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Cerca de las cinco de la mañana, el barrio residencial de la Capital Real, hogar de la nobleza, estaba desierto, salvo por el silbido ocasional de una patrulla, tal como Grace habÃa esperado.
El dÃa habÃa sido bastante frÃo, pero al amanecer la temperatura habÃa descendido hasta el punto de ser invernal. Grace levantó la vista de su trabajo, observando el aliento blanco que flotaba en el aire.
Un árbol desnudo extendÃa sus ramas rechonchas hacia el cielo oscuro y cargado de nubes, pareciéndose a un ser humano que clamaba a Dios por su salvación.
No era momento para sentimentalismos y Grace empujó con más fuerza el cochecito, pasando rápidamente por debajo de las farolas que se encendÃan y apagaban una a una.
'Oh, no.... Ya casi hemos llegado'
Desde el final de la calle, un agente de patrulla nocturna acababa de doblar la esquina y apareció en su campo de visión. No sospecharÃa que una madre con un bebé fuera una ladrona, pero si, por ser madre, se ofrecÃa amablemente a acompañarla hasta su destino, eso también serÃa un problema. Asà que ella giró hacia un estrecho sendero entre las cercas de unas casas adosadas.
Las ruedas del cochecito traquetearon con inusitado estruendo en el silencioso callejón. Grace entornó los ojos por el callejón desierto y se tapó la cara con la bufanda, que ya estaba medio oculta por las gafas de sol.
'AquÃ'
Se detuvo delante del tercer edificio. La verja de hierro que rodeaba el patio trasero del edificio tenÃa el escudo de armas del conde incrustado muy amablemente en bronce.
Grace abrió con cuidado la puerta de la valla y empujó el cochecito hacia el interior. Aparcó el cochecito delante de los escalones de la verja del asalariado y abrió el bolso que llevaba colgado del brazo.
Lo que sacó brillaba a la luz del crepúsculo. Pero al mirarlo, se le nublaron los ojos.
«¿Qué demonios eres ....?»
La pregunta que se habÃa hecho al ver el anillo por primera vez no habÃa desaparecido, pero seguÃa atormentándola.
'¿En qué estabas pensando al regalarme este....?'
Más tarde se dio cuenta de que el anillo tenÃa dos nombres grabados en el interior, uno al lado del otro. Uno era Leon y el otro Grace.
Daisy no, Grace.
Es imposible que hayas hecho eso....
Grace jugueteó con el grabado hasta que oyó la lejana campana de la iglesia tocando las cinco de la mañana.
¿Qué haces? No tengo tiempo para esto.
El tren hacia el sur salÃa de la estación central en unos 40 minutos. Grace sacó de su bolso el sobre con la carta, metió en él el anillo y lo selló. Luego subió las escaleras y deslizó el sobre en el buzón que habÃa junto a la puerta.
Ding.
El corazón le dio un vuelco al oÃr caer el pesado sobre en el buzón.
Bajé corriendo las escaleras, cogà una maleta cuadrada marrón de la rejilla inferior del cochecito y la dejé en el suelo de piedra helada.
Luego miré dentro del cochecito. La niña dormÃa profundamente, envuelta en una manta blanca y mullida. Era como un ángel cuando dormÃa.
«Buena chica»
No gimoteó ni se despertó de camino a casa, lo cual no era de extrañar, pues dormÃa excepcionalmente bien en el cochecito. Qué difÃcil era empujarle para que se durmiera por la noche.
Se acabaron esos molestos paseos.
Grace besó con nostalgia, breve y suavemente, la punta de la nariz flácida de su bebé dormida, luego bajó la voz a un susurro.
«Cariño, no te envÃo lejos porque te odie»
Lo miró fijamente a través de los párpados fuertemente cerrados. Últimamente, sus ojos azul oscuro habÃan empezado a brillar con una pizca de verde. Pronto serÃan de un turquesa claro como los de Grace.
¿Por qué has heredado mi yugo?
Si la enviaran a un hogar normal, podrÃa pasar sus dÃas desapercibida para aquel hombre y el resto de los Blanchard, pero por qué no podÃa reunir el valor para hacerlo. Cuántas veces en el último medio año habÃa encontrado un buen hogar, sólo para que le dieran la espalda.
