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Domingo 08 de Septiembre del 2024






Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 50

Una vez recién casados (5)



La escala de la habitación y la de los muebles no coincidían, lo que la hacía un tanto cómica, pero la escena en sí parecía bastante verosímil, ya que Inés, que había salido al balcón, no regresó a la habitación durante un rato. Como si por fin hubiera aparecido un hueco, a sus espaldas, Kassel reprochaba en silencio con la mirada a la leal ama de llaves, afanándose en señalar esto y aquello con su arrogante barbilla. La leal pero poco respetuosa vieja ama de llaves fruncía el ceño y gesticulaba, discutiendo.

Le frustraba que de repente él hubiera elegido una casa pequeña para pasar la noche con tanto equipaje y los hubiera trasladado allí, preguntándole qué hacer.

Era una conversación sin ton ni son. En ese momento, Inés se dio la vuelta y volvió al dormitorio. Kassel y Arondra cerraron la boca como si lo hubieran planeado.


«Entonces, ¿Qué pasa con mi dormitorio?»


preguntó Inés, no tanto porque al principio hubiera declarado que usaría un dormitorio separado del suyo, sino como si no pudiera creer de inmediato que dos personas pudieran usar ese estrecho dormitorio.

Kassel parecía comprender ahora la situación de la residencia del Mayor. A pesar de que en un principio había dejado a un lado la opción de utilizar dormitorios separados, esto hacía que pareciera que se habían visto obligados a compartir habitación por falta de espacio.


«¿Se conectará si voy por ahí?»


Caminó enérgicamente hacia el lado donde se veía otra puerta, ya que nadie respondió precipitadamente. Cuando abrió la puerta, vio un vestidor que ya estaba más de la mitad lleno de ropa de Kassel.


«...Ese es nuestro vestidor»


Kassel añadió a regañadientes una explicación innecesaria mientras abría la puerta y confirmaba la identidad del interior. Inés ladeó la cabeza.


«Esto parece tuyo, Kassel. No creo que haya espacio suficiente para meter el mío...»

«No, señora, el vestidor anexo a la habitación interior de la pareja es incondicionalmente suyo. ¿Qué señor se atrevería a ser tan grosero como para guardar su ropa con la de su esposa en la habitación interior? Las tiraré enseguida»

«Está bien, Arondra. No tengo tanta ropa. Puedo compartirla con él»

«...Por qué las tiras...»


A pesar de que había sido él quien las había metido allí a toda prisa... murmuró Kassel, mirando a Arondra con incredulidad. Sin embargo, su empleada, como si no le importara en absoluto, sacó unas cuantas prendas de Kassel en perchas como si fuera a tirarlas enseguida, y cuando Inés volvió a detenerla, comenzó a moverse afanosamente de nuevo.

Con un poco de exageración, Arondra, que era más o menos la mitad de grande que Kassel y presumía de corpulencia, esquivó hábilmente entre los muebles que ella misma había encargado y arreglado, con el rostro contorsionado en un ceño distraído. Inés pasó a su lado sin esquivar nada... Sólo Kassel chocaba con las cosas aquí y allá.

Le dio una patada accidental al reposabrazos de la silla y su cara se contorsionó de frustración más que de dolor, luego se rió cuando se dio cuenta de que Inés le miraba con ojos muy abiertos y sorprendidos. Justo cuando iba a preguntarle si se encontraba bien, Arondra hizo un gesto con la mano y llamó a Inés para que se acercara.


«Señora, por aquí se conecta directamente con la estantería del capitán»

«Ah, ¿por aquí? ¿Puedo usar también tu estantería, Kassel?»

«Por supuesto...»

«-No sé cómo será en Mendoza o en Esposa, pero esta vieja no ha visto leer mucho al Capitán. Creo que será prácticamente su propia estantería, señora»


Ser ingenioso es bueno. Agarrarla y esgrimir varios argumentos tampoco estaba mal. Su ama de llaves actuaba como si la nueva señora fuera a huir... o como cualquier suegra que temiera que la mujer de su hijo, sorprendida por la pobreza de la casa, huyera... Las intenciones eran... ...sí, todas buenas, pero....


«Todavía me tienen que ver de vez en cuando....»

«En absoluto. Para ser sincero, no es que no te haya visto mucho, pero nunca te he visto leer un solo libro»

«No, yo también tengo algunos libros....»

«En absoluto. Lo dices porque la Señora está aquí. Las estanterías están siempre ocupadas limpiando telarañas. Nunca los usas, ya sabes»


¿No es algo más que no huir? Su ama de llaves estaba obsesionada con bloquear la vía de escape de Inés. Las palabras del ama de llaves no eran diferentes a decir: «Tu marido es raro, pero no te preocupes, la casa en la que vives no es tan rara».

Hasta ahora, Kassel Escalante en esta mansión era un inadaptado social inculto que jugaba al billar con la pared, jugaba a las cartas, jugaba solo al ajedrez, no tenía amigos y no había leído libros en su vida.

Kassel parpadeó a Arondra como diciéndole que se diera prisa. Arondra sonrió confiadamente como diciendo que se ocuparía de ello, asintiendo con la cabeza. Las señales no eran buenas.


«Que sea una estantería no significa que sólo se use para leer, así que también está mirando sus deberes y si hay algo que tenga que hacer...»

