AREMFDTM 66

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Domingo 08 de Septiembre del 2024






Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 66

Volver al plan original (1)



'Estoy tan mojada que ni siquiera siento que lo esté forzando... ¿por qué demonios estoy goteando tanto?'

Pues claro que no estaba forzado. Inés miró al espejo del tocador.

Para ser más precisos, al reflejo de sí misma, con la cara aún sonrojada, en el espejo.


'Inés... tienes que tomártelo en serio. Si sigues goteando así, todo lo que te he dado se te escapará... '

'¡Ugh, hu-ung, aah-...!'

'Tienes que tener a nuestro hijo, yo soy el que folla, tú eres la que es follada, ese es tu único deber'

'¡Ah, ah...!'

'Estoy empujando diligentemente, pero si no puedes recibir así, entonces tu deber está siendo violado'

'Demasiado, demasiado fuerte, Kassel, hutth...'

'Te gustaba duro, ¿verdad? Así, así... joder, no lo cortes todo porque sea así...'

'Esto es, demasiado...'

'¿Demasiado vulgar? No mirarte a la cara y sólo apuntar al fondo, ugh, pensé que este era el tipo de noble deber que querías...'

'Huuung, eung... eung...!'

'Sólo estamos haciendo lo que tenemos que hacer'


Los ásperos sonidos de los gruñidos del hombre en su oído, sus pechos, bamboleándose obscenamente en el espejo cada vez que él la empujaba por detrás, su mano agarrándolos de nuevo con un hambre codiciosa, sus labios chupando y mordiendo su nuca, dejando marcas...

El recuerdo de aquella noche revivió en el espejo. Su propio cuerpo, balanceándose contra el tocador, siguiendo el ritmo de sus embestidas, el rostro esculpido de Kassel enrojecido por la obscenidad, las sombras de la noche, su fuerza implacable, el picardías de ella, bajado hasta los pechos, la falda subida hasta el vientre, y su propio rostro, perdido en el desenfreno, succionando los gruesos nudillos introducidos en su boca...

Hacía días que aquel recuerdo la torturaba cada vez que se sentaba ante el tocador.

No podía evitar pensar que se había dejado arrastrar por completo.

En lugar de mirar su reflejo, Inés miró la cara cruel de su recuerdo.

Aquel rostro apuesto, empeñado en atormentarla. Aquellas palabras descaradas, aquellas preguntas, la fuerza de sus embestidas que la incapacitaban para pensar, la forma en que la apretaba, demasiado, su voz llevándola al límite, sus gemidos graves....

El hecho de que se hubiera dejado llevar por el momento y sólo pudiera gemir era cosa del pasado. El hecho de que se hubiera quedado tiesa como un palo de madera, la profunda decepción consigo misma... también eran cosas del pasado.

Pero cuando se sentó en el tocador, la sensación de derrota de aquel momento volvió, y eso no era cosa del pasado.


'Estoy confundida. ¿Me siento así porque me gusta que me fuercen, o porque me siento así porque me gusta que sea duro?'

'Hee-uck....'

'¿O es porque me gusta que me follen por detrás?'

'Hutt, hee-uck, ¡ah!'

'Después de todo, ser penetrado por detrás, como un perro, es el tipo de relación con clase que has deseado desde tu primera noche'

'¡Ah, ah...! Hu-ung, ah...'

'Te respeto, pero no quiero hacerlo todo como tú quieres, pervertido. Inés'


Derrota... sí, esto era derrota.

La sensación de derrota, de que ella se dejaba llevar por su voluntad, de que él conseguía lo que quería. Y la derrota de seguir insistiendo en esa derrota. El ciclo interminable de la derrota, masticando constantemente el sentimiento de derrota...

Un sentimiento que era un veneno para su naturaleza agresiva.

Y de todas las personas, era Kassel Escalante... el inocente Escalante, el que ella había usado mandónamente desde que tenía seis años, haciéndole creer, hasta el cansancio, que estaba perdidamente enamorado de ella.

¿...Inocente?

se preguntó Inés, atónita.

El crepúsculo en el espejo, los ojos de él mirándola como para devorarla, se ladeaban en una mueca. ¿También era inocente?

Los angelicales y puramente bellos ojos azules de su infancia habían desaparecido. Tal vez aún pudiera fingir ser igual de hermoso, pero después de ver aquellos ojos aquella noche -y después de ver la insidiosa mirada de hacía diez días, aquella noche-, ¿quién podría creerle?

Desde entonces habían estado juntos todas las noches. Cada día, como un entrenamiento más para Kassel.

Kassel, con excesiva diligencia, se había subido encima de ella cada noche, y por mucho que hablara de forzarla, siempre se esforzaba diligentemente en los preliminares.

Con el comentario sarcástico: 'Esto es exactamente lo que tú, pervertido, dices que no necesitas'


Pero de alguna manera, su actitud parecía menos retorcida últimamente. Y sus caricias eran siempre suaves y afectuosas... ¿Qué otra cosa podía ser si no una tomadura de pelo? Inés miró al espejo, llena de espíritu competitivo.

Todas las mañanas se enfrentaba tranquilamente al espejo, lleno de recuerdos explícitos, y como cualquier otra vez, se dedicaba resueltamente a sus asuntos antes de levantarse del tocador.

Era una tortura que la paciencia sobrehumana de Inés o la planificación que había adquirido repitiendo su vida no podían detener, un rastro de su propia naturaleza agresiva atormentándose a sí misma.

