LESVAC 227

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La Emperatriz se volvió a casar 227

Encontrar puntos débiles



Sovieshu frunció el ceño ante la oferta del Cuarto Comandante. El Comandante sonrió con confianza, como si estuviera seguro de que Sovieshu aceptaría.

"Me niego."

Sovieshu respondió inmediatamente.

"¿Te niegas?"

El comandante parpadeó sorprendido.

"¿Está seguro?"

Una sonrisa llena de desprecio cruzó los labios de Sovieshu.

"Prefiero no dispararme en el pie."

Aún no tenía pruebas concluyentes, pero aunque las tuviera, no se las habría dicho a los Caballeros Transnacionales. Los magos eran la fuerza del Imperio Oriental. Si los Caballeros Transnacionales encontraban pruebas fehacientes de la disminución del maná, primero las utilizarían para arrinconar al Imperio Occidental. ¿Y después? Sovieshu estaba seguro de que las flechas volarían hacia el Imperio Oriental.

El puerto era precioso, por supuesto. Pero había muchas maneras de recuperarlo. Mientras tuviera magos, por la fuerza o por la política, podría retomarlo. Lo mismo no se aplicaba a sus magos. No entregaría la mayor debilidad del Imperio Occidental a alguien, sólo para jugarles una mala pasada temporal.

Los ojos del comandante, ya estrechos de por sí, se entrecerraron aún más.

"Ya veo. Es una pena, Su Majestad."

El Cuarto Comandante se despidió cortésmente y abandonó el Palacio Imperial. Su asistente, que le esperaba afuera, se apresuró a acercarse en cuanto salió.

"¿Cómo le fue, Comandante?"

"No cayó en la trampa."

Respondió con decepción.

"Pensé que se uniría a nosotros enseguida, ya que perder el puerto sería malo para su imagen."

"Probablemente sabe que los magos son más importantes que el puerto."

"No es cierto. Ambos son importantes. Además, era posible mantener ambos."

"¿Cómo?"

El Comandante se rascó la barbilla,

"Si fuera yo, entregaría la información y mantendría la posesión del puerto. Luego mataría a todos antes de que perdiéramos a los magos."

Su asistente se frotó los brazos. Las aterradoras palabras del Comandante le pusieron la piel de gallina,

"Bueno, eso da un poco de miedo. ¿Cree que el Emperador Sovieshu podría cambiar de opinión, Comandante?"

"Es más rígido de lo que esperaba, así que probablemente no."

"¿En serio?"

"Más bien..."

'Más bien, es el Emperador Heinley quien piensa más como yo.'

Sólo terminó la frase en su mente, por lo que su asistente preguntó desconcertado,

"¿Comandante? Más bien, ¿qué?"

Angel ignoró a su asistente.

"Vamos a Bohean Azul. Desafortunadamente, no es posible cumplir ambas misiones al mismo tiempo. No queda más remedio que resolver una a la vez."

"Sí, señor."

"Oh, una cosa más."

El Cuarto Comandante había dado varios pasos, pero se detuvo de repente y se dio la vuelta. Sobresaltado, su asistente enderezó los hombros.

"¿Qué ocurre, señor?"

En los ojos del Cuarto Comandante se dibujó una sonrisa de satisfacción. Él dio una orden más.

Mientras tanto, Sovieshu llamó al Marqués Karl. Para cuando llegó el Marqués, Sovieshu tenía ante sí un informe sobre el Duque Elgy y Rashta.

Después de esperar un rato en silencio, el Marqués Karl preguntó con cautela,

"¿Me mandó a llamar, Su Majestad?"

Aunque la mirada de Sovieshu seguía fija en el informe, finalmente dio una orden,

"Dile al Rey de Bohean Azul que piense en lo que debe hacerse ahora, por el bien de la amistad entre nuestros dos países."

