LESVAC 225

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La Emperatriz se volvió a casar 225

Breve despedida



"Me temo que no puedo."

Mi respuesta ya estaba preparada. El Comandante de la 4ª División pareció sorprendido. ¿Acaso había dado por sentado que aceptaría?

"¿No puedes?"

"Sí. no puedo."

"¿No es justo a cambio del Gran Duque Lilteang?"

Parecía que nunca se le había pasado por la cabeza la idea de que le rechazaría. El Comandante me miró con suspicacia. 

"No pretendo cometer actos indebidos con la 5ª División, Su Majestad. Son una división diferente, pero todos somos camaradas. Lo único que deseo es que me echen una mano. Estoy corto de efectivos."

"Lo siento, no puedo aceptarlo."

Con una sonrisa astuta, el Comandante me hizo una pregunta bastante perspicaz,

"¿Por casualidad Lord Langdel le advirtió sobre mí?"

Por supuesto, no podía responderle con sinceridad. Afortunadamente, no se notaba en mi expresión cuando mentía,

"No."

Él ladeó la cabeza confundido,

"¿Entonces por qué...?"

Imitándolo, sonreí tan despreocupadamente como pude,

"Antes de amenazar, es mejor que primero averigüe si la otra parte responde mejor a las amenazas o a las buenas intenciones, Lord Ángel."

Dicho esto, el Comandante de la 4ª División se levantó del sofá. Se dirigió a la puerta sin decir nada. Pero justo antes de girar el pomo, volteó la cabeza hacia mí. 

"¿Sabes qué?"

"¿Qué?"

"Si hubieras aceptado prestármelos, me habría llevado una enorme decepción."

"¿?"

Me dejó desconcertada. ¿Me estaba poniendo a prueba? ¿Tenía curiosidad por saber si yo traicionaría a sus camaradas si eso me beneficiaba?

Mientras las dudas invadían mi mente, el Comandante añadió con una sonrisa,

"En cualquier caso, no le diré el paradero del Gran Duque ya que esa fue mi condición. Se llevará una sorpresa."

***

Cuando me desperté a la mañana siguiente, Heinley ya se había ido. Convoqué a unos de sus ayudantes al salón para saber el motivo,

"Un asunto surgió esta mañana temprano, Su Majestad." 

"¿Qué asunto?"

"No conozco los detalles, Su Majestad. Sin embargo, no se veía contento. Supongo que es grave."

El ayudante también parecía preocupado. Sólo al terminar de desayunar me enteré finalmente a qué se debía su precipitada marcha.

"El Gran Duque Lilteang fue encontrado en un estado espeluznante en mitad de la noche en la embajada del Imperio Oriental, Su Majestad."

Me lo comunicó uno de mis ayudantes, a quien ordené que averiguara. Tras una pausa, mi ayudante añadió, 

"La embajada avisó enseguida al Emperador Sovieshu."

"Entonces, ¿el Gran Duque ahora está en manos del Emperador Sovieshu?"

"No, sigue en la embajada. Sin embargo, parece que el Emperador Sovieshu estuvo discutiendo al respecto con el Emperador Heinley."

Mi ayudante se inclinó y abandonó el salón.

Mis damas de compañía, con las que acababa de compartir el desayuno, se miraron unas a otras. Parecían preocupadas de que el Gran Duque hubiera sido encontrado 'en un estado espeluznante'. Aunque mi ayudante no lo mencionó, se podía deducir que las heridas del Gran Duque eran graves.

Al cabo de un rato, fui a ver a Heinley, pero no estaba en su oficina. Sólo estaba McKenna. Me dijo que Heinley había ido al lugar donde hizo el nido.

"¿Te refieres al lugar detrás del Salón Nocturno?"

"Sí, Su Majestad."

"Gracias por hacérmelo saber." 

Cuando me di la vuelta para marcharme, McKenna se me acercó rápidamente.

"Um, ¿Su Majestad?"

"¿Qué pasa?" 

McKenna parecía indeciso, como si quisiera decirme algo más. Eventualmente, habló con vacilación,

"Tras conocer el grave estado del Gran Duque, el Emperador Sovieshu criticó duramente a Su Majestad."