Finalmente, en vÃsperas de la última travesÃa transoceánica del año, tomé la decisión.
He cumplido con creces mi deber, el resto corre de su cuenta.
Al menos, siendo una niña que se parece a mÃ, ese hombre, tan lleno de amor propio, no podrá tratarla con crueldad. Quizás él sea la única persona capaz de proteger a esta niña de las manos oscuras de los remanentes.
Porque él es Winston.
«No te preocupes, su futuro es tan brillante como la luz del dÃa porque su padre es Leon Winston»
ConfÃo en tus palabras y te lo encargo. No las rompas. Aunque rompas otras promesas, no rompas esa, jamás.
Pronto los jornaleros se levantarán y saldrán por esa puerta a por la leche. Llevarán a la niña dentro, cuando encuentren la carta, llamarán al hombre.
Sabiendo eso, no me puse delante del cochecito. Estaba sacudiéndose los últimos vestigios del hombre que habÃa matado a Daisy y Grace Riddle, pero la niña era más difÃcil de soltar que el anillo.
Grace, cuya mano derecha libre habÃa vuelto a caer dentro de la manta, intentó morderse en la boca el lado que habÃa caÃdo sobre la almohada, luego vaciló y se lo metió en el bolsillo.
Sus mejillas agrietadas me dijeron que tenÃa frÃo, asà que le desenrollé la bufanda del cuello y se la envolvà en varias capas por encima de la cofia. El cielo estaba nublado y bajé la persiana del cochecito por si iba a llover.
Una tenue luz amarilla cayó sobre el cochecito. Al mirar hacia arriba, vio una luz encendida en una de las ventanas del piso del ático, donde vivÃan los jornaleros. Grace soltó por fin el cochecito, recogió su bolso y empezó a caminar hacia atrás.
Hasta que llegó a la puerta trasera, no pudo apartar los ojos del cochecito, que habÃa quedado en medio del patio, respiró hondo, como si reprimiera algo. Luego se dio la vuelta y salió corriendo por la puerta.
Sus pasos resonaron en el callejón vacÃo. Sólo resonaban sus pasos.
Vive tu vida.
Yo voy a vivir mi vida y tú puedes vivir la tuya.
***
La afilada cuchilla se deslizó suavemente por la lÃnea de su mandÃbula. El barbero era tan hábil que, incluso en un tren que se balanceaba, manejaba la cuchilla sin perder el ritmo.
Recostado en la silla, Leon dirigió su atención a la ventana mientras el barbero iba a por una toalla para limpiarse la crema de afeitar. El cielo estaba más brillante que hacÃa unos instantes, pues el sol salÃa lentamente. Se subió la manga y consultó su reloj de pulsera. Aún tenÃa unos 20 minutos hasta llegar a la estación central de la Capital Real.
Me pregunté qué debÃa hacer mientras tanto.
Gracias a la cosecha de anoche, Leon habÃa dormido sin pesadillas por primera vez en mucho tiempo y, con la mente despejada, consideró qué hacer a continuación.
Lo que querÃa hacer ahora mismo era llamar por teléfono. Pero también era lo más inútil que podÃa hacer. Aún no habÃa salido el sol, era poco probable que Campbell hubiera aprendido alguna información nueva durante la noche.
Pensó en ir al comedor, pero decidió no hacerlo.
DesayunarÃa en la casa del pueblo. Por la mañana, harÃa un breve descanso para revisar las mociones que se votarÃan hoy. A mediodÃa, tenÃa planes para cenar con otros diputados, luego estarÃa atrapado en el Parlamento el resto de la tarde.
Mientras miraba el horizonte cada vez más claro, gimió para sus adentros y se llevó una mano a la frente.
«Ya es aburrido»
Leon lo creÃa. Le esperaba un dÃa aburrido.
***
La estación de tren estaba bulliciosa, a diferencia de las calles, pues el primer tren estaba a punto de partir. Grace entró a trompicones y se dirigió a la taquilla, fijándose en el reloj de la pared. Sus pasos deberÃan haber sido ligeros ahora que estaba desahogada, pero los sentÃa pesados.
Compró un boleto de tercera clase para Newport, de donde salÃa el barco. Dirigiéndose directamente al andén, se detuvo ante una cabina telefónica.
