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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 81

Algunos perros sólo son buenos con las personas (5)



«Magdalena me cuenta que ya está empezando a hacerse un nombre en Municipio, pintando retratos de famosos locales, que tiene trabajo fijo, al menos durante este verano y hasta otoño. Todo gracias a tu primera presentación, Inés»

«Qué bien»

«Por supuesto, estaba pensando en su benefactor, el viejo banquero, cuando escribió... Estaba muy preocupada por su salud. No conoce a Inés, pero puedo imaginarme cómo se siente»


Inés levantó su vaso de agua y carraspeó suavemente mientras escuchaba las noticias de Raúl.


«Mantenga el patrocinio. Es demasiado bueno para seguir pintando retratos de mercaderes, quiero que envíe un bodegón aquí para el invierno... necesitamos algunos adornos»

«¿Y qué hay de Archibaldo? La última vez dijiste que te gustaban más sus bodegones; puedes enviarle un mensaje para que pinte uno de inmediato»

«Dijo que quería quedarse en su casita de Carlo hasta el invierno y no pintar nada más que el lago, así que que pinte lo que quiera. Seguro que se le ocurre algo tan maravilloso como dice... Y mándale a Archibaldo su favorito para el invierno, que nada es gratis»

«Se lo haré llegar. Y María, María, parece que sólo pinta retratos de Condesa Gormas en Mendoza durante todo el año. No recibe otros encargos»

«Es una narcisista»


Una cliente ególatra y un pintor especializado en embellecimiento eran inseparables, sabiéndolo, tendió deliberadamente un puente destinado al fracaso.

Inés se encogió al pensar en su antiguo amigo pretencioso cubriendo todo un pasillo del castillo con su retrato.

Pero la agradable imaginación perdió rápidamente fuelle y se dispersó, mientras ella se concentraba en la voz de Raúl, con el rostro inexpresivo.


«Le ha gustado tanto, que ahora se ha ofrecido a cesar todo otro mecenazgo y aceptar el patrocinio completo de la Familia Gormas, aparte del precio del cuadro»

«Bien por ti, María, pues eres una persona generosa. El trabajo será tedioso... pero dentro de unos años podrá hacer lo que quiera. Que haga lo que quiera. A mí no me importa»

«Se lo transmitiré, le diré que Lourdes y Emiliano, en Oligarchia, trabajarán en la restauración del relicario de la catedral de Bilbao a partir de este invierno»


La mano que sostenía el vaso de agua se crispó ligeramente, como si no hubiera esperado oír el nombre, luego se relajó rápidamente.


«Don Joaquín me ha preguntado qué te parece esto, Inés, yo le digo que ni Lourdes ni Emiliano, que están a punto de subir el precio, estarán ligados como esclavos a la Orden durante al menos tres años»

«Esclavos»


Replicó con la misma voz adusta que había utilizado para responder a las noticias de algún joven pintor cuyo rostro no reconocía.

A veces hace falta valor para aguantar. Inés pasó las yemas de los dedos por el borde del vaso y miró fijamente a los ojos de Raúl.

Los ojos de un hombre que no sabía nada del peso del nombre, nada de su significado, nada de nada. Pero en esta vida, eran los únicos ojos con los que compartía el nombre de Emiliano de forma directa y familiar.

Así que algunos días no se sentía sola, otros días se sentía sola.

Aun así, no hay mejor pista que el sonido de otra voz pronunciando su nombre, cuando Raúl lo dice en un susurro, Inés se dio cuenta de que Emiliano está realmente vivo. Lo que había parecido una ilusión cuando se lo repitió a sí misma se convirtió en realidad.

Era lo más parecido a una confirmación que había tenido nunca, ya que ni siquiera podía ver a Emiliano de lejos. No se había dado la oportunidad de verlo vivo, una sola vez, con sus propios ojos.

Acarició los pequeños rastros de vida de Emiliano en la voz de Raúl.

No era casualidad que a los quince años, Inés hubiera reclutado al talentoso Raúl para encontrar a Joaquín entre los muchos quemados de Mendoza.

Fue él quien conectó a Agustín, que tenía a Emiliano como ayudante, con la corte imperial, fue él quien presentó a Emiliano al malhumorado pintor como su alumno.

Aunque se repetía a sí mismo que su vida estaba destinada a vivirse sin conexiones, de algún modo le resultaba difícil apartar la mirada de Emiliano, de diecisiete años. Bajito, mundano y el más dulce y tonto de todos los que conocía: el Emiliano bonito antes de conocerlo.

Apenas un año después de su primer encuentro con Inés, una ingenua de 17 años que había tropezado con un miembro inculto y ladrón de talentos, Emiliano había sido asaltado por un Agustín borracho la noche antes de que él e Inés huyeran de Pérez.

