INTENTA ROGAR 166
Volumen VI: El último ganador (4)
Cantidad Caracteres: 35687
Grace revisó minuciosamente las revistas y periódicos que había recogido mientras recorría el centro de la ciudad, leyendo cada artículo con atención. Examinó las fotos con una lupa, como si fuera una investigadora, inspeccionando cada detalle.
En un rincón de una imagen enfocada en las charreteras chamuscadas y las medallas, encontró un objeto familiar: un estuche de cigarros medio quemado. Era de aquel hombre.
El cadáver había quedado reducido a huesos, completamente carbonizado. Lo mismo había sucedido con el coche en el que fue encontrado. Solo quedaba el esqueleto…
No era el único reducido a un esqueleto.
A la misma hora, la casa de huéspedes de Winston fue completamente consumida por un incendio de origen desconocido. En el artículo se citaban las declaraciones del oficial a cargo, quien sugería que podría tratarse de un incendio provocado.
También se mencionaba la posibilidad de que el incendio hubiera sido intencional, con el propósito de destruir pruebas en aquella casa, que en el pasado había sido una instalación militar.
—Disparates…...
La policía consideraba el caso un asesinato, ya que se habían hallado rastros de un disparo en las costillas rotas del cadáver, junto con una bala.
'No, esto también es un disparate'
Todas las pruebas apuntaban a la muerte de Leon Winston, pero Grace se negaba a aceptarlo.
Tú no eres ese hombre.
Seguía fijando la mirada en la fotografía del esqueleto carbonizado, que ocupaba una página completa del tabloide, cuando escuchó unos golpes en la puerta de la biblioteca.
Rápidamente, recogió los periódicos y revistas, los metió en el cajón y lo cerró con llave. Podía ser Ellie.
Durante los últimos días, en los que la imagen de aquel hombre había aparecido en cada periódico y revista, Grace no había dejado que Ellie saliera de la mansión. Ahora entendía por qué no había radio en la casa: la niña conocía el nombre de su padre. Si además supiera su apellido, descubriría su muerte y se hundiría en la tristeza.
—Adelante.
—Grace.
Para su alivio, la voz pertenecía a Martha.
—¿Qué pasa? ¿Ocurrió algo?
—No… Estaba todo muy silencioso y me preguntaba qué estarías haciendo.
Martha sonrió, pero su expresión no era lo suficientemente luminosa como para ocultar su preocupación.
Los tres nunca habían hablado sobre la esquela.
Martha, aunque preocupada por Grace, evitaba mencionar el tema para no alterarla y se limitaba a rondar discretamente a su alrededor. Joe, por otro lado, seguramente pensaba que la muerte de aquel hombre era lo mejor que podía haber pasado, pero se mantenía en silencio.
Era Grace quien debía romper aquel incómodo mutismo.
—Martha, te agradezco tu preocupación, pero no tienes por qué preocuparte. Ese hombre no está muerto.
Solo había fingido su muerte para exiliarse aquí. En el Viejo Continente, era una figura demasiado conocida como para desaparecer sin dejar rastro de un día para otro.
Nunca prometió que vendría, pero no tenía sentido que dejara atrás una fortuna y no apareciera para reclamarla.
—Por cierto, dejó un testamento en el que especifica que, en caso de su muerte, todas sus acciones pasarán a ti.
Lo único que había indicado era que, si su nueva identidad moría, su abogado debía ser contactado. Pero nunca dijo que debían avisarlo si 'Leon Winston' moría.
Así que…
—Ese hombre sigue vivo.
—Sí… claro. Qué tonta, preocupándome por nada.
Sin embargo, estaba claro que no le creía. Solo le seguía la corriente para no alterarla más.
No es así. Ya lo verás.
Aparecerá de repente, cualquier día, en la puerta.
Y cuando lo haga, le dará una bofetada. No por odio ni por amor, sino como castigo por hacerla pasar por la patética viuda que se aferra a una negación imposible. Ella no era esa mujer. No le correspondía ese papel.
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Pero pasaba una semana desde la publicación de la esquela, la bofetada que Grace esperaba dar seguía sin ocurrir.
Cruzar el océano tomaba cinco días, más otras seis horas desde el puerto hasta allí. En una semana, él ya debería haber llegado.
Decenas de veces al día, Grace levantaba el auricular solo para volver a colgarlo. Quería llamar y preguntar, pero no tenía a dónde.
La casa de huéspedes ya no existía. El único número que recordaba era el del Primer Escuadrón Especial del Comando Occidental. Pero después de tanto esfuerzo por exiliarse, llamar allí sería un suicidio.
Consideró enviar una carta anónima a la residencia de Campbell. Justo cuando estaba meditando sobre ello, algo llegó desde el otro lado del océano.