Estaba en la puerta, pensó, deberÃa llevarla.
Quizá los patrones no abrirÃan la carta del hombre y pensarÃan que era una huérfana abandonada por alguien y lo enviarÃan a un orfanato. O tal vez un ladrón que pasara por allà robara a la niña y se lo llevara lejos....
Suspiré pesadamente y sacudà la cabeza, imaginando todo tipo de cosas siniestras y ridÃculas. El hombre se encargarÃa de ello. El niño no habÃa sido de Grace desde el momento en que lo habÃa abandonado.
No. Para empezar, nunca habÃa sido mÃa.
Apreté los dientes diciendo que no era asunto mÃo, pero caminé con la cabeza gacha como un culpable. Cuando llegué al andén y levanté la vista, el tren a Newport ya estaba esperando. Me quedaban 10 minutos para la salida.
Grace se dirigió a la parte delantera del vagón de tercera clase y se detuvo ante la puerta abierta de par en par. Sus manos jugueteaban distraÃdamente con los dientes laterales de sus bolsillos.
«¡Uy!»
«Oh, lo siento»
«Oh, no»
Al final, me vi arrastrada por la multitud. Me sonrojé por lo patética que parecÃa.
Grace salió corriendo y subió al tren.
El vagón de tercera clase, que a diferencia de los de primera y segunda no tenÃa compartimentos, ya estaba abarrotado de pasajeros. Grace metió la maleta debajo del asiento cercano a la puerta y tomó asiento junto a la ventanilla.
Reflexionó sobre sus planes a partir de ahora. Tuvo la premonición de que, incluso con su nueva vida, nunca volverÃa a tener o criar hijos. Ensayé mentalmente cómo pasarÃa por la oficina de inmigración, con las manos metidas una y otra vez en los bolsillos.
«Ababa-»
Al oÃr la voz del bebé, Grace giró habitualmente la cabeza hacia la fuente: una joven pareja que entraba por la puerta detrás de ella. En los brazos de la mujer habÃa un bebé.
El tren se habÃa llenado bastante para entonces, asà que la pareja no llegó muy lejos antes de sentarse frente a Grace.
«Buenos dÃas»
«SÃ, buenos dÃas»
Su mirada no se apartaba del bebé mientras forzaba las comisuras de los labios hacia arriba.
«Dorothy, tú también deberÃas saludarla. Buenos dÃas»
La mujer apretó la mano del bebé y se la estrechó a modo de saludo.
«...Buenos dÃas, Dorothy. Qué guapa eres»
La niña la miró con ojos desconcertados y parecÃa tener más o menos la misma edad que la hija de Grace.
No. Mi hija era mucho más mayor, asà que este bebé debÃa de tener siete u ocho meses.
El hombre que estaba sentado a mi lado sacó una manzana de su bolso y se la dio a su mujer. El bebé gruñó y movió sus manitas, intentando quitársela.
Mi hija es asà de mona.
De repente, el corazón de Grace se hundió.
Mi hija....
Yo no tengo una hija.
Grace apretó los dientes y cerró los ojos. Pero no pudo taparse los oÃdos.
«Ababa...»
El incesante balbuceo del extraño bebé se transformó gradualmente en una voz familiar en su cabeza.
«Abubu-»
HacÃa sólo unas horas que se habÃa dormido tras dar vueltas en la cama toda la noche. Cuando la oà llamarme, abrà los ojos y la vi de pie bajo la tenue luz de la calle, asomada a través de las cortinas, agarrada a las barandillas de la cuna. Era la primera vez que se levantaba sola.
«Pooh-»
La bebé aún no sabÃa decir 'mamá'. Asà que, cuando querÃa llamar su atención, hacÃa un cÃrculo con su boquita, más pequeña que una semilla de cereza, emitÃa un intento de sonido, 'puh'. AsÃ, creando pequeñas burbujas de saliva y explotándolas para divertirse, lograba que Grace corriera a limpiarle la boca. Era una niña tan lista que, sin tener que llorar a gritos, ya sabÃa que aquel era el sonido que mejor atraÃa la atención.
«¡Kyaa!»
Chillaba y sonreÃa ampliamente cuando nuestras miradas se cruzaban. Mostrando sus dos dientes inferiores, parecidos a los de un conejito.
