Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 190
Cosas que no son justas (31)
—Hnn… Ah….
Casi de inmediato, Kassel se hundió en ella. Un leve gemido se filtró por los labios de Inés mientras él la besaba, succionando su labio inferior.
Por mucho que estuviera acostumbrada, él era demasiado grande, y a menos que hicieran el amor varias veces seguidas, la primera penetración siempre era un poco difícil. Tanto para ella como para él, aunque solo fuera por un momento.
Inés frunció el ceño y le mordió suavemente el labio superior.
El encuentro de la noche anterior, por supuesto, había dejado huellas dentro de ella. Pero como Kassel se había tomado la molestia de limpiarlas y eliminarlas por completo, nada de eso servía ahora para facilitar su unión.
Aunque ya estaba mojada, la sensación de llenado era inevitablemente intensa. Inés recordó vagamente la imagen de él la noche anterior, meticulosamente limpiando los rastros de su propio deseo de su interior… y luego volviendo a excitarse en el proceso.
Lo había observado con los ojos entrecerrados, todavía atrapada en la niebla del sueño, mientras él, con la mirada baja y oscurecida por el deseo, se tocaba a sí mismo.
Había terminado derramando su semilla sobre su vientre, y para cuando eso sucedió, ella ya se había sumido en un profundo sueño. Apenas percibió cómo él, aún con ternura, volvía a limpiarla con una toalla tibia.
Incluso ahora, con su permiso explícito para hacer lo que quisiera, Kassel seguía conteniéndose. Por otro lado, ella sabía bien que ver su propio cuerpo respondiendo a él con tanta facilidad, con su humedad revelando su excitación, lo había llevado al borde de la locura. Sus ojos, oscurecidos por una mezcla de afecto feroz y deseo contenido, la observaban con intensidad.
Incluso con esa mirada desenfocada por la lujuria, jamás se precipitaba a embestirla de golpe. Su autocontrol era algo que a veces le resultaba irritante, incluso cuando ella misma provocaba sus instintos más básicos.
Aun en los momentos en que no podía resistirse del todo, Kassel siempre se contenía, asegurándose de prepararla lentamente, ensanchando su interior con paciencia hasta enterrarse por completo.
Esa forma de ser suya… le gustaba. Le gustaba cuando deseaba que él simplemente la tomara con más fuerza, sin pensar en nada más, pero también le gustaba el hecho de que, al final, él nunca la lastimaría.
Estar con él siempre se sentía seguro.
Era una certeza absoluta.
Que no importaba lo que pasara, él jamás le haría daño.
Por eso quería perderse en él sin pensar en nada más.
Porque al final, él no podría romperla, ella tampoco lo destruiría a él.
"Nosotros" estamos a salvo.
Kassel Escalante siempre le había dado esa sensación de solidez inquebrantable.
Era un hombre fuerte y firme, que podía esperarla pacientemente sin una sola queja.
Podía imaginarlo claramente. De pie, con su uniforme impecable, sosteniendo en una mano su gorra azul marino con visera redonda, y en la otra su abrigo, esperando para ponérselo sobre los hombros con la misma naturalidad con la que siempre lo hacía.
Una escena tan cotidiana y repetida que se sentía como la base de su tranquilidad.
La sensación de que todo seguiría así para siempre.
Que "nosotros" era algo real y tangible.
—Haa… Ah… Inés…..
Ella enredó las piernas alrededor de su cintura, instándolo a profundizar. Kassel gruñó, enterrándose más, hasta rozar el punto más hondo dentro de ella. Con la espalda arqueada, llevó sus manos a sus pechos, apretándolos con fuerza.
A pesar de su contención, su toque esta vez era más rudo de lo habitual.
Los estrujaba sin reservas, pellizcando los pezones con rudeza, todo mientras la miraba fijamente, sin pestañear.
—No me apresures. Antes de que de verdad pierda la cabeza…..
—Más… fuerte. Kassel… Hnn…...
—Dios… ¿Quieres matarme o qué? ¿Es por eso que haces esto, Inés? ¿Hm?
—Rápido… muévete… Me desespera…...
Kassel era un hombre que pensaba que, si se saltaba los juegos previos, ella no podría soportarlo. Pero al final, terminó omitiéndolos a petición suya, ahora parecía estar al borde de la locura.
Aun así, Inés lo prefería así.
Le gustaban los momentos en los que él se volvía salvaje y se dejaba llevar.
Como cuando terminaba sobre su vientre, ensuciándola sin preocuparse por nada más.
Como cuando, incapaz de controlarse, entrelazaba su mano con la de ella y guiaba sus dedos para que lo tocara.
