Querida Grace.
Para cuando leas esta carta, habré dejado este mundo.
Sobre el tema de huir del dolor, permÃteme empezar diciendo que siento haberte dejado con este dolor.
No sé si es lo correcto, teniendo en cuenta el shock que sentirÃas si supieras la verdad, pero tengo el valor de decirte que mantenerte en sus garras está mal, lo mires por donde lo mires.
En la carta que dejé para Joe, escribà dónde estaba escondido mi diario, asà que puedes preguntarle. Contiene la verdad que necesitas saber.
Apenas puedo levantar la cara de vergüenza, porque he hecho todo lo que estaba en mi mano para ocultarte mi verdadero carácter.
Siempre he querido ser alguien a quien admiraras y respetaras, pero necesito hacer añicos esa ilusión para que puedas abrir los ojos y ver la verdad.
Grace, no soy una heroÃna salvadora del mundo, soy una tonta cobarde.
Me arrepiento de todas esas veces inmaduras en las que te odié, odié tu inocencia, y quise amarte, pero no pude porque tenÃa miedo de los ojos que me rodeaban. Fui una tonta.
DeberÃa haber hecho las cosas bien antes, pero fue cobarde por mi parte no decirte la verdad hasta que fuiste adulta.
Cada vez que miro atrás en mi vida recuerdo que el hecho de ser mayor no me convierte en adulta.
Grace, no importa lo que pienses, no hiciste nada malo, lo siento. Lo siento mucho.
Por favor, cuida tu cuerpo. No se lo des a esos asquerosos bastardos.
Nunca esperes que esa horda demonÃaca aprecie tu 'sacrificio'. Para ellos, sólo eres un medio para un fin.
Asà que, por favor, por favor, vete.
Ni se te ocurra intentar averiguar quién es tu padre. Me temo que sólo te hará más daño.
Deja el pasado en el pasado y sigue con tu vida.
Puede que yo sea un ser humano terrible que no merece ser llamada madre, pero quiero ayudarte a que por fin dejes todo esto atrás y vivas para tu propia felicidad.
Ve a la capital. Hay una cámara acorazada en la sede del Banco del Patrimonio Real bajo el nombre de tu partida de nacimiento. Busca lo que hay allÃ.
No quiero el dinero para compensar los males que he hecho, pero sà para ayudarte a salir de allà y empezar una nueva vida.
Grace, ¿recuerdas a la tÃa Florence de tu infancia? ¿Mi hermana en el Distrito de Columbia?
Le he dicho a Florence que si alguna vez quieres hacerte un lugar allÃ, ella puede ayudarte.
Seguirán intentando utilizarte mientras estés en esta tierra, asà que mantente alejada.
Y quiero pedirte una cosa más.
Quiero que encuentres a un hombre que te vea como un fin, no como un medio. OlvÃdalo todo y vive una vida normal de felicidad.
Es ridÃculo mirar atrás y arrepentirse ahora, pero he vivido tan mal.
La ideologÃa de una vida en la que todos son iguales es genial.
SÃ, las ideologÃas no tienen la culpa, siempre la tiene el ser humano.
¿No es el hombre demasiado codicioso para una causa tan noble? ¿No serÃa mejor para el mundo un hombre ignorante que da cada céntimo que tiene a un mendigo que un supuesto hombre ilustrado que utiliza su codicia para explotar a los demás?
Lo sé.... Estoy divagando. Me detendré ahora.
No soy tan insignificante como para tener la audacia de decirte que te amo.
Sólo espero que encuentres la felicidad, para siempre, en el infierno.
Angela
***
Seguà caminando, enfrentándome a un viento invernal tan feroz como la verdad. Lágrimas que el viento no lograba dispersar caÃan de vez en cuando sobre su pesado vientre.
«Bueno ....»
Las desgastadas vÃas brillaban tenuemente a la oscura luz de la luna, usándolas como guÃa, Grace caminó y caminó y caminó.
Ya era de noche y todos los trenes se habÃan detenido. Ningún sonido provenÃa del final de la vÃa, que estaba tan oscura como el abismo.