Normalmente, se habrÃa levantado para abrazarla, pero aquella mañana no lo hizo. A pesar de que habÃa logrado la gran hazaña de levantarse por sà sola, Grace permaneció tumbada en la cama como muerta, lanzándole solo preguntas crueles.
«...¿Te gusto?»
Soy la única a la que tienes que recurrir, al menos por ahora. Por eso. No te gusto, asà que....
«No te gusto»
Pronto me olvidarás, porque tendrás un padre mucho más rico y fuerte que yo, te olvidarás de mÃ, una niña sin dinero, sin amor, sin poder, sin hogar.
Esta bebé, esta niña, no sólo se parecÃa a su padre en apariencia y disposición, sino también en las cosas que rompÃan el corazón de Grace.
No quiero que seas como él.
La misma presión y culpabilidad que sentÃa cada vez que él no podÃa ocultar su cariño por mÃ, Grace tenÃa que sentir por el bebé.
Pensaba abandonarte, pero te acurrucaste en mis brazos como si fueran el lugar más acogedor del mundo, me di cuenta de lo mucho que me pesabas.
Pensé que una vez que te hubieras ido, la carga desaparecerÃa.
La cara del bebé asomó molesta por debajo de sus párpados fuertemente cerrados, Grace apretó los dientes con más fuerza.
Cómo odiaba el tacto de tus mejillas regordetas y de color rosa pálido, cómo olÃas a sol, cómo sonreÃas tan alegremente, cómo tenÃas la cara tan fea y contorsionada de tanto llorar... ¿Sabes cuánto odiaba el calor que sentÃa cuando te tenÃa en brazos, la seguridad que sentÃa?
Asà que no voy a volver a ti, nunca.
Voy a vivir mi vida. Voy a vivir mi vida.
Voy a seguir con mi vida.
Bip-.
Sonó un silbato en el andén. La gente se apresuró a entrar en el tren, seguida del sonido de las puertas cerrándose, cerrándose, cerrándose.
«¡Aaahhh!»
Gritó el bebé que estaba sentado frente a mÃ, sobresaltado por el ruido.
«Ha....»
Grace rompió a llorar como una niña. Parpadeó, pero las lágrimas la cegaron y no pudo ver nada.
En realidad, ya no veÃa nada.
Grace se puso en pie, sacó bruscamente la bolsa de debajo del asiento, empujó a la gente del pasillo y se dirigió a la puerta.
El tren se alejó justo cuando ella abrió las puertas de par en par y saltó al andén.
Seguro que me miraban como si estuviera loca, pero qué más daba.
Grace corrió frenéticamente entre la multitud que llenaba el andén.
Bip-
Se oyó un silbido largo y milagroso, y entonces una locomotora negra echó vapor desde el andén de enfrente y entró en la estación. Grace ya estaba fuera de la estación cuando el tren nocturno procedente del sur se detuvo.
«Por favor, llévame a la casa de Conde Winston, deprisa, deprisa»
Llamó al primer taxi que encontró. El conductor no dejaba de mirarla mientras se alejaba, pero Grace la miraba fijamente con los ojos llenos de lágrimas.
«Vamos, vamos»
Su cuerpo se sacudió nervioso, apremiando al conductor, pero su razón la reprendió.
Grace, tienes que dejar atrás el pasado y seguir con tu vida.
¿Qué demonios es mi vida?
Grace se hizo por fin la pregunta más importante de todas.
Fuera lo que fuera, estaba claro que nunca podrÃa vivir plenamente con sus recuerdos de él, ni con nada que no fueran recuerdos.
Sollozó y apretó los dientes.
Leon Winston, maldito bastardo. Ojalá te hubieras salido con la tuya.
Si éste era tu plan, lo has conseguido brillantemente, genio. No me dejarás seguir tu rastro hasta el final.
Grace sollozó, secándose con la manga las lágrimas que la cegaban.
DeberÃa haberlo sabido, no deberÃa haberlo retenido, no deberÃa haberlo sabido.
La bebé estaba tan inquieta, pero sonreÃa con tanta dulzura. Cada vez que estallaba en un ataque de risa a pleno pulmón, Grace le gritaba.
