"Es mentira que tu padre irá a la cárcel si no ayudas. No digas nada. No importa lo que digan, cuanto más hables, peor estará tu padre".
Geoffrey Sinclair no podrÃa evitar ser incriminado. Leon querÃa evitar que el niño creciera sintiéndose culpable de ser el culpable de la tragedia que se abatió sobre su padre porque él sabÃa mejor que nadie qué clase de infierno era.
"¿Entendido? Cállate pase lo que pase".
En cuanto el chico cerró la boca y asintió, alguien llamó a la puerta.
"¿Qué pasa?"
"Ah, Capitán."
La puerta se abrió y el teniente a sus órdenes saludó.
"¿Qué ocurre?"
"El teniente coronel me dijo que trajera al niño".
Cuando se abrió la puerta de la sala de interrogatorios donde se encontraba el teniente coronel, apareció la figura del hombre sentado frente a la mesa. Tal vez lo habÃan torturado mientras Leon no estaba, ya que Geoffrey Sinclair parecÃa mucho más demacrado que ayer.
HabÃa dos hojas de papel sobre la mesa.
Era obvio que la página apretada era una confesión falsa escrita por otra persona.
Al ver que la mano de Geoffrey Sinclair temblaba mientras sostenÃa el bolÃgrafo, es posible que le obligaran a escribir de su puño y letra en un papel en blanco, aunque no hizo caso.
"Ah, Capitán. Por fin está aquÃ".
Cuando el teniente coronel, que habÃa estado vertiendo duras palabras contra Sinclair, se volvió hacia él, Leon saludó y entró.
"El teniente Collins ha trabajado duro en su ausencia. Le has enseñado bien".
El teniente que habÃa entrado después sacó pecho y agradeció el cumplido al teniente coronel. Tirarse de cabeza sin saber en qué pozo se metÃa, era una verdadera tonterÃa.
"¡Padre!"
Cuando el teniente empujó al niño al interior, éste echó a correr, llamando a su padre. Los ojos de Geoffrey Sinclair se abrieron de par en par, sin saber que el militar llegarÃa a llamar a su hijo.
"Sam, ¿por qué estás aquÃ..."
Cuando Geoffrey preguntó, sosteniendo a su hijo con manos temblorosas, el niño rompió a llorar.
"Padre, vámonos a casa. No me gusta porque aquà da miedo. Huhu, quiero irme a casa".
El niño que temblaba ante los soldados pero aguantaba resueltamente se derrumbó en cuanto vio a su padre.
Leon dejó escapar un suspiro corto y agotado.
Quizá habÃa pedido demasiado a un niño de diez años. El niño deberÃa habérselo hecho a los soldados para llorar como un niño y gritar que querÃa volver a casa. Llorar aquà sólo agitarÃa a su padre, que ya estaba al borde del precipicio.
Por supuesto. Geoffrey Sinclair, menos decidido de lo que esperaba, se derrumbó junto con su hijo.
"Haré lo que me pides, asà que por favor deja ir al niño".
ParecÃa que la estratagema del Teniente Coronel para intimidarle con su hijo pequeño era efectiva.
'...Asqueroso. Estoy seguro de que todo irá bien sin mà aquÃ'.
El teniente coronel, que observaba con satisfacción cómo el hombre escribÃa la falsa confesión, puso la mano en el hombro del niño.
"¿Eres Sam? Tu padre está ocupado ahora, asà que vete a jugar con este hombre. ¿Por qué no vas a ver al cachorro al patio de la sede?".
Las manos de Geoffrey Sinclair empezaron a temblar aún más.
No habrÃa ningún cachorro en el cuartel general, asà que aquel hombre debÃa de haberse dado cuenta de que el teniente hablaba de los perros militares.
"Espera..."
El hombre sujetó con fuerza la mano del niño, que miraba con ojos llorosos a León, no al teniente coronel. Cuando los otros humanos habÃan ido más allá de la vileza, parecÃa que el diablo Leon Winston parecÃa un ángel.
"El Teniente Coronel está aquÃ. Yo lo llevaré".
"Tienes que firmarlo".
El Teniente Coronel desestimó la sugerencia de Leon y advirtió al hombre.
"Sr. Sinclair, termine lo que está haciendo. En cuanto haya un informe de que ha terminado, el niño será enviado a casa sano y salvo".
Mientras el teniente coronel sacaba al niño, todos contuvieron la respiración. Sólo continuaba el sonido de la pluma arañando el papel.
Mientras tanto, los pensamientos de Leon continuaban mientras permanecÃa de pie contra la pared y miraba fijamente al hombre. Sacrificar su libertad, y tal vez incluso su vida, por su hijo... ¿era todo asà cuando se trataba de niños? Era un sentimiento que realmente no comprendÃa.
"La libertad, y tal vez incluso la vida...
Salió de repente y se dirigió al despacho del comandante.
"¿Qué está pasando esta vez?"
Por supuesto, el comandante no estaba contento con él.
"Tengo una pregunta sobre el caso Sinclair."
Ante esas palabras, el comandante soltó el bolÃgrafo que sostenÃa y suspiró.
"Capitán, hay lÃmites a lo que puedo hacer".
"Lo sé muy bien".
El comandante era la carta que protegÃa a la mujer. No tenÃa intención de malgastarla en asuntos ajenos. No importaba lo cercana que fuera una persona en el poder al Rey, si se enfrentaba al Rey y perdÃa su favor por este incidente, el comandante serÃa inútil cuando realmente lo necesitara.
