La Princesa Monstruosa 128
Las Dos Princesas (7)
Tal vez fue la forma sutil en que Killian habÃa reaccionado antes a mi respuesta, la inducción, la comprensión de que habÃa mentido. Al pensarlo, me mordà ligeramente el labio.
"Gerard".
"SÃ."
"Yo caminaré primero, tú espera cinco segundos y luego sÃgueme".
Gerard enarcó una ceja ante mi brusca orden. Ignoré su queja y me adelanté. Pero no tardé en verme obligado a detenerme de nuevo.
Dirigà una mirada severa a Gerard, que volvÃa a seguirme de cerca, igual que antes.
"Te dije que esperaras cinco segundos antes de seguirme, ¿no?
"Hice lo que me ordenaron".
Pero hablaba con un aire natural de condescendencia, como si no hubiera hecho nada malo.
"Supongo que no es culpa mÃa que tenga una zancada más larga que la Primera Princesa, y que te haya alcanzado tan rápidamente".
Me sentà un poco ofendida de que dijera que sus piernas eran más largas que las mÃas, pero, por otra parte, la estatura de Gerard era innecesariamente grande, asà que quizá tuviera algo de razón. Volvà a ordenarle, utilizando unidades más concretas como guÃa.
"Entonces aléjate diez pasos y sÃgueme".
"Es un largo camino para escoltar a la Primera Princesa en un salón de baile abarrotado".
"Entonces sÃgueme cinco pasos por detrás".
"Estaré tres pasos detrás de ti."
Me asombra cómo puede hablarme como si estuviera regateando conmigo y luego tomar una decisión y anunciarla.
Pero Gerard tenÃa razón, aún no habÃamos salido del salón de baile y habÃa un montón de gente mirándome, asà que no discutÃ, sólo le eché una mirada rápida y empecé a andar.
Al cabo de un rato, estábamos en el pasillo, completamente fuera del ruidoso salón de baile. La realeza tenÃa una zona separada para descansar, y a medida que caminábamos un poco más, los nobles con los que nos cruzábamos desaparecÃan.
El sonido de los pasos detrás de mà quedó amortiguado por la tenue música, y de repente sentà una extraña sensación, igual que antes de que empezara el banquete, y me llevé la mano a la nariz, que volvÃa a estar cubierta de sangre. Esta vez, utilicé inmediatamente la magia para curar la herida y limpiar la sangre, y luego volvà a caminar por el pasillo como si no hubiera pasado nada.
Como todo fue tan rápido, Gerard no pareció notar nada raro.
"Gerard. Dijiste que querÃas ir a casa del conde Lassner, ¿verdad?".
Después de caminar un poco más, abrà lentamente la boca para hablar con Gerard. En ese momento, los pasos detrás de nosotros se detuvieron.
"Te dejo. Puedes irte".
No era una decisión impulsiva, y llevaba un rato pensándolo. Pero no le habÃa dicho a Gerard lo que iba a hacer.
Su mirada en mi trasero se hizo más intensa, pero no me volvÃ.
"Cuando estés lista, puedes irte cuando quieras".
Luego no dijo ni una palabra más.
Un momento después, volvà a oÃr pasos detrás de mÃ. Las pisadas se acercaron más de los tres pasos que habÃa ordenado, y entonces una mano frÃa me agarró del brazo.
Al girar la cabeza, me encontré con un par de ojos gris plateado iluminados por la luna.
No bastó con que me agarrara y me mantuviera erguida, sino que se quedó quieto un momento, mirándome directamente a la cara. PodrÃa haberle castigado por eso, pero no lo hice.
Al poco rato, Gerard apretó un poco más mi brazo y abrió la boca para hablar.
"Volveré en cuanto pueda".
Al oÃr la promesa susurrada al oÃdo, me limité a decir: "Vale".
Las luces titilantes del ambiente otoñal iluminaban la oscuridad del palacio como luciérnagas. La noche del banquete maduraba lentamente.
***
Cloe suspiró al salir a la terraza del Palacio de la Segunda Emperatriz, desde donde tenÃa la mejor vista de las luces del palacio.
"Estoy aburrida. Todos los demás se divierten en el salón de baile y yo estoy atrapada aquÃ".
No era ningún secreto que a Chloé le encantaban las fiestas elegantes y similares. Pero aquà estaba, lejos del salón de baile, vestida de civil, chupándose los dedos.
Antes habÃa llamado a sus criadas y habÃa intentado ponerse guapa con un vestido elegante, como si fuera a asistir a una fiesta, pero pronto se dio cuenta de que no valÃa la pena el esfuerzo y se preguntó qué sentido tenÃa, asà que desistió.
"Cloe, ¿qué estás haciendo?"
"¡Hermano Ramiel!"
Justo en ese momento, Ramiel apareció en la terraza con Cloe. Cloe, que no tenÃa nada mejor que hacer, le saludó alegremente.
"¿Tú también te aburres? Me alegro de que hayas venido. ¿Quieres acompañarme a un festÃn?".
Como casi todos los hermanos de este mundo, Cloe solÃa molestarse cuando estaba mucho tiempo cerca de Ramiel, asà que no le habrÃa recibido asà en cualquier otro momento, pero ahora mismo echaba de menos el bullicio de los viejos tiempos, asà que se agarró a él, esperando que su presencia hiciera las cosas un poco más emocionantes.
"Seguro que estás un poco dolorida por no poder ponerte esa ropa tan escasa que llevas últimamente, y ya que de todas formas nadie nos va a prestar atención a estas horas, ¿por qué no te cambias a algo más propio de un banquete?".
"No tengo tiempo para eso, iba a salir un momento y me he pasado por aquÃ"
Pero ante las siguientes palabras de Ramiel, Chloé hizo una pausa, a punto de llamar al bardo inmediatamente.