McKenna se fijó en mi reacción. 

¿Quería que consolara a Heinley, o tenía algo más que decirme sobre Sovieshu?

Esperé un momento, pero no dijo nada más. Así que respondí que lo entendía, salí y me dirigí hacia el jardín trasero, adonde había ido antes con Heinley.

Heinley... sobre un pilar de joyas y un nido de ramitas de aspecto todavía descuidado estaba sentado Heinley, en su forma de pájaro. Su mirada estaba perdida en la distancia. ¿Qué estará pensando? No parecía nada bueno. Incluso en forma de pájaro, lucía deprimido.

Quería consolarlo, pero era incapaz de moverme. Mientras fruncía los labios, Heinley se cubrió la cara con las alas y se dio la vuelta. El miedo se apoderó de mí. Si me acercaba a él ahora, podría recordar todo a lo que había renunciado por mí. Podría arrepentirse. Y ese arrepentimiento podría convertirse en resentimiento en el futuro.

***

Mientras mi corazón vacilaba entre mis miedos y mi deseo de consolar a Heinley, Mastas se encontró con su hermano, April. Fue en una reunión de los Caballeros Clandestinos. En cuanto se terminó de discutir los asuntos importantes, Mastas le preguntó con preocupación, 

"¿Qué se dice en las calles sobre el Gran Duque Lilteang?"

De acuerdo con los informes, el Gran Duque fue encontrado en la embajada. Para ser precisos, en la puerta principal de la embajada. Todos los transeúntes que pasaban por allí debieron haber visto el estado demacrado del Gran Duque. Era preocupante cómo reaccionarían.

"¿Se ha dicho algo sobre Su Majestad?"

"¿Qué Majestad?"

"Por supuesto que el Emperador Heinley. La Emperatriz Navier no tiene nada que ver con esto, tú lo sabes."

"La gente está equivocada."

"¿Equivocada?"

"La gente sabe que Su Majestad castigó al Gran Duque Lilteang por lo que le hizo al hijo del Duque Zemensia. Creen que Su Majestad se preocupa tanto por el honor de los nobles de su país que no le importa tratar con dureza a la realeza de un país vecino. Parecen secretamente contentos por el castigo. De todos modos, el Gran Duque nunca tuvo buena fama en nuestro país."

Mastas se sintió aliviada, pero no tardó en darse cuenta de que April no parecía complacido. 

"Hermano, ¿qué pasa?"

"La Emperatriz Navier se ha visto implicada en esto."

Los ojos de Mastas se abrieron mucho y agarró a April por el cuello.

"¿De qué estás hablando? Quiero decir, ¿qué hizo supuestamente Su Majestad?"

"¿Qué hice yo para que mi hermanita me agarre del cuello?"

April tocó suavemente su mano.

"Oh, lo siento." 

April alisó el cuello arrugado de su camisa con una mano y chasqueó la lengua,

"De la manera en que algunas personas lo ven, Su Majestad se preocupaba mucho por el Duque Zemensia, pero al final lo destruyó junto a toda su familia por su amor a la Emperatriz Navier."

"¿No es cierto?"

"La cuestión es que creen que enamorarse de la Emperatriz Navier lo llevó a dejar de lado a sus fieles súbditos."

"¿Fieles? Sí, claro. Qué afirmación tan absurda. ¡Esas ratas se metieron primero con la Emperatriz Navier!"

"Por supuesto, la mayoría coincide con tu punto de vista. Sin embargo, me preocupa que empiecen a circular malas opiniones. Los rumores pueden ganar fuerza, ya que a la gente le gusta más hablar mal de otros que elogiarlos."

"¡Eso no pasará!"

Mientras los dos hablaban, April miró por encima del hombro de Mastas. Sus ojos se abrieron mucho, y levantó su mano,

 "¡Lord Koshar!"

Mastas se estremeció y preguntó en voz baja,

"¿L-Lord Koshar está aquí? ¿Detrás de mí?"

La respuesta vino desde atrás,

"Sí, estoy aquí, Señorita Mastas".

Mastas se quedó paralizada por la incómoda situación. Se quedó mirando a April, suplicando ayuda con sus ojos. Ni ella misma sabía qué tipo de ayuda estaba pidiendo exactamente, pero de todos modos siguió parpadeando a su hermano.

