Hombres del Harén 828
Terminarás huyendo
Al ver al hombre de cerca, Tasir entendió por qué la Emperador había quedado tan absorta tras su encuentro.
—Si un hombre intenta sacar a escondidas a mi esposa en medio de la noche, al menos debería asegurarme de verlo bien.
Después de hacer un rápido juicio en su mente, Tasir sonrió con ligereza y respondió:
—¿Esposa?
El hombre soltó una risa tan melodiosa que resultaba irritante.
—Eres solo uno de los consortes. Para llamarla esposa, deberías al menos ser su consorte principal.
—Pero tú ni siquiera eres uno de los consortes, ¿verdad?
Tasir analizó la apariencia y el porte del hombre, tratando de deducir quién o qué era. Su vestimenta tenía un aire aristocrático, y su tono era altivo.
Pero esa arrogancia no era la misma que la de los nobles comunes; tenía algo más crudo, más primitivo.
Tarareó la melodía que había estado cantando el hombre antes de preguntar:
—¿Qué canción es esa que cantas cada noche?
—Una canción que pide amor.
—¿Y lo consigue?
—Si estuviste escondido observando, ya deberías saberlo.
Tasir dedujo que aquel hombre sabía bastante sobre él. No solo conocía su posición como consorte, sino que ni siquiera parecía interesado en indagar más.
—Sí, lo sé. Por eso pregunto. No parece que haya tenido mucho efecto.
Tasir sonrió ampliamente y silbó con despreocupación.
A pesar de haber sido objeto de burla, el hombre esbozó una sonrisa aún más pronunciada.
—Parece que te esfuerzas desesperadamente en negar que Latrasil me está mostrando interés.
—Negar la verdad no sirve de nada. Pero si no es verdad, tampoco tengo por qué admitirlo.
A medida que hablaban, la sensación inhumana que emanaba del hombre empezó a desvanecerse poco a poco. Con ello, la tensión de Tasir también se disipó un poco.
—Por mucho que lo disimules, no puedes negar la verdad: la Emperador salió porque le gustaron mi voz y mi rostro.
—Cuando alguien canta solo junto a un lago en plena noche, cualquiera sentiría curiosidad y se acercaría. Como yo, ahora mismo.
El hombre soltó una carcajada repentina. Fue una risa prolongada, lo suficiente como para interrumpir el flujo de la conversación.
Cuando finalmente dejó de reír, pronunció su nombre:
—Tasir Angers. Pobre humano.
—¿?
—Un consorte que es lo bastante inteligente como para permanecer al lado de la Emperador, pero que nunca llegará a recibir su amor por completo.
—!
El hombre alzó levemente el mentón, permitiendo que la luz de la luna revelara su rostro con una belleza casi sobrenatural.
—Si en vez de consorte hubieras sido un leal ministro, al menos te habrías ahorrado las burlas.
Con una expresión de lástima completamente desprovista de compasión, el hombre incluso sacudió la cabeza.
Cuando estaba junto a la Emperador, parecía un ser feérico salido de otro mundo. Pero frente a Tasir, se asemejaba más a un monstruo vulgar y exasperante.
—Hablas como si sintieras lástima por mí. Tú, que te pasas las noches cantando para atraer a la Emperador ¿no será más bien que me envidias por estar a su lado?
—!
Por un momento, ambos se quedaron en silencio, mirándose fijamente.
En los ojos del hombre, Tasir vio un odio evidente.
Ese hombre lo despreciaba.
Y, más importante aún, estaba tras la Emperador.
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—¿Eh? ¿No le hablaste a Su Majestad sobre Auel?
No fue hasta la media mañana que Titus se dio cuenta de que Meradim se había olvidado de mencionar el tema otra vez.
—¿Por qué le hablaría a Su Majestad sobre Auel?
Meradim preguntó inocentemente mientras se cepillaba la cola. Últimamente, su cola estaba áspera y eso le preocupaba.
—¡Porque fuiste a ver a Su Majestad para hablarle de Auel!
—¿Qué? ¿No era una cita?
—¡No!
Titus, frustrado, le arrebató el peine y lo lanzó al lago. Luego, temiendo que Meradim se enojara, nadó rápidamente fuera del agua.
Un guardia que lo reconocía de vista le entregó una toalla cuando salió apresurado a tierra firme.
—Siempre trabajas muy duro.
Titus se secó con la toalla mientras caminaba por el sendero empedrado del harén que llevaba al palacio principal.