El hermoso retrato de Inés, que iba a recibir grandes elogios, era obra a medias de Emiliano. El joven pintor desconocido, cuyo talento era incalculable y desbordante, debía de esperar recibir alguna instrucción y reconocimiento del artista que ya estaba en la cima de su fama, pero todo lo que le llegó a su fiel ayudante fue envidia e insulto.

Inés, de 15 años, recordaba que cuando vio a Emiliano por primera vez, su dedo meñique derecho ya estaba ligeramente torcido. La noche que se había enterado de que Agustín se lo había pisado y roto, había estado desesperada por matarlo.....

Inés había decidido, impulsivamente, que Emiliano se rompería un día el dorso de la mano y acabaría con un caballo roto, y se había envuelto en una historia de tapadera cuidadosamente planeada.

Un mecenas que apadrinaría a pintores jóvenes y pobres, con talento pero sin nombre ni precio, que crearían obras con las que se harían un nombre más pronto que tarde, y un inversor que recogería los frutos de su fama. ....

Era un negocio de coleccionar las primeras obras de genios y venderlas décadas después por decenas o cientos de veces su precio, o eso parecía en apariencia. Los nobles que decían tener un don para la pintura lo hacían de vez en cuando.

Inés aceptaba a todos los jóvenes pintores desconocidos que Joaquín, que había recibido de ella un suculento encargo, le recomendaba con confianza. María, Archibaldo, Magdalena, Lourdes y Emiliano.......

Emiliano fue el último pintor que eligió Inés, a pesar de su gran afán por rescatarlo de las garras de Agustín.

Como si fuera el que menos merecía su atención. Como si sólo se hubiera unido a ella en el ínterin... Tal vez fuera ansiedad, tal vez fuera una barrera.

Fuera lo que fuese, tenía razón al dudar de sí misma: sus recuerdos de Emiliano eran siempre como un lago que acababa de pasar un invierno prematuro, y si pisaba lo que ella creía hielo sólido, caía rápidamente al agua fría.

Cuando los cuadros de Emiliano llegaron por primera vez al castillo de Pérez, como los de los demás pintores, Inés lloró toda la noche soñando con él. Se le partía el corazón con el más mínimo eslabón, aunque el cuadro no fuera más que el bodegón de un jarrón cualquiera y el sueño representara los días más felices que habían pasado en Malorca.

No era normal; no podía respirar bajo el agua; en ella volvería a morir, para siempre. Quería vivir una vida normal, despojarse de este cascarón fastidioso con una sola muerte. No quería volver a nacer como Inés Ballestena.

Luego hay que dudar de uno mismo hasta hartarse.


«Decían que Don Joaquín había colgado una antorcha a medio pintar en su quema, que Arzobispo de Bilbao la había visto cuando estaba fuera... Pero Don Joaquín no parecía muy contento. Son jóvenes prometedores, pero ¿y si 3años se convierten en 5, luego en 10....? Preguntó a Inés si podía hacer algo, ella le dijo que estaba dando largas al asunto, diciendo que tenía que pedir permiso a su patrón»

«El Arzobispo ha elegido ¿Cómo podría negarse un simple banquero?»

«Incluso añadió a eso con las palabras, 'porque no es un banquero'»

«¿Así, sin más?»


soltó Inés. Joaquín sabía que Inés no era banquera, pero ignoraba que sus cartas iban dirigidas a Pérez. Había varios nombres falsos y rutas entre ellos.

Así que la autoridad que intentaba tomar prestada de Inés era la de una exclusiva aristócrata rural, astillando una pequeña pero excepcionalmente rica casa solariega....


«Es ridículo. ¿Hacer cambiar de opinión al Arzobispo por unos peniques?»

«Es cierto, Inés, pero tu pérdida es evidente. Como mínimo, Don Joaquín querrá que se le indemnice por esa pérdida»

«No hay pérdida, estoy segura de que alcanzará un buen precio por ella cuando termine de restaurar el relicario»

«¿Lo considera una inversión?»

«Arzobispo de Bilbao es un gran hombre, al que no siempre se le dan bien las ofrendas sobrantes. Cuando se aburre, le compra a Aureles estatuas de paganos y las rotula con nombres de santos y santas. El Arzobispo quedará tan impresionado con el trabajo de Lourdes y Emiliano restaurando y pintando nuevas imágenes santas que subirá el precio interno, y luego lo anunciará a los nobles para conseguir más donaciones»

«.......»

«Y los nobles se apresurarán a pagar muchas veces el precio que el Arzobispo ha fijado para ello... porque es justo el tipo de cosas de las que a los hombres les gusta hablar en la sala de puros»


No era casualidad, pues, que Arzobispo de Bilbao y los monjes estuvieran deliberadamente vinculados, pero hasta ahí llegaba la cosa.

Emiliano pronto vivirá una vida de abundancia y dibujará lo que quiera, e Inés vivirá el resto de sus días en paz, sola, siendo Inés.

Porque ella estaba decidida a no dejarse romper, y él, que no sabía nada, estaba decidido a no dejarse romper.

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