"¿Me van a echar?"
Algo asà como un ratoncito tonto...
Un largo suspiro se escapó de los dientes que presionaban su labio inferior.
Si ella salÃa corriendo como si hubiera esperado a que él se fuera, él tratarÃa de atraparla y derribarla sobre la alfombra porque se sentirÃa tentado de nuevo. Sin embargo, ¿y si ella le preguntaba si la iban a echar...?
Sally serÃa tan patética que hasta el más mÃnimo interés se habÃa enfriado.
"No te voy a echar. Asà que, por favor, vete"
"Eso, gracias"
La sirvienta bajó por debajo del escritorio, dándole las gracias vacilantemente. León se acercó a la silla sin prestar atención y abrió el cajón del escritorio.
"El arma está confiscada"
Tras meter el revólver en el cajón y cerrarlo bruscamente, la criada volvió su arrugado rostro hacia la puerta.
Leon se apoyó con fuerza en la pesada silla y se sentó.
Repitió mientras veÃa a la criada salir por la puerta como un ratón. En primer lugar, la dejaba ir un rato. Era divertido perseguirla cuando se escapaba, asà que la dejaba ir a propósito.
...Pero, ¿por qué no tenÃa un regusto agradable, como un ratón que desenreda la trampa y se escapa?
Mirando la puerta bien cerrada, Leon desplazó su mirada hacia el escritorio que habÃa sido arrastrado por la tormenta. Cuando la mujer se fue y la fiebre bajó, se sintió patético por haber perdido la cabeza como un perro de celo.
¿Qué era lo que tenÃa esa miserable mujer?
Sin embargo, eso no duró mucho.
La razón por la que perdió la cabeza fue que ella tenÃa todo extendido sobre el escritorio. Leon cogió un pañuelo de seda que habÃa estado tirado junto a la cartera, que Sally habÃa dejado atrás. Como era blanco, la mancha de sangre roja del centro resaltaba aún más.
En el momento en que el débil olor de la sangre despertó su olfato, su lengua recordó el sabor.
El estimulante sabor de lamer un hocico frÃo, el vertiginoso olor de la muerte picando su nariz, pero el calor y el débil latido que grita que aún está vivo.
Un viejo recuerdo revivió en su mente al recordar el sabor de la sangre de la doncella.
Ahora, se habÃa desvanecido en blanco y negro, aunque sólo el pelo castaño oscuro de la chica, los ojos turquesa y las gotas rojas de sangre en sus labios eran tan claros como una colorida postal de un centro turÃstico.
Una sonrisa amarga se grabó en los labios de León al recordar el último grito de la niña.
Su ingenua infancia terminó ese dÃa. La sangre que probó la primera vez que huyó del apretado deber de ser el hijo mayor de la familia, el olor a sangre que olió de su padre, que tuvo un trágico final al dÃa siguiente.
Unas breves vacaciones en la playa de Abbington cuando era niño cambiaron por completo el significado de la sangre en su vida.
...Desviación.
Fue una pena que su primera desviación y la última de su padre tuvieran un mal final. Después de eso, León no pudo resistir el impulso de probar la sangre de nuevo.
"¡Cerdo sucio!"
El camino ya habÃa sido fijado antes de que pudiera expresar su propia voluntad, pero era correcto recorrer el camino de un soldado. Las desviaciones hechas por interés privado pronto se convierten en logros públicos.
¿Debe agradecer a una chica llamada Daisy...?
Daisy.
Era un nombre bonito que no encajaba con su piel oscura y su temperamento atrevido.
En realidad, Sally podrÃa ser su verdadero nombre. Cada vez que miraba a los ojos de Sally, se sentÃa escéptico. Aunque su color de piel era mucho más blanco que el de la chica, y el pelo castaño era común, los ojos turquesa eran poco comunes.
Si Sally era esa chica, por fin encontró la razón por la que habÃa perdido los nervios y querÃa colgarla del gancho y encadenar su delgado cuello con una cadena.
Sally... Este nombre era demasiado bonito, impropio de sus nervios.
León volvió a abrir el cajón que habÃa cerrado bruscamente.
HabÃa un pequeño revólver junto a un armario de medallas que habÃa dejado su padre. Cuando le preguntó si estaba a punto de disparar, sin dudarlo ni un instante, ella asintió con la cabeza de forma severa. Era una mujer divertida de tomar el pelo, ya que no tenÃa miedo.
Al recordarlo, sonrió tranquilamente y cogió el revólver.
¿Cuándo intentarÃa ella disparar?
Tal vez, cuando ella estuviera a punto de patear entre sus piernas justo antes de que él encontrara el arma.
Más bien, ¿desde cuándo se decidÃa a dispararle? Cada vez que se topaba con él, ¿estaba sacando lentamente la boca del cañón atascada en la banda de esa vieja media?
Justo antes de que estuviera a punto de besarla, recordó de repente que Sally se metÃa la mano derecha con cuidado en el bolsillo.
Era una zorra que fingÃa ser estúpida... Una zorra tan estúpida como para dejarse atrapar.
Sally Bristol.
Era aparentemente dócil, aunque escondÃa cosas peligrosas bajo una falda bien arreglada, y era una criada peligrosa que pensaba dispararle. Era una mujer descarada, aunque le sacaba dinero.
Entre los que estaban bajo su mando, era la persona más egoÃsta, aunque hacÃa diligentemente lo que se le pedÃa.
Mientras exponÃa las definiciones una por una, se sentÃa antinatural, como si forzara diferentes rompecabezas a encajar. Entonces, ¿por qué seguÃa atascado en ello?