Pero en la mente de Grace, un millón de voces resonaban sin cesar, como una estación de tren en pleno dÃa.
«Grace Riddle, eres la prueba de que los rebeldes de Blanchard utilizan un sucio sistema de belleza»
Al principio creÃa que es una simple misión de infiltración, pero Johnny exigÃa más. No sabÃa qué hacer cuando el lÃder dice que necesita dar ejemplo.
«Necesita dar ejemplo»
«Dijiste que tu prometido te dijo que me sedujeras»
«El bastardo puede irse al infierno, ¿sabe lo que me prometió?»
«Señorita Riddle, estar prometida a un chulo la convierte en una puta»
«No crees que esto sea demasiado sacrificio, ¿verdad?»
Nunca esperes que la horda demonÃaca aprecie tu 'sacrificio'. Para ellos, sólo eres un medio para un fin.
«Esa utopÃa crecerá y dará frutos alimentándose de la sangre de los revolucionarios»
Por qué sangré yo: por mi madre, por esa huérfana que murió en los campos y por todas esas mujeres sin nombre. ¿Por qué? ¿Por los ideales de quién hemos sangrado todos?
La noble causa, la camaraderÃa más espesa que la sangre, todo eran ilusiones. El mundo en el que habÃa nacido, el mundo en el que habÃa vivido toda su vida, el mundo que sólo habÃa conocido, era una mentira.
El pájaro abrió los ojos. Enfrentada a un mundo de mentiras e hipocresÃa, todas las contradicciones que habÃa pasado por alto se hicieron evidentes. Una grieta.
«Ugh....»
Los sollozos que iban y venÃan entre el taconeo de sus pies se fueron alargando poco a poco, hasta convertirse en gritos agónicos.
El nacimiento implica dolor y destrucción. Un pájaro sólo puede nacer si destruye sus propios huevos.
«¡Al infierno con todos ustedes!»
Los gritos de una mujer que estaba decidida a destruir su mundo con sus propias manos y renacer, desgarraron el silencio de la noche.
***
La mañana del dÃa de Navidad, el Centro de Operaciones Provisionales de Chesterfield estaba mucho más tranquilo que la noche anterior.
Los teléfonos seguÃan sonando y las voces preguntaban por el paradero de la mujer, pero eran menos frecuentes ahora que la persecución se habÃa reducido.
Pero la tensión seguÃa ahÃ.
Mientras Campbell compilaba su informe para el Mando Occidental, echó un vistazo a su oficial superior junto a la ventana. El capitán se habÃa quitado la chaqueta y remangado la camisa.
Como si estuviera a punto de torturar a alguien.
Por la cabeza de Campbell pasó una lista de personas a las que le gustarÃa colgar boca abajo, pero ahora era al capitán a quien estaba torturando.
SeguÃa pareciendo imponente, pero vulnerable.
Se quedó en su despacho toda la noche, actuando como si no fuera a comer ni a dormir hasta que la encontrara.
Luego, por la mañana, pasarÃa por el hotel para ducharse, afeitarse y cambiarse de ropa.....
Campbell miró incrédulo a través del cuello de la camisa de su jefe.
DebÃa de haberse cambiado, pero el nudo torcido de la corbata era el mismo.
Era imposible que el capitán, que era obsesivo con su código de vestimenta, volviera a llevar una corbata asÃ. Eso significa que, cuando se la quitaba, simplemente tiraba ligeramente del cordón para aflojar el lazo, se la quitaba y volvÃa a ponérsela como si fuera una soga alrededor del cuello para apretar el nudo.
TenÃa que ser obra suya.
Campbell puso los ojos en blanco.
Es una mujer malvada, para poner una soga al cuello antes de huir.
***
Ocho plataformas en total, tripuladas por docenas de soldados que habÃan recibido la descripción de la mujer.
Incluso después de liberarla, Leon no podÃa abandonar la ventana que daba a todos los andenes.