Le gustaba verlo perder el control y embestirla sin pensar.
Porque, al final del día, ella sabía perfectamente que Kassel era, en esencia, un hombre demasiado bondadoso.
—Mierda, Valeztena… Siempre tienes tanta prisa…...
—Eres tú el lento…....
—Ni siquiera piensas en lo pequeña que eres…...
—No soy… pequeña. Tú eres… demasiado grande… Kassel… Eres tan ridículamente grande que siempre… Uhh…!
—¿Por qué me dices esas cosas? ¿Hm? ¿Por qué me provocas así, Inés?
Era él quien la torturaba con sus caricias. En lugar de seguir su petición de moverse sin pensar, simplemente apretaba sus pechos con rudeza, como si esa fuera la única manera en que podía desahogar su frustración.
Mientras tanto, cada vez que la gruesa punta se abría paso en su interior, sus paredes se adaptaban a él como si estuvieran hechas para recibirlo. Se hundía profundamente, se retiraba lentamente y volvía a penetrarla con la misma precisión, una y otra vez.
Por mucho que intentara recibirlo hasta el fondo, era imposible que pudiera tomarlo por completo. A veces, cuando apenas la llenaba hasta la mitad, ella tenía la impresión de haberlo recibido todo. Kassel era demasiado grande en todos los sentidos, sin excepción.
—Entonces, ¿qué tal si corto un poco la punta? Así te sería más fácil tragarte todo.
Mientras decía eso con una sonrisa baja y provocadora, él golpeó deliberadamente su punto más sensible.
—No digas estupideces…...
—¿No quieres?
—Aunque la cortaras, seguiría siendo gruesa… Hnn… ¿De qué serviría?
—¿Ese es el problema? ¿No te importa más que tu marido tenga que cortarse el miembro?
—No haría ninguna diferencia. La longitud… Ah… Después de que tengamos hijos…...
—¿Y ahí se acaba todo?
De repente, la levantó de las caderas y embistió con fuerza. Los labios de Inés se separaron en un silencioso jadeo.
—¿Porque, al final, no deja de ser algo vulgar?
—Me gusta lo vulgar… Hnn, ah, Kassel… Ah…!
Sus movimientos se hicieron más intensos y el cuerpo de Inés fue empujado hacia arriba con cada embestida. Ella se aferró a su nuca, hundiendo los dedos en su cabello dorado, atrayéndolo hacia sí. Su amplia espalda se curvó sobre ella, y la oscuridad volvió a envolver su visión.
Cuando susurró en su oído que la follara más fuerte, él escupió una maldición, algo tan rudo que sonó extraño viniendo de sus labios.
—Mierda…...
Con manos grandes y firmes, separó sus piernas con fuerza, presionando el interior de sus muslos hasta el límite, y luego la golpeó con toda su fuerza.
Fue en ese instante, de manera inesperada, que un orgasmo ligero y repentino la recorrió. Inés tembló, estremeciéndose. Kassel se detuvo apenas un instante para mirarla, pero sin un rastro de piedad, siguió moviéndose. Como si quisiera devolverle todas las veces que ella lo había torturado antes.
—Ah…!
Su vientre, sus piernas abiertas, todo su cuerpo se estremecía sin parar con espasmos después del clímax. La sensación era tan intensa que su gemido se desbordó como un grito. Su visión se tornó borrosa por las lágrimas. Inés lo buscó con la mirada, y cuando finalmente comprendió lo que él estaba viendo, sintió un leve desconcierto.
Su feroz mirada estaba clavada en su sexo enrojecido, observando con detalle la escena obscena frente a él.
El miembro de Kassel, grueso y de un color rojo oscuro, deslizándose dentro y fuera de ella, con sus paredes internas aferrándose a él, como si intentaran retenerlo cada vez que se retiraba, solo para devorarlo por completo cuando volvía a empujar dentro de ella.
Ella estaba sobre sus rodillas, con las caderas alzadas en el aire.
Cada vez que él la empalaba desde arriba, su vientre se encogía de placer. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, sus ojos enrojecidos por el calor.
'Me voy a morir. Me voy a volver loca'
El sudor de Kassel caía desde su frente, su nariz y su mejilla mientras apretaba la mandíbula con fuerza.
Los fluidos se deslizaban por el interior de sus muslos, empapando la cama. El sonido húmedo y obsceno resonaba cada vez más fuerte.
Era demasiado.
Demasiado intenso.
Demasiado placentero.
Ella arañó su espalda, llorando, mientras lo sentía llenarla hasta el borde.