No era él.
Era un paquete pesado.
Eso significa que pronto vendrá.
Pensando que el paquete contenía sus cosas, lo abrió con la esperanza de que fuera una señal de su inminente llegada.
Pero lo que encontró dentro la dejó decepcionada.
Era suyo.
Su viejo diario.
¿Y ahora con qué juego sucio sales…?
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Dos semanas habían pasado desde que se publicó la esquela.
En ese tiempo, Grace había adquirido dos nuevos hábitos.
El primero: cada vez que tenía un momento libre, fijaba la mirada en el mar abierto. En el horizonte, más allá del agua, estaba el infierno del que había escapado. El lugar donde había dejado atrás a aquel hombre.
El segundo: todas las tardes, a las cuatro en punto, paseaba cerca de la entrada de la mansión durante más de una hora.
A las cuatro de la tarde, el tren del norte hacía su parada en la estación más cercana.
Para Joe y Martha, Grace debía parecer una loca esperando a un hombre enterrado bajo tierra.
El funeral ya había terminado.
Los periódicos publicaron la imagen de la Gran Dama Winston y de Jerome Winston—ahora el octavo conde Winston—siguiendo el cortejo fúnebre con rostros abatidos.
Por alguna razón, la familia Winston había planeado un funeral privado.
Teniendo en cuenta la vanidad de la Gran Dama, era una decisión difícil de entender. Sin embargo, la opinión pública no lo permitió. La gente, que había amado a su héroe, exigió un funeral digno de su grandeza. Así que, por iniciativa del Parlamento y la Corona, la ceremonia terminó llevándose a cabo a nivel estatal, con todos los honores.
Tras su muerte, fue ascendido póstumamente a teniente coronel.
El destino quiso que su final fuera el mismo que el de su padre.
El matrimonio con Gran Duquesa Aldrich, originalmente programado para principios de junio, se llevó a cabo de todos modos. Solo que el novio ya no era él, sino Jerome Winston.
No solo heredó el título y la fortuna de su hermano muerto, sino también su prometida. Para quienes desconocían la verdad, el escándalo alimentó los tabloides con rumores de todo tipo.
Pero para Grace, que sabía bien cómo funcionaban las cosas, aquello no era casualidad. Era un plan cuidadosamente diseñado.
Y detrás de ese plan… solo podía estar él.
Jerome Winston no habría asesinado a su propio hermano solo para quedarse con su amante, su título y su riqueza.
No… ni siquiera después de descubrir que su hermano había desviado la mitad de su fortuna. Ni siquiera después de saber que tenía una amante y un hijo ilegítimo que podrían arrastrar el nombre de la familia al fango.
Entre la tranquilidad y la inquietud, como un péndulo oscilante, Grace observó cómo el nombre de Leon Winston desaparecía de los titulares.
La muerte prematura de un héroe de otro reino no fue suficiente para captar la atención del público en este lado del océano. Aunque para la prensa sensacionalista era un tema jugoso, la historia se desvaneció rápidamente. Grace dejó de recibir noticias.
Hasta que…
[El asesino de mi hermano es el Estado]
Una declaración explosiva hizo que el nombre de Leon Winston volviera a ocupar la primera plana.
Y lo más sorprendente era quién la había hecho: Jerome Winston.
Desde el extranjero. En plena luna de miel.
Grace apenas había leído un párrafo cuando comprendió por qué alguien que debería estar disfrutando de su viaje de ensueño había decidido, en su lugar, iniciar una guerra de revelaciones.
Aquel país había sido una colonia del reino en el pasado. Ahora, independiente, mantenía relaciones tensas con la Casa Real de Rochester.
Si las cosas salían mal, Jerome Winston corría el riesgo de ser extraditado. Pero al parecer, había elegido exiliarse en un país que no simpatizaba con la monarquía precisamente para evitarlo.
El contenido de la denuncia no era una sorpresa para Grace.
Gran Duque Aldrich y Barón Chapman habían conspirado para deshacerse de Sinclair & Co., su mayor competidor en la licitación por los derechos de extracción de diamantes en Bria. Para lograrlo, acusaron falsamente a Jeffrey Sinclair, el primogénito de la familia, de ser miembro de un grupo rebelde.
Gracias a esa artimaña, lograron quedarse con la concesión.
Y lo más escandaloso: la empresa conjunta que ganó la licitación pertenecía, en realidad, al propio rey.
Nada de esto sorprendió a Grace.
Pero lo que venía después sí era nuevo.
Según Jerome, Leon Winston había sido testigo de todo y conservaba pruebas del fraude. Aparentemente, atormentado por su conciencia, había decidido hacerlo público.