No te rÃas. No me gustas y no puedes ser como él.
En realidad, Grace se reÃa, la niña sólo se reÃa con ella. Culpó a la niña, engañándose a sà misma de que no lo habÃa hecho, aunque lo sabÃa en el fondo de su mente.
Me preguntaba por qué las palabras 'hermosa' les venÃan tan fácilmente a los bebés de otras personas, pero no a los suyos. Ni siquiera le habÃa dicho nunca que era preciosa, la bebé más adorable del mundo. Y hacÃa más de medio año que no tenÃa nombre.
Volvieron a brotarme lágrimas de los ojos.
Qué pecado te hizo para merecer algo tan terrible.
'Me arrepiento de todos aquellos años inmaduros en los que te odiaba, odiaba tu inocencia y me sentÃa abrumada'
Una frase de la carta de mi madre resonaba en mi cabeza. Sonaba como la admonición de una madre de no hacer algo de lo que te arrepentirás.
'No soy tan insensible como para tener la osadÃa de decirte que te quiero'
Tu madre sólo podÃa decirte que te querÃa acusándote de ser desconsiderada. Ya habÃa repetido el destino de su madre, pero no querÃa repetir el destino de no poder decirle te quiero a su hija.
El taxi se detuvo en el barrio de las casas adosadas. Los edificios de la Residencia Winston no tardaron en aparecer a lo lejos. Las ventanas estaban muy iluminadas.
Espero que no sea demasiado tarde, espero que sigas ahÃ.
En cuanto el taxi se detuvo, Grace le arrojó dinero y saltó de él.
Cariño, por favor, quédate ahÃ.
Rodeando la valla y corriendo hacia la puerta trasera, Grace repitió las mismas palabras como una plegaria con voz sollozante. SentÃa que el corazón se le iba a salir por la boca.
«Ha....»
En cuanto dobló la esquina y vio el toldo negro de un cochecito asomando por encima de los arbustos bajos, Grace estalló en una carcajada.
Ahà está. Sigue ahÃ.
No habÃa nadie en el patio. La cesta de la leche que habÃa junto a la verja seguÃa allÃ, asà que aún no habÃa salido nadie. Grace tiró su bolsa de deporte por encima de la verja y entró corriendo.
«Mi hija....»
Apartó el toldo. Cuando vio a la angelita dormida, no pudo contenerse más.
«Cariño, lo siento, mamá lo siente»
Admità que era su madre antes de que fuera demasiado tarde. De repente, la carga que la habÃa estado agobiando durante tanto tiempo se desvaneció tan fácilmente como habÃa llegado.
«Ying...»
El ruido la despertó. Estiró las manos con los puños hacia arriba, estiró las rabietas y sonrió como si quisiera recordar a su madre cuándo habÃa cogido una rabieta. Grace también le devolvió la sonrisa y las lágrimas que habÃan estado llenando sus ojos rodaron por sus mejillas.
Fue entonces cuando Grace se vio reflejada en su hija: siempre habÃa sentido un afecto ilimitado y absoluto por su madre, ahora lo veÃa en una niña de sólo seis meses. De niña, cada vez que recibÃa el afecto de su madre, se emocionaba como si fuera Navidad. Eso debe de sentir esta niña, que esboza la sonrisa más feliz del mundo sólo porque tiene a su madre delante.
Te pareces a mÃ.
susurré mientras le besaba la mejilla.
Grace empujó el cochecito fuera de la verja. Mientras empujaba el cochecito por el callejón, guardó sus cosas en el perchero y giró de nuevo hacia mÃ.
¿Qué es de mi vida?
Mientras su hija empezaba a chuparse el dedo, Grace le entregó un bolsillo lleno de chupetes y respondió por sà misma.
Si es hacer lo que quiero hacer y vivir, entonces, cariño, quiero vivir contigo.
A esta niña se le dieron cuatro caminos, no tres. Grace, habiendo elegido por fin el camino que habÃa evitado desde el principio, caminó con su hija por el sendero mientras salÃa el sol.
Asure: Odio admitirlo, como hombre, me dio rabia cuando dejo abandonado a la nena, pero ya no :v
***
A primera hora de la mañana, la calle principal de la Capital Real estaba desierta. El sedán avanzó a toda velocidad por la carretera vacÃa, pasando junto al gran edificio del parlamento y dirigiéndose a la casa del pueblo.
