Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 142
Las brasas están en todas partes (19)
—¿Kassel?
El sonido de la puerta del salón abriéndose de golpe hizo que Inés se diera la vuelta. Era Kassel. Él había abierto la puerta pero no entró, quedándose parado en el umbral. Inés lo miró fijamente, de repente le pareció que él estaba demasiado expuesto a la luz del día.
Era temprano en la tarde, y no era la hora en que él solía regresar a la residencia, ya que rara vez estaba de guardia. Los invitados que habían llegado al mediodía acababan de irse.
Inés, que se había quedado en el salón revisando nuevamente el periódico de Calstera que todos habían leído juntos, bajó el periódico sobre sus rodillas.
Lo dobló para que no se viera el artículo sobre el divorcio de la Familia Muñoz.
—¿Qué haces en la residencia a esta hora? ¿Olvidaste algo?
—Inés.
—Y ¿por qué estás parado ahí así?
—¿Te casaste conmigo por ese hombre?
Inés entrecerró los ojos. Finalmente, la expresión de Kassel le llamó la atención.
—¿De qué estás hablando?
Esa misma expresión que había visto la última vez antes de quedarse dormida al amanecer. Esa sombra extraña que lo hacía pensar que hubiera sido mejor si nunca lo hubiera notado cuando era niño.
Todo estaba igual.
—¿Me elegiste por ese hombre de Pérez?
Su corazón latió más rápido por un momento ante una suposición que ni siquiera se acercaba a la realidad.
No había ningún hombre de Pérez en el pasado, y las mentiras no eran un problema. En realidad, y en última instancia, ella había vivido una vida en la que no había pasado nada.
Así que eso no importaba.
Pero esa expresión...
—¿Recuerdas que nos comprometimos cuando teníamos apenas 6 años? ¿Y que te elegí en ese entonces?
—No me refiero a eso.
Aunque el tono de la conversación era ligero, los ojos de Inés seguían clavados en su rostro.
Era un rostro vulnerable. Sin la más mínima defensa, exponiendo todas sus debilidades, con todos sus nervios dirigidos solo hacia ella.
'¿Una lástima? ¿Yo? ¿Para ti?'
El impacto negativo, la insatisfacción, no eran tan grandes. Más que todo eso, era como si quisiera voltear su interior al menos una vez. Como si no importara cuánto se lastimara, con tal de lograrlo...
Como si deseara que este mal presentimiento y este estado de ánimo pudieran desaparecer.
Aunque lo había dicho sin darse cuenta, era mejor que él lo hubiera notado. Después de todo, no era una persona insensible.
Pero que una sola expresión aún lo hiciera sentir tan incómodo y culpable estaba fuera de sus expectativas.
Fue un momento de confrontación, un momento de silencio.
Kassel cerró la puerta detrás de él y entró al salón con pasos firmes.
—No importa. Solo lo pregunto por si acaso, ¿fue desde entonces?
—No hay nada que no le puedas decir a un niño de 6 años.
—No se puede descartar la posibilidad.
Mientras Inés soltaba una risa burlona ante su comentario juguetón, él se detuvo a solo un paso de ella.
—¿Es cierto?
—No.
Su mirada era aún más serena que de costumbre. Normalmente, sus ojos ya eran inexpresivos si permanecía en silencio, pero esta vez parecían apagados a la fuerza.
—Entonces, yo soy el que ha estado aquí por más tiempo.
Decir algo así, con esos ojos… y encima, como si fuera una victoria sin sentido. Era exasperante. Kassel solo sonrió de lado, sin mucho entusiasmo.
—…¿Qué estás comparando?
—Digamos que el día en que me elegiste por primera vez fue solo cuestión de suerte y coincidencia.
....…O más bien, cuestión de que tuviste mala suerte.
Esas palabras quedaron atrapadas en su garganta.
—La Emperatriz te estaba observando, así que, en realidad, no tenías muchas opciones. Pero aun así, cuando eras un niño, señalaste con arrogancia hacia mí. Sí, hasta ahí, supongo que fue suerte para mí.
—Kassel.
—Pero dado que Duque Valeztena quería que nuestro compromiso se rompiera, tu elección no terminó en ese momento.
—Eso solo lo dijo porque quería molestarte.
—Incluso una semana antes de la boda, aún tenías la posibilidad de elegir.
—…....
—Nuestro compromiso se retrasó varios años. La mayor parte de la culpa fue mía, en todo caso, si tú tuviste algo que ver, fue solo porque en el fondo esperabas que pasara. Durante todo ese tiempo, pensé que Duque Valeztena deseaba que esta boda se cancelara. Pero ese día, finalmente entendí que fue únicamente por tu insistencia que el compromiso se mantuvo durante años.
—Eso no es exactamente…....
—Y todo eso, sin siquiera desearme en realidad.
Las palabras flotaban en su boca, pero ninguna tenía la suficiente certeza como para ser dicha.
De repente, Inés sintió como si estuviera siendo acorralada.
—Si hablas de un compañero de matrimonio, entonces… siempre te he querido a ti.
Los ojos afilados de Kassel se fruncieron levemente.
Si hablas de un compañero de matrimonio.
¿Eso es todo lo que tienes para decir?
Una pequeña punzada de culpa la atravesó, pero, al mismo tiempo, pensó fríamente que no había nada incorrecto en sus palabras.
Aun así, había algo en su interior que no terminaba de encajar.