Leon colocó el revólver de plata en el centro del escritorio y bajó la mano a la cintura. La hebilla del cinturón se desabrochó rápidamente y los botones que estaban a punto de rebotar en la parte delantera del pantalón salieron uno a uno del estrecho agujero.
Quiso quitarse al dueño de esa pistola. QuerÃa mirar el interior de aquella mujer tal y como era.
Su mano, que sostenÃa el pañuelo manchado con la sangre y las lágrimas de la mujer, se volvió naturalmente hacia abajo. Pronto, el sonido de un paño suave rozando su piel rompió el silencio del despacho. Un dulce suspiro se escapó entre sus suaves labios.
"¡Cerdo sucio!"
¿Lo maldecirÃa Sally como aquella chica?
Cuando cayó desnuda sobre la frÃa mesa de metal de la cámara de tortura y sus brazos y piernas esposados en las esquinas...
Deseó que no chillara como lo habÃa hecho hace un momento, aunque gritó y aulló con todas sus fuerzas, retorciéndose los miembros y resonando en la cámara de tortura.
Era dulce sólo imaginarlo.
Leon apoyó los codos en los reposabrazos de la silla, apretó la barbilla y miró hacia abajo. Aparecieron marcas de agua oscuras en la tela blanca que envolvÃa la punta de color cobre. Cuanto más movÃa la mano, más se extendÃa e impregnaba los rastros rojos de la mujer.
¿Por dónde debÃa empezar primero...?
Su boca no estarÃa mal.
Recordando sus impresiones anteriores, era suave, húmeda, cálida y bastante buena. Para ser más honesto, era bastante impresionante que cuando él presionaba su lengua con el dedo Ãndice, ella más bien se envolvÃa alrededor de sus dedos y la chupaba.
Primero, él agarraba su barbilla a un lado y se metÃa entre esos pequeños labios rosados - Profundo. Hasta que sus labios perdieron su color rosa y se volvieron azules. Su garganta estrechada se apretarÃa y tensarÃa mientras tragaba un trozo de carne dura en lugar de un suave aliento.
¿Qué serÃa lo siguiente?
Leon respiró, imaginando el siguiente lugar donde serÃa atormentado, y se movió con más dureza. Colgó el dedo Ãndice recto en el nudo de la corbata negra que le apretaba el cuello y tiró de ella sin apretar.
En su pañuelo, la sangre coagulada rezumaba con su lÃquido. Los restos de sangre de Sally, que se extendÃan por las marcas claras, se pegaban al punto más sensible de Leon. El misterioso olor de la mezcla de la sangre de una mujer y su propio lÃquido estimuló su sensible sentido del olfato.
Dio fuerza a su mano, frotando el pañuelo, imaginando la sangre de Sally goteando sobre sus genitales.
¿La carne que bloqueaba el estrecho camino era rosa como los labios?
Si él sostenÃa su delgada cintura con ambas manos y alineaba la punta de su hombrÃa con la carne, ella gritarÃa. IntentarÃa cerrar las piernas que no podÃan cerrarse a causa de las esposas, sin saber lo lascivos que eran sus pechos...
Entonces, él le sugerirÃa, generosamente, que si ella le rogaba que lo dejara, podrÃa dejarlo.
...Cuando eso ocurriera, ¿se echarÃa a temblar y rogarÃa con todo tipo de halagos en este momento?
De hecho, él la harÃa retroceder repentinamente, diciendo que no habÃa necesidad de tal cosa. Si le arrancaba la carne de una vez con su cuerpo, Sally le echarÃa todo tipo de maldiciones con la boca que le suplicaba.
¿SerÃa la textura tan buena como su boca? Leon apretó la mano y recordó el momento en que le revolvió la boca.
Iba a meterla toda de una vez en aquellas húmedas paredes hasta que un jadeo se escapara entre los labios desgarrados de Sally.
Lentamente, muy lentamente, sacarÃa los genitales enterrados en su carne caliente hasta la punta de sus raÃces. Dejó que la piel cobriza se tiñera de un hermoso color sangre.
"Ha..."
Leon dejó escapar un suspiro cuando el lÃquido blanco y turbio estalló y se empapó de manchas de sangre. No era sólo una sensación de alivio que habÃa resuelto el deseo que le habÃa estado molestando todo el dÃa.
"...¿No he dicho que eres molesto porque eres simpático?"
La mujer habÃa malinterpretado el significado de sus palabras de que era molesta. Aun asÃ, era molesto que no la pudieran meter en la cámara de tortura porque era simpática.
No pudo entenderlo del todo.
Por muy torturador infame que fuera, tenÃa sus propios principios. Primero, las mujeres no eran torturadas. Segundo, no llevarÃa a una persona inocente a la cámara de tortura.
Fue un problema para Sally quedar atrapado en estos dos principios.
Incluso si se agarraba y se arrancaba la pata de una hormiga obrera que llevaba un trozo de pan y que caminaba diligentemente, y en el momento en que se arrancaba la tercera pata, se volvÃa aburrida. No era diferente de torturar unilateralmente a un buen niño.
'...Para ser castigado, debe haber un crimen que lo merezca'
Recogiendo el revólver que habÃa sido colocado sobre el escritorio como si se tratara de un cuadro pintado lascivamente. Aunque la posesión ilegal de armas de fuego también era un pecado claro, era porque era un pecado tan trivial que no lo usarÃa como excusa.
Dado que la prohibición se produjo hace menos de un siglo, todavÃa habÃa muchas personas atrapadas por la policÃa por llevar armas de fuego para la autodefensa, como era la antigua costumbre. Su madre debÃa de esconder un revólver femenino en una de sus muchas cajas de sombreros.
Sally, haz algo peor...
Porque quiero darte una lección.
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