Si intentaba apresurar a Meradim, era obvio que este se distraería con otra cosa, así que decidió ir él mismo a informar a Su Majestad.
Pero mientras caminaba resoplando de frustración, una pequeña piedra rodó hasta sus pies. Se desmoronó con un crujido al pisarla, Titus giró la cabeza.
Gesta estaba sentado en un banco, desenvolviendo un caramelo para un grifo. Cuando sus miradas se encontraron, el grifo golpeó el banco con la pata, indicándole que se acercara.
Titus, aunque molesto, se acercó.
—¿Qué pasa?
—¿Vas a decírselo a Su Majestad…?
Gesta preguntó sin rodeos.
Los ojos de Titus se abrieron de par en par. ¿Cómo demonios sabía ese hombre que él iba camino a ver a Su Majestad?
—¿D-decir qué?
—Sobre mí.
Gesta sonrió levemente y susurró, haciendo que Titus se tapara la boca con ambas manos. ¿Cómo podía saberlo?
Titus empezó a sospechar de Meradim. ¿Acaso el Rey Pez se lo había contado todo a Gesta y luego lo había olvidado?
Gesta, con una sonrisa en los ojos, le ofreció el caramelo que tenía en la mano.
Titus casi lo tomó por reflejo, pero enseguida retiró la mano y negó con la cabeza.
—¿Por qué me das esto?
—Solo estoy teniendo una cita con Su Majestad… No hay necesidad de contarle sobre mí, ¿o sí?
Cuando Titus rechazó el caramelo, el grifo rodeó la muñeca de Gesta con sus alas y abrió el pico.
Gesta le dio el caramelo al grifo y luego miró a Titus, evaluándolo.
Titus dio un paso atrás con cautela. ¿Lo estaba amenazando?
—Eso lo decidirá Su Majestad. Pero no puedo no contarle que apareciste. Siempre te presentas cuando algo está a punto de derrumbarse.
—Esta vez no.
Murmuró Gesta, metiendo la mano en una bolsita de terciopelo que tenía al lado. Titus retrocedió otro medio paso.
Lo que sacó fue una concha de burbujas, un objeto adorado por las Sirenas de Sangre. Titus dio un paso al frente de nuevo, conteniendo el aliento.
Alzó la mano para tomarla, pero la retiró varias veces, dudando. No recordaba la última vez que había visto una concha de burbujas. Habían pasado cientos de años.
—Solo quiero tener una cita…
Susurró Gesta.
—De todos modos, Meradim solo se quedó aquí a medias por diversión y a medias por Girgol… No ama a Su Majestad.
—Bueno, eso… supongo que sí, pero aún así…
—Yo, en cambio, me quedé aquí porque amo a Su Majestad. Así que, ¿por qué contarle algo tan personal?
—Eso tiene sentido, pero…
—Si fuera tan importante, Meradim lo habría recordado y lo habría contado inmediatamente. Puede ser olvidadizo, pero nunca olvida lo que es realmente crucial.
Titus dudó, mordiéndose el labio, pero terminó cediendo ante sus palabras.
Era cierto. Meradim no repasaba las cosas como los demás sirenas de sangre porque le daba pereza. Pero en el fondo, era porque confiaba en sí mismo.
Si algo era realmente importante, no hacía falta que se lo recordaran; él mismo se aseguraba de recordarlo.
Cuando la concha de burbujas llegó a sus manos, a Titus casi se le saltaron las lágrimas.
—No puedo creer que tenga esto otra vez.
Gesta volvió a desenvolver otro caramelo para el grifo y, de reojo, miró hacia donde estaban los aposentos de Tasir.
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Tasir seguía revolviendo la cucharilla en su taza de café. Cada vez que lo hacía, el hielo chocaba contra los bordes con un tintineo.
Hierlan, al notar que ese sonido llevaba ya treinta minutos sin parar, comenzó a preocuparse. Era raro ver a Tasir perder el tiempo de manera tan inútil.
—Joven maestro.
—¿Hm?
—¿Acaso su dilema tiene algo que ver con que ayer salió en pantuflas?
—Ah… en parte. Pero no directamente.
Ya había muchos hombres en el harén que deseaban estar junto al Emperador. Y aún más fuera del harén.
Ese hombre misterioso le molestaba, pero no era su mayor preocupación.
—Hierlan.
—Sí, joven maestro. Dígame lo que quiera.
—¿Qué es el amor?
—…!
Hierlan abrió los ojos de par en par. Se sintió como si estuviera parado frente a un carruaje enorme que se le venía encima. Sabía que algún día Tasir haría esa pregunta.
