Miércoles 21 de Febrero del 2024 |
La heroÃna tuvo una aventura con mi prometido 156
"..."
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En la habitación de invitados del Gremio Oscuro, se desarrolló ante mà una escena inesperada.
Allà estaba sentado el PrÃncipe Heredero del Imperio, intensamente concentrado en coser una muñeca demonio.
Era una visión extraña, pero de algún modo, le sentaba perfectamente.
A pesar de afirmar que sólo era "un poco" hábil, Reynos mostraba unas habilidades de costura impresionantes.
No pude evitar pensar que, de haber sido el hijo de un posadero corriente, podrÃa haberse ganado la vida como costurero de talento.
Mientras le veÃa trabajar, se me pasó por la cabeza una idea juguetona. Me juré a mà misma que algún dÃa le enseñarÃa a coser como una crÃa. La imagen de sus delicadas manos de helecho dando puntadas minúsculas me hizo sonreÃr.
Me pregunto si sabrá tejer".
Perdida en mis pensamientos, desenredé un manojo de hilo y empecé a enrollarlo alrededor del cuerpo y los cuernos de Piik, creando un lÃo intencionadamente enmarañado. Mientras seguÃa pensando en Reynos y en su sorprendente talento, la operación de Piik llegó a su fin.
Reynos habÃa hecho un trabajo extraordinario. Las reparaciones eran tan perfectas que era difÃcil detectar cualquier señal del daño anterior. Incluso habÃa remendado el flanco perforado y otros puntos sueltos, lo que me dejó maravillado con el Piik recién restaurado.
Curioso por comprobar la recuperación de Piik, presioné el estómago de la marioneta con todas mis fuerzas.
¡Piiiiiiiiiiik-!
Los gritos de la marioneta eran potentes, lo que indicaba que su costado se habÃa curado notablemente.
Además, noté que Reynos se estremecÃa con expresión de dolor, casi como si pudiera sentir el malestar de la marioneta en su propio estómago.
Impertérrito, presioné con cuidado a Piik aquà y allá, asegurándome de que el algodón estuviera bien colocado. Satisfecho con el resultado, asentà con la cabeza en reconocimiento de un trabajo bien hecho.
"Creo que está hecho".
"Bien".
Reynos exhaló un suspiro de alivio, como quien acaba de salir de una operación realmente importante.
"PodrÃa haber matado a la señora... no, a tu preciosa muñeca".
Me reà entre dientes al pensar en ello, imaginando un escenario en el que Reynos, en un momento de percance con la costura, tuviera que crear una muñeca Dragón Demonio completamente nueva, o quizá incluso transformarse él mismo en una para asumir su papel. La idea de que una mujer perdiera a su querido muñeco de apego era realmente desafortunada.
No obstante, me alegré de que Piik se hubiera hecho más fuerte, y lo abracé con fuerza, sintiendo una sensación de calidez y consuelo por parte del muñequito.
Por alguna razón, noté una expresión peculiar en el rostro de Reynos mientras miraba a Piik. Murmuró en voz baja,
"Menos mal que no es más mono que yo".
"¿Qué?"
"No, nada".
No pude evitar preguntarme: "¿Está celoso de un muñeco modelado a su imagen?". Para probar mi teorÃa, abracé a Piik aún más fuerte, y la mirada celosa de Reynos se intensificó.
Como si dijera: 'Yo deberÃa estar ahÃ, no el muñeco'.
'Tendré problemas si se entera de que hay una versión prÃncipe del muñeco'.
Decidà no contarle nunca la verdad a Reynos, sobre todo que habÃa practicado besar a la muñeca, y me lo llevarÃa a la tumba.
Cuando me disponÃa a despedirlo después de nuestra confusa consulta, le hice una pregunta que se me habÃa ocurrido.
"Por casualidad, ¿necesita Su Majestad ahora mismo una prueba de paternidad? Porque si no, antes tengo un uso para él".
Era nada menos que para el encarcelado Tyriel.
Alice habÃa respondido positivamente a mi propuesta de desposarse con Gerald, y me sentà obligado a cumplir mi promesa.
Rápidamente dispuse que le prestara la prueba de paternidad el dÃa en que el propio marqués Cherish interrogara a Tyriel.