Los allegados más cercados al rey, al darse cuenta del peligro, intentaron desprestigiarlo antes de que pudiera actuar. Para ello, difundieron falsos rumores sobre su supuesta relación con una mujer de origen rebelde y un hijo ilegítimo.
Pero cuando él no se dejó amedrentar y siguió adelante con sus planes de denuncia…
Lo asesinaron.
O al menos, eso decía Jerome Winston.
'En un principio, queríamos hacer un funeral privado porque dejar la despedida de mi hermano en manos del Estado que lo asesinó… nos parecía una ofensa'
Grace soltó una carcajada irónica.
Todo, salvo la conspiración contra Sinclair, era una completa estupidez.
Pero no para el resto del mundo.
La gente había asumido que, si Leon Winston fue asesinado, seguramente había sido obra de los remanentes de los rebeldes, con quienes ya había tenido varios enfrentamientos en el pasado.
Sin embargo, enterarse de que el verdadero culpable podría haber sido su propio país…
La indignación cruzó fronteras.
La noticia sacudió tanto al Viejo Continente como al Nuevo Mundo.
Por supuesto, la Casa Real no tardó en responder.
Su declaración oficial afirmaba que todo eran acusaciones sin fundamento. Un delirio sin pruebas.
Pero ahí estaba su mayor error.
No había pruebas de un asesinato.
Pero había pruebas más que suficientes de la conspiración contra Sinclair.
Y dado que los rumores sobre los negocios turbios del rey circulaban desde hacía años en los círculos financieros, el hecho de que un noble con autoridad confirmara esas sospechas solo aumentó la credibilidad de la denuncia.
Así que por eso empezó a difundir rumores desde hace años.
Grace sintió un escalofrío recorrerle la espalda al darse cuenta de que ese hombre había estado preparando todo meticulosamente desde hace mucho tiempo.
Y justo cuando el peso de la sospecha comenzaba a inclinarse definitivamente contra la Casa Real, apareció el detonante final.
Un periódico de gran prestigio publicó en primera plana una carta.
Era de Samuel Sinclair, el hijo mayor de Jeffrey Sinclair.
[Después de la detención de mi padre, cuando yo tenía apenas diez años, los soldados me llevaron a la sala de interrogatorios subterránea del Cuartel General del Oeste.
Allí, un militar no dejaba de hacerme preguntas extrañas y de insistir en que respondiera con lo que ellos querían oír.
Recuerdo con total claridad el miedo que sentí entonces, aun ahora, 4 años después.
Pero en medio de todo eso, apareció un oficial rubio que detuvo el interrogatorio.
Me protegió y me dijo que, si colaboraba, mi padre acabaría en prisión igualmente. Que lo estaban incriminando y que yo no debía decir nada.
Fue solo después que descubrí que aquel oficial era Mayor Leon Winston]
Un respetado empresario, alguien que debía ser un modelo a seguir para su nación, había sido acusado falsamente y encarcelado por su propio rey.
Un héroe adorado por el pueblo, un hombre justo y honorable, había sido asesinado por atreverse a enfrentarse a la corrupción.
No hacía falta más.
Aquella versión de los hechos se convirtió en una verdad indiscutible.
Y el pueblo salió a las calles.
Todo comenzó con el sindicato de trabajadores de Croft Explosives, antes conocido como Sinclair Gunpowder.
No era una sorpresa.
El gobierno ya había intentado calificar sus protestas laborales como actos de insurgencia, del mismo modo en que lo había hecho con Jeffrey Sinclair.
Así que ellos tenían más que suficientes razones para rebelarse contra el rey.
Pero no se quedaron solos.
Los sindicatos de la industria de los explosivos se les unieron.
Luego, otras uniones laborales de diferentes sectores.
Y pronto, los ciudadanos indignados por la creciente desigualdad económica se sumaron a las protestas.
Cada día, la voz del pueblo exigiendo la abdicación del monarca se hacía más fuerte.
El ejército intentó calmar las aguas anunciando que reabrirían la investigación sobre Jeffrey Sinclair y considerarían su liberación.
Pero para entonces, la ira ya era un incendio incontrolable.
A medida que la multitud de manifestantes crecía rápidamente, la presión sobre la familia real y el ejército se hizo insoportable, llevándolos a cometer un error fatal.
[Disparo del ejército provoca la muerte de un manifestante]
La protesta pacífica se convirtió en un estallido de violencia. El pueblo comenzó a organizar milicias y, al final, Jeffrey Sinclair lideró la insurrección, derribando los campos de detención y recuperando la libertad. El ejército no pudo detenerlo, ya que su brutal represión solo sirvió para acelerar su propia desintegración.
