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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 158

Las brasas están en todas partes (35)




Si todo hubiera salido según los planes de hace mucho tiempo, así habría sido.

Inés debería haberles dado un poco más de margen a "ellos" en el dormitorio. Darles tiempo, permitirles la tranquilidad del exterior que les haría sentir seguros, darles la oportunidad de bajar la guardia, y así, haber esperado a que ocurriera algo. Por ejemplo, que esa desagradable mujer estuviera acostada sobre la cama en la que ella se encontraba ahora, en exactamente la misma posición.

Y si hubiera descubierto aquella escena, habría fingido temblar de indignación por la traición, armando un escándalo como si no pudiera vivir ni un solo día más si esa humillación se hacía pública, hasta que todos los invitados se enteraran.

Pero esa no era una imagen que hubiera imaginado antes. Inés, tumbada sin fuerzas, observaba aquella pintura en la que no le gustaba verse como una mancha. El sol caía rápidamente, y el dormitorio bañado por el atardecer era tan acogedor como el cariño que le había tomado, pero ella, sola en su interior, no lo sentía igual.

Así que, en realidad, la única razón por la que la imagen no le agradaba era por esa mancha.

Una anomalía.

Se rió brevemente de sí misma. Pensándolo bien, nunca había sabido nada sobre Kassel Escalante como un hombre casado. Y ahí estaba el peligro de dar por sentado lo que nunca ocurrió.

‘Aunque ahora pensar que fue un error ya es demasiado tarde’

Como si hubiera tenido otra opción.

Por supuesto, si lo pensaba más a fondo, en realidad tampoco conocía bien al Kassel Escalante "original". Un mujeriego con muchas seguidoras. Un hombre que evitaba tanto el matrimonio como la responsabilidad. Los adjetivos despectivos con los que se le describía no habían cambiado ni antes ni ahora. Al fin y al cabo, la gente siempre ve solo el lado más escandaloso de los demás.

No casarse se consideraba un defecto grave, tanto para hombres como para mujeres, y él, que era visto casi como el hombre más guapo del mundo más allá de las fronteras, llamaba demasiado la atención dondequiera que fuera. Si hacía una cosa, al día siguiente ya habían inventado diez historias sobre ello. Llegó un punto en que su nombre era suficiente para cansar a cualquiera.

Claro que parecía que solo a Inés le resultaba agotador, porque los rumores no mostraban señales de disminuir. Sí, él siempre había sido escandaloso.

Hasta el día en que Inés, con veintiséis años, murió, Kassel seguía soltero, siendo una piedra fuera de lugar en la aristocracia de Ortega, pero al mismo tiempo, la cara más emblemática de la Armada Imperial, que protegía los intereses de Ortega.

Hasta la primavera en que, con veintiséis años, concluyó su última batalla con una herida grave y fue dado de baja.

Un soldado que, aun desafiando la tradición, había mantenido los valores más conservadores. En la contradictoria imagen del vizconde Escalante, siempre rodeado de críticas y de gran admiración, había un héroe de la batalla de Palencia y el hombre que había llevado a cabo la gran limpieza de los piratas de La Mancha que saqueaban barcos de Ortega en el estrecho de Álava.

Y siempre hubo debate sobre si esos eran verdaderamente los logros de Kassel Escalante.

Los caballeros de Mendoza, que no habían sostenido más que un arma de caza en los pacíficos campos de descanso, inclinaban la cabeza servilmente cuando Kassel pasaba, solo para luego debatir entre ellos con conclusiones ya establecidas. Si alguien mencionaba la gran familia de Kassel, su abuelo, su tía, la emperatriz, su primo el príncipe heredero, o, sobre todo, su asombroso y atractivo rostro como prueba de su estatus, entonces lo que siguiera en la conversación ya no valía la pena escucharlo.

Porque, con una cara que solo servía para hechizar a las mujeres, jamás podría ser el protagonista de una historia heroica. Porque su destino ya estaba trazado: asesorar al príncipe heredero y gobernar el consejo aristocrático. O porque, quizá, los oficiales de guerra habían exagerado sus méritos en batalla para congraciarse con la emperatriz y su familia… Para ellos, dudar siempre era lo más lógico.