Leon miraba sin rumbo por la ventanilla, sumido en sus pensamientos. Sólo cuando el coche se detuvo bruscamente en un cruce, sus ojos volvieron a centrarse.
Alguien cruzaba la carretera más allá del cruce. Pensé que era el cartero empujando un carrito negro, pero al verlo más de cerca se trataba de un cochecito.
«No puedo creer que seas una madre que lleva a su hijo de paseo a estas horas»
Pierce, en el asiento del copiloto, se encogió de hombros mientras el conductor actuaba como si todo fuera bien. Cuando la mujer subió a la acera de enfrente y el coche arrancó de nuevo, Leon estaba a punto de apartar la mirada cuando un repentino destello de reconocimiento le hizo girar la cabeza hacia la izquierda.
Su forma de andar le resultaba familiar.
Se quedó mirando a la mujer, con el sombrero de color rojo vino apretado contra la cabeza mientras caminaba a paso ligero, pero el coche cruzó la intersección en un instante y su figura desapareció de su vista. Fue demasiado poco tiempo para estar seguro.
León giró la cabeza hacia delante. Tal vez fuera una ilusión. Ya habÃa confundido varias veces a una mujer en la calle con Grace. Era feo.
Sus ojos azul pálido volvieron a perder el enfoque.
Me pregunto si Grace empujarÃa un cochecito asÃ.
Volvió a perderse en su imaginación. Una figura tan hogareña, tan fuera de lugar para una mujer tan salvaje. Pero justo cuando pensaba que podrÃa ser mona, el coche se detuvo delante de la casa.
«Excelencia, bienvenido a casa. Espero que hayas tenido un viaje tranquilo»
El mayordomo, que habÃa estado esperando antes ante la puerta, abrió la puerta del coche. León respondió con una breve inclinación de cabeza y entró en el edificio.
Sacudió la cabeza ante la oferta del mayordomo de preparar primero el desayuno y se dirigió al piso de arriba. Tras darse una ducha para quitarse la suciedad del viaje en tren, se sentó a la mesa.
Lo primero que levantó Leon de la mesa, donde le habÃan preparado un desayuno ligero a su gusto, fue una taza de café. Mientras le daba un sorbo, sus ojos se desviaron hacia el montón de periódicos y cartas colocados en una pila ordenada en una esquina de la mesa.
No sabÃa qué mirar primero. Su mirada se detuvo en un sobre de carta con una esquina de forma extraña que sobresalÃa como un pulgar dolorido. El sospechoso sobre no llevaba cera de sello.
Thud.
En cuanto vio el nombre de Daisy Abington, su taza de café repiqueteó contra el platillo. El tiempo pareció detenerse en el comedor mientras Leon cogÃa la carta con impaciencia y la abrÃa. El único indicio del paso del tiempo eran las manchas de café en el mantel blanco mientras los camareros le miraban asombrados.
«Ha....»
Leon suspiró mientras sacaba el anillo de compromiso del sobre, buena noticia que Grace hubiera venido, mala noticia que hubiera devuelto el anillo.
SabÃa que la querÃan por el anillo. Ella no necesitarÃa el dinero, asà que no habrÃa motivo para venderlo.
No podÃa sentir el dolor de perder la única pista que le llevarÃa hasta Grace, como una bala en el corazón. La mirada de Leon se detuvo en los nombres grabados en el interior del anillo.
Esto es una confirmación de muerte.
No hay futuro contigo.
El grito de la mujer parecÃa resonar en sus oÃdos.
Grace Riddle era la única mujer capaz de matar a Leon Winston sin mediar palabra.
Giró hacia el mayordomo, que parecÃa desconcertado, reprimiendo la humillación de ser abandonado de nuevo.
«Esta carta, ¿Cuándo llegó?»
«La saqué del buzón hace un rato»
«¿Y cuándo fue la última vez que revisaste el buzón antes de eso?»
«Debió de ser sobre las 6 de la tarde de ayer»
Asà que la mujer fue y vino en esas doce horas. Leon abrió la carta que habÃa dentro, preguntándose si habrÃa alguna pista sobre la hora exacta. La primera frase iba al grano, sin preámbulos.
