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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 301

Cuando el hombre y la bestia comparten el tiempo (1)




—Hace apenas quince días, Barça desplegó soldados privados en las calles de Oldova.

—¿Tan solo hace 15 días?

—Parece que ya sabían de antemano que los almacenes vinculados a la casa comercial de Don Joaquín eran apenas una fracción mínima. Por no mencionar que, como bien sabe, el distrito de Oldova paga los impuestos más altos de Mendoza, ¿no es así?


Los mercaderes astutos tenían una sola razón para pagar tasas exorbitantes y almacenar sus bienes en Oldova: la seguridad excepcional garantizada por el Estado.

A diferencia de los nobles, que podían movilizar caballeros y guardias privados de sus mansiones dispersas por Ortega para protegerse, los comerciantes solían ser presa fácil de ladrones expertos. Tanto era así que se decía en broma: "Encomienda tu cofre a Dios".

No es que los mercaderes ignoraran la necesidad de vigilancia; el instinto humano teme perder lo que posee. Pero legalmente, tenían límites claros: ni el derecho de reclutar guardias a escala noble, ni tierras ancestrales que respaldaran su poder. Para quienes solo tenían riqueza —y temían algo más que rateros—, Oldova era la única opción.

Tras el dinero "limpio" estaba el Estado; tras el dinero oscuro, a veces, la familia real. Con bandidos que saqueaban de noche y reían en la cara de sus víctimas al día siguiente, la única solución era refugiarse en un territorio intocable.

Y Don Joaquín era uno de los comerciantes más exitosos de Ortega. Tenía recursos para mantener en Oldova una mansión que era, en esencia, una gigantesca caja fuerte.

Precisamente para evitar esto.


—Pero incluso siendo uno de los Grandes de Ortega, ¿con qué pretexto Barça envió soldados a las calles de Oldova?

—Esa es la cuestión. Al principio, ni siquiera se supo cómo cruzaron la entrada del distrito. Era altas horas de la noche, y los guardias no opusieron resistencia. Los vecinos más cercanos ni se enteraron del alboroto.

—Porque nunca hubo alboroto.


La esposa movilizó a los soldados de su familia; el marido les abrió el camino. Kassel, apoyando la barbilla en una mano con indiferencia, como si nada de esto fuera sorprendente.

Aunque sí le extrañó una cosa: lo apresurado del acto. Esperaba que aquel asunto se hubiera originado mucho antes. Que ocurriera ahora era, en cierto modo, una jugada imprevisible.

Óscar era un hombre en cuyas venas fluía, más que sangre, obsesión, envidia y otros deseos grotescos. Un plebeyo había pisoteado su orgullo desde la raíz. ¿Acaso el tiempo borraría su humillación?


'Mi primo ingenuo y noble. ¿De verdad creíste que amaría a esa mujer? ¿A tu esposa?'


No. Óscar nunca olvidaba. Ni entonces, ni ahora. ¿Cómo habría de olvidar a Emiliano, ese nombre grandioso, manchado por su bajeza?

¿Cómo olvidar nada de ese plebeyo al que persiguió cuatro años enteros sin derrotar?

Si Inés no hubiera mostrado extrema precaución, ¿acaso él no habría descuartizado a Emiliano hace mucho? O quizás lo habría capturado como carnada para atarla, reduciéndolo a una existencia peor que la muerte.

A diferencia del primogénito de los Escalante, ese miserable pintor no tenía nada que lo protegiera. Nada excepto el corazón de Inés.

El corazón de Inés… Kassel torció los labios. ¿Ahora resultaba que los sentimientos de esa perra importaban? ¿Que su desesperación era relevante?…

Él lo supo desde el principio. Lo observó todo. Y que Óscar no actuara contra Emiliano fue su más patética deliberación.

Ese maldito ahora temía, irónicamente, empujar a Inés al abismo.

Después de perseguir como un imbécil la muerte que él mismo le causó… dos veces.

Que ahora no pudiera matar a Emiliano… ¿Cuánto agonizaría Óscar al saber que ese hombre seguía respirando?

