La Princesa Monstruosa 23
Cambios menores (5)
"Primera Princesa".
Mientras me entregaba a otro pensamiento, de repente oà una voz que me llamaba desde algún lugar.
Al bajar la cabeza, vi a una chica de pelo negro y ojos dorados.
"Judith".
Judith, que estaba excepcionalmente guapa con su vestido rosa de encaje, me miraba de reojo.
Quizá fuera porque hasta ese momento habÃa estado pensando en el caballero de Judith, pero en el momento en que mi mirada se encontró con sus inocentes ojos, sentà una inexplicable sacudida.
Ahora que lo pienso, también estaba Killian, el protagonista masculino que se unirÃa a Judith más adelante.
La diferencia de edad entre Killian y Judith era de cuatro años.
Como Judith era todavÃa joven, la diferencia de edad parecÃa bastante grande, pero al cabo de unos años más, no lo serÃa. En la novela, la heroÃna Judith crecerÃa hasta ser mejor que nadie más tarde.
Cuando llegara ese momento, ella y Killian harÃan muy buena pareja.
Entre las otras princesas de la misma edad que Judith, habÃa quienes miraban a Killian con envidia, pero Judith aún no parecÃa tener interés en Killian.
En cambio, los ojos brillantes de Judith estaban puestos en mÃ.
"Ha sido un discurso muy bonito".
"Gracias".
"Me descuidé y no lo mencioné el otro dÃa, ¡pero el nuevo pelo corto te queda muy bien!"
"SÃ, gracias por eso también".
"¡SÃ! Um, y la primera princesa va a participar en el concurso de caza, ¿verdad?"
"Asà es".
Judith dudó por un momento.
Mientras tanto, miraba su sombra con ojos agudos.
La sombra de Ramiel seguÃa sobre Judith.
"Um, Primera Princesa".
Judith me llamó entonces, como si se hubiera decidido por algo.
"Si no te importa..."
Vi que me lo ofrecÃa de inmediato, y por un momento sentà que no podÃa decir una segunda palabra.
"¿EstarÃas dispuesta a aceptarlo?"
En la blanca mano de Judith habÃa un pañuelo.
Llevaba bordada la primera letra de mi nombre y mi flor de nacimiento, la flor de la acacia.
"Espero que ganes este concurso de caza".
De repente, una idea pasó por mi mente.
... Ella no querÃa quedarse en el festival de caza, aunque estuviera sucia, sólo para darme esto, ¿verdad?
Pero mi instinto me decÃa que era la respuesta correcta.
Además, miré hacia abajo y vi que la mano de Judith, que me tendÃa, estaba cubierta con las marcas de innumerables ataques con agujas.
Miré a Judith con extrañeza.
ParecÃa que Judith me tenÃa un gran cariño, como habÃa pensado anteriormente.
¿Por qué? ¿Era porque, a diferencia de los otros miembros de la realeza, yo no la atormentaba?
Pero, en rigor, era un desprecio más cruel que el de los otros royals.
Desde el principio, ni siquiera reconocà a Judith como una persona igual a mÃ, porque dondequiera que estuviera, nunca entraba en mi campo de visión.
Judith sólo tenÃa derecho a acusarme de ser una espectadora o una hipócrita.
Nunca me importó que mis hermanos la acosaran. De hecho, francamente, odiaba a Judith.
No me sentÃa cómodo con el hecho de que fuera esta niña la que tuviera delante todo lo que querÃa en la vida.
Pero ahora también es cierto que Judith no es una heroÃna brillante en una historia, sino una niña que necesita protección.
Aun asÃ, sentà que el hecho de que hubiera pasado tanto tiempo sola y solitaria, en lugar de protegida, estimuló en mà una pequeña piedad.
Sin embargo...
Casi me reà cuando vi a la niña con la cabeza profundamente inclinada frente a mÃ.
'Qué niña más tonta'.
Ni siquiera podÃa distinguir si el afecto por ella era real o falso.
¿Cómo podÃa acercarse a mà de forma tan desprevenida cuando ni siquiera sabÃa lo que realmente sentÃa por ella?
"No soy demasiado codicioso. Conozco mi lugar..."
Como aceptó la tranquilidad, Judith bajó la cabeza y dijo, moviendo sus ojos de ciervo.
"Si no te gusta, puedes darte la vuelta y descartarla inmediatamente".
"..."
"Pero si lo aceptas... Seré feliz..."
Me dio pena el aspecto de Judith.
La miré fijamente y deliberada y lentamente alcancé el pañuelo que tenÃa delante.
Cuando mi mano tocó por fin la suave tela, Judith levantó la cabeza del suelo.
"Gracias. Definitivamente ganaré".
Aunque sólo fue un breve saludo de cortesÃa, sus pálidas y blancas mejillas se volvieron tan rojas como el vestido que llevaba.