Con la arrogancia de quienes creen que no serán engañados por nadie, repetían las mismas palabras que ya había dicho otro antes.

‘¿No es demasiado apacible y privilegiada la vida que se le ha concedido al hijo prodigio de Escalante como para albergar un espíritu noble que proteja las mares del Imperio, siempre azotadas por las tormentas?’

Era una burla que en esencia decía: "¿Acaso ha peleado de verdad en la guerra?" Si se interpretaba de manera más elegante, el comentario implicaba que solo su cuerpo había estado en la armada, y que su intención no era más que jugar a la guerra.

¿No era esa la típica historia que solo los necios se tragarían? En efecto, Kassel Escalante gozaba de una tremenda fama como héroe de guerra entre la gente común en aquellos días. Incluso más que su primo y señor. Una falta total de lealtad.

Inés recordó las voces pomposas de aquellos caballeros y, con una leve sonrisa, cerró los ojos. Hombres que hablaban con arrogancia sin tener idea de lo que era la guerra, como si hubieran pasado toda su vida en una cuna de oro…

Exceptuando la diferencia entre un tono refinado y las maldiciones más vulgares, aquellos caballeros de Mendoza y los oficiales mezquinos en los banquetes del cuartel general de Calstela eran en esencia lo mismo. Gente que se encontraba en todas partes en el mundo de Kassel Escalante.

En su memoria, volvió la mirada y observó a Kassel de lejos en la corte. Su rostro de perfil, con los labios cerrados con indiferencia, como si no escuchara nada, y esos ojos azules con un matiz gélido. La curva de su boca que ocasionalmente se alzaba con falsedad. Y luego, recordó la forma en que sus miradas se cruzaban fugazmente, de manera sutil.

Y aquel rostro que, en esos momentos, se volvía completamente inexpresivo.

Kassel no sonreía al verla. Desde algún momento.

Incluso cuando estaba rodeado de personas buscando ganarse su favor, siempre parecía aislado, como si estuviera detrás de un muro invisible, aburrido de todo. Pero, con ella, era distinto. Algunos días, parecía extrañamente rígido e incómodo; otros, daba la impresión de que tenía algo que decirle; y en otras ocasiones, la miraba como si su sola existencia le resultara molesta.

Como si estuviera ocultando algo.

¿Cuándo fue la primera vez que sintió esa sospechosa disonancia en Escalante?

No importaba cuánto rebuscara en sus recuerdos, no podía encontrar un punto exacto. Nunca había tenido tiempo para la calma, Kassel Escalante nunca le había parecido algo digno de mucha consideración. Cualquier inquietud que él despertara en ella, la tragaba en silencio, sin siquiera permitir que sus doncellas la notaran. Como un hábito. Como si quisiera demostrarlo ante su esposo.

Después de todo, él no era más que el primo "desleal" de su esposo. La envidia y la mezquindad en la alta sociedad de Mendoza no eran nada nuevo.

En realidad, a Inés nunca le importó si Kassel Escalante había logrado grandes hazañas en la guerra o si en secreto no había hecho nada en absoluto. Tampoco le preocupaba si Oscar avivaba las dudas de los caballeros con su resentimiento o si Kassel encontraba una excusa para evitar la sucesión del título.

Al final, toda la gloria de la familia Escalante acabaría derramándose sobre la cabeza de ese hombre, y ella estaba cansada de todo lo relacionado con los Escalante.

Por un lado, estaba el barbero codicioso de una sátira mundana, o el cazador que parecía devorar a su presa por razones triviales. Por el otro, un caballero de ópera dedicado a la familia imperial, ofreciendo su espada con cortesía. Era, en cierto modo, una combinación absurda. Después de todo, Óscar era alguien que incluso habría argumentado que ofrecerle una espada era un acto de traición.

Por eso, Kassel siempre estuvo cerca y a la vez lejos. El príncipe heredero aborrecía incluso las conversaciones triviales entre su joven prometida y su primo. Y cuando su prometida creció y se convirtió en su esposa, su rostro se torcía de disgusto con solo verlos cruzar miradas. Crecieron separados. Al menos en algún momento, Inés había querido parecer hermosa a sus ojos, por lo que evitó a Kassel Escalante por decisión propia. Pero con el tiempo, lo hizo simplemente por evitar molestias, hasta el punto de fingir que ni siquiera existía. En los raros momentos en que intercambiaban unas pocas palabras, se veía sometida a una tortura mental insoportable.