Reynos, que habÃa considerado brevemente la fecha como una posibilidad, tomó la palabra.
"Cuanto antes mejor, pero no la necesita de inmediato, asà que puedes prestármela poco a poco".
"Ajá, vale. Lo usaré mañana y luego te lo prestaré".
Al oÃr la palabra "mañana", Reynos asintió, como si hubiera adivinado dónde utilizarÃa yo la prueba de paternidad.
Con su permiso, al dÃa siguiente llevé la prueba de paternidad a la prisión donde estaba Tyriel.
***
Tras los barrotes de sus respectivas celdas, el conde Essit miraba ferozmente al barón Alfred, y el sentimiento era mutuo. Cada uno culpaba al otro de su situación actual.
El conde Essit no podÃa perdonar al barón Alfred por dejar que los cruciales libros de contabilidad de Estalroot cayeran en manos equivocadas, mientras que el barón Alfred hervÃa de ira contra el conde Essit por haberle quitado a su esposa y traicionado su confianza.
De no ser por el confinamiento de sus celdas, podrÃan haberse enzarzado en un altercado fÃsico.
La frustración era evidente en sus ojos mientras se miraban como si contemplaran a enemigos lisiados, ambos transmitiendo en silencio el pensamiento: "Soy lo que soy por tu culpa".
"Giet Alfred,"
El interrogador llamó al barón Alfred.
El pánico inundó su rostro al recordar las penurias que habÃa soportado.
De mala gana, se puso en pie y obedeció, abandonando la celda para enfrentarse a su interrogador.
El conde Essit chasqueó ligeramente la lengua mientras observaba la marcha del barón Alfred.
Se preguntó si le tocarÃa a él. El sonido de pasos detrás de él le hizo estremecerse, anticipando lo peor.
Para su sorpresa, no era el interrogador quien salÃa de las sombras, sino otra persona.
"¿Gerald?"
El conde se levantó de un salto.
Gerald, tan fresco como siempre desde su compromiso con Alice, agachó la cabeza.
Luego hizo una mueca con inconfundible sarcasmo.
"Tienes buen aspecto".
"...¡Cómo te atreves!"
¡Bang!
Enfurecido, el conde se abalanzó sobre Gerald, pero los barrotes de su celda frustraron su intento, dejándole agitando las manos sin poder hacer nada.
Gerald esquivó sin esfuerzo su embestida dando un paso atrás, manteniendo la compostura.
"A cambio de todo el trabajo duro que he hecho en Essit, voy a tener toda la riqueza restante de Essit - bueno, no mucho de ella, de todos modos."
"¿Qué?"
"El conde me ha dejado todos los beneficios, lo que me ha facilitado las cosas, y me gustarÃa aprovechar esta oportunidad para darle las gracias".
Una vez más, Gerald inclinó la cabeza.
El conde Essit apretó los dientes, más por sarcasmo que por respeto hacia él.
Supuso que el comportamiento de Gerald se debÃa a las inclinaciones del conde Essit, y habló.
"¿Crees que te saldrás con la tuya? El marqués Cherish no aprobará que andes merodeando como un murciélago. Ya verás, ¡serás el primero en ser expulsado en cuanto se resuelva este asunto!".
"Ah-eso".
Gerald sonrió satisfecho, con una comisura de los labios levantada.
"No importa, tengo un sitio que me acogerá".
"Hah, esta vez habrás seducido a la hija de algún noble de baja estofa, ¿eh?".
"No un noble de poca monta, sino el Duque Lavirins. Oh, no sabes esto, Lavirins se convirtió en una familia ducal como resultado de la final del torneo de esgrima."
Gerald respondió con calma, sorprendiendo al conde Essit. La noticia de que Lavirins, una familia conocida sólo por su nombre, habÃa ascendido a la categorÃa de duque dejó al conde Essit estupefacto. La segunda revelación, que los Lavirin habÃan acogido a Gerald bajo su protección, fue igualmente sorprendente.
Gerald no tenÃa motivos para engañar a un hombre encarcelado y aislado del mundo exterior. El conde Essit no encontraba ningún motivo para que mintiera, por lo que todo lo que decÃa Gerald parecÃa auténtico.
