Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 226
Por Recuerdo A Priori (32)
—Sí. Si le parece bien, le invitan a presenciar el partido de Formento que se celebrará esta tarde en la galería trasera del palacio. Es por Luciano.
—……
—Señor Luciano terminó participando inesperadamente en el partido y no ha conseguido una señorita que le entregue la corona de flores.
Era una excusa patética. Bastaba con que Luciano sostuviera la corona de flores en sus manos y fingiera un momento de indecisión, y en cuestión de segundos habría una señorita dispuesta a lanzarse al frente, desechando la corona que ya llevaba en la cabeza.
Quizás le alegró que su hermana lo hubiera invitado a Calstera. Cuando era niño, Luciano disfrutaba de varios deportes de pelota junto a los hijos de los vasallos de los Pérez, pero en su adultez apenas tenía recuerdos de haberse entretenido con tales juegos en la corte.
Desde que alcanzó la mayoría de edad y Duque Valeztena le encomendó la administración interna del castillo de Pérez, Luciano se había dedicado sin descanso a cuidar de su casa, viajando constantemente entre Pérez y Mendoza. Su padre, siempre que podía, lo involucraba en asuntos que bien podría haber delegado en los vasallos, por lo que no se trataba solo de que Luciano estuviera asumiendo los deberes del duque.
Aun en otras circunstancias, su padre no dudaba en llevarlo consigo bajo el pretexto de enseñarle personalmente, tratándolo como si fuera un simple vasallo. ¿Cómo iba a tener tiempo para divertirse en la corte?
Por otro lado, su padre siempre había sido estricto con él, y los partidos de Formento eran poco más que un espectáculo de cortejo disfrazado de deporte.
Como pavos reales en celo desplegando sus plumas, los jóvenes de la corte alardeaban de su habilidad con el balón de cuero para exhibirse ante las damas.
A la mujer a la que le colocaban la corona de flores, o incluso a aquellas que ya llevaban la de otro hombre, e incluso a las casadas, las miraban fijamente en el momento en que anotaban un gol…
—Luciano, en un partido de Formento, de repente.
Que su hermana, Inés, se sentara en su lugar como su señorita, era una declaración clara de que pretendía mantenerse al margen de ese tipo de jueguitos románticos.
Luciano, que ni siquiera tenía prometida, era el hombre más codiciado en el mercado matrimonial de Mendoza. Si hasta ahora se había mantenido al margen, era precisamente por eso. Con solo intercambiar una mirada con la señorita equivocada, su nombre podría estar envuelto en rumores de matrimonio al día siguiente.
De hecho, en un banquete de Año Nuevo, Luciano recogió el abanico que una señorita de la casa de un conde había dejado caer, y el simple acto le valió medio año de rumores sobre un compromiso secreto con ella.
Inés dejó escapar una risa seca al recordar la expresión incómoda de Luciano, como si hubiera sido ayer. Pero enseguida se dio cuenta de que aquello había sucedido en su vida anterior. Golpeó suavemente el sobre de Kassel con los dedos.
¿Sería cosa de ese malnacido?
Pero no había razón para que él usara a Luciano. Últimamente, Inés tenía que acudir al palacio todos los días por Cayetana, así que aunque rechazara la invitación de Óscar, si él pedía permiso a Cayetana, ¿cómo podría negarse?
Había usado como excusa que estaba al servicio de la emperatriz, pero si la emperatriz concedía su permiso, su argumento quedaba completamente invalidado. De hecho, hasta le diría algo como: "El príncipe heredero insiste tanto, podrías aceptar aunque sea por esta vez." Y lo haría mirándola directamente a la cara.
De todas formas, si tenía que pasarse la tarde observando el inútil y sudoroso forcejeo de esos hombres, la repentina invitación de Luciano era una mejor alternativa. Dejando de lado que Formento le parecía una pérdida de tiempo repugnante, lo peor era que tendría que sentarse junto a Alicia, como si fueran la esposa legítima y la concubina llevándose de maravilla.