"Aun asÃ, como dices, hoy habrá menos atención fuera del salón de baile, asà que si es demasiado, puedes ir con mamá".
dijo Ramiel, cogiendo una manzana ornamental de la mesa de té de la terraza y masticándola entera. Chloé le miró y enarcó las cejas.
Al momento siguiente, Chloé arrebató la manzana de la mano de Ramiel y la tiró al suelo, exclamando.
"¡Oh, de verdad! SabÃa que no me lo dirÃas de todos modos, asà que iba a callarme todo lo que pudiera, pero ¿en qué demonios estás pensando, en ganar tiempo y reunir pruebas de tu inocencia a mis espaldas?".
Hasta ahora, por muchas veces que lo habÃa preguntado, Ramiel no le habÃa dado una respuesta clara, asà que no le habÃa preguntado por Marques Graham. Pero hoy, frustrada, habló.
"Estás molestando a los demás fingiendo que atrapas al marqués, ¿verdad?".
Al igual que Cloe, Ramiel no podÃa haber hecho nada para perjudicar al marqués Graham de todos modos. En realidad no tenÃa ningún lazo familiar con él, asà que no estaba demasiado preocupada por su bienestar. Estaba más descontenta de que ella, su madre y Ramiel estuvieran siendo perjudicados por el marqués, asà que no estaba tan molesta por los problemas fuera de la casa como otros podrÃan pensar.
"Te lo diré más tarde. Tú quédate aquà y cuida de madre".
Ramiel le dio unas palmaditas en la cabeza a la enfurruñada Cloe, como si quisiera calmarla acariciándole el pelaje, y dejó escapar sus palabras.
Detrás de él, Cloe gimoteó de frustración, pero Ramiel no dudó en desaparecer directamente en su camino, exasperándola aún más.
"¡Lo odio, lo odio, si eres mayor que yo, siempre me tratan como a una niña por lo mucho que sabes!".
Impaciente, Cloe dio una patada a una silla que se habÃa colocado cerca de donde estaba Ramiel, pero al hacerlo, se golpeó accidentalmente un dedo del pie con la pata de la silla y dio un aullido y tuvo que retorcerse durante un rato. Al cabo de un rato, Cloe, todavÃa con cara de fastidio, llamó a su criada.
"Voy a ver a mi madre ahora, y tú vienes conmigo".
"SÃ. Entendido, Segunda Princesa".
Cloe salió del palacio de la Segunda Emperatriz sin ropa, con un séquito mÃnimo; tenÃa cuidado de no hacer nada llamativo en público estos dÃas, no fuera a ser que su padre, el emperador Cedric, se enterara. Cloe solÃa ser una mujer discreta, pero incluso ella tenÃa tanto pelo alrededor del cuello.
Cloe se lamentó de no saber qué le habÃa pasado, cuando habrÃa estado disfrutando de un banquete imperial más fastuoso que nadie.
"¿Eh? ¿No es esa Judith?"
Pero de camino al Palacio de la Segunda Emperatriz, Cloe divisó a alguien que deberÃa estar en la sala de banquetes.
Como era de esperar, la mayor parte de la mano de obra y la atención del palacio se centraba en la sala de banquetes, por lo que los otros palacios estaban relativamente desiertos. Judith se habÃa cubierto con una discreta capa oscura, casi como un color protector, y viajaba sola, sin compañÃa, por los caminos desiertos.
Pero Cloe llevaba años observándola, para bien o para mal, y ¿cómo no iba a reconocerla a pesar de estar cubierta por una capa? No, el rostro que se revelaba cuando el dobladillo de la capa caÃa ligeramente al caminar resultaba familiar a los ojos de Chloe. Cloe entrecerró los ojos, observando los brillantes colores de Judith bajo la capa.
"Ha ido a por todas. Estoy atrapada en palacio con este aspecto...".
Un pequeño gruñido escapó de los labios de Cloe, pues ¿qué otra cosa podÃa hacer sino permanecer callada y confinada en el Palacio de la Segunda Emperatriz?
HabÃa oÃdo todos los rumores de la corte imperial, y conocÃa cada palabra sobre Judith. Era increÃble que Judith, que apenas podÃa controlar un moco, hubiera desarrollado de repente un talento mágico tan extraordinario, y ahora se habÃa revelado el secreto de su nacimiento. En efecto, la mancha fatal que la habÃa marcado como una mancha en el Imperio Kamulita y que habÃa hecho que sus hermanastros la despreciaran habÃa sido borrada de un plumazo.
En sus tiempos mozos, podrÃa haber sentido la tentación de acercarse a Judith siempre que estuviera sola y acosarla con rabia.
Pero Chloe ya no odiaba tanto a Judith.
No sabÃa si habÃa llegado a odiarla, o si a veces sentÃa un poco de lástima por ella cuando pensaba en el pasado, pero no se atrevÃa a hacerle nada desagradable a Judith, que parecÃa estar cada dÃa más alterada que desde el cambio de manos.
Chloe hizo un mohÃn con los labios y se dio la vuelta para marcharse.
¿Adónde iba? Acababa de desaparecer en dirección al palacio donde se encontraban las mazmorras...
Y a estas horas de la noche, no se explicaba por qué Judith, que deberÃa estar disfrutando del banquete tan feliz como cualquiera, sobre todo con el nuevo interés del emperador Cedric a su lado, deambulaba sola por el palacio.
Cloe sacudió la cabeza y miró en dirección a donde Judith habÃa desaparecido, luego reanudó sus pasos pausados y la siguió con cautela.
Para entonces, Ramiel se habÃa reunido con el marqués Graham, como Cloe habÃa predicho.
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