... Pero sólo habÃa un motivo para que los Lavirin aceptaran a Gerald, alguien que habÃa sido dejado de lado en la batalla por la sucesión.
"¡Tú!"
El conde golpeó la jaula con el puño, frustrado.
"¡Tú no fuiste expulsado de Lavirins!"
"No, no me echaron".
Gerald rió con frialdad.
"Salà por voluntad propia, conde, para acabar con usted".
"¡Cómo...! Qué clase de animadversión tienes conmigo!"
"¿No lo recuerdas, no incriminaste a mi madre por envenenamiento?".
El Conde se quedó atónito al darse cuenta de la fuente de su venganza, y apretó los colmillos ante el repentino pensamiento, su voz se elevó hasta convertirse en un gruñido.
"Hablando de acusaciones, debes tener cuidado con lo que dices. Si no fuera por mÃ, Isabella lo habrÃa hecho. Para convertirte en el pequeño marqués Lavirins".
"SÃ, podrÃa haberlo hecho, pero la cuestión es que la inculparon de algo que no hizo por tu culpa".
"¡Incluso si no lo hubiera hecho, habrÃa sido lo mismo! Su objetivo era el heredero de Lavirins, ¿y crees que podrÃa salirse con la suya?"
"¿No fue el Conde quien le dijo cómo hacerlo?"
HabÃa sido el Conde Essit quien le habÃa dicho a Isabella cómo contactar con las Parcas, asà que era casi como si él hubiera liderado la carga. Gerald tenÃa razón.
El conde resopló.
"¡TonterÃas!"
"Ah, ¿entonces fue Duval, o fue Leila? No importa de cualquier manera, si envÃo a alguien con ella, mi madre no se sentirá sola".
"¡Los asuntos de Isabella no tienen nada que ver con Essit! Estás tratando de morderme de alguna manera, ¡y no tienes pruebas!"
"Ja..."
Gerald sonrió satisfecho ante la actitud sin disculpas del Conde.
"SÃ, no hay pruebas, como usted dice, Conde, porque usted los quemó a todos en la hoguera".
"Habla usted por los dos lados de la boca. Para empezar, ¿por qué me busca pruebas que no existen?".
El conde, que estaba lleno de alegrÃa al oÃr que no habÃa pruebas, gritó con fuerza.
Sin embargo, cuando escuchó lo que siguió, no tuvo más remedio que perder la impresión.
"Asà que voy a hacer una yo mismo".
"... ¿Qué?"
"¿No me dijo el propio Conde que si necesitas algo, puedes fabricarlo?".
Inventó la acusación de envenenamiento para aumentar la culpabilidad de Isabella, asà que inventarÃa pruebas que no existen para aumentar la culpabilidad del Conde Essit de la misma manera.
Gerald hablaba asÃ.
El Conde, blanco de rabia, golpeó de nuevo los barrotes.
¡Bang!
"¡Tú!"
"Mientras esté en la cárcel, conde, cumpliré mi promesa: la prueba de que Essit ha intentado perjudicar al heredero de Lavirins y devorar la casa".
"¡¿Y crees que puedes salirte con la tuya?! Tú tampoco eres ajeno a Isabella!"
"Si temiera eso, no habrÃa entrado en Essit".
Tras hablar, Gerald hizo una profunda reverencia a la altura de la cintura.
Su último homenaje a un hombre que pronto serÃa etiquetado como delincuente y privado de volver a ver la luz del sol.
Al darse cuenta de ello, el conde Essit le llamó urgentemente.
"¡Gerald!"
Pero Gerald continuó su camino. El conde, impaciente, hizo un llamamiento apresurado.
"¿Qué quieres, eh? Si es dinero, te daré tanto como quieras. Te haré conde menor si lo quieres".
Ante esas palabras, el paso de Gerald se detuvo. Lentamente, muy lentamente, volvió la cabeza, con el rostro ensombrecido por las antorchas de la pared, que le daban un aspecto espeluznante.
Su expresión carecÃa de toda emoción y el conde se quedó momentáneamente sin habla. Gerald finalmente rompió el silencio, sus palabras cortantes como un cuchillo.
"Deseo su muerte, Conde".
Eso fue todo.
El conde Essit no dijo nada más.
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