BATALLA DE DIVORCIO 34
Cuando la punta rígida de él presionó con fuerza, apartando la tela húmeda de su ropa interior para abrirse paso dentro de Daisy, ella sintió que el último hilo de su cordura se rompía.
—…¡Maldita sea!
Incapaz de contener la furia que la invadía, soltó un insulto en voz alta.
Su cabeza ardía, y su visión se nubló por la ira.
Cielo, para qué. Hoy mueres en mis manos.
En el instante en que apretó el dedo en el gatillo— ¡BANG! —un estruendo desgarrador le perforó los oídos, y su cuerpo se volcó en la dirección opuesta. La pistola salió despedida de sus manos y rodó hasta quedar oculta bajo la cama.
¡Crash!
El espejo colgado en la pared se hizo añicos y los fragmentos se esparcieron por el suelo.
¡Thud!
Su cuerpo menudo rebotó contra el colchón antes de que Maxim volviera a posicionarse sobre ella.
Daisy quedó atrapada entre las sábanas, con los brazos inmovilizados.
El humo en la habitación se disipaba lentamente en la penumbra. Hasta hacía un momento, todo estaba en silencio, pero ahora el cuarto estaba hecho un desastre por el disparo repentino.
—Haa… haa…..
—Pff… Vaya susto. Casi me matas antes siquiera de que pudiera metértela.
Era increíble cómo podía reírse después de haber estado a punto de morir. Maxim soltó una carcajada burlona.
Daisy, atrapada bajo ese lunático, respiraba entrecortadamente, jadeando sin poder recobrar el aliento.
Quizás porque hacía mucho que no disparaba a matar, o tal vez por la adrenalina de haber escuchado ese sonido estremecedor tan cerca, pero su corazón latía frenéticamente. La sangre, que había estado adormecida, se agitaba con violencia, recorriéndole cada rincón del cuerpo.
Tal vez Maxim tenía razón. Quizá el infierno le sentaba mucho mejor que el cielo.
No sabía si era por la excitación o por el impacto repentino en la espalda, pero sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Su visión se volvió borrosa.
—Tienes buen pulso para apuntar, pero aún no sabes disparar bien. ¿Acaso temblabas solo por jalar ese gatillo?
—Hic… huff…
—Pensé que solo intentabas asustarme, no que de verdad dispararías. Tienes agallas. Es una lástima que te pudras aquí… tienes potencial.
Y él seguía sonriendo con esa mueca irritante mientras soltaba cumplidos que ella no quería oír.
—Si no fueras tan bonita, te habría aplastado sin pensarlo dos veces. Hay que arrancar el problema de raíz. Si subestimas un brote, tarde o temprano crece y te apuñala por la espalda.
—Después de haber estado al borde del infierno, todavía… haa… ¿sigues diciendo estupideces? ¿De verdad te da risa?
—¿Por qué no? Es divertido. Además, dices que te mojas por mi culpa.
—C-cállate… hic.
—No pongas esa cara de enfado y mejor respira bien.
Como si le estuviera haciendo un favor, acercó sus labios a los de ella, compartiendo su aliento unas cuantas veces antes de acariciar su mejilla húmeda.
Cuando sus largos y delicados dedos limpiaron las lágrimas de Daisy, su visión se aclaró, y finalmente pudo ver con nitidez la verdadera imagen de Maxim von Waldeck.
Todo lo que había estado oculto hasta ahora se reveló ante ella, sin dejar rastro de duda.
Mierda… Nunca, jamás, habría querido verlo así.
Daisy parpadeó varias veces, pensando que tal vez estaba viendo mal. Pero no, era imposible equivocarse con algo tan grande.
Por más que cerrara y abriera los ojos, la escena seguía siendo la misma.
Bueno, al menos debía hacerle saber qué aspecto tenía en ese momento.
—…Lo veo.
Murmuró con la mirada vacía.
—¿Qué cosa?
—Max… tu… ahí abajo. Puedo verlo todo.
—Lo sé.
—No me digas que… ¿lo estás mostrando a propósito?
—Sí. Estoy orgulloso de ello, ¿no te diste cuenta?
Cuando él desató por completo el cinturón de su bata, su desnudez quedó completamente expuesta.
…Bien, si tanto quiere presumir, al menos le daré un vistazo.
Era el cuerpo de un hombre.
Pero antes de que la palabra "erótico" pudiera cruzar su mente, lo primero que sintió fue asombro.
Era difícil creer que alguien que había pasado años como mercenario, arrastrándose por los campos de batalla más infernales, pudiera tener un cuerpo así: impecable, sin una sola cicatriz.
Y aun así, no parecía irreal o artificial. Sus hombros anchos y su pecho firme exudaban masculinidad. Ni siquiera lo estaba tocando, pero mientras más bajaba la mirada, más podía sentir el calor que emanaba de él.
Pasó por encima de su abdomen, marcado con músculos definidos, hasta que inevitablemente su atención se detuvo en eso.
Lo mismo que siempre la había hecho sentir intimidada.
Daisy observó con detenimiento la imponente columna de carne que se alzaba hasta su ombligo.