Recordarle a Inés los rastros de Emiliano, los ecos de un amor pasado, era precisamente lo que más odiaría hacer. Kassel lo entendía; a veces, al mirar el collar de Emiliano, también se hundía en sentimentalismos mezquinos.

Por eso no hizo nada. O no pudo. Incluso tras confirmar que Kassel Escalante era el nuevo amor —o la nueva debilidad— de Inés, Óscar forcejeó, negándose hasta que, demasiado tarde, dio vueltas por Barça para arrebatárselo.

Óscar ansiaba más que nadie controlar las debilidades de Inés… pero también deseaba, con lágrimas, que ella no tuviera ninguna.


'Lamento que aún no recuerdes. Que Inés no te recuerde. Que ustedes dos se hayan olvidado'


Ni siquiera él lo entendió cuando soltó esas palabras de mierda. ¿Amor? ¿Después de destrozar a Inés Valeztena durante años para probar que no era nada para él, ahora descubría que sí lo era?


'El cuerpo de la mujer por la que aún te consumes… para mí ya no vale ni una noche en un burdel. Kassel Escalante'


¿En qué momento empezó a rogar que no recordaran?

Si eso fétido y grotesco podía llamarse amor, entonces Óscar no era más que una bestia ignorante de Dios. Un imbécil que abrazaba el hedor a carne podrida creyéndolo pureza. Las emociones también se corrompen. Si solo devoras carroña, cada palabra tuya será un delirio.

Hasta los adivinos de callejuela, que leen el pasado por unas monedas, ignoran su propio hambre del mañana. Así era Óscar: sus ojos solo miraban atrás.

Igual que esos charlatanes, solo conocía lo ya vivido.

Y creía que con eso dominaba el futuro. Como si a él solo Dios le hubiera dado poder, no castigo.

Mirando su porvenir con ojos más ciegos que un mendigo… fingiéndose humano en un mundo de bestias que podrían devorarlo…

O peor: creyéndose un dios entre hombres.


'Al fin Dios muestra Su misericordia. No como dolor del saber, sino como oportunidad'


El conocimiento es un castigo porque es una trampa. Un pecado llama a otro mayor.

Piensas que lo sabes todo y terminas ignorándolo todo. Ves el presente a través del pasado. Dejas de ver lo evidente.

Por eso, cada vez que aparecía una mano de Óscar, Kassel apenas contenía la risa. Era ridículo. Patético como un insecto arrastrándose, sabiendo que algún pie divino lo aplastará. Como él. Como todas las bestias que creen ser distintas.

Óscar, tú siempre me viste así, ¿verdad?


'Dicen que Dios a veces responde con todo el mundo. ¿No recuperó, en esa capilla, hasta el más fugaz recuerdo? ¿Cada emoción en su instante?'


Quizás Emiliano tenía razón.


'En cada instante que recordó… desde aquel breve período de su vida anterior hasta ahora, debió haber vivido incontables experiencias y emociones. Y sin embargo, todo ese peso acumulado lo recuperó de golpe, con solo un fragmento de memoria. No como quien escucha un relato ajeno o contempla un paisaje de otro mundo… sino como si fuera su propia historia. Como si lo hubiera vivido apenas ayer'

'¿Y qué cambia ese puñado de recuerdos?'

'Se preparará. Con una ira que no ha envejecido ni un día. Sin dejar arrastrar por la tentación del conocimiento, el pecado o el sufrimiento'


El precio por destruir la sagrada efigie comenzó a cobrarse desde entonces. En los momentos en que la voz bondadosa de Emiliano sonó extrañamente clara —como prestada—, en las enigmáticas notas manuscritas que el sacerdote dejó aquella mañana en el tribunal doctrinal de Bilbao, en las visiones que su Biblia le mostró…



「(Eclesiastés 7:17) ¿Por qué querrías morir antes de tu tiempo?」



Arrodillado en la cubierta del barco, balanceándose entre las olas, rezando antes de arrojar los cadáveres de los soldados al mar. La mano de un capellán militar tocando su frente.