Los oficiales militares, que ya estaban descontentos por haber sido reducidos a meros perros del rey y por las falsas acusaciones contra civiles, comenzaron a volverse en su contra. Entre ellos, los soldados de origen plebeyo, resentidos por el trato desigual, no solo se rebelaron, sino que algunos incluso se unieron a las fuerzas revolucionarias.
Lo que comenzó como un conflicto provocado por la denuncia de un noble, pronto se transformó en una lucha de clases entre la aristocracia y el pueblo. La petición de abdicación del rey escaló hasta convertirse en un llamado a la abolición de la monarquía.
El reino, que había disfrutado de paz tras la caída de los rebeldes, se convirtió de la noche a la mañana en un campo de batalla.
Grace lo observó todo desde el otro lado del mar, siguiendo cada acontecimiento a través de los medios. Y fue entonces cuando sintió su presencia.
¿Remordimiento?
Grace soltó una risa al leer la declaración de Jerome Winston en la parte donde mencionaba la conciencia. Sinclair y el pueblo no eran más que peones en la venganza de Leon Winston y su plan de exilio.
Tenía que ser así.
Todo el mundo aceptaba su muerte como un hecho. Pero Grace no podía.
Leon Winston no estaba muerto.
Aquel hombre, que decía querer morir por su mano, no podía haber perecido a manos de otro.
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Ellie pasó toda la mañana jugando en la arena, montando un pony y construyendo castillos de arena. Al llegar la hora del almuerzo, el cansancio la venció y se quedó dormida en cuanto terminó de comer.
El sonido rítmico de su respiración, acompañado por el murmullo de las olas, creaba una melodía serena bajo la fresca sombra del mirador en la playa. Escuchándola, Grace sintió cómo su mente se calmaba por completo.
Reclinada en una tumbona, observó el mar frente a ella. Aquí todo era apacible, pero al otro lado del océano, la tormenta llevaba ya dos meses sin cesar. Durante todo ese tiempo, no había recibido ninguna noticia de él.
Con la mirada fija en el horizonte, como si tratara de contemplar tanto el infierno invisible como al hombre que lo habitaba, Grace sacó un viejo diario de su bolso. Había llegado en un paquete a nombre de Campbell, una semana después de que se publicara la esquela.
Decían que lo habían encontrado al ordenar sus pertenencias. Pero Grace supo de inmediato que no lo enviaban solo por esa razón.
Cuando finalmente se decidió a abrirlo y leerlo, quedó atónita.
[Jimmy es realmente amable. Maldito bastardo]
Él lo había escrito. Ese hombre había tomado su diario y lo había usado a su antojo.
En algunas páginas, había dejado sus propios comentarios, como si quisiera entrometerse en sus pensamientos. En otras, las partes relacionadas con Jimmy estaban tachadas o arrancadas por completo.
—Este loco de verdad…....
La vergüenza de saber que él había leído cada una de sus confesiones más infantiles se mezcló con la risa involuntaria al ver sus pueriles intervenciones.
Pero dejó de reír cuando llegó al final de su propio diario.
Después de su última entrada, escrita justo antes de la infiltración en Winston, el diario continuaba con varias páginas escritas por él.
Sus anotaciones eran cortas, nunca más de tres líneas por vez. Su caligrafía, como siempre, era impecable, sin una sola palabra de más.
Incluso en sus diarios, él se mostraba sereno y perfecto. Pero entre las líneas, escondía un alma inquieta y rota.
Grace volvió a leerlo, esta vez sintiendo en cada palabra la soledad y la angustia que lo consumían.
Si lo hubiera leído años atrás, tal vez habría sentido una cruel satisfacción.
Pero ahora no.
Porque ahora, ella también había cambiado. Tanto como él.
Ella no podía apartar la mirada de su última entrada en el diario.
'Winston no te necesita'
Siempre había creído que aquellas palabras, dichas por ella a la madre de ese hombre, habían sido malinterpretadas como un reproche.
¿Era por eso que rechazó su propuesta de ir juntos? ¿Por eso nunca regresó?
Pero después de dos meses reflexionando sobre ello, algo no encajaba.
Él no podía haber malinterpretado lo que significaba Winston.
La mirada de Grace descendió hasta la siguiente entrada del diario.
'Cuando era niño, mi padre solía decirme esto:
Todos los seres humanos son piezas de ajedrez para los demás. La diferencia está en si eres un peón o una reina.
Por eso me enseñó que al menos debía convertirme en un caballo'
'Entonces, ¿Qué fuiste tú para mí?'
'Ahora que la partida ha terminado y miro atrás, lo entiendo. Tú fuiste mi reina.
