"¿No investigaste?"
"La investigación o fabricación ya se ha hecho desde arriba, y me dijeron que me limitara a hacer el interrogatorio".
"Para obtener una confesión falsa".
"SÃ..."
"Usando el técnico de tortura más vicioso del reino, no... del mundo."
"...Dime algo que no sepa."
¿Era eso lo que se consideraba venganza? La mujer se rió.
"Sucio. No, sucio no es suficiente".
Por desgracia, León se vio obligado a dar la razón a los rebeldes.
"De todos modos, ¿puedes hablarme de esto?"
"¿Por qué iba a hacerlo?"
"Porque si un dÃa la revolución triunfa, el mundo entero sabrá lo que me has contado hoy".
"Es una revolución atrapada bajo tierra. ¿Intentas iniciar una revolución de las hormigas?".
preguntó Grace, mirando con desprecio al hombre.
"Entonces, ¿cuál es el problema?"
La Leon Winston sabÃa cómo lidiar con ese trabajo sucio tan fácilmente como si estuviera atrapando a un ejército revolucionario. Aunque ser reacio...
Un monstruo llevaba una máscara humana. Ni siquiera era gracioso.
"SÃ, qué pasa..."
El hombre suspiró, y puso su mano sobre la mesa. Sabiendo lo que querÃa con sólo un gesto, Gracia sacó una pitillera del bolsillo interior y se la entregó, agitando con orgullo la medalla que colgaba de la chaqueta.
"Cuando eres un demonio enloquecido por la sangre".
"Incluso un demonio enloquecido por la sangre tiene su propia filosofÃa".
El hombre se llevó la punta del puro a la boca y lo encendió girando la rueda del mechero dorado, chupando el puro para mantener la llama encendida durante largo rato antes de soltar un humo blanquecino.
"Me hice soldado para atrapar rebeldes, no civiles".
No le gustaba nada torturar a inocentes. Además, odiaba que otros utilizaran su afición a torturar culpables para beneficio personal.
"¿Y esto realmente servirá a mis intereses a largo plazo?"
Leon no podÃa quitarse de la cabeza la idea de que el rey estaba haciendo una jugada muy peligrosa.
"Habrá beneficios a corto plazo conspirando, pero..."
"Ningún secreto dura para siempre".
Dio un golpecito al puro con el dedo Ãndice, quitándose la ceniza, y asintió con la cabeza.
"Antes de ser monárquico, era un ser humano llamado Leon Winston, y no me gustaba que nada perjudicara mis intereses personales".
"Los intereses privados son lo primero, asà que los monárquicos tienen razón".
Una sonrisa se escapó de sus labios ante el agudo comentario de la mujer.
"Menos mal. Me dio un vuelco el corazón cuando pensé que de repente habÃas encontrado tu conciencia".
La mujer rió, curvando los ojos con sarcasmo. Leon rió con ella y se llevó un puro a la boca.
"Encontré mi conciencia..."
Winston nació con avaricia, donde deberÃa estar la conciencia.
No tenÃa conciencia que encontrar. Aún asÃ, por alguna razón, se sintió incómodo en el estómago todo el tiempo que estuvo hoy frente a Geoffrey Sinclair. No se sentÃa diferente de la madre de la mujer que odiaba, tratando de atraer a un inocente a una trampa.
...Entonces, ¿se trataba de un interés personal más que de conciencia?
º º º
Era la primera vez en su vida que una animada melodÃa de jazz sonaba tan sangrienta. Geoffrey miró sin comprender al hombre sentado al otro lado de la mesa con las piernas cruzadas.
Leon Winston.
En el momento en que el hombre reveló ayer su nombre aquÃ, Geoffrey tuvo una premonición de su destino.
Ahora estaba muerto.
La fama y notoriedad del capitán Winston, lejos del ejército y de las altas esferas de la sociedad, le habÃan resultado familiares. Contrariamente a su notoriedad de genio y, por lo tanto, el más brutal técnico en torturas, la persona se obstinó en hacer preguntas hasta altas horas de la noche.
Geoffrey, que pensaba que era el primer paso del interrogatorio, negó activamente todos los cargos que se le imputaban e intentó convencer al capitán.
Aunque el dÃa de ayer transcurrió sin sobresaltos, hoy pensó que el hombre mostrarÃa esa notoriedad.
El capitán Winston, que entró en la sala de interrogatorios a última hora de la mañana, trajo un gramófono y puso la música a todo volumen. Pensando que era una táctica para evitar que se filtraran los gritos, se desesperó. Sin embargo, el capitán fumó un puro toda la mañana y se limitó a mirar la pared gris.
¿PodrÃa tratarse también de alguna forma de tortura?
Cuando estaba tragando saliva tranquilamente, el capitán consultó su reloj y se puso en pie. Geoffrey tembló al oÃr el ruido de la silla metálica raspando el suelo.
"Es la hora de comer".
Leon entrecerró los ojos al oÃr el ruido de la respiración que habÃa soportado a sus espaldas mientras agarraba el pomo de la puerta. Como no hacÃa nada, era difÃcil entender por qué Geoffrey estaba nervioso.
