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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 144

Las brasas están en todas partes (20)





—¿El capitán ya ha llegado?

—Se ha ido de nuevo.

—De todas formas, a las seis volverá a casa...


Debía de ser un asunto bastante urgente. Raúl, que acababa de regresar de su salida, asintió y se acercó a Cara, la doncella que estaba ordenando el sofá del salón. Ya que había recogido un objeto caído en el suelo, resultó natural ayudar a organizar el área cercana. No era algo que un ayuda de cámara de su nivel debiera hacer, pero Cara, acostumbrada a recibir su ayuda, no mostró incomodidad alguna.

Mientras tanto, Inés, que no hacía más que juguetear distraídamente con un periódico, se levantó con un suspiro. La tarde seguía siendo tranquila. Personas familiares. Paisajes familiares. El sonido familiar de las olas... Como la estación tenía días más cortos, la luz del sol que entraba al salón en ese momento era más brillante.

Salió a la terraza. El sonido del mar, que hasta entonces solo se escuchaba a lo lejos a través de la ventana, de repente se sintió mucho más cercano. Ahora, incluso bajo la luz del sol, se percibía un ligero frío. Para Calstera, esto ya significaba pleno invierno.

Invierno... Ya estaba en el centro de la tercera estación. Cuando este invierno terminara, sería la cuarta estación que pasaba en Calstera.

Era una sensación extraña. En Ortega, donde las cuatro estaciones eran cálidas, Calstera se destacaba por su clima excepcionalmente hermoso, con cambios de estación casi imperceptibles. A veces, daba la sensación de que el tiempo se había detenido. Como no se percibía con facilidad, tenía que obligarse a tomar conciencia de ello de vez en cuando. Cuánto tiempo había pasado ya...

‘Ya ha pasado tanto…’

No podía evitar la sensación de que se había asentado demasiado en una ciudad en la que nunca imaginó estar. Si se había establecido, se había establecido, pero ¿por qué sentía que lo había hecho en exceso? Solo había pasado menos de un año. Inés sentía que los días por venir eran abrumadoramente largos.

No porque pareciera que nunca llegarían a su fin, sino porque si en tan poco tiempo ya se sentía así, ¿qué tipo de persona indolente sería cuando finalmente llegara el final?

Desde el principio, había asumido que su matrimonio duraría al menos entre cuatro y cinco años. Como su cuerpo no facilitaba el embarazo, contando la gestación, el parto y los primeros años de su hijo, ese era un cálculo generoso.

Si quería evitar un molesto segundo matrimonio después del divorcio, necesitaría el apellido Escalante de por vida, y en ese tipo de divorcio, la presencia de un hijo siempre era una condición implícita.

En Ortega, una mujer podía obtener una posición legal independiente tras el divorcio, pero el verdadero estatus social, el que se disfrutaba de por vida, solo provenía de una descendencia honorable.

Si cortaba los lazos con su familia de nacimiento y también con su esposo, lo único que le quedaría como noble sería su descendencia. No para alardear como madre de alguien, sino porque esa era la única forma de garantizarse un lugar seguro e intocable en la sociedad. Una vida sin hijos era una vida sin nada. No es que fuera diferente para una señora casada, pero para una noble divorciada, era su última salvaguarda.

Una vida que necesitaba una etiqueta. Una vida que necesitaba pertenecer a algo. Para evitar a las hienas, tenía que vivir como un león hasta la muerte. Alguna vez, cuando aún tenía deseos en la vida, esa realidad le había producido hartazgo.

Pero ahora, sin siquiera fuerzas para sentir repulsión, solo quería liberarse cuanto antes, de la manera más simple y cómoda posible, y que esta tediosa historia llegara a su fin con una muerte natural.

Seguro que solo era eso.

Inés recordó los tiempos en los que sonreía con satisfacción al imaginar el momento en que, tras el divorcio, dejaría a su hijo en la casa de Espoza y abandonaría para siempre la familia Escalante.

Esa sensación de liberación. La satisfacción de finalmente estar completamente sola. Y, por fin, el alivio de que toda su vida se había vuelto tranquila.

Un pequeño feudo solo para ella, donde pasaría algunas estaciones con su hijo de vez en cuando, disfrutando de una soledad moderada hasta que lo único que le quedara por hacer fuera morir.

Era un sueño hermoso... y pensar que solo había sido cosa de la primavera pasada. Ni siquiera le resultaba gracioso. Además, ya no se sentía completamente libre.

‘Inés Valeztena, sigues sin saber lo que te espera ni un solo paso adelante’

Se burló de sí misma como si observara a una extraña. Sus objetivos seguían siendo los mismos, y no había una respuesta mejor que aquella. Como en cualquier vida, siempre quedaban migajas. Pasarían algunos años más y, con el tiempo, la nostalgia y la tristeza se desvanecerían. Era natural que no se sintiera totalmente liberada.

Pero Kassel Escalante, desde el principio, había desviado todas sus expectativas y corría en una dirección completamente inesperada. Y esa residencia estrecha en la costa desconocida se había vuelto más cómoda que la propia habitación en la que nació, en el castillo Pérez. Nada de esto había estado en sus cálculos.

Sobre todo, lo que menos había previsto era la abrumadora devoción de Kassel Escalante… y la culpa que la invadía cada vez que la sentía.

‘¿Vas a huir?’

Sintió un leve pinchazo en el pecho. Sentir culpa no era algo que encajara con su personalidad.