Su hermano malinterpretó esto. April sonrió satisfecho, levantó el pulgar a modo de aprobación y se marchó tarareando.

Koshar preguntó a Mastas mientras la miraba con desconcierto,

"¿Tenía Sir April algo urgente que hacer?"

Ante la pregunta de Koshar, Mastas juntó las manos y murmuró,

"No... No estoy segura."

Sus ojos se movían de un lado a otro. No podía evitarlo. Nunca había hablado con un hombre tan frágil, inocente y apuesto como Koshar. En realidad, Koshar era la primera persona que conocía que le parecía la personificación de un lirio. Le preocupaba que Koshar pudiera colapsar como antes si se equivocaba con sus palabras.

“L-Lord Koshar.”

"La escucho, Señorita Mastas."

"Sabe... hacía mal tiempo hace unos días."

"Sí."

"Beber leche mezclada con miel es bueno para evitar coger un resfriado."

"¿Es un consejo?"

"Ya que eres frágil— no, no lo digo porque sea malo que seas frágil. Me gusta que Lord Koshar sea frágil. Aguarda, eso no significa que me gustes. Bueno, tampoco me desagradas... Lo que quiero decir es que, con la constitución que tienes, el mal tiempo puede resfriarte fácilmente. Sería bueno que bebieras leche caliente mezclada con miel."

Mastas se dio cuenta de que era difícil relacionarse con un hombre frágil. Le preocupaba que lo que decía pudiera ofenderle. Era difícil elegir las palabras correctas.

Nerviosa, agachó la cabeza, lo que le impidió darse cuenta de que Koshar estaba conteniendo la risa.



"¡No quiero que te enfermes!"

Tras decir esto en voz baja y apresurada, se fue corriendo por el pasillo como una bestia.

Koshar murmuró para sí mismo mientras la veía alejarse.

"Qué linda."

***

"¿Mastas, por qué tienes la cara tan roja? ¿No dijiste que te reunirías con tu hermano?"

"Eh, yo... ¡¿Mi cara?!"

Rose se burló en cuanto entró en el salón. En efecto, su cara, su cuello y sus orejas estaban rojas como un tomate.

Parecía divertido, así que Laura intervino,

"¿El hermano al que fuiste a ver... es tal vez el hermano de otra persona?"

"¡No!"

Mastas respondió con resolución. Luego se dirigió a una esquina, sacó su lanza y la agitó. Lo hizo sin previo aviso, como si quisiera liberar el calor de su cuerpo.

Rose y Laura se miraron entre risas. La Condesa Jubel sacudió la cabeza y murmuró,

"Esa chica no sabe mentir."

"Tuvo que haberse visto con otro hombre, ¿cierto?"

Laura asintió ante la pregunta de Rose.

"Absolutamente. De lo contrario, ¿por qué actuaría así?"

"¡Puedo oírlas, saben!"

Mastas gritó a las tres damas de compañía. Luego guardó la lanza y abandonó el salón.

Las tres damas de compañía estallaron en carcajadas. Yo también disfruté de su charla mientras me apoyaba en la Condesa Jubel. Era agradable estar en un ambiente más alegre y dejar de lado por un rato el problema con el caso del Gran Duque.

Al cabo de un rato, Rose sugirió que comiéramos un pudín. La Condesa Jubel añadió que deberíamos acompañarlo con galletas. Por último, Laura señaló que si íbamos a comer galletas, también sería bueno comer helado. Las damas de compañía llamaron a las sirvientas para que prepararan los postres, mientras yo me fui a mi habitación a poner ropa más cómoda.

Poco después, en la mesa del salón había todo tipo de postres. Ocupamos nuestros asientos y tomamos nuestros tenedores. Pero justo cuando estaba a punto de probar el pudín, fui interrumpida por una voz al otro lado de la puerta,

"Su Majestad, el Emperador Sovieshu está aquí para verla."

Mis damas de compañía se quedaron paralizadas, con los tenedores en el aire. Cuando bajé el tenedor, todas bajaron también sus cubiertos a regañadientes. La Condesa Jubel suspiró. Cuando comenzaron a levantarse una por una, las detuve.