—Joven maestro, ¿acaso…?
No pudo terminar la frase.
¿Acaso ama a Su Majestad?
Había hecho esta pregunta muchas veces. Al principio, Tasir lo negó. Luego, simplemente guardó silencio.
—Creo que estoy celoso.
Tasir se encogió de hombros y murmuró.
—¿De la Emperador?
—No. De los hombres que están con él.
Tasir sonrió con resignación, como si admitirlo fuera inevitable.
Hierlan se quedó inmóvil, sin atreverse a respirar. Una vez más, Tasir no dijo directamente 'amo a la Emperador', pero cada vez sus respuestas se volvían más concretas.
Tasir comenzaba a comprender por qué Hierlan y sus padres siempre le habían dicho: 'Si alguna vez amas a la Emperador pero no puedes convertirte en su consorte, huye'
Había visto a muchas personas consumidas por los celos, desperdiciando su tiempo con emociones irracionales e ilógicas.
Los sentimientos no eran el problema. Pero ser dominado por ellos, ¿no era una actitud poco inteligente?
Si solo bastaba con controlarlos, ¿por qué la gente se volvía tan estúpida?
—Es realmente desagradable.
Murmuró, cerrando los ojos. No quería convertirse en una de esas personas que nunca había logrado entender.
—No me gusta en absoluto.
—Joven maestro…
Hierlan susurró, aturdido, y luego se acercó para acuclillarse junto a él.
Tan cerca que casi sus rostros se tocaban, Hierlan bajó la voz para que nadie más pudiera escucharlos.
—Joven maestro… ¿seguirá el consejo del vice-maestro?
—¿Huir?
Hierlan asintió rápidamente.
Tasir soltó una carcajada y rodeó la cabeza de Hierlan con los brazos.
—¿De qué hablas? Mi madre dice eso porque no conoce al Emperador, pero ¿por qué lo dices tú?
—Príncipe Klein solo es un consorte temporal, así que puede irse cuando quiera. Pero usted… no puede renunciar a su posición por decisión propia.
Hierlan se preguntó cómo reaccionaría la Emperador si Tasir dijera que quería irse.
—Usted es alguien valioso para Su Majestad. Nunca lo dejará marchar.
Tasir, aún después de convertirse en vampiro, miró con incredulidad a Hierlan, que se encogía como una ardilla asustada.
La Emperador que todos veían y la Emperador que él conocía parecían ser dos personas completamente distintas.
—Hierlan.
—Ahora puedo cargarlo y correr con usted a cuestas. Incluso llevé al sumo sacerdote, después de todo.
—Hierlan.
—…Sí.
Tasir lo llamó por segunda vez. Hierlan comprendió lo que su maestro estaba a punto de decir y bajó los hombros, resignado.
—No voy a huir.
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—Todavía no han elegido a nadie como Esposo Oficial, ¿verdad?
—Así es.
—Y yo soy el candidato más fuerte. Podría ser elegido como consorte imperial, y aun así me dicen que huya. Todos parecen tratarme como si fuera frágil.
La voz de Tasir, burlándose de Hierlan, se escuchaba débilmente. Hierlan, sintiéndose un poco más aliviado, respondió con un leve tono de molestia.
Gesta dejó la muñeca que acababa de hacer y esbozó una sonrisa.
—No. Tú vas a huir.
Asure: He visto 3 lectoras que me han escrito: ¿Por qué pones Emperador a Latil y no Emperatriz? .... Explico: si pongo Emperatriz directamente a Latil, el consorte elegido automáticamente pasaría a ser Emperador y el grado superior de Latil 'bajaría' o estaría en 'igualdad de condiciones' que el nuevo 'Emperador'. Cabe recordar que la línea sucesoria es de la línea familiar por parte de ella, entonces el grado superior de ella tiene que conservarse (al ser hombre o mujer se llamaría Emperador). Al ser mujer y tener varios 'hombres', ellos pasarían a ser consortes. El consorte elegido sería llamado 'Consorte Principal' para luego ser llamado 'Esposo Oficial' o 'Consorte Oficial', mas no Emperador..... Asure, pero en el manhwa lo llaman 'Consorte Real', bueno ... Real viene de Rey, Imperial de Emperador, entonces debería ser Consorte Imperial. Recuerden que el estilo oriental es diferente al occidental, así que disfruten, pero no me exijan cambiar los nombres de algo de que saco de la novela y no del manhwa (prácticamente no lo leo)
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