AREMFDTM 156






Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 156

Las brasas están en todas partes (33)




El silencio era denso y rígido. No había un "sí" ni un "no" como respuesta. No parecía que fuera por incomodidad, sino porque Inés no consideraba que valiera la pena responder a algo tan absurdo.

Kassel observó con desagrado cómo Inés simplemente lo miraba sin el menor indicio de turbación y, en cambio, exhalaba un suspiro bajo y cansado. Era una reacción que, viniendo de ella, le resultaba inquietante.


—Kassel.


Su voz sonaba como cuando eran niños. Como si llamara a una mascota, con ese tono peculiarmente condescendiente, dirigido de arriba hacia abajo. Le recordaba a su infancia a los seis o siete años. Era una forma de hablar que, a diferencia de lo habitual, tenía una intención clara.

Como cuando alguien se enfrenta a un cachorro travieso y le sujeta la correa con firmeza antes de que siquiera haga algo indebido.


—¿Para qué haría falta algo así?


Después de todo, los perros debían leer el estado de ánimo de su dueño, el joven Kassel Escalante había sido domesticado como uno. Siempre que Inés usaba ese tono al llamarlo, él olvidaba de inmediato lo que estaba pensando o lo que planeaba hacer, y simplemente esperaba en calma.

Sin cuestionarlo.


—Lamento que mi invitada te haya hecho sentir incómodo, pero lo que dices no tiene sentido.

—¿No tiene sentido?

—No hay necesidad de algo así.


Por supuesto, ahora ya no tenía efecto. A pesar de la erección que lo traicionaba, Kassel recordó a la Inés Valeztena de su infancia. No era exactamente el pensamiento más apropiado mientras frotaba su endurecido miembro contra ella y le sujetaba las caderas para separarle las piernas, pero, en última instancia, todo era culpa de Inés.

Un hábito. Sí, un hábito.

Con una sonrisa sarcástica, Kassel miró su expresión inescrutable. Si abría la boca, probablemente lo único que saldría de ella serían improperios. No eran dirigidos a Inés, pero en su estado de desinterés no tenía sentido mostrarse tan vulgar.

En lugar de hablar, su mano, que ya había descendido bajo su ropa interior, apretó con fuerza su trasero desnudo y luego deslizó la palma entre la separación de su carne. Antes siquiera de tocarla, ella ya estaba húmeda, como de costumbre.

Eso era lo que Kassel consideraba un "hábito". Con ese rostro tan recatado, pero empapándose como si fuera lo más natural. Solo con los primeros indicios de lo que vendría. Así como él se excitaba sin previo aviso con el más mínimo gesto de ella, ahora ella también reaccionaba de inmediato cuando él la tocaba. Independientemente de los pensamientos complejos que pudiera albergar en su pequeña cabeza, su cuerpo respondía instintivamente y rápido.

Que reaccionara sin importar lo que pensara era, en sí mismo, un hábito. En ese sentido, entre sus piernas había un hábito que él había cultivado. Tal como a él le bastaba el simple aroma de ella para endurecerse.

Cuando Inés yacía en la cama blanca con su cabello negro desordenado sobre las sábanas y lo miraba desde abajo, su espalda se tensaba. Le daban ganas de lanzarse sobre ella, empujarla contra el colchón, someterla, hundirse en su interior sin importarle si podía soportarlo o no. Le preocupaba lastimarla… pero el deseo, la excitación, la tensión y la impulsividad eran hábitos tan arraigados como su propio instinto.

Su cuerpo recordaba cada lugar por el que ella había pasado. Aunque Inés no hiciera ningún esfuerzo. Aunque no le prestara la menor atención. Desde hacía mucho, ella había creado hábitos en él.

'Incluso después de escuchar esos rumores sobre Montes, aun si fueran ciertos, dijiste que no te importaba'


—Si no es una cuestión de necesidad…...

—……

—Entonces simplemente no te importó.