El tren al que habÃa subido la mujer, el tren de cercanÃas a casa de Jonathan Riddle, las estaciones de enlace y de destino. Una rápida búsqueda confirmó sus sospechas.
Un revisor dice haber visto a una mujer en el tren. El jefe de estación de la estación rural más cercana a Granja Redhill también dijo haber visto a una mujer embarazada con un abrigo mal ajustado bajarse del último tren de anoche.
Pero cuando preguntó si la mujer habÃa reaparecido en la estación, le dijeron que no y que habÃa estado comprobando por teléfono cada hora desde que se reanudaron los trenes.
El monitor informó de que no habÃa rastro de ella ni en él ni en su domicilio.
Ordenó que más gente registrara la zona por si la habÃa escondido. Jonathan Riddle debÃa ser vigilado las 24 horas del dÃa, pero no abordado todavÃa.
'Tal vez algún dÃa se la lleve a otra parte....'
Leon se apretó la punta del dedo Ãndice contra la frente espinosa mientras una campana sonaba a lo lejos, indicando que un tren estaba a punto de cruzar el paso a nivel y entrar en la estación de ferrocarril. Era la 14° vez que la oÃa, o la 17° que se frustraba desde que estaba aquÃ.
«Ha....»
Era estúpido. No conocÃa el horario del tren.
Obviamente iba a ver a su hermano, sabÃa que si corrÃa hasta allÃ, él la alcanzarÃa. El hecho de que ella tenÃa que ir significa que ella tiene un propósito.
No era difÃcil adivinar cuál podrÃa ser. Después de toda la locura de sus pensamientos, anoche llegó a una conclusión.
Ella va a volver aquÃ.
Pero ya habÃa pasado mucho tiempo desde que hubiera vuelto a Chesterfield si hubiera tomado el primer tren. Un segundo es como un minuto,
Un minuto parecÃa una hora.
Se preguntó cuánto tiempo más tendrá que esperar. No, por favor, no aparezcas antes de que salga el último tren del dÃa. Apretó los ojos y los abrió, vio cómo el tren entró lentamente en el andén 8. Cuando el tren se detuvo por completo, decenas de puertas comenzaron a abrirse y los soldados apostados a intervalos regulares en el andén giraron la cabeza de un lado a otro para comprobar si habÃa gente saliendo de los vagones.
La mirada de Leon recorrió los vagones más cercanos y se detuvo en uno de segunda clase. Su corazón comenzó a acelerarse cuando un atuendo familiar y luego una cara conocida emergieron del tercer compartimento.
HabÃa vuelto.
A partir de ese momento, cada minuto parecÃa un segundo.
Al reconocer a la mujer, dos de los soldados empezaron a seguirla cautelosamente, pero se detuvieron a los pocos pasos. Ella se sentó en un banco.
Como si estuviera esperando a alguien.
«¡McGill!»
llamó Leon, la teniente vestida de civil que esperaba en la esquina se puso en pie de un salto.
«El sujeto de la operación está esperando en el andén ocho, vuelva a su posición de inmediato»
McGill se quedó inmóvil, incapaz de responder con rapidez.
Su papel consistÃa en vigilar de cerca y seguir a la mujer.
«Capitán, el objetivo ya conoce mi cara y mi identidad....»
«Lo sabe, también la operación. Ha vuelto para seguirte, ¡asà que ponte a trabajar y averigua a dónde va ahora!»
«¡SÃ, Capitán!»
Leon giró para mirar por la ventana mientras la teniente salÃa corriendo del despacho. La expresión de la mujer a través de los prismáticos era asesina.
Tal como habÃa predicho.
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***
Su aspecto no era diferente al de ayer, sin embargo, tenÃa la sensación de que algo habÃa cambiado, pero tal vez se equivocaba.
Al sentarse a su lado, la mirada de la mujer se desvió del andén hacia ella.
«La veo de nuevo, señora Baker»
La mujer le sonrió con voz alegre, pero por alguna razón le puso la piel de gallina. McGill le dedicó una modesta sonrisa en respuesta, luego se levantó y empezó a alejarse.