Pensé que significaba que eras la pieza más fuerte.
Pero en realidad, lo que pasa contigo es que no hay lugar al que no puedas ir.
Eres increíblemente buena para escapar'
Grace no pudo evitar sonreír al leer las razones que seguían.
'Pero ya no eres una pieza de ajedrez.
Para mí, que siempre he juzgado a las personas por su utilidad, tú eres la única a quien deseé que perdiera todo valor.
Eres la única que no me irrita, incluso cuando no encajas en el mundo meticulosamente construido por mí.
Eres la única excepción en mi vida implacable'
'Entonces, ¿Qué fui yo para ti?'
Grace fijó la mirada en aquella pregunta.
Más arriba, en la página anterior, más abajo, tras la última entrada, se extendía un largo espacio en blanco.
Como si él le estuviera dejando un lugar para escribir su respuesta.
'Winston no te necesita'
No era un reproche. Era una pregunta.
'Ahora entiendo qué estabas tramando y por qué'
Debía huir. Debía sobrevivir.
Toda su vida, Grace había vivido bajo presión, sintiéndose acorralada. No fue hasta que pasó suficiente tiempo en aquel lugar que se dio cuenta:
El pasado ya no la perseguía. El presente tampoco. Y él… él tampoco.
Por primera vez en su vida, sintió un espacio en su mente.
Y con esa libertad recién encontrada, comenzó a pensar en sí misma. En él.
Solo después de haber caído en su juego lo entendió:
Él quería que mirara su relación sin presiones, con total libertad.
Le resultaba tan irritante que no quería darle la satisfacción de admitirlo. Pero ya era demasiado tarde.
Grace ya había caído, y sin darse cuenta, había sido arrastrada hasta el destino que él había planeado.
Con una pequeña sonrisa, destapó su pluma.
Observó por un momento a la niña dormida a su lado y el mar en calma.
Y entonces, con la serenidad de haber pasado dos meses reflexionando en un mundo sin él, comenzó a escribir su respuesta.
'La vida aquí, sin ti, no tiene nada de malo. No falta nada.
No debería faltar nada.
Y sin embargo, hay un vacío.
Mi cuerpo está en paz, pero mi corazón no. Porque tú no estás aquí.
Es ridículo, pero eres la única persona con quien realmente me siento en paz.
Imagínate, deseando al diablo mientras vivo en el paraíso.
Absurdo, ¿verdad?
Cuando leí tus palabras sobre que ya no era un medio para ti, sino un fin, recordé una carta de mi madre.
Me dijo que encontrara a un hombre que me viera como un propósito, no como un medio.
Y cuando lo recordé, me reí un poco.
Porque lo primero que pensé… fuiste tú.
Si mi madre lo supiera, seguro se desmayaría.
Puede que estés muy lejos de lo que mi madre imaginó como la respuesta correcta…
Pero tampoco eres la incorrecta.
Llevaba tiempo dándome cuenta, aunque fuera de manera inconsciente, de que para ti no era un medio, sino un fin en sí misma.
Después de lo de Blackburn, mi papel en tu venganza y ascenso ya había terminado. No tenía ningún valor para ti.
Y, sin embargo, seguías persiguiéndome con todas tus fuerzas.
Siendo sincera… me gustaba.
Si lo pienso bien, hice cosas que no haría alguien que realmente quisiera alejarse de ti.
Usando la excusa de vigilar a mi enemigo, leía cada uno de tus artículos.
Incluso cuando no estabas, pasaba el día pensando en ti, imaginando conversaciones en mi cabeza.
¿Recuerdas Newport?
En vez de centrarme en escapar, estaba tan ocupada provocándote que casi me atraparon.
Incluso cuando te lanzaba esperanzas o desesperación como carnada, y te veía recogerlas solo para atormentarte con ellas, sentía cierto alivio.
Ridículo, ¿verdad?
¿Quieres oír algo aún más absurdo?
Si alguna vez dejabas de perseguirme, me sentía sola.
Si te hubieras cansado y te hubieras rendido, me habría dolido.
Te llamé loco muchas veces, pero tal vez la verdadera loca era yo.
Después de todo, busqué en ti la prueba de mi propia existencia.
Ahora que lo pienso, me doy cuenta de algo.
Desde mi familia hasta mis compañeros… todo lo que he amado en mi vida, en algún momento, dejó de necesitarme.
Pero tú, a quien nunca consideré alguien preciado, fuiste el único que me quiso.
¿Por qué? Nunca lo entendí.
Siempre viví con la idea de que debía demostrar mi utilidad para ser amada.
El miedo a ser desechada si dejaba de ser útil me persiguió toda la vida.
