HDH 830




Hombres del Harén 830

Provocación




—Joven Maestro, Sir Tasir ha llegado.


Gesta estaba leyendo un libro de recetas de té traído de Fuyes. No cerró el libro, sino que simplemente levantó la cabeza.

Tree, con expresión malhumorada, metió la cabeza por la puerta, aunque su voz sonaba animada.


—Sí… dile que entre…


Gesta cerró el libro, lo dejó a un lado y se puso de pie.

La puerta se cerró por un momento y luego se volvió a abrir. Tasir entró con sus grandes pendientes verdes balanceándose.

Tree hizo un puchero mientras cerraba la puerta tras él. Le molestaba que ese hombre sombrío hubiera superado a Gesta y se hubiera llevado el primer puesto en la votación de popularidad.

Gesta sonrió tímidamente a Tasir.

—¿A qué debo su visita…?


Parecía un conejo tímido.

Tasir se sintió genuinamente impresionado.


—No pareces sentir ni un poco de culpa.


Por supuesto, él tampoco era del tipo que se dejaba llevar fácilmente por la culpa. Pero tampoco era capaz de fingir una vergüenza tan exagerada.


—¿Culpa? ¿Por qué?


Los ojos de Gesta se agrandaron con inocencia.


—Ah…


En lugar de responder de inmediato, Tasir echó un vistazo al libro de cocina cubierto de pan de oro, iluminado en diagonal por la luz del sol.


—Pareces estar en paz. Supongo que decir que todos los nigromantes son sombríos es solo un prejuicio.

—¿Por qué me ataca con comentarios tan desagradables nada más llegar…?


Tasir se acercó y levantó el libro de cocina.

La esquina de una página estaba doblada en diagonal. En ella se mencionaba un té que ayudaba a reducir el cansancio de las personas sobrecargadas de trabajo y tenía efectos calmantes.

La última línea afirmaba que incluso las mujeres embarazadas podían beberlo sin problemas.


—Tengo curiosidad por algo.

—Dígame…

—¿Por qué lo hiciste?


Tasir dejó el libro en su sitio y miró a Gesta.

Gesta le devolvió la mirada con una expresión aturdida, como si hubiera sido abordado inesperadamente en mitad del camino.

Sin embargo, al notar que Tasir no apartaba los ojos de él, la comisura de sus labios se movió levemente.


—Me enviaste algo extraño, ¿no? Suplantando a Su Majestad.


Los ojos de Gesta se abrieron de par en par, como si hubiera escuchado algo absurdo.

Esta vez, Tasir solo sonrió sin añadir nada más.

'Qué perspicaz'

pensó Gesta, abandonando su expresión de sorpresa y dirigiéndose con calma al sofá.


—Tu capacidad para cambiar de expresión es increíblemente rápida.


Tasir quedó realmente impresionado. Sabía que Gesta era una persona de doble cara, pero verlo cambiar su expresión en un abrir y cerrar de ojos le resultó fascinante. ¿Era innato o algo que había practicado?

Gesta se sentó en el sofá, cruzando sus largas piernas.


—¿Y cuál es el problema…?

—¿No consideras un problema haber suplantado a Su Majestad?

—No ocurrió nada grave, ¿verdad…?


Gesta inclinó la cabeza con indiferencia.

Tasir sonrió sin decir palabra. ¿Nada grave? La Emperador, con una simple confesión en su rostro, había tenido que enfrentarse a sentimientos que había estado evitando todo este tiempo.

Como alguien que soportaba bien el dolor hasta que le ponían un diagnóstico y de repente se volvía consciente de su enfermedad, Tasir no podía negar que se sentía inquieto.


—Entonces, ¿esa conversación tan infantil que salió de los labios de Su Majestad fue obra de nuestro querido Gesta?


En lugar de enfadarse, Tasir se dejó caer en el asiento frente a él y preguntó con calma.


—¿Infantil?


Para sorpresa de Tasir, Gesta soltó una carcajada y sus labios temblaron, como si hubiera escuchado algo sumamente divertido.

Pasaron unos segundos.

Finalmente, Gesta, incapaz de contenerse, se tapó la boca con una mano y rió en voz baja.


—¿La conversación fue infantil? Ahora me da curiosidad… Porque la marioneta que envié estaba hecha con tu cabello…

—¿Mi cabello?

