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Miércoles 21 de Febrero del 2024 |
La Princesa Monstruosa 186
Reiniciar: otra vez, Arbella (32)
"¿Qué es esto? HabrÃa sido útil que lo hubieras mencionado antes".
Sintiendo una pizca de vergüenza, emità un par de toses torpes antes de retraer mi mano a su posición original.
"Muy bien... Si ése es tu plan, adelante, inténtalo".
La energÃa mágica de Gerard volvió a invadirme.
Hice un esfuerzo consciente por no reaccionar, fingiendo compostura. Sinceramente, albergaba pocas esperanzas de que este esfuerzo produjera una cura significativa. Al igual que Judith, que seguÃa empeñada en resolver el problema de la fiebre de los magos en el palacio de la Cuarta Princesa, reconocà que persistir con hechizos prohibidos arriesgando a Gerard no era una opción viable.
Sin embargo, opté por concederles la libertad de seguir su curso, aunque eso significara tolerarlo hasta cierto punto. Desde mi punto de vista, habrÃa preferido que pasaran más tiempo juntos si de todos modos iban a dedicar tiempo a esto.
Cada vez que se lamentaban en mi presencia, me invadÃa una mezcla de tristeza y culpabilidad.
Sin embargo, observar sus esfuerzos por mi bien me producÃa tanto malestar como felicidad, un recordatorio de que mi altruismo no era totalmente desinteresado.
Y entonces, en algún momento, sentà algo extraño.
"¿Qué está pasando?"
De algún modo, la energÃa mágica parecÃa estar tomando una trayectoria cada vez más peculiar.
La energÃa de Gerard, que inicialmente habÃa entrado en mÃ, ahora me atravesaba con una sensación persistente y ligeramente inquietante, desviándose de su flujo inicial.
¿Es éste realmente el curso de acción apropiado? ¿Es realmente con fines médicos?
"Sin embargo, Su Alteza".
Justo cuando me asaltaban las dudas, un susurro apenas audible rozó mi oÃdo. Simultáneamente, la energÃa mágica de mi interior se entrelazó con fuerza, provocando un temblor involuntario.
Gerard, que se habÃa acercado sutilmente sin que me diera cuenta, entrelazó nuestros dedos con firmeza y habló en voz baja, casi murmurando.
"Teniendo en cuenta que aún es de dÃa y que es un espacio abierto, ¿implica eso una invitación abierta a ese tipo de acciones cuando y donde a uno le plazca?".
Sus ojos gris plateado se arrugaron juguetonamente, captando la luz del sol y brillando maravillosamente. Sobresaltada, prácticamente salté de mi posición sentada, casi sacudiéndome la mano de Gerard, y me levanté bruscamente.
"¿Quién, quién ha dicho algo as� En serio...!"
Deseé responder con palabras más elocuentes, instándole a que no malinterpretara o cuestionando quién demonios harÃa afirmaciones tan absurdas. Sin embargo, por alguna razón, lo único que se me escapaba era un suspiro indignado, y las palabras coherentes se me escapaban.
Asà pues, lancé a Gerard una mirada severa y salà del jardÃn con paso decidido. Unas risas débiles me siguieron y un calor inexplicable me subió a la cabeza.
No podÃa discernir si Gerard me seguÃa o no, pero el suave sonido de unos pasos resonaba detrás de mÃ.
Mientras caminaba a paso ligero, las pisadas rÃtmicas sobre la hierba llegaban de vez en cuando a mis oÃdos. A pesar de ello, posiblemente debido a nuestra diferencia de altura, Gerard me alcanzó rápidamente.
"Alteza, ¿está enfadado?"
"No me sigas".
"Le pido disculpas. Sólo estaba bromeando un poco porque tu reacción fue linda".
¿Está loco?
Al oÃr la voz de Gerard, giré la cabeza rápidamente.
"¿A quién le estás diciendo algo tan absurdo...?".
Para mi sorpresa, Gerard estaba más cerca de lo esperado, casi haciendo que me chocara la nariz contra su pecho al girarme.
"Ten cuidado, por favor."
Cuando tropecé hacia atrás, Gerard me agarró del brazo.