—No es que haya insistido tanto en esto. Yo fui quien le rogó a mi padre que se comprometiera contigo, y nunca he cambiado de opinión. Después de tantos años, no tenía razón para seguirle el juego a los caprichos de mi padre.
—¿No había razón…?
—Eso es todo.
—Ya veo.
Kassel asintió sin rastro de sarcasmo. Pero tampoco parecía convencido en absoluto.
No entendía nada, pero tampoco parecía enojado. No intentó amenazarla ni presionarla para obtener más respuestas.
La vaga sensación de déjà vu en Inés desapareció.
El príncipe heredero era del tipo que ni siquiera podía soportar que la palabra "hombre" se relacionara con ella. Podía reírse como un loco ante la mención del divorcio y recibir todos sus golpes sin protestar, pero si escuchaba a alguien más relacionado con ella, sus ojos se tornaban oscuros, como si fuera capaz de hacer cualquier cosa.
Aún recordaba sus palabras habituales:
'¿Cómo podría dejar una sola marca en tu hermoso cuerpo?'
No la golpeaba, no. Pero la violencia de sus amenazas se traducía en un sexo brutal y humillante, al punto de que prefería morir golpeada antes que soportar ese trato.
Observó a Kassel, que, a pesar de ser su primo, no se parecía en nada a Óscar.
Sus ojos aún reprimían algo, pero no parecía algo que pudiera dañarla.
'Nunca te haré daño'
'....…'
'Mientras yo esté aquí, eso nunca pasará, Inés'
Ah, otra vez la culpa.
'No importa si dejas de amarme'
Aquella sensación. La misma de entonces. Como si fuera una ladrona atrapada en el acto, sin poder mirarlo a los ojos. Pero, al mismo tiempo, en su presencia, aquí, sentía una seguridad automática, casi un reflejo. Una confianza extraña.
Era ridículo. Solo por escuchar unas pocas palabras, había recordado por un instante aquella basura. Aquel pasado que, en esta vida, estaba tan distante y borroso que apenas parecía real. Sin embargo, a veces, volvía a ella con una nitidez aterradora, como si hubiese ocurrido apenas unos años atrás. Ese desfase temporal la hacía quedarse en blanco por momentos.
Claro. Porque, después de todo, no estaba cuerda.
Al darse cuenta de que su estado seguía siendo el mismo, Inés se burló de sí misma.
Le gustaría que, algún día, él le dijera exactamente qué tenía de valioso.
Si podía herirlo con palabras, al menos aquí, en este lugar, el único que saldría herido sería el fuerte y robusto Kassel Escalante. No ella.
—Así que decir que me casé contigo por alguien más nunca ha tenido sentido.
—Ese ‘alguien’.
—…....
—Si ese ‘alguien’ era un hombre indigno de ti…...
—Kassel.
—Tan insignificante que ni siquiera se atrevió a reclamar la primera noche de Señorita Valeztena.
—…....
—Tan miserable que fuiste tú quien tuvo que protegerlo.
La última frase era como una hoja afilada.
Los ojos azul profundo de Kassel, oscuros como el cielo antes de una tormenta, se acercaron a ella.
La conversación había dado un rodeo absurdo, pero, de alguna forma, de pronto había tocado la esencia de todo.
Y justo cuando se acercaba demasiado… se desvió de nuevo.
—Nunca ha habido nadie así de especial.
—¿Quizás pensaste que, como yo no valía la pena, no había nada de qué preocuparse? Que, si me dedicaba a jugar con otras mujeres, podría cubrir la existencia de ese ‘alguien’. Que aún podrías verlo, incluso después de casarnos.
—Kassel.
—Pensé en eso como un loco. En si todavía guardabas a ese hombre en tu corazón.
—Eso no tiene sentido.
—O si me elegiste con esa intención.
Nada de eso era verdad.
Si se trataba de Emiliano, nunca pensó en volver a verlo.
Si se trataba de Óscar, solo quería matarlo.
Así que lo correcto era mirarlo con incredulidad, sentirse ofendida, indignada.
No otra cosa.
No ocultar, en el fondo de su mente, la verdadera respuesta: que lo había elegido simplemente porque planeaba divorciarse en unos años.
—Aunque, claro, no eres alguien tan romántica.
—…....
—Tal vez solo necesitabas más tiempo para tus encuentros secretos. Y mi presencia te daba ese margen.
—Kassel…...
—Todo el día he pensado en esto como un maldito loco.
Su confesión estaba cargada de una autodestrucción cruda.
Las palabras se le atragantaban.
—Tal vez…... tal vez fue por culpa de ese bastardo. O de ese hombre, mejor dicho. En cuanto ese pensamiento cruzó mi mente, no pude soportarlo. Monté a caballo y cabalgué como un lunático hasta aquí. Me repetía que debía callarme, pero seguí hablando. Que si iba más allá, cruzaría un límite, pero aun así… quería saber. Ahora mismo quiero estrellar mi cabeza contra la esquina de tu tocador.
—Por favor, deja de decir esas estupideces. No sé con qué intención estás diciendo todas estas tonterías, pero…...
—No quiero preguntar por tu pasado.
Pero sus ojos decían lo contrario.
Inés lo veía claramente.
Llevaba rato sintiendo cómo su respiración se volvía pesada, sofocante. Pero, aun así, dejó escapar una risa vacía.
—No es que un hombre tan sucio como yo tenga derecho a pedir algo así.
—Entonces…....
—¿Y si no fuera solo el pasado?
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