Sus bocas se encontraron en un beso salvaje, sus dientes chocaron y ambos se mordieron con desesperación, como si quisieran devorarse mutuamente.
Cuando su cuerpo se sacudió con otra embestida profunda, él la sostuvo con firmeza, impidiéndole moverse.
Lo sintió dentro de ella, más hondo que nunca.
Cuando su espalda se arqueó y dejó escapar un sollozo ahogado, Kassel le mordió la mandíbula y murmuró con voz ronca:
—Mi pervertida Inés… ¿Te gusta que te duela así? ¿Hm?
—Me encanta… Hnn… Cuando me llenas tanto que… duele un poco… Me gusta aún más…
El aliento que se derramaba con la excitación estaba caliente. Sus labios descendieron sin orden ni concierto sobre su mejilla, debajo de su mandíbula, en el lóbulo de su oreja, dejando pequeños besos dispersos por todas partes.
—Estás… tan apretada…
—…….
—Por eso, en realidad, se siente tan bien…..
'Así que, lléname por completo…'
El susurro fue tan suave como perverso. Kassel, incapaz de contenerse más, soltó una serie de maldiciones entre dientes mientras mordía y lamía su rostro. Se disculpaba con ella mientras su ritmo se volvía más frenético, embistiéndola con fuerza, aplastando su pecho sin piedad.
Cuando Inés alcanzó el clímax una vez más, Kassel también se hundió profundamente en ella y derramó todo su ser dentro de su cuerpo. El calor, similar a su propia temperatura, quedó rezagado dentro de ella, deslizándose lentamente cuando él se retiró. Sus pies, que habían estado vagando en el aire, finalmente cayeron exhaustos sobre la cama.
Aún aferrándola en sus brazos, Kassel giró sobre sí mismo y la acomodó sobre su pecho. Su miembro, ahora cubierto de una mezcla blanquecina de fluidos, se frotó sin querer contra su vientre, pero ninguno de los dos prestó atención a ese detalle.
—…Maldita sea. Cada vez me dejo arrastrar más por ti, Inés.
Pero más que un lamento, sonó como si estuviera tan feliz que podría morir.
Aun así, quizás por una pizca de inquietud, sus manos recorrieron su cuerpo con cautela. No había lujuria en ese toque, solo un gesto silencioso de preocupación.
Cuando pasó los dedos por la línea de su trasero, rozando su sexo húmedo, no lo hizo con intenciones lascivas. Más bien, estaba comprobando si estaba hinchada, si le había hecho daño.
A Inés no le gustaba que rompiera el ambiente de esa manera, pero tampoco le desagradaba que él se preocupara por ella como si fuera lo más natural del mundo. Así que simplemente se dejó caer sobre su pecho, apoyando la cabeza contra él.
Como si fueran un reflejo el uno del otro, su corazón latía justo debajo del suyo. Rápido al principio, y luego, poco a poco, volviendo a su ritmo normal.
—¿Quieres que te ponga un poco de ungüento? Estás un poco inflamada.
—No. Se siente incómodo.
—Pero bien que me sostienes dentro de ti sin problemas.
Kassel rió mientras deslizaba los dedos entre sus piernas, esparciendo los restos de su esencia en su piel. Con su risa, sus cuerpos se sacudieron juntos. Inés frunció ligeramente el ceño y apoyó la barbilla en su pecho antes de responder:
—Porque lo tuyo me da un hijo.
—…….
—Quiero tener un bebé contigo, Kassel.
Tal como lo había esperado, él no respondió de inmediato. Su expresión era ambigua, llena de dudas. Era obvio por qué.
Le preocupaba ella. No confiaba en su salud.
Hasta ahora, cada vez que habían hablado de hijos, había sido solo como un deber para sus respectivas familias. No era extraño que Kassel reaccionara con escepticismo. No cuando él, incluso con todo su deseo ardiente por ella, se había contenido tantas veces antes.
Inés misma había hablado del parto como si fuera un trámite, algo que debía hacer cuanto antes para sacárselo de encima. Había habido incontables ocasiones en las que mencionó el tema sin emoción alguna, y él, en respuesta, solo le había dado reacciones frías e indiferentes.
Si el bebé solo tenía ese significado para ella, era lógico que él no lo deseara con ansias.
Kassel era el tipo de hombre que haría exactamente eso.
Pero esta vez…
—Esta vez lo digo en serio. De verdad quiero que tengamos un hijo juntos.
—…….
—No un heredero para tu familia o la mía… Sino un hijo que sea solo tuyo y mío.
Esta vez, quería vivir de manera diferente.
Ella.
Y él.
Ambos.
Diferentes a lo que fueron antes.
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