La Princesa Monstruosa 140
Las Dos Princesas (19)
Al cabo de un rato, cuando me habÃa distanciado un poco de los estudiantes, volvà a mirar a los asistentes que habÃan seguido a Judith y, en particular, a la criada que se encontraba a la derecha de la primera fila.
"¿Cómo se llamaba?"
"I-grés del conde Günther".
Como si supiera por qué le preguntaba su nombre, Igrès, del conde Günther, respondió con voz temblorosa. Ella también era una de las doncellas enviadas a Judith por el mismÃsimo emperador Cedric.
"Has mostrado una conducta bastante impropia como doncella. Aunque no te castigaré directamente porque no estás a mis órdenes, tus acciones son bastante impropias".
La reprendÃ, lanzándole una mirada de desaprobación. Con eso, reanudé la marcha sin más preguntas, y Judith me siguió en silencio tras una breve pausa.
"Me pregunto... ¿Tuvo algo que ver mi criada con la magia del collar?".
inquirió Judith, captando las implicaciones de mi afirmación anterior. "SÃ", respondà brevemente.
Ahora, en presencia tanto de los estudiantes de la Academia como de los asistentes de la corte real, mientras los estudiantes estaban preocupados examinando sus propios poderes, yo investigué discretamente las habilidades de los asistentes.
Según mis averiguaciones, la magia de la doncella de Judith se correspondÃa con la magia encontrada en el collar. Era la energÃa residual más reciente, aparte de la mÃa propia y la de Judith, lo que me llevó a deducir que, a menos que el collar poseyera voluntad propia, la criada debÃa de haberlo colocado en el bolsillo de Parvian con sus propias manos.
Era lamentable que los jóvenes estudiantes prestaran poca atención a tales asuntos, pero si se corrÃa la voz de que una criada imperial habÃa cometido un acto tan peculiar, serÃa conocido en todo el mundo.
"Si no estaba jugando una mala pasada a una niña, debÃa de querer serte leal de alguna extraña manera".
susurré suavemente mientras caminábamos hacia el carruaje.
Tras los sucesos acaecidos hoy en la academia, Judith serÃa percibida como una princesa amable y compasiva, que acogÃa a una joven plebeya bajo su protección e incluso se disculpaba personalmente por su supuesta transgresión.
Este relato se habrÃa mantenido si yo no hubiera intervenido. Si se hubiera sabido que un estudiante plebeyo llamado Parvian habÃa sido el que robó el collar de Judith, y sin embargo Judith hubiera encubierto amablemente su fechorÃa, se habrÃa alineado perfectamente con la imagen retratada en "El resplandeciente mundo de la princesa Judith".
"Parece que he sido negligente en la gestión de mis doncellas, y me aseguraré de que este asunto se aborde con prontitud".
Confesó Judith, con un rostro a la vez avergonzado y tranquilizador. Era, sin duda, una respuesta propia de un miembro de la familia real.
Pero yo tenÃa mis dudas sobre su comportamiento. La Judith de hoy, en su tono, comportamiento y conducta, no parecÃa ser la Judith que yo conocÃa.
Como dice el refrán, el lugar hace al hombre, y me preguntaba si su nueva posición en la corte imperial era la razón de su extraño comportamiento.
Y... ¿Era realmente una acción independiente de la criada, en contra de los deseos de Judith?
Pero no me atrevà a expresar mis sospechas en este momento.
Una parte de mà sentÃa que mis sospechas eran un acto de fe, y otra parte sabÃa que, fuera cual fuera la verdad, la culpable serÃa la doncella de Judith. Porque asà lo habÃa decidido.
"Hoy he notado que las doncellas enviadas por padre tienen dificultades para adaptarse a su nueva vida en palacio. Sin embargo, confÃo en que fueron cuidadosamente seleccionadas y poseen un talento considerable. Tal vez serÃa beneficioso reasignarlas a un lugar donde sus habilidades puedan ser mejor aprovechadas".
Dije esto de pasada mientras subÃa primero al carruaje, y Judith estudió mi rostro por un momento antes de responder, con una fina sonrisa jugando en sus labios.
"SÃ, hermana, yo también lo creo".
El carruaje que nos llevaba a Judith y a mà empezó a moverse lentamente hacia el palacio. Fuera de la ventana, los pétalos de acacia seguÃan cayendo como nieve blanca.
25.5. Una princesa buena y hermosa, como la heroÃna de un cuento de hadas
Desde la mañana hasta la noche, Judith fue pulida y refinada por muchas manos.
Un viejo collar, recuerdo de su madre, y una repentina ráfaga de magia: le dieron alas y la llevaron a lo alto, donde centelleaban las estrellas.
Durante un tiempo, no supo cómo pasaban los dÃas. Cada dÃa estaba tan programado que apenas podÃa dormir, y antes de que se diera cuenta, la arrastraban de un lado a otro, haciendo lo que le decÃan.