—Hay mujeres en Calstera que te adoran por montones, Kassel. No veo el sentido en preocuparme por cada una de ellas. Como te dije antes.

—¿Sí?


Kassel apretó su agarre en sus caderas, separando la carne con las manos, con la otra, untó la humedad que brotaba de ella antes de hundir un dedo en su interior. Su cuerpo, que había estado relajado bajo él, se tensó de inmediato.


—Eso suena como si yo fuera lo que realmente no te importa.

—Kassel…


Otra vez, ese tono de voz. Como si le pidiera que no insistiera más, o que no cruzara cierta línea. Kassel sonrió con ironía.

¿Ella tenía derecho a corregir sus hábitos?

Después de todo, cuando encontró a esa mujer en su propia casa, en su propia habitación, con su propio esposo, no hizo más que desearle que pasara un buen rato y se fue.

¿Con qué derecho intentaba ahora marcarle límites? Inés Escalante era la dueña más descuidada de todas.

Por supuesto, Kassel jamás se había acostado con esa mujer desconocida. Lo que Inés vio en la habitación no era exactamente una escena comprometida, pero… Él estaba vestido con una camisa ligera y cómoda, mientras que la otra mujer no era la dueña del dormitorio. Eso, por sí solo, ya era suficiente para sugerir algo indebido. Más aún cuando él la sujetaba por el brazo para detenerla.

Si la situación hubiera sido al revés—si en su habitación hubiera encontrado a Inés con algún bastardo repugnante en una postura similar—, él habría sacado su pistola sin dudarlo.

Sintió un rencor profundo, un tipo de resentimiento que jamás había experimentado.

Sabía que aquella mujer estaba loca y que había entrado allí por su propia cuenta. Sabía que Inés no tenía ninguna culpa. Y, por supuesto, sabía que era absurdo pensar que Inés la había puesto en su habitación a propósito. Al final, él mismo era quien había cavado su propia tumba con su pasado.

El mundo daba por hecho que, siendo un hombre casado, Kassel jamás le sería fiel a su esposa. Todos juzgaban su presente basándose en su pasado. "Porque parece que lo haría", "porque podría hacerlo", "porque lo hizo antes". Si empezaba a enumerar razones, no habría fin.

En última instancia, si la conclusión era que él no era más que un bastardo promiscuo, entonces no tenía sentido sentirse indignado ni culpar a nadie. Tampoco tenía derecho a enojarse con Inés.

Todo eso lo entendía con la cabeza.


—Inés. No es a esas mujeres a quienes realmente ignoras.

—……Haa…..

—A quien realmente ignoras es a mí. ¿Me equivoco?


Sin importar cuánto lo intentara razonar, su mente seguía nublada. La voz sarcástica que lo hería no provenía de otra persona, sino de su propia garganta, de su propia lengua que formulaba las palabras. Estaba furioso. El odio, esa cosa obstinada y sin vergüenza, se negaba a morir, y por eso terminó odiándose a sí mismo.

Kassel la acarició de manera tortuosa, como si quisiera atormentarla. Presionó los puntos en los que su placer la hacía retorcerse, insistió en la piel más sensible de su exterior, estiró sus dedos dentro de ella como si su mano fuera su falo, forzándola a abrir los labios que intentaban contener sus gemidos.

El largo vestido que le cubría hasta los tobillos fue empujado hacia arriba hasta su vientre, y las finas cintas de su ropa interior fueron arrancadas sin miramientos. Quería exponer su piel húmeda sin reservas, hacer que el sonido obsceno de sus fluidos resonara claramente en sus oídos.


—…Hngh, ah…...


Pensó en su naturaleza perversa, en cómo ella prefería el dolor al placer, en cómo decía que era mejor algo parecido a una violación que las caricias suaves. Recordó su frialdad altiva y, con esa imagen en su mente, se hundió en ella como si quisiera aplastarla.