ParecÃa que últimamente cometÃa más errores tontos de lo habitual delante de Gerard. A pesar de eso, habÃa conseguido recuperar gran parte de mi compostura en comparación con antes, asà que levanté la cabeza con la intención de decirle a Gerard lo que pensaba.
Sin embargo, cuando nuestras miradas se cruzaron, me encontré inesperadamente sin palabras.
SolÃa pensar que la noche le sentaba mejor a Gerard que el dÃa, pero ahora parecÃa que no era asÃ. Entre la brillante luz del sol y el verdor del jardÃn entrelazado, Gerard cautivó sin esfuerzo mi mirada con su mera presencia.
Tal vez fuera porque tenÃa una sonrisa amable que podÃa derretir hasta la luz del sol más brillante, una sonrisa en la que no habÃa reparado antes.
La mirada de Gerard se clavó en mÃ, provocándome un picor general que me tentó a rascarme disimuladamente.
Por un momento estuve a punto de soltar un suave suspiro, pero reprimà mis vacilantes emociones, tragué saliva y bajé la mirada.
Al darme cuenta de que momentos como éste serÃan cada vez menos frecuentes en el futuro, sentà una punzada de incomodidad y una pizca de tristeza.
"Alteza".
En ese instante, el calor volvió a filtrarse entre mis dedos. Gerard inclinó ligeramente la cabeza, mirándome a los ojos y susurrando,
"Ya que el tiempo es tan agradable, ¿por qué no nos quedamos un rato más en el jardÃn antes de entrar?".
"En los próximos dÃas, tanto tú como yo no estaremos agobiados con agendas apretadas, asà que ¿por qué no pasamos un poco más de tiempo juntos?".
Gerard, aparentemente en sintonÃa con mis deseos más profundos, pronunció las palabras que tanto habÃa deseado oÃr de él, casi como si se tratara de una falsedad.
"...SÃ. Ya que hace buen tiempo".
Mientras murmuraba suavemente mi acuerdo, Gerard me cogió primero de la mano y me guió suavemente.
De la mano de Gerard, dimos media vuelta y paseamos hacia la parte interior del jardÃn.
Durante todo ese tiempo, el creciente calor en mis mejillas, latente desde antes, siguió siendo un secreto que sólo yo conocÃa.
***
"¿Es cierto que Su Majestad está recorriendo personalmente las zonas siniestradas?".
"¿Tú también te has enterado? Asà es. Resulta que nuestro Emperador tiene un oÃdo muy fino".
Sentado en la terraza con Judith, saboreando un momento de ocio entre bocadillos, solté una risita al oÃr estas palabras.
La noticia de que el emperador Cedric se aventuraba a salir de palacio y asumir el papel de emperador sagrado tras una prolongada ausencia ya habÃa corrido por Kamulita como la pólvora.
"Ambos estamos en huelga, y Ramiel y Cloe tampoco pueden participar en actividades externas. Aunque no tendrÃa mucho sentido enviar a otros niños fuera".
Las princesas y los prÃncipes restantes carecÃan de las habilidades necesarias y, después de todo, aún eran demasiado jóvenes.
En consecuencia, el emperador Cedric tuvo que tomar cartas en el asunto.
Sin embargo, inexplicablemente, su linaje parecÃa inquebrantable. En sus giras por la región se mostraba incluso más entusiasta de lo que cabrÃa esperar, animado por los elogios del pueblo.
Tal vez, tras deleitarse con la gloria de sellar la grieta bajo la apariencia de su propio logro, sintió un golpe en su orgullo cuando la verdad salió a la luz más tarde, casi como si algo que ya le pertenecÃa le hubiera sido arrebatado por mÃ...
"Cuarta Princesa, he reunido las cartas que llegaron esta mañana."
"Ah, entrégalas."
En ese momento, una criada entró en la terraza y colocó un fajo de cartas delante de Judith.
Estos dÃas, Judith, al igual que yo, prácticamente residÃa en mi palacio desde que declaró la huelga contra el emperador Cedric, pasando su tiempo comiendo y jugando conmigo.