"Esta es la historia de una hermosa muchacha que fue encerrada en un espinoso castillo durante mucho tiempo y obligada a vivir sola, y de las personas a las que amaba...".
Parte de la rutina habitual de Judith consistÃa en trabajar como voluntaria en el orfanato durante dos horas cada semana. Siguiendo el ejemplo de la persona sentada frente a ella, empezó a leer a los niños con voz tranquilizadora.
Sorprendentemente, habÃa miembros de la corte imperial que le pedÃan consejo para resaltar las cualidades y encantos únicos de cada miembro de la familia real.
Le pedÃan su naturaleza modesta y su inocencia, deseando que emanara un aura cálida y cercana, que se conmoviera fácilmente con las alegrÃas más sencillas de la vida.
Sin embargo, también hacÃan hincapié en la necesidad de mantener un aura adecuadamente anticuada y refrescante, para no comprometer la grandeza de la familia real.
Estos requisitos parecÃan peculiares y contradictorios por naturaleza.
Sin embargo, la esencia estaba clara: mientras que en presencia de los nobles debÃa irradiar pompa y realeza, entre la gente común debÃa mostrar un comportamiento desenvuelto, para no parecer condescendiente.
Incluso ahora, Judith se esforzaba deliberadamente por ser voluntaria en el orfanato, capturando los momentos en su piedra de amuleto de vÃdeo.
"Y asÃ, la joven cayó bajo el encanto de la bruja y sucumbió al encanto de la granada carmesà de la cesta...".
La representante de la misión imperial que supervisaba el progreso de Judith asintió con aprobación, declarando que su retrato era "pintoresco" mientras estaba sentada en medio de un grupo de niños, absorta en la lectura de un libro de cuentos.
Mientras hablaba, Judith, sentada en el césped bañado por el sol, lucÃa una dulce sonrisa que irradiaba el aura de una simpática chica de al lado. Sin embargo, también habÃa en ella una cualidad etérea, parecida a la de una figura bondadosa y santa de la tradición bÃblica.
"¡Niños, es la hora de la merienda!"
"¡Waaaah!"
Cuando llegó la hora de la merienda, los niños se pusieron en pie de un salto y entraron corriendo en el edificio, como si hubieran estado esperando ansiosamente el momento. Judith los observó partir con una cálida sonrisa.
"¿Por qué no entras y te tomas un descanso, Cuarta Princesa?".
"Me quedaré aquÃ. Hace un dÃa precioso y me gustarÃa tomar el sol un poco más".
"¿Estás segura? Kyaa, creo que hoy vamos a capturar unas imágenes increÃbles. La Cuarta Princesa realmente brilla en este clima claro y prÃstino. Parece como si un unicornio pudiera aparecer de detrás de ese árbol".
La persona que habÃa estado grabando el vÃdeo de Judith en la piedra mágica la felicitó y se marchó, dejando a Judith sola. El suave susurro de la hierba y las flores silvestres en el césped se silenció.
Judith, aún sonriente, observó el viento que soplaba sobre el césped y se colocó delicadamente un mechón de pelo detrás de la oreja.
Al cabo de un momento, sus pestañas se agitaron y Judith volvió a centrar su atención en el libro infantil que les habÃa estado leyendo antes.
El viento habÃa volteado varias páginas. Representaba la historia de una niña engañada por una bruja, que habÃa consumido una granada de las profundidades del infierno, volviéndola invisible y aislada del mundo.
Sin decir palabra, Judith volvió a hojear las páginas. Era un cuento de hadas muy conocido y ya conocÃa su final.
La niña, maldecida por la bruja, aprendÃa a albergar odio y resentimiento, e incluso en su dolor, sentÃa amor por aquellos que no la correspondÃan. Con el tiempo, se transformó en la esencia de la tierra y protegió a sus seres queridos hasta su muerte.
Era un final duro para un libro infantil, pero asà se desarrollaban los cuentos antiguos. Judith no podÃa comprender por qué la gente encontraba conmovedora esta historia, que ni divertÃa ni predicaba moralidad.
No se trataba sólo de este cuento en particular; todos llevaban un tema similar. Lo mismo ocurrÃa cuando la gente hablaba de Judith, proyectando en ella sus propias fantasÃas. A pesar de la adversidad y las dificultades, a pesar de la persecución y el acoso, se esperaba que siguiera siendo pura, amable y hermosa.
Que se convirtiera en una mujer buena y hermosa que nunca perdiera su bondad y amabilidad pasara lo que pasara, y que estuviera a la altura de las expectativas de los demás.
Una amarga mueca escapó de los labios de Judith.
"No existe tal persona en el mundo".
Con un crujido, el libro de cuentos con la foto de la niña bonita se arrugó en la mano de Judith.
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