El príncipe heredero pasó su vida entera socavando y despreciando a su primo, celoso de su lealtad inquebrantable. Quería mantener al hijo de los Escalante bajo su sombra, exhibiéndolo como un trofeo, pero al mismo tiempo temía que él mismo terminara reducido a una simple sombra.

Solo Inés y la madre de Óscar eran conscientes de la innecesaria sensación de inferioridad que él albergaba hacia su primo. Pero cuando el nombre de Kassel Escalante comenzó a ganar notoriedad, incluso los demás pudieron notarlo con facilidad. En cierto modo, Óscar comprendía bien su propia posición. Por su parte, Inés logró desterrar sin esfuerzo la imagen de su rostro inteligente pero necio de su mente.

Y entonces, con la mirada vacía, recordó de nuevo los ojos de Escalante.

Los ojos de cuando no tenían nada que ver el uno con el otro. Fríos, sin calidez, sombras áridas. Sentía aún el ardor de la embestida de hace un momento, pero la mirada que él le dirigía le dolía aún más.

'Son iguales'

Los mismos ojos de entonces.

Inés mordió sus labios con ansiedad. Aun con las marcas de haberlos castigado hasta la inflamación, no sentía dolor.

Su vida habría sido suficientemente agotadora sin todo esto.

Realmente, qué estupidez. Ni siquiera tenía derecho a burlarse de nadie por ser blando. Para arruinar a Kassel ni siquiera necesitaba que cometiera una infidelidad real. Bastaba con que alguien divulgara que habían compartido la misma habitación. Los rumores que lo habían seguido en su juventud harían el resto. Si hubiera esperado el momento oportuno para abrir la puerta a los invitados, habría sido útil de alguna forma.

'…A menos que realmente me engañara'

Para Inés, lo cruel siempre era lo mejor. No era que la idea le revolviera el estómago, sino que le daba náuseas imaginarse a sí misma usándolo, atribuyéndole una culpa que no tenía.

Siempre supo que la mujer estaba loca. Y aun así, la dejó estar. Incluso le dio valor. La gente lo decía una y otra vez. Todos estaban atentos, esperando que la historia se desarrollara perfectamente desde sus primeros indicios.

Kassel Escalante con una mujer… ¿Cómo pudo ser tan ingenua al pensar que sería un sueño hecho realidad? Y cuando sucedió, ¿cómo fue que no supo qué hacer? Además, en ese momento, abrir la puerta… fue un acto ridículamente infantil.

Había echado a correr por el pasillo, desesperada porque nadie viera, porque él no cayera en la trampa. Y sin embargo...

'Porque te amo'

'…….'

'Por eso no quiero que nadie te trate así'

Un vacío indefinible le revolvió el estómago. Amor… No podía soportarlo. Lo sabía de sobra, pero escucharlo en su voz lo hizo insoportable.


—Inés.

—…….

—…¿Por qué, por qué lloras?


Y al final, otra vez, me encuentro aliviada de que hayas vuelto. No puedo soportarlo. No puedo soportar a este idiota.


—Me equivoqué. Fue mi culpa, así que por favor, no llores… No llores, Inés, ¿sí?


Sus dedos temblorosos acariciaron su mejilla, desconcertados por la humedad acumulada en sus ojos, aunque aún no había derramado lágrimas.

El paño empapado en agua caliente que reposaba sobre su hombro se enfrió hasta volverse tibio. Incluso él pareció olvidar que lo sostenía. Como si hubiera olvidado por completo lo que estaba haciendo.


—Lo siento. Por favor, mírame… Por favor…...


¿Qué culpa tienes tú? Todo lo que hiciste fue abandonarme.

¿Cómo puedes siquiera pensar en limpiarme después de haber salido con esa cara?

Le molestaba. Tanto le molestaba que, al final, las lágrimas cedieron y rodaron por sus mejillas, empujadas por la súplica de que no llorara. Kassel, al ver por primera vez las lágrimas de Inés, puso una expresión de muerte inminente. Ni siquiera sabía por qué lloraba.

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