Por eso, para alguien como yo, fue impactante ver que justo tú,
que juzgas a todos por su valor, me amabas a pesar de que no tenía ninguno.
La verdad… incluso el amor incondicional de Ellie me aterraba.
Me preocupaba que, el día en que la decepcionara, su amor se volviera condicional, como el de todos los demás.
Últimamente he estado pensando en eso y, de repente, me di cuenta de algo.
El miedo que me atormentó toda mi vida… ha desaparecido sin que me diera cuenta.
Porque ahora te tengo a ti.
Porque sé que, pase lo que pase, tú me amarás sin condiciones'
'Winston no te necesita'
'Tienes razón. No lo necesito.
Nada de lo que significa el nombre Winston me hace falta.
Ni siquiera tú me haces falta.
Pero te quiero'
'Ahora tú tampoco eres un medio para mí. Eres un fin'
'Entonces, ¿Qué fui para ti?
Un peón.
Siempre me moví en una sola dirección, sin mirar atrás.
Pero cuando un peón llega al final del tablero, puede convertirse en lo que quiera.
Así que… ahora depende de ti decidir en qué te convertirás para mí.
Esperando al diablo en el paraíso. Grace
P. D.: Vuelve. No me hagas repetirlo dos veces. Y cuando lo hagas, no olvides mi anillo'
Cerró el diario y lo envió de vuelta al otro lado del mar.
Ese mismo día, la monarquía cayó.
El reino se convirtió en una república.
El sistema de castas, que había perdurado por siglos, desapareció en el polvo de la historia.
Los llamados 'revolucionarios', aquellos plebeyos que soñaron con este momento durante un siglo, nunca lo consiguieron.
Pero un aristócrata monárquico lo logró en solo dos meses.
La ironía hizo que Grace soltara una risa.
'Estoy preparando tu regalo. Algo que has deseado toda tu vida'
Idiota. ¿Acaso alguna vez quise realmente la revolución?
Lo sabías perfectamente… y aun así usaste mi nombre como excusa para tu venganza.
Ven de una vez.
Si llegas ahora mismo, te perdonaré una de tus mejillas.
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La familia real de Rochester fue puesta bajo arresto domiciliario.
Intentaron exiliarse en la patria de la reina, pero la opinión pública local era demasiado adversa, impidiendo su acogida.
Mientras tanto, el rey depuesto murió en un accidente misterioso.
El gran duque, también recluido, perdió su fortuna y se enfrentaba a una condena de prisión. Antes de que eso ocurriera, se llevó un revólver a la boca y apretó el gatillo.
Así fue como el espectáculo dirigido por Leon Winston llegó a su fin.
O mejor dicho… quedó reducido a cenizas.
No había más obras que dirigir tras el telón negro, y sin embargo, él seguía sin volver.
—¡Este también es bonito!
Hoy, como siempre, Ellie caminaba por la playa recogiendo corales y conchas.
—¿Y este qué te parece?
Grace recogió un trozo de coral blanco, arrastrado por las olas, pero la niña negó con la cabeza rotundamente.
—No sirve. Está un poquito “buseoyeo.”
—No se dice “buseoyeo.” Se dice “bu-seo-jyeo-sseo.”
—Buseo-jyeo-sseo.
Día 110 sin su padre.
Cada vez más, la pronunciación de Ellie retrocedía.
Grace lo notaba.
Por mucho que intentara conservar la huella de aquel hombre en la niña, no era suficiente.
—¡Ellie, vamos a ir al carnaval!
En el camino de regreso a la mansión, Benny apareció de repente y gritó emocionado. Grace tomó la mano de Ellie y le limpió la arena, luego le arregló el cabello despeinado por la brisa marina mientras le daba indicaciones.
—Diviértete, pero no vayas sola ni sigas a desconocidos.
Tres o cuatro veces a la semana, al atardecer, Joe y Martha llevaban a los niños de paseo al carnaval al final de la playa.
—¿Mamá tampoco irá hoy?
—Mamá se quedará juntando cosas bonitas.
—¡Está bien!
Grace observó la espalda de Ellie mientras corría tras Benny hacia la mansión, luego se dirigió al pabellón.
Cada vez que iba al carnaval, no podía dejar de pensar en aquel hombre. Se imaginaba, de manera tonta e infantil, que aparecería de repente con una manzana caramelizada en la mano. Y al final, en un lugar donde todos eran felices, ella se sentía sola y desdichada. Por eso llevaba un mes sin ir.
¿No había recibido la respuesta o simplemente no había querido venir?
Si él le respondiera, estaba segura de que volvería de inmediato. No tenía la menor duda.
Quizás, no aparecer en el acto también era parte de su juego.