***

Mientras Sovieshu trabajaba para proteger su puerto y el Cuarto Comandante estaba ocupado cumpliendo con sus dos obligaciones, Heinley también estaba ocupado ocultando pruebas de sus preparativos para la guerra. Tras despedirse de Navier y transformarse en pájaro, voló hasta otro lugar donde había ocultado hábilmente piedras de maná.

Dado que Navier estaba embarazada, quería permanecer a su lado el mayor tiempo posible. Pero para evitar que el Imperio Oriental descubriera su plan, tenía que actuar con rapidez. Heinley no quería que nadie más descubriera cómo acelerar la pérdida de maná.

Si bien no había tenido más remedio que renunciar a la guerra, pensó que al menos podría transmitir el conocimiento de este método a sus hijos.

'Mientras recupere las piedras de maná, nadie podrá culparme, aunque sospechen de mí.'

Voló diligentemente durante un tiempo hasta que finalmente divisó su destino, un templo. El hermoso templo había sido construido sin muros, sólo con pilares. Heinley había incrustado una piedra de maná en uno de los pilares. Estaba tan bien escondida que había tenido que venir él mismo para localizarla. Pero justo cuando estaba a punto de aterrizar sobre el pilar, vio las cabezas de algunas personas en las inmediaciones. Desconfiado, siguió volando.

'¿Quiénes son?'

Aunque iban disfrazados de comerciantes y turistas, no podían serlo. Los comerciantes y los turistas no tenían por qué moverse sigilosamente cerca de un templo.

'¿Han descubierto que aquí hay una piedra de maná? ¿Son secuaces de Sovieshu?'

Heinley dio vueltas por el cielo, lleno de preguntas. Cuando uno de ellos se adentró en el bosque, voló rápidamente en esa dirección. Descendió vertiginosamente y, justo antes de tocar el suelo, se convirtió en humano y abordó al hombre por detrás mientras estaba distraído.

"¡Ack!"

Gritó el hombre disfrazado de turista al caer al suelo. Heinley le agarró por el cabello y tiró con fuerza.

"¿Quién eres?"

"¿Q-Qué?"

"He dicho, ¿quién eres? ¿Qué haces aquí?"

El hombre intentó sacar un arma oculta, pero Heinley se lo impidió de inmediato. El hombre intentó morderse la lengua para suicidarse, pero Heinley le apretó la mandíbula, forzándole a abrir la boca de nuevo. Como seguía negándose a responder, Heinley le propinó una paliza.

Finalmente, el cautivo confesó entre sollozos.

"La Alianza... Estoy con la Alianza. A todos los de la Alianza nos dijeron que investigáramos esta zona."

"¿Qué parte de la alianza? Hay muchos grupos implicados. Dime exactamente."

El hombre se estremeció.

"Soy de la 4ª. ¡La 4ª División de los Caballeros Transnacionales!"

Heinley chasqueó la lengua y soltó la mandíbula del hombre. Recordó que el Comandante de la 4ª División había pedido a Navier prestada la 5ª División.

'Supongo que no sólo están investigando el asunto del puerto.'

Se había preguntado por qué estaba tan escaso de personal como para necesitar el apoyo de otra división. Era porque se estaba ocupando de dos casos a la vez. El Cuarto Comandante había enviado a todos sus caballeros a investigar cualquier pista sobre el fenómeno de la disminución del maná. Era un método aburrido pero eficaz. También iba directamente en contra de los planes de Heinley.

Justo entonces, oyó un gemido. El Caballero de la 4ª División que había capturado le miraba aterrorizado. El hombre había sucumbido a la tortura y había revelado su misión. No fue hasta ahora que se dio cuenta, al ver la expresión del Emperador Heinley, de que no saldría con vida.

Un momento después, Heinley se deshizo de otro caballero de la 4ª División que merodeaba cerca. Luego recuperó la piedra de maná y se marchó. A pesar de haber completado su misión con éxito, se sentía intranquilo.

'Debo recuperarlas más rápido.'

Mientras uno se marcha, otro llega.
 