[ResponsabilÃzate del hijo que has hecho y crÃalo hasta la madurez, hijo de puta]
¿Qué hijo?
La mirada de León se dirigió directamente al mayordomo.
«¿Dónde está el niño?»
El mayordomo le dirigió una mirada perdida. Frustrado, apresuró su respuesta.
«¿No habrá dejado alguien un bebé aqu�»
«No lo he oÃdo, pero iré a averiguarlo enseguida»
El mayordomo salÃa a toda prisa del comedor. La criada, que habÃa estado recogiendo las tazas de café, levantó la vista y habló con cautela.
«Quizá no te refieras a lo que vio Ben a eso de las seis»
«Cuéntame más»
«Eso es....»
«Hacia las 6:00 am., un criado que descorrÃa las cortinas de una habitación que daba al patio trasero de la casa fue testigo de un extraño espectáculo. Una mujer con un sombrero color vino tinto y un cochecito negro estaban de pie en el patio trasero, la finca del conde. Pensando que estaba loca, abrió la ventana y trató de gritarle que se marchara, pero ella no dijo nada mientras apartaba inmediatamente el cochecito»
Frustrado, León se puso en pie de un salto.
«Llama a un chófer ya»
De vuelta a la casa, vio a la mujer en el cruce. Cambió de idea y volvió a buscarla.
Se dirigió directamente al exterior y comprobó su reloj de pulsera.
Maldita sea. Ya habÃan pasado cuarenta minutos.
Al llegar a la explanada, el conductor abrió la puerta de la zona de coches de alquiler y entró corriendo. Recordó lo que habÃa dicho el conductor.
«No puedo creer que seas una madre que lleva a su hijo de paseo a estas horas»
No, no es un paseo.
Leon buscó de nuevo en su memoria. HabÃa una maleta grande en la estanterÃa, debajo del cochecito. Lo que momentos antes habÃa sido un objeto insignificante se habÃa convertido de repente en una pista decisiva.
Se marchaba para siempre. Iba a entregar al niño que llevaba en brazos.
Era evidente adónde iba. Era la última oportunidad del año de coger un tren a Columbia. La única forma de ir del reino al puerto era en tren.
Grace irÃa a la estación de tren.
Al salir por la puerta principal, Leon giró bruscamente y dio instrucciones al mayordomo.
«Llama a los guardaespaldas»
Sus guardaespaldas personales se reunieron rápidamente en la explanada.
«Dispérsense por todas las estaciones de tren del reino y busca a una mujer joven con un cochecito negro o un bebé de unos seis meses. Las caracterÃsticas de la mujer son de mediados a finales de los 20, ojos azules verdosos y un sombrero rojo. Es probable que esté en un tren en dirección sur, asà que rastrea el barrio y haz averiguaciones, ya»
Leon saltó al coche en cuanto dio la orden, con el corazón acelerado mientras escudriñaba las ventanillas en busca de la figura que habÃa visto antes mientras el vagón arrancaba a toda velocidad en la dirección por la que habÃa caminado Grace.
Vio a Grace. Ni siquiera habÃa visto su cara a una milla de distancia, pero aquà estaba, Grace, después de casi un año.
Maldita sea. DeberÃa haber confiado en mis instintos.
A pesar de su pesar, Leon sintió una punzada de alegrÃa.
Grace habÃa regresado a encontrar a su hijo. Era una pena que no la hubiera visto, pero se alegraba de que no se hubiera desprendido de su hijo.
Al menos se habÃa cumplido uno de sus muchos deseos para Grace.
Los ojos de Leon se entrecerraron bruscamente mientras seguÃa mirando por la ventana. Se preguntó por qué habÃa tomado ese camino, pues no conducÃa a la estación central. PodrÃa suponer que se dirigÃa hacia el sur, pero eso sólo plantearÃa más preguntas de las que responderÃa.
¿Por qué irÃa tan lejos si hay una estación central cerca?
***
A las 8 de la mañana, en horario comercial, el guardia que abrió la cerradura de la puerta principal del registro se sorprendió al ver que la puerta se abrÃa de par en par en cuanto introducÃa la llave y la giraba.