Inés, que prefería hacerle sexo oral antes que ser tocada, que inclinaba la cabeza sin dudar y tomaba su miembro en su boca, era la imagen más miserable de todas las memorias que tenía con ella.

No querer sentir nada. Solo dejar que él se excitara. Incluso al unir sus cuerpos, ella se aseguraba de que sus almas no se mezclaran.

Ella no quería aceptar que su propio cuerpo era parte de eso.

Claro. Inés siempre había sido así.

Se sintió como si lo hubieran golpeado en la nuca. Como si fuera algo que nunca imaginó, algo nuevo, pero que en realidad siempre estuvo ahí.

Mientras ella alcanzaba el clímax, él presionó sus labios en su mandíbula con una ternura fingida y la miró desde arriba con frialdad.

Para él, Inés lo era todo.

Pero para Inés, ni un solo gramo de deseo hacia él era real.

Aquel momento en el que ella se preocupó por su mano herida… parecía un maldito sueño.

'Me vuelve loco que me prestes atención. Me hace feliz que me aceptes un poco más'

Él había suplicado. Como un mendigo.

'Solo dame un poco más. No te pido amor ni nada'


—No tienes idea de cuánto te he molestado.

—…....

—De cuánto, en realidad, no me quieres.

—…...

—De cuánto, en el fondo, me odias.

—…No te odio.

—¿No me odias?


Kassel soltó una risa vacía.

Era lo mismo que decir 'Con permiso', 'Lo siento'

Su mano, húmeda, se deslizó por el vientre de Inés y luego se detuvo.

Como si su mente se hubiera apagado por completo, se quedó inmóvil, mirándola en silencio. Entonces, sonrió.

Nada había cambiado.

Nada había mejorado.


—Entonces volvemos al punto de partida.

—…....

—Seguimos en el mismo lugar, Inés.


Tal vez debió haber hecho lo que ella quería desde el principio.

Aceptar su entrega unilateral, acostarse con ella solo por deber, repetir ese acto que ella se negaba a llamar violación. No preocuparse, no amarla. Vivir sin importar cuánto lo despreciara. Esperar que, algún día, pudieran pasar el resto de sus vidas sin siquiera cruzarse la mirada.

Kassel se cubrió el rostro, su expresión torcida.


—¿Por qué sigues conmigo, Inés?

—Kassel.

—¿Por qué sigues viviendo conmigo?

—…...

—Si ni siquiera me quieres.


Desde el principio, era una pregunta sin respuesta.

¿Cómo podía él no preocuparse por ella?

¿Cómo podía no amarla?

¿Cómo se suponía que debía tratarla con indiferencia?

Dímelo, Inés.

Cuando yo ya te amo.

¿Cómo se supone que debo hacerlo?

Quería reírse.

Yo ya te amo.

Pero tú ni siquiera me quieres.

Si me odiaras, me harías pedazos.

Pero mírate ahora, tan intacta.

Yo nunca te he odiado.

Nunca te he resentido.

Las palabras se arremolinaban dentro de él como un vómito que no podía salir.

Si nunca ibas a amarme… ¿por qué me elegiste?

¿Por qué no te convertiste en la esposa de Óscar?

Estás tan lejos que apenas puedo respirar.

¿Por qué me hiciste… enamorarme de ti?

Las palabras quedaron atrapadas en una habitación sin salida.

Porque si alguna vez llegaba a hacer que ella lo odiara…

No podría seguir viviendo.

Porque sin ella, nada tenía sentido.

Esto.

Este sentimiento.

Este maldito amor.

Sí.

Esto era amor.


—A veces, siento que naciste solo para burlarte de mí, Inés.


Y lo peor era que, quizá, lo merecía.

Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejar una votación o un comentario 😁😄


AREMFDTM            Siguiente

Publicar un comentario

0 Comentarios

Me puso hot
Me enamora papu
Se me sale un diente
No lo puedo creer
Pasame la botella
Me emperra