No huÃa, sino que caminaba a paso tranquilo, como si le guiara a alguna parte.
Llegaron al andén 3, de donde salÃa el tren hacia el norte. La mujer entró en la sala de espera que habÃa en medio del andén y se sentó.
Grace miró el bastón de Winston y respiró hondo. La voz de Jimmy de antes resonó en su cabeza.
«Prefiero que vuelvas y que te utilicen de nuevo....»
Estaré encantada de que me utilicen, al menos podré decidir a quién.
Sonrió con el rabillo del ojo, rompiendo el silencio que habÃa mantenido durante ocho meses de penurias.
«Voy al Pueblo Blackburn, mi pueblo natal en Brayton, un pueblo de campo de menos de trescientos habitantes, y me bajo en la Estación Witheridge, asà que si me duermo, ¿me despiertas?»
«Bueno, eso haré»
McGill tartamudeó y se dio la vuelta. Fuera de la sala de espera, hizo un gesto al soldado que estaba en la entrada para que vigilara a la mujer, luego giró hacia el improvisado centro de mando.
«La base está en Pueblo Blackburn, Provincia Brayton, cerca de la Estación Witheridge. El número de enemigos asciende a 300»
Tan pronto como McGill hubo informado, el centro de mando improvisado se puso a toda marcha con los preparativos para el barrido rebelde.
«¡Tráiganme el mapa!»
gritó Campbell, los hombres arrancaron un gran mapa de la pared y lo extendieron sobre la mesa de la sala de conferencias. Pronto se izó una bandera sobre una pequeña ciudad en medio de los bosques del norte, rodeada de rÃos y montañas, que marcaba el lugar de la operación.
«El tren a Witheridge sale en 43 minutos»
Cuando el soldado que comprobó el horario del tren informó, León preguntó.
«Hora de llegada»
«Llegada a la estación de Witheridge a las 16:28»
TenÃan 43 minutos para preparar la primera fase de la operación, aproximadamente seis horas y media para que comenzara el barrido.
Leon soltó las instrucciones sin pausa.
«Campbell»
«SÃ, señor»
«Llame a la Base Aérea de Chesterfield ahora mismo y consiga un avión de transporte para tres personas»
Como comandante de la operación, necesitaba llegar al lugar antes que ella, la única forma de hacerlo era por aire.
Cuando Campbell abandonó la sala de conferencias, Leon giró hacia cualquiera de los oficiales que esperaban.
«Necesitaremos añadir uno o dos vagones al tren. Que venga el jefe de estación ahora mismo»
El viaje en tren durarÃa más de cinco horas. El transporte de tropas en camiones militares estaba descartado.
Pero, ¿habÃa dormido la noche anterior? ¿Adónde habÃa ido en este frÃo dÃa? ¿HabÃa comido? ¿Estaba a salvo su hijo?
Con la mitad de su atención centrada en la mujer fuera de la ventana, León ordenó.
«¡Teléfono, tráela aquÃ!»
Era imposible rodear y capturar a 300 personas con sólo las fuerzas del Mando Oeste desplegadas aquÃ. Eso significaba que necesitaban el apoyo del Mando Norte. Levantando el auricular del teléfono que alguien habÃa traÃdo, marcó el número del Comando Oeste y llamó a un oficial que estaba de pie detrás de él, con los ojos fijos en el mapa.
«McGill»
La mano que tendió a la teniente tenÃa un solo boleto.
«Restaurante del Hotel Chesterfield Regency. No olvide el postre»
***
El tren se detuvo en el andén mucho antes de su hora de salida. Grace abrió la puerta de un vagón de primera clase al azar y se deslizó dentro. No tenÃa boleto, pero el revisor no la echó.
De repente, se acordó del viaje de ayer, que habÃa llamado Expreso al Infierno. ¿Cómo se llama un tren que te lleva al infierno?
Mientras me reÃa entre dientes, se abrió la puerta de mi compartimento. Estaba a punto de cerrar los ojos, sin necesidad de saludar, cuando una mujer me tendió una gran bolsa de papel.