Un extraño sentimiento de superioridad me subió por los talones cuando nos encontramos, con los ojos brillando alegremente hacia mÃ.
"¡SÃ! Estoy seguro de que ganarás".
La sonrisa de Judith, que floreció poco después, era tan clara y hermosa como un blanco copo de nieve.
Hasta el punto de tener ganas de empañarla con mis huellas por un instante.
"¡Hermana!"
En ese mismo momento, alguien se interpuso entre Judith y yo.
Los sentimientos desconocidos que habÃan envuelto mi cuerpo como el humo desaparecieron con su voz.
Volvà la cara para ver quién se acercaba a mÃ.
Era la nada agradable Miriam. Se acercaba rápidamente a mà en brazos de sus ayudantes.
Sorprendentemente, junto a ellas estaban mi madre, la Emperatriz, y la niñera de Miriam, la Condesa McNoah. Judith miró a la Emperatriz y a Miriam y retrocedió con un desplome.
Por mucho que el emperador la reconociera como miembro de la familia real, en realidad habÃa una diferencia de cielo y tierra entre Judith, hija de una esclava, y el resto de la familia real.
Judith ni siquiera podÃa llamar a sus hermanos "hermana mayor" o "hermano mayor". Era porque no estaba capacitada para hacerlo. Por eso Judith me llamaba "la primera princesa".
Aparte de despreciar a Judith, también me parecÃa poco razonable.
La persona que sembró la semilla en celo debe, naturalmente, cargar con la mayor responsabilidad, ¿no es as�
Al cabo de un rato, mi madre y Miriam se presentaron ante mÃ.
"Saludamos a Su Majestad, la luz del Imperio, y al Tercer PrÃncipe".
"Saludos a la Primera Princesa".
Las doncellas que estaban detrás de mà y las que servÃan a la emperatriz y a Miriam fueron las primeras en preparar el saludo real.
Entonces mi madre y yo nos saludamos.
"Buenas tardes, Primera Princesa".
"SÃ, buenas tardes, madre".
Pero los saludos formales que intercambiamos brevemente no eran amistosos, aunque fueran palabras vacÃas.
Esta vez, no me equivoqué.
El muro que se habÃa construido constantemente entre nosotros durante varios años seguÃa siendo grueso. Supongo que vino a verme simplemente porque era consciente de lo que pensarÃa la gente.
"¡Hermana, esto!"
Miriam se abalanzó sobre mÃ.
Miré la mano salobre que sobresalÃa delante de mÃ.
"Oh, Dios... ¿Me estás dando esto a m�"
"¡Lo hice especialmente para dárselo a mi hermana!"
habló Miriam con aire de suficiencia.
Me tendió un pequeño adorno, una cuchara de plata adornada con joyas de color azul oscuro que parecÃan coincidir con el color de mi traje.
Miriam aseguraba que lo habÃa hecho él, pero esa habilidad no estaba al nivel de un niño de cinco años.
Obviamente, la niñera o alguna otra sirvienta debÃa habérsela hecho.
"¿He oÃdo que la hermana no tiene armas? Asà que le hice un peluquÃn".
Para mÃ, no habÃa otra arma porque soy un buen mago.
La mayorÃa de los magos cazaban de una forma en la que vertÃan magia en sus armas para aumentar su poder. Asà que cuando recibÃa regalos, cogÃa el que más me gustaba y decoraba mi ropa o mi pelo con él en lugar de un arma.
No puedo creer que lo supiera y preparara deliberadamente un postizo. Incluso hacÃa juego con el color de mi ropa. No era propio de un niño ser tan meticuloso.
O tal vez en este caso, la niñera de Miriam estaba trabajando demasiado para nada.
"¡Pero si tienes el pelo demasiado corto! Más largo era más bonito".
¿De verdad? Me alegro de habérmelo cortado. No quiero verme bonita a tus ojos.
"Mm, no hay problema. Lo pondré directamente en el pelo de la hermana... ¿eh?"
En ese momento, la mirada de Miriam alcanzó el pañuelo que tenÃa en la mano.
En ese momento, los ojos de la niña se retorcieron.
"¿Qué es eso? ¿Lo has cogido ya de otra persona?".
Desde que Miriam llegó tarde, éste no era el único que habÃa recibido.
Pero Miriam no querÃa admitir ese hecho, asà que hinchó las mejillas y gritó con furia.
"¡Seré la primera!"
¡slap!
Al momento siguiente, la afilada mano de Miriam derribó el pañuelo que tenÃa en la mano. El viento hizo que se me cayera al suelo lo que habÃa recibido de Judith.
"¡PrÃncipe!"
La niñera se quedó perpleja, como si no esperara que Miriam tuviera ese comportamiento delante de mÃ. Judith, que aún no se habÃa ido, también se estremeció al ver su pañuelo en el suelo.
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