Disfrutaba tanto dar esperanza y luego arrebatarla como hacer lo contrario: sumir en la desesperación y luego ofrecer una chispa de ilusión. Además, amaba los juegos psicológicos más que nadie.
Esto es un juego mental que me estás tendiendo.
Así que sigues vivo.
Grace dejó un pequeño balde sobre la mesa junto a la tumbona. Dentro, había corales y conchas marinas que Ellie había estado recogiendo para regalárselos a su padre cuando regresara.
La niña creía firmemente que su padre volvería. No era una esperanza vaga, sino una convicción con fundamento. Un día, Grace le preguntó al respecto.
—Ellie, en el barco, ¿Qué te susurró papá?
—¿Hmm? Dijo que era un secreto.
Al ver la sonrisa de la niña, Grace lo supo de inmediato. Ese hombre… le había prometido a su hija que volvería.
Por muy lista que fuera, Ellie seguía siendo una niña. Había caído fácilmente en su interrogatorio disfrazado de conversación.
—Ellie, ¿cuándo dijo papá que regresaría?
—Antes de que termine el verano.
¿Cuándo acababa realmente el verano?
Para Grace, el final del verano debía ser el último día de agosto. Fue en agosto cuando lo conoció por primera vez en Abington Beach. Así que estaba convencida de que él regresaría antes de que terminara el mes.
Pero pasaron los primeros días de septiembre, y él seguía sin volver.
Durante el día, el verano aún brillaba con intensidad, pero en la brisa vespertina comenzaba a sentirse la sutil llegada del otoño.
Deambulando sola por la orilla, Grace apartó un mechón de su cabello, desordenado por el viento frío del mar, y en su interior repitió una y otra vez la misma contradicción:
Que este verano termine. No, que no termine.
Si el verano acababa y él no regresaba, entonces se convertiría en un mentiroso muerto.
—Dije que quería morir en tus manos.
Si aquello fue una mentira, no lo perdonaría.
Y una vez más, Grace se convertiría en una cobarde. Una cobarde incapaz de romper sus malos hábitos, huyendo de la verdad de su muerte.
El sol se ponía. Una vez más, el atardecer tras la mansión teñía el cielo azul pálido y las nubes blancas de un suave tono coral. Era el momento más hermoso del día… y también el más triste.
El tren del norte hacía rato que había partido.
Y él, una vez más, no regresó hoy.
Quizás… no regresaría nunca.
Él está muerto.
El mundo ya ha aceptado esa verdad, pero Grace sigue negándola. Y pronto, cuando la nieve comience a caer sobre el mar, insistirá en llamarla lluvia, negándose también a aceptar que el verano ha terminado.
Cada día lo espera en una playa que se parece a aquel lugar donde se vieron por primera vez. Rechaza el presente y el futuro sin él, aferrándose solo a los recuerdos de su pasado juntos.
Tal vez, un día, despertará abruptamente de ese sueño miserablemente cobarde y liberará de golpe todo su arrepentimiento y su rabia.
Al menos, debería haberte dicho con sinceridad lo que sentía antes de dejarte ir.
Maldito bastardo... ¿Por qué me hiciste amarte para luego marcharte solo? Actuabas como si nunca fueras a soltarme, ni siquiera después de la muerte, y aun así, me dejaste tan fácilmente... tan absurdamente.
Después de dejar de odiarlo, el vacío que dejó el rencor empezó a picarle como una herida que sana lentamente. Se dio cuenta de que, en realidad, eran sentimientos que había reprimido durante demasiado tiempo. Como uñas que crecen en la oscuridad, ahora emergían a la superficie.
Mientras lo esperaba, sus uñas terminaron de crecer.
Y al mismo tiempo, su amor también lo hizo, en soledad.
No hay nada más cruel que un amor que no tiene dónde ir.
Dicen que la única forma de detener el odio es con el perdón… pero nadie sabe cómo detener el amor.
Así, perdida en su propia confusión, Grace terminaría derrumbándose bajo el peso de todas las lágrimas acumuladas a lo largo de los años.
—Hkk…...
De repente, se giró para mirar la mansión envuelta en el resplandor coral del atardecer.
Y entonces, rompió a llorar.
'Adiós, Leon Winston'
Leon Winston estaba realmente muerto.
Un hombre que caminaba por el sendero bañado en la luz del crepúsculo… no era él.
Ey, Leon
Leon iba hacia ella. Iba a su encuentro.
Él emergió con calma del resplandor rojo del atardecer, como si estuviera caminando fuera de un sueño.
La luz a su espalda solo permitía distinguir su silueta, pero eso bastó para que Grace lo reconociera al instante.
Cuando Leon dejó atrás el sendero de ladrillos y puso un pie en la arena, su figura se hizo más clara.