Si todo se torcía, siempre podía hacer como que se le resbalaba la corona de flores que Óscar le había entregado y pisotearla hasta hacerla trizas. Pero si iba como invitada de Luciano, no tendría que recurrir a un gesto tan descarado. Tampoco tendría que fingir arcadas y salir corriendo del palacio en medio del partido, ni simular un desmayo en los aposentos de la emperatriz.
—Señorita Inés, es raro que el señor Luciano haga una petición como esta. Sobre todo después de lo que ocurrió aquella vez…
—Dile que aceptaré.
—¿Qué?
—Dile a Luciano que su hermana irá vestida espléndidamente.
No necesitaba vestirse de luto con la esperanza de que ese malnacido recibiera un balonazo en la cabeza y muriera.
—Y envía un mensaje a la emperatriz. Dile que mi hermano participará en un partido de Formento después de mucho tiempo, y que he decidido ir a apoyarlo, por lo que hoy no podré presentarme ante ella.
Así ni siquiera tendría que ver la repugnante cara de la emperatriz antes de la hora del almuerzo.
Inés recogió la carta de Kassel, la volvió a meter en su sobre y se arrastró de regreso a la cama.
—¿Pero no se acaba de levantar?
—Voy a dormir.
Le faltaban muchas horas de sueño. Inés dejó la carta de Kassel bien colocada sobre la almohada en la que él había dormido y cerró los ojos otra vez.
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Luciano llegó a la mansión del duque de Escalante poco después del almuerzo.
De pie en medio del inmenso vestíbulo de la entrada, alzó la vista hacia el retrato del almirante Calderón y su esposa. Cuando oyó el sonido de los pasos de Inés bajando las escaleras, giró su inexpresivo rostro para mirarla, y caminó hacia ella para recibirla.
—Inés.
Ella no respondió y, en su lugar, tomó el brazo que Luciano le ofrecía mientras bajaba el último escalón.
El ayudante de Luciano, que había estado cargando la corona de flores de Inés, se la entregó desde atrás.
—Ah, casi lo olvido.
El rostro impecable de Luciano mostró una pequeña grieta. Seguía pareciendo tan estoico como siempre, pero sus ojos revelaban un ligero nerviosismo, como si estuviera algo torpe frente a su hermana.
Inés tomó la corona de flores directamente del asistente y trató de colocársela en la cabeza, pero Luciano fue más rápido.
—¿Así está bien?
—Parece que sí.
Sin siquiera mirarse en el espejo que tenía al lado, Inés respondió con desgana y se dispuso a salir. Pero Luciano la sujetó con suavidad.
—Por si acaso…
—……
—Mírate tú misma, Inés.
Inés giró silenciosamente su cuerpo hacia el espejo. En el gran espejo, se reflejaron al mismo tiempo las figuras de los hermanos.
—Eres hermosa, Inés.
Como en aquel entonces, el rostro de Luciano, iluminado por una radiante sonrisa, la observaba desde el reflejo. Como las ondas que se forman en una superficie tranquila de agua, solo por un instante. Inés bajó la mirada de inmediato, evitando el contacto visual con su reflejo.
—Te queda bien. Madre siempre decía que las flores moradas te favorecerían especialmente, y tenía razón. Parece que lo hubieras elegido a propósito.
—Siempre me queda bien todo.
No era necesario depender del buen ojo de su madre para saberlo. Sin embargo, Luciano abrió los ojos con sorpresa al escuchar su inesperado comentario engreído. Luego, dejó escapar una leve risa, como si el aire se escapara de sus labios, y asintió con la cabeza.
—Supongo que sí. Siempre has sido hermosa.
Inés lo observó a través del espejo con una mirada compleja antes de apartar la vista.
—…Está torcido hacia la izquierda.
—Ah. Si bajo un poco esto, quedará bien.