Sacudió la cabeza con irritación, como si intentara apartar de su mente la expresión frágil de Kassel, que se aferraba a su conciencia como una sanguijuela. En lugar de pensar en su rostro exasperantemente apuesto, que parecía encajar en cualquier situación, debía recordar su imponente complexión.

Los hombros anchos, los brazos que la alzaban sin esfuerzo como si fuera un muñeco, los muslos musculosos y firmes como los de un caballo de carreras... Sí. Kassel Escalante era un hombre fuerte, alguien que no tenía absolutamente nada de qué compadecerse. Y más aún si recordaba las noches en las que había sufrido bajo su fuerza y su físico, que rozaba lo letal.

Inés se obligó a pensar en los muchos atributos de Kassel, casi como si se estuviera lavando el cerebro a sí misma. No había ni un solo rasgo en él que pudiera considerarse digno de lástima. La gente daría cualquier cosa por poseer al menos una de sus muchas bendiciones, mientras que él parecía haber nacido con un centenar. Por lo tanto, era imposible que terminara siendo un desgraciado.

Además, tenía un carácter tan dócil que incluso había llegado a entregarle su corazón a la esposa con la que se casó por obligación. Sin importar cómo cambiara su vida, Kassel sabría adaptarse. Incluso si su matrimonio con ella se desmoronaba, sin duda encontraría a una mujer mejor, que no lo usara como ella lo hacía...

Una mujer a la que trataría igual que a ella.


—……


Inés apretó inconscientemente la barandilla de la terraza. Una extraña sensación de suciedad la invadió.

Siempre que pensaba en las mujeres con las que Kassel se revolcaba, sentía un placer malicioso que le quitaba el hambre, pero ahora, al imaginarlo cenando en un comedor diminuto con alguna de ellas...

‘Esto no es una buena señal’

Todo era culpa de Kassel Escalante. Estaba tan harta de sentirse culpable que estaba comenzando a irritarse. No importaba cuántas veces volviera a vivir, su personalidad despreciable jamás cambiaría. Inés se calmó nuevamente.

Esto no era solo por ella, sino también por el propio Kassel Escalante. Personas de buen corazón como él debían estar con alguien igual de bueno.

Se pasó la mano por la cara y, con determinación, dirigió la vista al mar que se extendía bajo la colina de Logorno. Pero, al hacerlo, toda su energía pareció drenarse de golpe. Todo en esa tierra le resultaba exasperante.

Tal vez no era culpa de Kassel, sino de ese mar. De toda Calstera. Observó el paisaje con la misma sospecha que la había invadido desde el verano.

Kassel Escalante era un hombre leal a su hogar y ella no estaba embarazada. Nada había cambiado y, aun así, su vida se sentía absurdamente tranquila.

Incluso después de haber renacido tres veces, jamás había experimentado una estabilidad como la de su estancia temporal en Calstera. Si seguía así, en tres años podría acostumbrarse y no sorprenderse si terminaba quedándose en la casa de los Escalante para siempre.

En teoría, en ese momento debería estar en Espoza. El plan de los duques de Escalante siempre fue que Inés se quedara en la corte de Mendoza, desempeñando el papel de futura duquesa. Sin embargo, que viviera pegada a la familia real todo el año tampoco les convenía a ellos.

Porque, si lo hacía, en algún momento terminaría estrangulando, disparando o apuñalando a Óscar... O, en el peor de los casos, haría las tres cosas y hundiría tanto a la familia Valeztena como a Kassel Escalante en el fondo del océano.

Lo mejor era vivir en Espoza como si no existiera, hasta desaparecer.

Pero Kassel ni siquiera había mencionado el tema, lo que significaba que, si ella estuviera allí, ni en diez años lograría quedar embarazada. Lo máximo que conseguiría sería un divorcio a medias, tras años de espera.

‘… Mejor quedarme embarazada cuanto antes’

No había prisa. Tenía suficiente tiempo... Y, aun así, la ansiedad la consumía.

Si lograba concebir, ya no tendría que estar junto a Kassel. Podría buscar cualquier excusa para marcharse de allí. Todo sería más fácil.

Todo sería tan sencillo…...


—Señora Inés.


Al escuchar su nombre, Inés se giró con un sobresalto mayor del necesario. Raúl sonrió con cierta incomodidad.


—¿Qué ocurre?

—Temí que se resfriara.


Raúl le ofreció un chal. En realidad, esa era tarea de una doncella, pero con Juana ausente, él parecía haber asumido su rol. Aunque, gracias a Alondra, no tenía muchas oportunidades de hacerlo.


—Gracias. No hace tanto frío.


Se sintió tonta por haberse alterado por un asunto tan trivial.

Raúl sonrió radiante mientras observaba la espalda de su ama.


—El capitán me lo pidió insistentemente. Si se resfría, me hará pedazos... o al menos no me dejará en paz.

—……

—Me ordenó vigilarla siempre que él no esté. Y lo hago con mucho empeño.

—……

—Ni siquiera hace frío para que un niño tosa, pero, si lo piensa bien, su esposo es realmente considerado, ¿no cree?


Hablaba como si intentara venderle algo. Inés entrecerró los ojos, como si hubiera encontrado a un ladrón en plena calle.


—Por la mañana, cada instrucción suya empieza con 'Señorita Inés' y termina con 'Señorita Inés'

—……

—Y cuando regresa por la noche, todas sus preguntas empiezan con 'Señorita Inés' y terminan con…


Su perro leal se había convertido en un espía de Kassel Escalante.

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