Leon preguntó al comandante, que tenÃa una mirada feroz, sintiendo que su orgullo habÃa sido herido por el hecho de conocer bien sus lÃmites.
"El castigo para Geoffrey Sinclair debe haber sido decidido, ¿no?"
El comandante no negó la especulación de que algún tipo de castigo se habrÃa fijado más arriba.
"Saben que es un movimiento peligroso".
Entonces, no lo hagan.
"Entonces, no tendrá la pena de muerte. Lo mantendrán en un campamento y, cuando llegue el momento, será misericordiosamente indultado".
El comandante resopló, enfatizando la palabra "misericordiosamente", mostrando que realmente no estaba de acuerdo con esto.
"Por supuesto, sus bienes serán confiscados. Son bienes acumulados mediante actos criminales".
¿Intentaban presionar para conseguir una oferta con dinero robado a su competidor?
Esto muestra los extremos de su fealdad.
En cuanto Leon obtuvo la respuesta que deseaba, regresó a la sala de interrogatorios, donde Geoffrey Sinclair habÃa completado rápidamente su confesión. El hombre, que parecÃa bastante decidido, lloró en el momento de estampar su firma, incapaz ya de aguantarse.
"Le toca firmar, capitán".
El teniente Collins le arrebató la confesión y la giró en dirección a Leon. Bajo la firma de Geoffrey Sinclair le esperaba la del jefe de la División de Inteligencia Interior.
"Todo lo que necesitamos es una confesión, su firma y tu firma. Eso es todo. Fácil".
SÃ, fácil. Sacrificarme serÃa fácil.
Su intuición decÃa que un dÃa todo serÃa revelado. Mirando fijamente la firma del inocente chivo expiatorio, una letra redonda garabateada parecida a un lazo.
Cuando el mundo supiera la verdad, ¿quién serÃa el que se atragantarÃa con aquello?
º º º
La mujer borracha tropezó.
"Princesa, tenga cuidado de no caerse".
Le cogió la mano como un caballero, y la "princesa" sonrió.
"Aunque me haga daño, no me enviarás al hospital".
Cuando la mujer hizo un mohÃn con los labios, él le tendió la botella en respuesta. Sus labios, rojos como cerezas, se abrieron al emborracharse, dejando entrar el lÃquido color caramelo.
"Beba despacio, princesa".
La mujer, al aceptar la bebida que le ofrecÃa, pensarÃa que se burlaba de ella como princesa de la familia real rebelde. Nunca pudo imaginar que por sus venas corriera realmente sangre real.
Nunca pensé que su linaje fuera más preciado que el mÃo'.
La mujer era de hecho, la hija ilegÃtima de un colateral de la familia real.
"Siéntate."
Mientras guiaba a la tambaleante mujer hasta una mesa de hierro cercana, daba la sensación de que se caÃa constantemente, ya que su movimiento se veÃa obstaculizado por el peso de los grilletes que llevaba. Con mano hábil, aflojó las ataduras, sabiendo que ella no tenÃa ninguna posibilidad de escapar.
La mujer, claramente desesperada, cogió una botella de ron medio vacÃa y se apresuró a dar un trago, haciendo que el oscuro lÃquido se derramara por sus labios y le goteara por la barbilla, manchando su camisa blanca y desarreglando su aspecto.
Leon enterró los labios en la nuca de la mujer, sintiendo cómo las gotas de agua de su bebida se deslizaban por su propia piel hasta llegar a sus labios.
Los sabores a caramelo y canela del ron añejo se mezclaban con su aroma natural, creando una mezcla seductora que la hacÃa aún más intrigante para él. Era como si ella guardara el último secreto para perfeccionar el mejor ron que él hubiera probado jamás.
Mientras la besaba, limpió cuidadosamente con los labios las gotas de agua que rodaban por su camisa. Odiaba ensuciarse la ropa.
Al menos serÃa una excusa por ahora.
"Uung... Hace cosquillas".
Incluso después de que la mujer hubiera dejado la botella, le lamió el cuello.
"Vete."
La mujer le empujó enfadada.
Vete de aquÃ. Eres como un insecto.
"¡Aht!"
Cuando le agarró firmemente el pecho a través de la camisa, la tela crujiente y almidonada se arrugó y crujió bajo su tacto. Aunque también odiaba que se le arrugara la ropa, no estaba mal tener las curvas de la mujer grabadas en su ropa.
La camisa seguÃa arrugándose a medida que se movÃan, y el crujido de la tela se mezclaba con los gemidos suplicantes de la mujer, creando una armonÃa extrañamente tentadora.
"¡Ha-uht!"
"Ladrón de camisas".
Después de salir de la ducha, vio a la mujer que se habÃa puesto su camisa, haciéndola suya. No podÃa dejar de admirar cómo encontraba constantemente nuevas formas de desafiar las reglas que él establecÃa.
Por otro lado, toleraba ver a la mujer con su ropa.
"¿Me estás incriminando después de darme algo que ponerme? Como era de esperar, sucio cerdo de la monarquÃa que es como el rey intrigante al que sirves".
La mujer exhibió juguetonamente un hombro, haciendo un comentario sarcástico que le dejó sin réplica por el momento. Después de todo, habÃa sido él quien se habÃa despojado rápidamente de su camisa al entrar en la cámara de tortura.
"Uung... no lo hagas".
Burlándose de ella durante un breve instante, acabó soltándola antes de que la mujer saltara de la mesa de hierro y se dirigiera directamente hacia la puerta de hierro negro.
Viéndola dar tumbos con la camisa de gran tamaño, no pudo evitar una sensación de inquietud.
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