—Sea lo que sea que haya dicho, fue solo tu imaginación… Esa marioneta te devolvió exactamente lo que querías escuchar de Su Majestad…

—¡…!


Gesta seguía riendo, con la mano cubriéndose la boca.

Tasir mantenía la sonrisa en su rostro, pero no le hacía ninguna gracia.

Tras reírse durante un rato, Gesta retiró la mano y preguntó:


—Entonces, ¿Qué te dijo?


Se inclinó hacia él, acercando sus labios a su oído como si compartieran un secreto.


—¿Te dijo que te ama?

—…….


Gesta negó con la cabeza y se enderezó, pero aún sonreía, dejando escapar risas como ondas en el agua.


—Tasir. Tasir Angers. Qué adorable…


Pero Tasir no creyó ni por un segundo en las palabras de Gesta.

Era una historia bastante convincente, pero él sabía que Gesta solo intentaba provocarlo.

Si de verdad se trataba de una marioneta y si realmente reflejaba los deseos de su mente, entonces no habría sido tan fácil descubrirlo.

Por supuesto, eso no significaba que le agradara la situación. Si aquella confesión de amor provenía de la mente de Gesta, entonces ese nigromante sombrío había entendido sus sentimientos antes que él mismo.


—De todos modos, deberías darme las gracias… Te di un buen sueño, ¿no crees?


Gesta volvió a su asiento y retomó el libro que estaba leyendo.


—Parece que nuestro querido Gesta teme más a este Tasir que al mismísimo Ranamoon, quien lo tiene todo.

—No me interesa competir, así que mejor aléjate.


Gesta no apartó la vista del libro, pero esbozó una sonrisa.


—Tanto si eres alguien que no ama a Su Majestad como si eres alguien incapaz de admitir sus propios sentimientos… no vales la pena como rival. Ranamoon es un caso perdido, pero al menos él no oculta lo que siente…...
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















—Gesta. ¿Te gustaban los duraznos, verdad?


Era la hora del almuerzo. Latil llevó una canasta llena de duraznos para buscar a Gesta. Eran un regalo de los enviados extranjeros.


—Majestad...


Gesta estaba mezclando varios líquidos en un vaso de cristal con una cuchara larga. Dejó la cuchara a un lado y tomó la canasta.


—¿Qué es esto...?

—Los traje porque quería dártelos.


Mientras Gesta comía un durazno, Latil observaba el vaso en el que estaba trabajando. De su interior salía un buen aroma.


—¿Es té?

—Sí... Es un té que está de moda en Puyes... Quería hacerlo bien para ofrecérselo a Su Majestad...

—Hoy no están los pandas rojos, ¿eh?

—Se fueron de picnic con Grifo...


Gesta no quería comerse todos los duraznos de una vez, así que trajo varios platos para repartirlos.

Al ver esto, Latil soltó una carcajada. No era posible que Gesta, el hijo más preciado de Canciller Rolurd, no pudiera conseguir duraznos por su cuenta.


—Puedes comerlos todos. Te traeré más.

—Como son un regalo de Su Majestad... quiero guardarlos y disfrutarlos poco a poco......


De repente, Látil sintió un cosquilleo en el pecho y fingió buscar algo en un cajón. Gesta siempre era demasiado adorable en momentos así.


—¿Te gusto tanto?


Latil mordió su labio y sonrió.


—.......


Pero no recibió ninguna respuesta.

Espera, si de repente se queda callado, ¿Qué se supone que debo hacer? Latil se sintió incómoda y giró la cabeza.

Gesta, que hacía un momento estaba comiendo los duraznos con tranquilidad, ahora estaba sentado inmóvil, con la mirada perdida.


—¿Gesta? ¿Qué pasa?


Latil se acercó a él. ¿Se habría atragantado?


—¿Quieres que te dé unas palmaditas en la espalda?


Gesta, con una expresión de sorpresa, sacudió la cabeza rápidamente.

Su inusual ceño fruncido dejó a Latil desconcertada.


—¿Estás bien? ¿Por qué te pusiste así de repente? ¿Te mordiste la lengua?


Gesta dudó un momento antes de murmurar:


—Yo... quiero a Su Majestad...

—Ah. Eh. Sí, supongo.


Era un tema demasiado complicado como para que ella misma lo confirmara en voz alta. Latil, que estaba dándole unas palmaditas en la espalda, bajó lentamente la mano.

Justo cuando su mano cayó sobre su regazo, Gesta la cubrió con la suya.