«Le he traÃdo comida, por favor, cómala mientras esté caliente»
La mujer pareció darse cuenta de que las cosas no iban bien entre ella y su jefe.
Grace se levantó. Sacó la caja del sobre y la dejó en el asiento de al lado. El olor a comida ya flotaba por la habitación.
Levantó la tapa de la caja, que tenÃa el logotipo del hotel en pan de oro, soltó una carcajada amarga.
Pavo asado con salsa de arándanos, verduras asadas y salsa de trufa, un postre de pasteles de carne y fresas cubiertas de azúcar en polvo.
Era una comida digna de una cena de Navidad.
«Nunca habÃa comido raciones de batalla tan suntuosas»
La mujer de enfrente, sentada rÃgidamente, no dijo nada.
HabÃa pasado hambre todo el dÃa, pero no tenÃa hambre. Mientras recogÃan la comida, la mujer intentó preguntar por Grace y el estado del niño. Cuando se negó y se tumbó, la mujer le miró preocupada.
El hombre debió obligarla a hacerlo.
Sintiéndose innecesariamente pesada, Grace cerró los ojos y escuchó el ruido en el andén. El tren no habÃa salido hasta mucho después de la hora acordada.
A partir de ahora le esperaba una marcha tan dura como la de ayer. Era el único momento en que podÃa descansar, pero llevaba más de cinco horas sin dormir.
«Entrando en la Estación Witheridge»
Se levantó bruscamente al oÃr las palabras del oficial. Fuera de la ventana, una vista familiar pasó. HabÃa pasado mucho tiempo. Probablemente serÃa la última vez.
Recordando de repente el primer dÃa que habÃa venido a esta estación, Grace giró la cabeza hacia la ventana del pasillo. El andén de enfrente estaba lleno de gente esperando el tren.
Y entre ellos, Grace vio a una chica. Giró la cabeza hacia otro lado, incapaz de resistirse a la visión de una niña de 11 años que charlaba entusiasmada con los adultos sobre su primer viaje en tren e ir a ver el océano.
Cuando el tren se detuvo, bajé sin dudarlo. Era una estación rural, asà que no bajaban muchos pasajeros.
Aun asÃ, la estación estaba abarrotada para ser un lugar tan remoto, Grace se tomó un momento para echar un vistazo a la estación. La calle principal de Witheridge no habÃa cambiado mucho desde hacÃa dos años. La parada de autobús seguÃa allÃ, frente a la estación de tren.
«Blackburn, uno»
Mientras compraba un boleto de autobús a la ciudad en el quiosco de carretera, los ojos de Grace se posaron en los bombones del puesto.
Aún estaban allÃ.
Era el chocolate que habÃa comprado con el dinero de los recados, ahorrado y regalado sin querer a un chico guapo al que nunca habÃa visto.
PodÃa haberlo comprado al volver a casa, pero seguÃa sin saber el sabor, porque desde aquel dÃa en Abington Beach, cada vez que lo miraba, veÃa la cara del chico.
Me di la vuelta, incapaz de reunir el valor para volver a comprarlo hoy. Grace nunca conocerá el sabor de ese chocolate.
Ya ni siquiera quiero saberlo.
Porque el chico murió aquella noche.
Encogida, se quedó de pie junto a la carretera, intentando reprimir sus emociones. Unos pasos detrás de ella, oyó al oficial de enfermerÃa comprar el mismo boleto.
Levantó la vista de puntillas para ver el sol rojo que se ponÃa sobre los edificios bajos. ParecÃa sangre.
Respiré hondo. Apreté el puño con fuerza y el boleto de autobús se arrugó. Grace desvió la mirada hacia un lado y divisó a lo lejos un sedán negro aparcado en la calle.
Probablemente ahora también la estaba observando a ella.
Hijo de puta. Pero un hijo de puta útil.
Asure: Feliz domingo chiques, estamos en la pagina 533 de 555 ... el otro domingo terminamos volumen III
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