"Dadle de comer".
Dando órdenes a los soldados que esperaban fuera, salió de la sala de interrogatorios. Mientras subÃa las escaleras hacia la oficina de la División de Inteligencia Doméstica, Leon recordó sin darse cuenta los pensamientos que habÃa tenido durante toda la mañana.
Su chaqueta era demasiado grande para la mujer.
Su hombro, que quedaba al descubierto por encima de la chaqueta, tenÃa marcas debido a su rudo forcejeo. La mujer jadeaba mientras se abrÃa de piernas sobre la chaqueta negra, extendida como un mantel, dejando ver la apetitosa fruta.
Tras la aventura de anoche, la mujer con la que intercambiaba besos murmuró.
"Hoy estás un poco raro"
Lo sabÃa... También se sentÃa raro por lo de anoche.
La mujer era como una fuente de maldiciones que le daba sed por mucho que bebiera. Anoche, cuando la tensión se habÃa acumulado en su mente y en su cuerpo, pensó que su sed no harÃa más que aumentar. Pensó que no la soltarÃa hasta que saliera el sol, pero se equivocaba.
Por una vez, se sintió liberado, como si se hubiera deshecho de todas las cargas de su mente y su cuerpo.
¿Qué habÃa cambiado ayer?
Leon ya sabÃa la respuesta. Sólo que no querÃa admitirlo.
...Una conversación sincera, y una simpatÃa inesperada.
SimpatÃa...
En el momento en que entró en su oficina, riéndose de sà mismo-
"Capitán."
-Campbell se levantó, se acercó a él y le tendió un papel.
[12:30, el restaurante del otro dÃa.]
Al ver el mensaje, Leon arrugó el ceño. Gracias a esa persona, estaba tan ocupado que no habÃa tenido tiempo de almorzar. Aunque pensó en rechazarlo, desistió inmediatamente. SabÃa que si se negaba, acabarÃa encontrándose con esa persona de un modo u otro.
El camarero le condujo a la misma sala privada que la última vez.
Cuando se abrió la puerta, el Gran Duque, que estaba sentado frente a la mesa, levantó la mano. Un lÃquido ámbar brotó de la copa de cristal que tenÃa en la mano.
Sentado frente a él, Leon fingió estar ocupado consultando su reloj. Eran las 12:50. Se estaba retrasando deliberadamente.
"No tengo tiempo para comer. Tengo que volver enseguida, asà que háblame de tus asuntos".
"Yo tampoco te he invitado a comer".
El Gran Duque le empujó a León la caja de postres que tenÃa delante.
"Te he llamado para hacerte un regalo".
"...."
"Para tu amante sin nombre".
Leon abrió la caja delante del Gran Duque, que tenÃa una sonrisa burlona. Cuando apareció la profiterole en forma de cisne que habÃa empaquetado el otro dÃa, el Gran Duque levantó la copa con condescendencia.
"Enamorarse persiguiendo a un rebelde. Es como una pelÃcula".
"Enamorarse..."
El capitán torció los labios y se rió de sus palabras.
"DeberÃas intentar convertirte en novelista".
"...."
El joven de ojos azules actuó sin miedo y con arrogancia. A pesar de que el Gran Duque lo miró con fiereza, el Capitán resopló mientras sacaba su cigarro.
El inesperado comportamiento no se detuvo ahÃ.
El cisne se llenó de ceniza al utilizar un caro postre como cenicero, burlándose descaradamente de la provocación dada en nombre de un "regalo". La expectativa de que el capitán se quedara boquiabierto se vio desastrosamente truncada y, en su lugar, el Gran Duque empezó a entrar en pánico.
Leon sonrió al Gran Duque, que no podÃa ocultar la vergüenza en su rostro.
SabÃa que el Gran Duque tenÃa un chivatazo de que el capitán Leon Winston habÃa encarcelado a una rebelde en la cámara de tortura y la habÃa convertido en su amante. La oficial a la que sobornó el Gran Duque ya ha sido localizada y eliminada.
'...Para amenazar.'
¿Qué carta deberÃa sacar? El escándalo serÃa bueno.
"Para que me digas esto, tengo pruebas de que una de tus hijas es infiel."
La vergüenza en la cara del Gran Duque se hizo aún más evidente.
"Unas fotos, transcripciones telefónicas grabadas, cartas, ropa interior dejada en el coche del amante... cosas asÃ".
La infidelidad de Rosalind Aldrich y de su propio hermano, pero no la nombró. En cuanto el Gran Duque se enterara de si habÃan roto o se habÃan fugado, provocarÃa un accidente que no ayudarÃa a Leon.
"La prueba, probablemente no quieras verla. La Familia Real de Constanza no querrá verla aún más".
La hermana mayor de Rosalind Aldrich, la tercera hija del Gran Duque, estaba en medio de conversaciones matrimoniales con el prÃncipe del Reino de Constanza, lo que significaba que el escándalo serÃa más fatal para el Gran Duque. El Gran Duque ni siquiera podÃa cuestionarse si se trataba de una falsa amenaza o no. Aunque se tratara de un escándalo inventado, supondrÃa un duro golpe para su familia.
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