Huir de la vergüenza era perder. Seguir recordando era perder. Evitar lo que le venía a la mente era perder irremisiblemente...

Y no era como si pudiera solucionarse simplemente alejándose del tocador.

Inés miró de pronto el estrecho dormitorio desde donde estaba sentada. Tocador, cama, un pequeño sofá, una silla, una mesa, un sofá, una consola... nada quedaba realmente utilizado para el fin al que estaba destinado.

Ella lo recibía apoyada en el cabecero, se revolcaba revuelta en el sofá, se dejaba azotar en su regazo mientras él se sentaba en la silla, se abría de piernas sobre la mesa, sufría caricias lascivas en el sofá.

Cada noche era más suave que la vez que la había inmovilizado boca abajo sobre el tocador, pero el hecho seguía siendo el mismo: no importaba cómo tuviera sexo, se convertía en uno de los recuerdos que la atormentaban por la mañana.

Era más fácil lidiar con todos estos objetos en la oscuridad de la noche. En primer lugar, no se podía ver realmente de todos modos. Segundo, estaba demasiado ocupada preocupándose de cuándo volvería a atacarla. Y tercero, una vez que terminaban, se quedaba dormida y dormía como un tronco.

La mentalidad de un soldado en el campo, preparado para el ataque de su marido en cualquier momento, era divertida de pensar por la mañana, pero se apoderaba de su mente por la noche.

Era imposible saber qué era más fácil. Pasara lo que pasara, iba a acabar acostándose con Kassel. Muchas de sus posesiones ya habían perdido su inocencia... Salir de su habitación lo antes posible, tanto por la noche como por la mañana, era la única solución.

Apartó la cabeza de los muebles inocentemente eróticos, decidida a terminar de arreglarse el pelo. Ignoró los recuerdos en el espejo, el atrevimiento de su propio comportamiento e incluso la mirada ambigua de Kassel.

Sin Juana, era difícil hacerse un moño o retorcerlo en la nuca, como había hecho antes. Se hizo una trenza suelta con la mitad del pelo, sujetándolo por detrás, y se quedó mirando el resto, que había dejado colgar, frunciendo ligeramente el ceño.

Había intentado utilizar a las tres doncellas por turnos, pero sólo eran buenas en aquello para lo que habían sido entrenadas originalmente, y no tenían ninguna destreza.

La severidad de su yo pasado no parecía haber vuelto del todo. ¿Qué le pasaba con esa cara de flojera? El rubor de sus mejillas evidenciaba la derrota.

Debo haberme vuelto un poco loca después de aquella noche'.

Había perdido toda resistencia a esa sensación de derrota. Era demasiado susceptible a ese tipo de cosas. Por eso había empezado a dejarse llevar cada noche.

Sí, estaba loca. Inés miraba inexpresivamente al espejo, como si al contemplar su propio rostro el rubor fuera a marchitarse y desaparecer. Pero cuanto más se miraba, más cosas le venían a la mente...


... «Debe de estar loca, no rota»


Volvió a apartar el pensamiento. Examinó su rostro desnudo en el espejo, y empezó a pensar que no era ella la que estaba loca, sino él.

Además, la costa de Calstera era un poco más calurosa que Mendoza, y era difícil vestirse adecuadamente como lo había hecho en Mendoza. La apariencia de Inés de aquellos días le parecía recargada y sofocante, pero aun así, había un sentido de formalidad en aquel entonces.

Pelo peinado por una señora experta, maquillaje al menos un poco arreglado, vestidos de colores oscuros, pero con bonitos diseños que se podían ver si se miraba más de cerca.

Pero era difícil llevar un vestido negro que absorbía toda la luz del mundo en esta casa que tenía una luz tan hermosa.

Estos días, en cambio, le gustaba llevar vestidos verde oscuro, gris oscuro, azul oscuro, marrón oscuro.

Era importante vestir ligera, así que los diseños delicados con adornos eran demasiado. Las faldas anchas quedaban descartadas.

En otras palabras, desde lejos, no se podía distinguir a una criada de la señora. A pesar de este sencillo atuendo, el material de alta calidad y la forma que no era del todo práctica dejaban claro su alto estatus...

'...No lo entiendo'

Ella realmente no entendía. ¿Qué demonios perseguía?

La formalidad se minimizaba, ella seguía sin parecer disfrutar, un atuendo oscuro y sencillo, sin maquillaje, el pelo desordenado... ¿había algo que pudiera excitar a un hombre? ¿Y a un hombre como Kassel Escalante?

Ella creía en su sentido estético, que, en medio de un maremágnum de mujeres, siempre elegiría sólo a las mejores. Confiaba en que su sentido estético lo filtraría por ella, que no sería capaz de romper su costumbre, y que cometería un grave error moral...

Inés, cuyo orgullo por su papel de princesa heredera seguía siendo fundamentalmente el mismo, se consideraba bastante guapa, pero nunca pensó en sí misma como un tipo de belleza que destacara incluso sin vestirse. Era un juicio muy realista.

Esas ropas, fueran del material que fueran, no eran más que harapos a los ojos de Kassel, por no hablar de su descuidada belleza exterior.

El matrimonio era una virtud y un deber recomendado, pero nadie llamaría deber a manosear constantemente a la propia esposa, como un animal en celo.

¿Podría serlo cualquier mujer, en realidad? Inés se quedó pensativa, y de pronto miró al mar desde el balcón. El sonido de las olas enfurecidas retumbaba en sus oídos.

Ella, y él...

Quizá el mar era el problema.

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