavera.
Recordaba que se había quedado dormida recostada en una silla al principio de la noche. Había decidido que, si Kassel volvía, ya no lo evitaría. Que lo enfrentaría. Ya le había dicho que lo amaba. Había soltado esa palabra aterradora como si escapara de ella.
Si al menos una vez había dicho en voz alta ‘te amo’, debía hacerse responsable. No podía mostrarse destruida por culpa de otro hombre. No podía permitir que él viera a la mujer que, incluso tras cometer un pecado horrible, aún se aferraba a vivir.
Todo eso… todo eso era porque te amo.
Que su primera confesión de amor hacia Kassel Escalante hubiera sido algo así… Qué irónico.
Decir ‘te amo a Kassel Escalante’ no debía ser algo que se diluyera entre excusas o como parte de otro relato. Su amor no era tan cobarde. Él merecía más. Mucho más.
Y Óscar… Óscar ya había revelado todas sus cartas. Estaba convencido del designio del apóstol. La había rebasado en conocimiento, en certezas. Creía firmemente que para ella ya no quedaban oportunidades. Que ni siquiera el suicidio podría darle algo. Que no quedaba nada que pudiera ganar muriendo.
…Ni siquiera por Kassel en el campo de batalla…
Pero ¿dónde empieza y dónde termina todo esto? Al amanecer, los pensamientos se volvieron borrosos otra vez. ¿Desde dónde podrías entenderme? ¿Qué verdades tendría que ocultarte para proteger al Kassel que estará allá, en la guerra? ¿Hasta dónde alcanza tu amor? Intentó hacer cálculos. Pero ni siquiera podía calcular su propio amor.
Inés tomó las manos que le sostenían el rostro y lentamente hundió la cara en sus palmas.
‘…Así que por favor… no dejes que mate a Kassel con mis propias manos.’
‘Intenta matarlo tú.’
‘…….’
‘Si de verdad quieres verme apuntarme con un arma a la boca otra vez delante de tus ojos.’
‘Inés.’
‘Si él muere, entonces yo también puedo morir… y así revivir a Kassel Escalante.’
‘…….’
‘Justo como esa maldita cosa que tú me hiciste a mí.’
Cuando Inés escupió aquellas palabras como si maldijera su propia vida en plena fiebre, Óscar se quedó un largo rato en silencio. Luego rió. Y después lloró. Con manos temblorosas le torció el brazo y la miró a los ojos como si quisiera devorarlos con la mirada, con las pupilas dilatadas.
—¿Crees que no soy capaz?
—Tú lo harías sin dudarlo. Siempre has sido una mujer terrible.
—En cuanto escuche que ha ‘muerto en combate’.
—…….
—En el momento exacto en que me llegue la noticia de que tú hiciste que mi esposo ‘cayera en batalla’, me abriré el vientre con un cuchillo.
Pasó tiempo antes de que Inés comprendiera por qué aquella expresión, tan deformada por el espanto, terminó por tornarse en una sonrisa burlona. Pero ahora lo que volvía a su mente no era eso, sino una duda: ¿de verdad aquella burla iba dirigida a ella?
—…Pobre Inés mía. Ya no puedes cambiar nada con tu muerte. Te lo digo solo para demostrarte que mi amor por ti aún es verdadero.
El castigo nunca te dará ventaja, ni por un instante. Por eso, para ti, siempre ha sido un castigo. Si retrocedieras diez años más desde la vida de Inés Valeztena con apenas seis, en ningún rincón del mundo habría un cuerpo destinado al castigo. Tal vez en ese tiempo Kassel Escalante pueda renacer… si es que su muerte no fue la que merecía.
—¿Pero qué sentido tiene devolverle la vida a Kassel Escalante en un mundo donde tú ya no estás?
¿Qué sentido puede tener eso?
—¿Decir que tú fuiste quien retrocedió el tiempo? Inés, fuiste tú… pero fui yo quien te salvó. Y si tú existes en un mundo donde yo ya no estoy… ¿qué sentido tendría eso para mí?
Piénsalo. En un mundo donde nadie te recuerda, donde ni siquiera Kassel Escalante guarda memoria de ti, ¿qué valor tiene su vida?
Solo tú, viviendo en otro tiempo, en otra época, en otra vida… recordándolo eternamente.
Dicen que hay quienes repiten su suicidio y su castigo por toda la eternidad. Son esas personas atrapadas en el fango. Sí. Como yo.
Quienes creen tener el poder de revertir el tiempo con facilidad… y acaban cayendo en otro mundo, en otra realidad que no pueden aceptar, y terminan perdiendo la razón. Se vuelven locos. Y lo único que desean es ‘volver’ al momento que recuerdan.
Aunque en realidad ya han regresado mucho más lejos de lo que creen.
—Se lo pedí a Luciano. Le pedí que cuidara de ti.
—…….
—Dijo que era un atrevimiento imperdonable. Que con qué derecho un extraño, alguien sin lazos de sangre, se tomaba la libertad de pedirle a un hermano que protegiera a su hermana.
Y por eso esto es un castigo tan terrible. Porque escapar de él… es casi imposible.
‘Nosotros’ estamos justo al borde de ese abismo, Inés.
Y esta es nuestra última oportunidad.
Tu última oportunidad para escapar.
Quería desgarrar la voz de Óscar que aún resonaba en su mente. El valor que le había dado la noche comenzaba a desvanecerse. No sabía hasta dónde podría hablar, pero se había propuesto confiarse a ese momento, decirle lo que saliera sin pensar, lo que se derramara por sí solo. Al menos eso tenía que hacerlo. Lo demás… lo demás podría decirlo después. La historia de Emiliano, la historia de otra vida, ahora sí, ya podía contarla. Tal vez no toda. Tal vez no con absoluta honestidad. Pero podía empezar.
Pero esto… ¿cómo podría decírselo a él? Con tan solo una parte de esa conversación, Kassel pensaría que ella estaba en Mendoza dispuesta a morir. No soportaría saber que ella siquiera contempló esa opción. No lo creería. Él, que casi destruyó con sus propias manos la reliquia que le dejó Calderón.
—Por eso me siento más tranquila. También hablaré con padre y madre para que no se incomoden si Luciano va y viene de la residencia. No te preocupes por mí sin motivo.
—…Kassel.
—Y además…
En la oscuridad, una mano se extendió. Algo frío, de metal, del mismo calor que su propia piel, se dejó sentir entre sus dedos.
—Te traje un regalo desde Bilbao.
—…….
—Perdóname por entregártelo solo hasta ahora.
Una cruz. De Bilbao.
Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejar una votación o un comentario 😁😄
0 Comentarios