Aunque no lo mencionaba explÃcitamente, parecÃa dedicar una parte sustancial de su dÃa a intentar encontrar una cura para la fiebre del mago. Sin embargo, el progreso parecÃa esquivo.
No hace mucho, hice una visita a Judith, que estaba confinada en el Palacio de las Cuatro Princesas, y le hice una petición con la que nunca se habÃa encontrado.
Cuando le dije que no estaba seguro de cuánto tiempo me quedaba y le expresé mi deseo de que diera un paso adelante y pasara un poco más de tiempo conmigo, me advirtió con vehemencia que no hiciera declaraciones tan ominosas.
A pesar de su reticencia inicial, acabó cediendo a mis deseos, lanzándome una mirada de reproche al considerarlo un engaño.
AsÃ, nos encontramos pasando nuestros dÃas juntos en la ociosidad.
"Han llegado cartas para la Primera Princesa".
Después de Judith, recibà una cálida carta. Judith y yo nos tomamos un momento para leer las cartas de la otra.
La carta para mà incluÃa una de Ramiel y Chloe.
Arbella.
Acabo de encontrar unos buenos ingredientes para un remedio del difunto Graham, y mi tÃa, que es la nueva cabeza de familia, te los envÃa en secreto como gesto de buena voluntad.
Mientras lo disfrutas, por favor, saborea cada raÃz, una a una, ¡mientras piensas en mÃ!
"¿Tienes algo que haya llegado hoy en nombre de Ramiel?"
"SÃ, es una Mandrágora que se ha transformado en una criatura mágica".
Ante la respuesta de Marina, involuntariamente fruncà el ceño.
No era una mandrágora cualquiera; era una mandrágora que se habÃa transformado en una criatura mágica, lo que significaba que habÃa sido consumida y excretada por un ser mágico.
Posteriormente, estas mandrágoras adquirieron fama de poseer más propiedades mÃsticas que sus homólogas normales, gracias a la energÃa mágica infundida. Sin embargo, el proceso de su creación me resultaba un tanto repulsivo.
Desde que Ramiel mencionó las peculiaridades de mi estado, me ha estado enviando estos objetos inusuales cada vez que surge la oportunidad.
"Una Mandrágora convertida en criatura mágica... ahora que lo pienso, nunca antes habÃa experimentado con Mandrágoras".
"Probar con una raÃz sin procesar deberÃa estar bien".
Además, Judith y Gerard mostraban constantemente un sutil interés por los artÃculos enviados por Ramiel, siempre deseosos de ofrecérmelos.
"Sabes que consumir demasiadas cosas buenas a la vez puede ser perjudicial, ¿verdad?".
Sorprendentemente, se llevaban bien en momentos asÃ...
No podÃa discernir la naturaleza de su relación, si era buena o mala.
En cualquier caso, desvié la conversación antes de que su discusión sobre los Mandrágoras se complicara demasiado.
"Por cierto, Judith, ¿qué te parece unirte a Cloe para una reunión secreta en su palacio por la noche?".
"Me encantarÃa".
Tal vez sintiendo mi irritación, Judith y Gerard actuaron como si no se hubieran dado cuenta cuando cambié de tema.
Sin embargo, de repente, mientras Judith examinaba las cartas restantes, frunció el ceño.
"¿Qué es esto? ¿Por qué esta persona sigue...?".
"¿Eh? ¿De quién es?"
No creà que fuera posible, pero pregunté por si acaso habÃa alguien molestando a Judith sin que yo lo supiera.
Al ver la expresión preocupada de Judith mientras intentaba ordenar las cartas, mis sospechas se hicieron aún más fuertes.
"No es nada, de verdad. No es particularmente importante ni nada..."
¡Paat!
Sin embargo, en cuanto Judith tocó la carta, el sobre se abrió solo. Dentro, salieron una tarjeta y pétalos de flores.
- Para la Cuarta Princesa ~ Nacida para ser amada ~
De la tarjeta que flotaba en el aire, oà una melodÃa que habÃa encontrado en alguna parte antes.
Entre el revoloteo de los pétalos, parpadeé.
Esta voz...
"¿Qué es esto, Joven Maestro Montera?"
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