Apenas unos momentos atrás, su cabeza estuvo a punto de volar en pedazos.
…¿Cómo demonios puede seguir duro incluso en una situación así?
Por mucho que le gustara el peligro, esto ya rozaba lo absurdo.
Ahora que lo veía directamente, era aún más grande de lo que imaginaba cuando solo lo había sentido contra su piel. A pesar de su tamaño descomunal, su superficie era increíblemente lisa, y aunque la luz era tenue, podía notar que su tono era limpio y uniforme.
Maldita sea… Por mucho que le fastidiara admitirlo, tenía razones para presumirlo.
—Gracias por admirarlo con tanta atención. Yo también sé que mi polla es bonita.
—No he dicho nada. ¿En qué te basas para sacar semejantes conclusiones?
¿Ahora también podía leer la mente? Daisy frunció el ceño y lo negó rotundamente.
—Ah… Es que tu mirada era muy… emotiva. Es normal quedarse sin palabras ante algo tan impresionante.
—Estás delirando.
—Vamos, no mientas. Siendo objetivos, es bonita. Grande, potente… lo tiene todo.
— No lo sabré hasta que lo pruebe, ¿no?
— ¿Cómo se supone que voy a saber cómo funciona solo con verlo?
Daisy quería discutir y cuestionarlo todo, pero al final, sintió que solo se desgastaría hablando, así que se contuvo.
— Pero, ¿de qué sirve que sea bonito si no tiene utilidad?
— ……
— Y tú, con esa ‘supuesta experiencia celestial’ o lo que sea… Te la pasas robando pastel a escondidas y te terminan descubriendo.
— Lo había comprado para comerlo sola en la mañana, ¿ok? Solo cambié de planes y lo comí antes. No lo robé.
— Como sea. Comer cosas dulces de noche te arruina los dientes.
Daisy refunfuñó con molestia, pero Maxim la reprendió como si estuviera regañando a una niña pequeña.
Mientras tanto, como quien acaricia un arma bien diseñada, se llevó la mano a su entrepierna.
— Por la noche, en lugar de azúcar, deberías probar esto. También es un sabor celestial. ¿Quieres intentarlo?
— Paso.
— ¿Por qué?
— Me da miedo. Además… es demasiado grande.
— No es para tanto.
“Sí, claro. ¿Quieres que me lo crea?” Daisy estaba incrédula.
— No, definitivamente es grande.
— ¿Y cómo puedes estar tan segura? ¿Acaso has comparado con otros?
Por un momento, los ojos de Maxim destilaron una ligera amenaza.
— No necesito compararlo con otros para darme cuenta. ¡Es evidente con solo verlo!
— No es tan grande. Lo siento, pero todavía no ha crecido del todo.
Dios. Qué razón más espantosa.
— Como sea, paso. Si no quieres que recoja un arma y te dispare, mejor aléjate de mí con eso.
No debo mirar. Si no lo miro, no podrá seguir diciendo esas tonterías.
Daisy, como si evitara el miembro de Maxim que se le ofrecía, giró la cabeza bruscamente.
— Pensé que tenías miedo porque no lo habías visto antes, pero resulta que simplemente te disgusta.
Maxim murmuró como si lamentara su situación.
— ¿Por qué lo odias tanto? ¿Qué culpa tiene?
¿Acaso todo lo que disgusta debe tener una razón?
Desde el principio, tenía pensado divorciarme, así que no tenía necesidad de ver esa parte de él.
— Leí en un libro que la forma de eliminar la aversión ciega a algo y familiarizarte con ello es combinándolo con algo que te gusta.
— …....
— No tenía intención de llegar a tanto… pero ¿qué se le va a hacer? A Iji le gusta la nata…
De repente, un delicioso aroma a nata inundó el aire, seguido de un sonido de algo siendo frotado y amasado.
¿Qué está haciendo?
Antes de que pudiera sentir miedo, Maxim sujetó la mejilla de Daisy con una mano, obligándola a mirarlo fijamente.
— No me queda más remedio que seducirte para que me comas como si fuera una tarta.
Estaba untando nata en su miembro con la mano. Cada vez que levantaba su pene con su gran mano, se podía ver cómo aumentaba de tamaño con un sonido pegajoso de fricción.
¿Hasta dónde va a crecer?
— ¿Qué clase de atrocidad es esta?
— Quizás, al untarle nata y dártela de esta manera, puede que… mi polla te guste más que la nata.
— No lo sé. Si pones eso ahí… se va a romper, se va a desgarrar.
— Si tienes miedo de que entre, ¿quieres chuparlo primero?
Ya sabía que era un pervertido, pero esto supera con creces el sentido común.
Ante la inesperada y extraña escena que se desarrollaba ante sus ojos, los ojos de Daisy se llenaron de horror. No podía hablar, estaba paralizada.
— No, si tienes miedo de que se rompa, primero debo ablandarlo cuidadosamente.
Aprovechando la oportunidad, Maxim se inclinó, susurró al oído de Daisy y, con una mano, le bajó la braga con destreza.
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