A pesar de su voz tímida, sus manos grandes envolvieron la de Latil por completo.


—Yo... amo a Su Majestad...


Latil miró las venas que sobresalían en el dorso de la mano de Gesta. Ya habían pasado varios años desde que comenzó a vivir con sus Consortes, pero cuando surgían conversaciones como esta, aún se sentía extrañamente incómoda.


—La amo sinceramente... así que, a veces, cuando veo a los otros Consortes, me enojo...

—¿Por celos?

—Lo mío es real... pero cuando veo a Consortes que solo confiesan su amor por ambición, me desagrada...


Latil levantó una ceja. ¿Ambición? ¿Falsas confesiones? ¿Había ocurrido algo entre los Consortes?

Intentó recordar quiénes le habían confesado su amor. No eran muchos.

¿Ranamoon? Había unos tres o cuatro que ni siquiera eran Consortes, así que los descartó. ¿Kallain...? ¿Kallain le había confesado algo alguna vez?


—¿Quién ha dicho eso?

—Algunos realmente la aman... otros no... No me gustan ni unos ni otros... pero los que no la aman, los odio......


Gesta, con expresión abatida, apretó con fuerza la mano de Latil y no la soltó. Sus manos temblaban ligeramente, y ella le dio unas palmaditas en el dorso para calmarlo.

'¿Los Consortes han estado peleando entre ellos? ¿Qué le pasa hoy a Gesta?'
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















Esa noche.

Latil seguía en su escritorio, lidiando con el trabajo pendiente hasta altas horas de la noche, cuando de repente escuchó un golpe en la puerta. Poco después, apareció Tasir.

Con su llegada, el aroma del pan recién horneado llenó la habitación.


—¿Trajiste algo de comer?


El olor del pan hizo que Latil sintiera hambre de repente.


—No lo traje yo. Se lo pedí a un sirviente que lo estaba transportando para que me lo entregara.


Tasir sonrió con los ojos y colocó un plato frente a Latil. Ella apartó un poco los documentos a un lado.

Cuando empezó a desgarrar el pan y a comerlo, notó que Tasir se sentó a su lado y la observaba con una mirada distinta a la habitual.

Intentó ignorarlo y seguir comiendo, pero su insistente mirada hacía que fuera difícil concentrarse en la comida.


—¿Qué pasa?


Finalmente, Latil dejó el pan y preguntó.


—Eres adorable.


Tasir sonrió mientras presionaba suavemente la mejilla de Latil, que estaba hinchada por el bocado de pan.

Latil soltó una risa con el aire escapando de su boca.


—¿Desde cuándo dices cosas así sin burlarte de mí?

—No suelo burlarme de Su Majestad.

—Miente con más convicción al menos.


Latil golpeó suavemente la rodilla de Tasir con la suya.

Volvió a intentar comer el pan, pero la insistente mirada de Tasir la desconcentró, así que lo dejó de nuevo y se giró hacia él.


—¿Acaso tienes algo que decirme?

—Muchas cosas.

—Pues dilo. No te quedes ahí solo mirándome.


Tasir apoyó la barbilla en una mano sobre el escritorio y sonrió.


—¿Le molesta que la mire?

—No es que me moleste que me mires, pero sí que observes cada bocado que doy.

—Pero Su Majestad se ve adorable mientras come.


¿Qué está tratando de decir realmente? Latil entrecerró los ojos y examinó la expresión de Tasir con sospecha.

Ante su evidente desconfianza, Tasir soltó una carcajada.


—Cuando alguien a quien amas come con tanto gusto, es imposible no mirarlo. No se lo voy a quitar, así que siga comiendo.


Aun así, Latil lo miró con ojos entrecerrados, sin moverse.


—Mi pequeña platija.


Tasir levantó la mano y acarició suavemente el contorno de los ojos de la Emperador.

Latil se sobresaltó y echó la cabeza hacia atrás. No era la primera vez que Tasir la tocaba, pero hoy el ambiente se sentía inusualmente extraño.


—Tasir, ¿no estarás enfermo?

—Majestad, ¿Qué haría si le dijera que la amo?

—¿Qué?


Latil llevó la cabeza de vuelta a su posición original y frunció el ceño. ¿De verdad estaba enfermo?

Entonces recordó lo que Gesta le había dicho más temprano. Mencionó que había un Consorte preparando una falsa confesión.

'¿Se refería a Tasir?'

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