"No se vayan."

"¿Qué?"

Sus ojos se abrieron completamente.

"Quédense aquí."

Repetí, y yo misma abrí la puerta. Afuera, Sovieshu sostenía una canasta. Cuando me aparté un poco, pasó a mi lado y entró en el salón.

"¿Qué te trae por aquí?"

Pregunté con frialdad. Sovieshu miró rápidamente a mis damas de compañía. Frunció el ceño ante Laura y la Condesa Jubel, pero enseguida se dirigió a mí, como si no le importara que mis damas de compañía estuvieran presentes. Con la mirada puesta en mí, me extendió la canasta.

"Es un regalo."

"No lo quiero."

Ante mi rechazo cortante, puso la canasta sobre la mesa y se paró frente a mí en la puerta.

"Ábrela más tarde."

"La tiraré a la basura."

La Condesa Jubel y Laura tosieron, mirándome con miedo. No sabían que el actual Sovieshu era el de diecinueve años.

Sovieshu sonrió amargamente,

"Por más que me alejes, no puedo hacer otra cosa que aferrarme a ti."

Ahora era mi turno de sorprenderme. Pensaba que no se mostraría pegajoso delante de mis damas de compañía, para preservar su orgullo. Por eso les había pedido que se quedaran. No esperaba que actuara así delante de ellas...

"Para mí, eres mi otra mitad. Por más que me rechaces, no puedo hacer otra cosa que insistir, Navier. Te necesito como el aire para respirar."

Sovieshu me miró fijamente, en sus ojos se reflejaba el deseo de decirme muchas cosas. Sus labios temblaron al bajar la mirada. Pero, como si no pudiera desperdiciar la ocasión, volvió a levantar la cabeza.

Nuestros ojos se encontraron. Sentí que memorizaba cada detalle de mi rostro. La frente, los ojos, la nariz, el surco nasolabial, los labios, la barbilla, las mejillas, las orejas y de vuelta a los ojos. Su mirada recorría mi rostro lentamente.

"Te amo, Navier."

"Yo no."

"Eso no cambia que te amo. Aunque digas que nunca volverás conmigo, que no me amas, o incluso que me odias, no puedo negar lo que siento. Pasé toda mi vida pensando en ti como mi esposa. ¿Cómo puedo borrar nuestros días juntos?"

"Tal vez cuando pase más tiempo del que me consideraste tu esposa, finalmente pienses en mí como una extraña."

"¿Es eso posible? Te anhelaría aún más."

"Ve a buscar a esa angelical mujer de cabello plateado. Entonces será posible."

"Cabello plateado."

Murmuró con amargura, como si le hubieran hablado del aspecto de Rashta. Pero aunque le hubieran hablado de su aspecto, parecía que no lo recordaba. Luego volvió a mirarme.

"He oído que el Comandante de la 4ª División de los Caballeros Transnacionales vino a verte. Puede que en realidad haya venido por el puerto. Tengo intención de volver, aunque aún no han pasado dos semanas."

"Adiós."

Hablé en un tono duro. Sovieshu asintió con tristeza y susurró,

"Adiós. Te escribiré."

Finalmente salió. Cuando cerré la puerta, volví a mi asiento. Todas mis damas de compañía se inclinaron hacia delante y me bombardearon con preguntas.

"¿Ha dicho que se va?"

"¿Qué fue todo eso?"

"¿Te ha pedido que vuelvas con él?"

"¿Él está aferrado a Su Majestad?"

"Por supuesto que no."

Respondí bruscamente y llevé la canasta a mi habitación. Cuando quité la tela, la canasta estaba llena de cartas. ¿En qué momento escribió todas éstas?

Era absurdo. Levanté la canasta y me dispuse a devolverla, pero entonces vislumbré una carta sin sobre. Cuando volví a dejarla sobre la cama y tomé la carta, vi una letra que me resultaba familiar.

— Esta es la única carta escrita por mí, el resto son cartas de turistas del Imperio Oriental: mercenarios, hombres de negocios y otros que conocí mientras recorría la capital. Todas son de personas que te aprecian. Léelas de una en una, cada vez que te sientas triste.

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