La camisa polo blanca, con un par de botones desabrochados, le daba un aire inusualmente libre, tan distinto a lo que ella recordaba. De repente, empezó a parecerle irreal.
Tres pasos.
Solo tres pasos más.
Si corría hacia él y lo tocaba, sentía que despertaría de un sueño.
Mientras Grace permanecía clavada en el sitio, incapaz de moverse, Leon siguió avanzando hacia ella. Con un gesto casual, apartó de su frente el flequillo dorado que el viento había desordenado.
Y entonces, cuando sus miradas se encontraron, él sonrió.
Era una sonrisa despreocupada, abierta, como nunca antes le había visto.
¿Era un sueño?
En ese instante, cuando el agua fría de las olas envolvió sus tobillos, Grace sintió un extraño déjà vu.
Yo, de pie en el agua helada. Tú, en el resplandor ardiente del atardecer.
Así fue como nos conocimos por primera vez.
Tal vez… estoy soñando con aquel día.
Leon ya estaba lo suficientemente cerca como para que ella pudiera percibir su aroma familiar.
Extendió la mano hacia ella. En su palma, había algo.
—Ten. Chocolate.
Era aquel chocolate barato que Grace le había dado en Abington Beach, hace mucho tiempo.
—Es el precio por haber mirado a escondidas.
Usó las mismas palabras que ella le había dicho entonces. Pero esta vez, añadió algo más, algo que ella nunca le había oído decir:
—Será mejor que no preguntes cuánto tiempo estuve observando.
En ese instante, Grace sintió un escalofrío, como si acabara de despertar de un sueño.
Pero no.
Tú no eres un sueño.
El rostro que tanto había anhelado comenzó a volverse borroso tras un velo de lágrimas.
—…¿Por qué lloras? No me digas que de verdad pensaste que estaba muerto.
Sí. No lo era.
No fui una cobarde por negar tu muerte cuando el mundo entero la daba por cierta.
Era la única persona en este mundo que realmente te conocía.
—¡Maldito loco!
¡Paf!
El sonido de su palma chocando contra la mejilla de Leon rompió el aire entre ellos.
El chocolate que él sostenía cayó sobre la arena y, en el instante preciso, una ola lo alcanzó, empapándolo en el agua salada.
Pensé que lo golpearía con el puño.
Apenas tuvo tiempo de pensar en su error cuando sintió los labios suaves de Grace presionarse contra la mejilla que ella misma acababa de abofetear.
Leon dejó escapar un suspiro aliviado mientras la envolvía entre sus brazos.
Grace se secó las lágrimas con la manga y luego, con las manos aún húmedas, sostuvo el rostro de Leon entre sus palmas.
Miró directamente a sus ojos azul pálido, esos que creyó que nunca volvería a ver, y pronunció las palabras que pensó que jamás tendría la oportunidad de decirle.
Se las arrojó como si fueran otra bofetada.
—Te amo, maldito loco.
Los labios de Leon, que habían comenzado a curvarse en una sonrisa, se detuvieron por un segundo.
—Suena aún mejor de lo que esperaba......
Sus ojos se enrojecieron, y no fue por la luz del atardecer.
—¿Podrías decirlo otra vez... sin la última parte?
—¿Loco? Ese es tu nuevo apellido ahora.
—¿Te das cuenta? Para ti, decir 'te amo' es algo tan simple que puedes lanzarlo así, con rabia. Pero para mí......
Su tono sonaba como si se quejara, pero su sonrisa se ensanchó aún más.
—...Para mí, fueron palabras por las que tuve que destruir un reino y renunciar a todo lo que tenía.
—…....Maldito loco.
—No esa parte.
—Te amo.
—Eso. Justo eso.
—Te amo, aunque seas un maldito loco.
Grace dejó caer las palabras como si agitara una bandera blanca, rindiéndose finalmente ante sus propios sentimientos.
Ya no había razón para ocultarlo.
Después de todo, todas las artimañas, los juegos enfermizos y las trampas de Leon solo habían tenido un propósito desde el principio: ganarse su amor.
Había estado al borde de matarlo con sus propias manos, aun así, contra todo pronóstico, aquel amor diminuto y frágil había logrado florecer de nuevo.
Y ahora sabía con certeza que, sin importar qué, él nunca volvería a aplastarlo.
Mientras escuchaba una y otra vez esas palabras que curaban sus cicatrices, Leon saboreó su victoria como un soldado que regresa a casa tras una guerra demasiado larga.
Entonces, ¿quién había ganado finalmente esta interminable batalla?
Si alguien les hiciera esa pregunta, ambos se señalarían el uno al otro.
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