«Vaya, ¿qué clase de deber? ¿Qué clase de recado tiene en la estantería? La punta del bolígrafo está tan seca que se va a convertir en polvo...!»

«.......»


Kassel suspiró ante las palabras que salieron como esperaba.


«Terminará su trabajo en el edificio de la sede pase lo que pase. Odia hacerlo en casa».

«Ah, ya veo»


Inés asintió como si lo entendiera. No estaba del todo equivocada, pero le estorbaba.


«Y el orgullo de esta librería, ya ves, es esta ventana... la mitad de ella muestra el mar, y la otra mitad, sí, mira allí. ¿No ves el cuartel general de la Armada bajando la cuesta de Logorño? Fíjate en esos tejaditos rojos tan bonitos. Es una vista que sólo se puede tener desde esta librería»


De alguna manera, la criada que llevaba allí cinco días estaba más motivada para vender la casa que la comandante Elba, que había vivido allí cinco años. Parecía desesperada.


«La puesta de sol es espectacular desde el dormitorio, pero desde la librería se puede ver la puesta de sol de esta manera, y se puede tomar el sol mientras se lee. La luz del sol no debe dar en las estanterías, así que están colocadas allí para que la luz del sol no...»


Estaba a punto de añadir: «así que, por favor, no vuelvas».

Al igual que otras ancianas devotas conocidas de Ortega, Arondra, el ama de llaves extremadamente conservadora que había sido traída hacía tres años del castillo de Esposa para hacerse cargo de la residencia Calstera, tenía la dogmática y un tanto aburrida creencia de que una vez que una mujer nacía con miembros sanos y salud, llegado el momento, debía casarse como Dios manda y tener hijos como Dios manda, uno tras otro.

Para ella, el hecho de que sus miembros no sólo estuvieran sanos, sino también esculpidos con una precisión tan meticulosa que incluso la longitud y el ángulo de sus brazos y piernas parecían haber sido calculados con sumo cuidado, era la razón principal de que el comportamiento libertino y temerario de su amo la hiciera suspirar profundamente cada vez que lo veía.

Siempre que veía a su amo, y siempre que éste parecía estar desocupado, Arondra lo bombardeaba con amargas quejas: '¿Por qué demonios te has echado novia?', 'El periodo de luto ya pasó hace tiempo, ¿por qué no te casas?', '¿Por qué haces siempre esas locuras?', '¿Quiénes son esas mujeres extrañas que van detrás del cuartel general?', '¿A qué viene ese corte de pelo tan raro? ', 'Dios te dio una cara tan bonita, pero sigues pagando su bondad con ingratitud', '¿Por qué ni siquiera te molestas en asistir a la capilla estos días?', '¿Por qué insistes en vivir así?'... Su elección de palabras era dura, aunque su tono de voz era cauto.

Si el tiempo se lo hubiera permitido, su ama de llaves se habría aventurado sin duda a dar a su señor más consejos de los que daba en su papel de criada bulliciosa.

Sus hermanas, sus padres, su difunto marido y los hermanos de éste -y por debajo de ellos, sus hijos y nietos- llevaban mucho tiempo vinculados a la familia Escalante. La lealtad de su familia era casi incomparable, y la anciana canosa, un respetado icono cultural de la nobleza orteguiana alta y baja, no se atrevía a que se jugara con ella, ni siquiera el propio padre de Kassel, Arondra.

Y por eso no pudo evitar reírse cuando, en su cara, le dijo: «Mi Capitán General...si sigues estropeando tan santa cara, se convertirá en la cara de Satanás...» Mientras él seguía refunfuñándole que se fuera a reír así sólo con la mujer con la que estaba prometido.


«...Aunque mi amo no lee libros, los ordena bien»


A Inés se le escapó una carcajada. Divertidamente, parecía preferir que se burlaran de él, por esa pequeña risa.


«Nuestro Capitán General no lee esas cosas no es porque no sepa leer. Pero este escritorio es suyo, señora. Espero que sea de su agrado»

«Me gusta mucho. Mucho»


Inés lo miró a él y a Arondra, ofreciéndoles una sonrisa algo brillante.

De verdad, estaba muy bien.
















***
















Después de cenar en el pequeño pero íntimo comedor, se instalaron en la sombría terraza de la planta baja que daba al sonido de las olas.

Como todo en la villa, era más pequeña y claustrofóbica de lo que estaban acostumbrados. Pero había cierto encanto en el diminuto jardín, con sus farolillos de latón forjado dispersos y el suave resplandor de las pequeñas velas de cada farolillo, que iluminaban las blancas flores de verano que los rodeaban.

Era una de las extravagancias que el comandante Elba se había permitido en su entusiasmo por instalarse en su nueva vida en Calstera con su mujer, porque quería que ella viera algo bonito en la casa incluso en las noches en que el sol se había puesto y no se veía el mar, porque había querido que ella pensara en él cada vez que viera una luz, porque ella le había dicho cuánto le gustaba el color del latón...

Kassel pensó en todas las horas que el mayor Elba le había tenido -Kassel, que nunca se había acercado a la villa del mayor- hablando voluptuosamente de dónde estaba cada cosa y para qué servía. Todo hecho con sus propias manos, o mejor dicho, todo encargado por él a expertos artesanos, para ser más precisos.

Y cuando Kassel se mostró convenientemente impresionado, contándole de nuevo, desde el principio, lo mucho que había pensado en planificarlo todo...

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