Era una advertencia, sin duda. En su momento, creyó que solo le instaba a no despreciar su vida tan livianamente.

Pero…



(Eclesiastés 8:8) Ninguno tiene poder sobre el viento para retenerlo, ni poder sobre el día de la muerte; no hay tregua en la guerra, ni la maldad salvará a sus perpetradores



La efigie del apóstol que él mismo derribó se alza ahora vestida de luto, observándolo como aquel día.

Anastasio, en el espejo de una memoria antigua.

Era, sin duda, la imagen de su primera vida —aquel yo que Óscar tanto ridiculizó, el que jamás llegaría a conocer—.


—En ese mismo momento, irrumpieron hombres de Barça en la mansión de Don Joaquín, en el interior de la calle Mercedes…...

—Completamente armados, por supuesto.

—Sí. Forzaron a Don Joaquín a aceptar el pago por los cuadros bajo amenazas de silencio. Le apuñalaron en una pierna. Por eso ha permanecido recluido.

—Empezar con un cuchillazo antes de negociar es de mala clase.

—Al final, así fue como vendieron esas pinturas.


Kassel observó con serenidad los cuadros de Emiliano apoyados contra la pared y asintió lentamente.

Todos los cuadros de Emiliano expuestos en la galería de la familia Barça los había comprado él. Incluso esos dos paisajes que otros nobles habían adquirido brevemente.


—¿Qué hará con todos estos?

—Devolvérselos a su dueño.

—Ah.

—Envíalos todos a Bilbao.

—A Emiliano... Entendido.

—Excepto el más grande.


La mirada de Raúl rozó significativamente la figura de mujer de cabello negro que dominaba el enorme cuadro. Kassel, indiferente a lo que Raúl pudiera pensar o sospechar, se limitó a contemplar la espalda de Inés en la pintura mientras los sirvientes cumplían sus órdenes.

Finalmente, cuando todos los demás cuadros habían desaparecido, solo quedó aquel: Inés y el niño. Solo después de que Raúl despidiera a los sirvientes y cerrara la puerta, Kassel desvió lentamente su mirada hacia la cuna, fijándose en el bebé.

Kassel recordaba a Luca con claridad.

Un niño risueño, con su suave cabello castaño claro —heredado de su padre— y esos ojos verdes que brillaban como los de Inés...

En el cuadro, la luz del sol que se filtraba por la ventana doraba sus rizos, haciéndolos casi rubios. Y esos ojos que antes evocaban un bosque, ahora reflejaban el azul del mar de Parlani.


'Creer que lo sabes todo es, en realidad, no saber nada'


Hasta Óscar, a veces, no era más que un mero instrumento en las manos de un apóstol. Kassel sonrió con amargura.

El niño en el cuadro no era Luca.

Esta no era la memoria de Emiliano.

Era la suya.

El recuerdo de un día cualquiera en la vida del primer Kassel Escalante. Un fragmento de una existencia que no podía evocar. Su esposa. Su primer hijo, que ni siquiera vivió un año para ser inscrito en el linaje...

Volteó lentamente el cuadro.



(Eclesiastés 10:8) El que cava un hoyo caerá en él; y el que derriba una pared, lo morderá la serpiente.




Los versículos, escritos de forma torpe y caótica por Emiliano, como si los hubiera transcrito al oído. Este era el único cuadro donde había dejado algo escrito.

Una esposa adolescente de dieciocho años. Un hijo pequeño. La mirada insegura de un Kassel Escalante demasiado joven, pintado con la misma inquietud con la que vivió esos días...



(Eclesiastés 10:9) El que mueve piedras se lastimará con ellas; el que parte leña estará en peligro.




¿Qué cara pondría Óscar si supiera que sus propias manos ayudaron a Kassel a recordar una época que jamás deseó recuperar?

Si tan solo lo dejaran en paz, si finalmente entendiera que incluso su fe en ser el favorito de Dios lo arrojará de nuevo al foso de las serpientes...

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