Dos días después de que Heinley partiera por lo que llamó un 'asunto urgente', llegó un mensaje del subordinado del Vizconde Langdel: Rivetti ha sido traído a la capital. En cuanto recibí la noticia a través del Vizconde, las damas de compañía y yo salimos al jardín. Queríamos recibir a Rivetti nosotras mismas.

Después de esperar un rato, finalmente vimos un carruaje entrar por la puerta principal. Avanzaba a paso de tortuga. Las damas de compañía, que bostezaban de aburrimiento, bajaron las manos al ver el carruaje. El carruaje se detuvo a poca distancia de nosotras. En cuanto lo hizo, sonó la puerta del carruaje. Luego se abrió de golpe y Rivetti salió de un salto.

"¡Su Majestad!"

Rivetti echó un rápido vistazo a su alrededor y corrió hacia mí.

El Vizconde Langdel se estremeció ante su falta de modales y se preguntó si debía detenerla o no. Antes de que pudiera hacerlo, me adelanté y recibí el abrazo de Rivetti.

"¡Rivetti!"

El Vizconde dio un paso atrás. En cuanto la abracé, Rivetti rompió a llorar.



"Su Majestad, la he extrañado. Le he echado mucho de menos."

Cuando le toqué la espalda y sentí lo flaca que se había puesto, imaginé cuánto dolor debió haber sufrido. La acaricié unas cuantas veces más, mientras sus palabras se entrecortaban en sollozos. Esperé a que liberara sus emociones. Finalmente, cuando sus lágrimas empezaron a disminuir, envolví mi brazo alrededor de sus hombros y la conduje al interior del palacio.

"Vamos dentro, Rivetti."

***

Rivetti siguió sollozando, incluso después de que entráramos.

"Rose, trae chocolate caliente, por favor."

Rose no tardó en volver con una tasa llena de chocolate caliente. La agarré para dársela a Rivetti.

Después de unos sorbos, Rivetti se calmó un poco y tuvo un ataque de hipo.

"Lo siento. No quería llorar. De camino aquí, no dejaba de pensar, 'No voy a llorar. No voy a...'"

"No pasa nada."

Fue todo lo que dije para tranquilizarla. Su cara se retorció, como si fuera a volver a llorar. Pero contuvo las lágrimas y bebió el chocolate caliente. Me preocupaba que llorara más si le preguntaba cómo había estado, así que me limité a sentarme a su lado y acariciarle la espalda. Al cabo de un rato, me aclaré la garganta.

"Rivetti. ¿Te gustaría quedarte en el Imperio Occidental?"

Rivetti había estado sollozando en silencio. Sus ojos se abrieron abruptamente ante mi sugerencia.

"¿Perdón?"

"Si quieres, puedes quedarte aquí conmigo."

Tomé sus manos, las puse sobre mis rodillas y las apreté. Sus ojos se humedecieron como si fuera a romper a llorar,

"Su Majestad..."

"¿Qué te parece?"

Se lo volví a preguntar con cuidado. Era una oferta sincera que había tenido en mente de antemano. A Rivetti se le llenaron los ojos de lágrimas.

"Estoy muy agradecida, pero... descuide. He venido porque quería verle, Su Majestad. Pero no puedo quedarme."

Laura, que nos escuchaba, se quedó boquiabierta,

"¿Por qué? ¡Ven a quedarte conmigo! Deja a un lado tus malos recuerdos. Quédate aquí a divertirte conmigo."

Sin embargo, Rivetti sacudió la cabeza con tristeza.

"Yo también quisiera eso, pero... no puedo. Mi padre me dejó el territorio. Me convertí en su sucesora. Puede que sea pequeño, pero debo guiar a las personas de allí. Además... Mi madre también está allí."

Eso era difícil de discutir, así que Laura no insistió más. Bajó los hombros. Yo tampoco le insistí. Sólo sorbí mi té sin decir una palabra.