Luciano caminaba de espaldas delante de ella, ajustando la corona de flores en su cabeza. Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza, calculando el ángulo correcto. Pareciendo satisfecho con el resultado, se colocó a su lado y le ofreció el brazo. Inés lo tomó sin decir nada.
Qué coincidencia que el vestido que llevaba hoy fuera lila. Tal como había dicho Luciano, parecía un conjunto planeado. Sentía un amargo desagrado ante la sensación de que su madre había descubierto un gusto que ni ella misma había expresado.
En ese silencio, Inés subió al carruaje con la escolta de Luciano. Solo cuando el vehículo comenzó a moverse, notó su rostro cansado, algo que no había percibido en la luminosa sala del palacio.
—…Pareces agotado, Luciano.
—Ah.
—¿Seguro que podrás competir?
—¿Cómo lo supiste? No he dormido bien.
Los ojos de Luciano, que habían estado mirando por la ventana, se suavizaron con una sonrisa al dirigirse a ella. Irónicamente, en esta vida, él sonreía más y era más afectuoso con ella que en su pasado, cuando habían sido realmente cercanos. Como si intentara compensar la distancia con amabilidad.
Recordar cómo lo había tratado en la infancia, antes de su primera menstruación, como a un hermano menor al que podía molestar sin reparo, hacía que la diferencia actual le resultara extrañamente incómoda. En esta vida, su relación se había enfriado abruptamente cuando ella cumplió seis años. Pero como conocía bien la verdadera naturaleza de Luciano, no podía evitar compararlo con el pasado.
A veces, incluso dejaba escapar una risa irónica sin darse cuenta. Sí… en días tranquilos como este, los recuerdos del pasado volvían a su mente. Aunque, como siempre, solo dejaban un regusto amargo antes de desvanecerse.
—Entonces, ¿a qué viene ahora esto de Formento?
Inés se cruzó de piernas y preguntó en un tono despreocupado. Su repentina falta de formalidad pareció desconcertar a Luciano, cuya sonrisa se quebró ligeramente.
—No es que te guste presumir tu cuerpo frente a las damas.
—Bueno, tienes razón…
Como ella hablaba con tanta naturalidad, él le respondió de la misma manera, pero aún así frunció levemente el ceño, como si le resultara extraño que Inés hiciera comentarios sobre su carácter con tanta familiaridad.
—¿Acaso te has enamorado de alguna señorita?
—……
Por supuesto, la pregunta de si tenía una mujer a la que cortejaba también debía de ser inusual para él.
—Aunque, si así fuera, la habrías invitado a ella… A menos que estés tratando de acercarte con cautela y por eso me llevas a mí.
—No. No es eso.
Luciano la miró, incrédulo, antes de soltar una risa seca. Aunque intentaba ser siempre amable con su hermana, su expresión dejaba en claro que la encontraba ridícula.
Inés simplemente se encogió de hombros, como si todo aquello le diera igual.
—Si no es por eso, no veo otra razón. Cuando el príncipe heredero me invitó a ver la competencia, ni siquiera mencionó tu participación.
—…Ah. Así que era por eso.
—¿Qué?
—Kassel Escalante envió un mensajero al amanecer. Me pidió que lo reemplazara en Formento.
—……
—Dijo que necesitabas un hombre que te ofreciera la corona de flores. Que él no podía dártela porque no estaría en Mendoza.
Inés, que había estado apoyando la barbilla en la mano mientras lo miraba, de repente sintió un calor ascender por sus orejas. Desconcertada, bajó la cabeza sin mover la mano.
—Dices que tu matrimonio es maravilloso…
—……
—Pero al parecer, con solo escuchar a tu esposo, ya te sonrojas.
Luciano murmuró esas palabras mientras se recostaba contra la pared del carruaje, imitándola. Sus ojos, al igual que los de Inés hace un momento, la observaban fijamente.
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