A pesar de sus razones para quedarse en casa, Rivetti se había quedado en un pueblo cercano, en vez de volver al territorio de su padre. Dicho esto, debía de tener otros planes. Pero eso no era importante por ahora.

"Haz lo que desees, Rivetti."

Con las manos alrededor de la taza aún caliente, Rivetti respondió en voz baja,

"Sí, Su Majestad."

Después de charlar un poco más, Laura llevó a Rivetti a la habitación que habíamos preparado para ella. Las demás damas de compañía volvieron a sus habitaciones una a una, pero la Condesa Jubel fue la última en marcharse. Chasqueó la lengua.

"Una chica brillante, ya se ve tan sombría. Aún así, es admirable. Debe tener muchas preocupaciones en su interior."

Una vez que la Condesa se marchó, me senté en mi sillón y tarareé una canción de cuna para el bienestar prenatal. Pero no podía concentrarme en ello, porque no dejaba de pensar en lo increíble que era Rivetti. Yo también había sufrido varios acontecimientos dolorosos, pero no se podía comparar con Rivetti. Ella había perdido a dos miembros de su familia de forma totalmente abrupta.

De repente sentí curiosidad. ¿Sovieshu sentía lo mismo? Para mí, el Sovieshu sin sus recuerdos continuaba siendo Sovieshu. Así que cuando se me acercaba descaradamente, me enojaba.

Pero pensándolo ahora, Sovieshu se había despertado y se había encontrado en una situación similar de la noche a la mañana. Su padre, su madre y su esposa habían desaparecido repentinamente. Del mismo modo que Rivetti, que había perdido a su padre y a su hermano de repente...

Pensarlo de esa manera me hizo sentir incómoda.

***

Al día siguiente, me quedé mirando al cielo, preguntándome si Heinley se habría hecho daño mientras recuperaba las piedras de maná. ¿Iban bien las cosas? ¿O estaba disgustado y solo en alguna parte?

Perdida en mis pensamientos, divisé a lo lejos un pájaro dorado que me resultaba familiar y que se dirigía hacia mí. Sorprendida, abrí la ventana. El precioso pájaro entró volando y dio una vuelta alrededor de la habitación.

"¡Reina!"

Era Heinley. Cuando lo llamé por su nombre, volvió a transformarse en humano con los brazos abiertos. Me abrazó.

"¿Cómo has estado?"

Debería decirle que he estado bien, pero antes me surgieron preguntas.

"¿Qué hay de tu misión? ¿Salió bien?"

"Sí, recuperé otra. Aunque quedan muchas más."

"¿Fue peligroso?"

Antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta. Una voz desde fuera de la puerta dijo,

"Su Majestad, la Señorita Rivetti está aquí."

Heinley se apresuró a entrar en el dormitorio matrimonial, ya que no llevaba ropa. Yo entré en el salón. Rivetti estaba allí de pie con una expresión decidida. A diferencia de ayer, cuando apenas podía apenas podía hablar entre sollozos. Se había vuelto firme y tranquila en apenas un día.

"Su Majestad, ¿puedo... pedirle un favor? En realidad, ¿dos favores?"

"Adelante."

Le pedí que se sentara y le pregunté qué pasaba.

"¡Su Majestad! Me gustaría aprender a gobernar un territorio."

"Es mucha responsabilidad..."

"Sí. Nunca me han enseñado nada."

"Está bien. Haré todo lo posible para ayudarte."

Rivetti se levantó de un salto, me dio las gracias y se inclinó. Le hice un gesto para que se sentara. Aunque se sentó enseguida, empezó a llorar otra vez.

"¿Tenías otro favor que pedirme?"

"Sí."

"¿De qué se trata?"

"Me había imaginado que me pediría ayuda para gobernar su territorio, pero era difícil adivinar cuál podría ser su segunda petición."

Rivetti dudó un momento y estudió mi expresión. Después de un momento, preguntó con cautela,

"¿Me... ayudaría a encontrar a Ahn?"

"¿Ahn?"

"El hijo de mi hermano..."

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