«Hola, buenos dÃas»
Asentà y retrocedà mientras una mujer joven empujaba un cochecito negro a través de la puerta. TenÃa una expresión de determinación en el rostro.
El guardia no se equivocaba: Grace habÃa acudido al registro para inscribir el nacimiento de su hija.
«Vengo a inscribir un nacimiento, ¿Qué tengo que hacer?»
pregunté a la mujer de mediana edad que estaba detrás del mostrador, que parecÃa ser la menos severa del personal. Dio un sorbo a su café, asomó la cabeza por encima del mostrador y sonrió extasiada cuando sus ojos se posaron en el bebé que rebotaba en un cochecito.
«Es preciosa»
Grace sonrió orgullosa, ahora que se habÃa desahogado. Girando hacia ella, la mujer fijó su expresión en una severa y oficial y preguntó.
«¿Has traÃdo el certificado de matrimonio?»
«Eh... no tengo»
La única vez que habÃa estado en el registro civil fue cuando habÃa ido de incógnito como limpiadora para robar los objetos que necesitaba para hacerme un DNI falso, asà que no tenÃa ni idea de lo que se necesitaba para inscribir un nacimiento.
Cuando la mujer parpadeó como diciendo que aquello era ridÃculo, Grace se apresuró a inventar una excusa.
«Nos casamos en el campo y el ministro no quiso darme uno de esos»
Era una excusa plausible, la mujer suspiró pesadamente y murmuró una maldición a la administración rural.
«Oh, vaya... entonces el nacimiento no se registrará....»
Grace arqueó una ceja y cogió en brazos a su hija, que jugaba tranquilamente por su cuenta.
«Oh, vaya, no se registrará. Iba a hacerlo hoy»
Abrazó con fuerza a la desconcertada bebé y sollozó. Cuando el rostro de la empleada mostró signos de angustia, Grace soltó una perorata con la que cualquier mujer casada de mediana edad simpatizarÃa, arremetiendo contra su marido ausente.
«¿Puedes creer lo perezoso que es el hombre de la casa? ¡Han pasado ocho meses desde que nació nuestra hija y aún no ha registrado su nacimiento!»
«Vaya, los hombres suelen ser asà de despreocupados para esas cosas. Y, luego, cuando se quedan sin cerveza, me llaman perezosa a mû
«Exacto, ¿y quién se bebe toda esa cerveza?»
«SÃ, sÃ, tienes razón»
«Dijo que habÃa registrado su nacimiento, yo tenÃa la impresión de que sÃ, pero me enteré ayer»
«¡Qué barbaridad, encima mintió…!»
«No sé cómo hay padres tan irresponsables en este mundo. No entiendo cómo terminé casándome con alguien asÃ… aunque, no, no es cierto, cariño. Aun asÃ, me alegro de haberte tenido»
Los ojos de la niña se abrieron de par en par, como preguntando por qué lloraba, colocó torpemente una manita en la mejilla de Grace, como si quisiera enjugarse una lágrima, pero su falta de control hizo que la sintiera como una bofetada.
«No, cielo. Mamá está bien»
Acarició a la bebé y miró a la empleada con ojos de lástima. La expresión avergonzada de la mujer ya se habÃa transformado en un 'lo siento'. Significaba que ya casi habÃa llegado.
«Ayer, después de una pelea tremenda en la pensión, incluso dije que iba a registrar a nuestra hija yo misma, me quedé afuera esperando desde el amanecer... ¡Ay...!»
«¿Qué vamos a hacer? En este frÃo...»
La mujer se inclinó sobre el mostrador, acarició el culito de su bebé, que seguÃa envuelto en un grueso pañal, murmuró.
«Ahhh... puedes casarte aquÃ, pero tienes que traer a tu marido original contigo....»
«Ha estado bebiendo toda la noche, asà que probablemente esté roncando ahora mismo»
Secándose lágrimas falsas de los ojos con el extremo de la manga, Grace rebuscó en su bolso como si de repente recordara algo.
«Tengo el carné de mi marido, ¿por qué no usarlo?»
De algún modo, la empleada se dejó engañar por su actuación y le entregó un formulario de registro matrimonial junto con una estilográfica.
Grace rellenó los datos de los novios y se lo devolvió junto con dos documentos de identidad. La novia era la identidad falsa que utilizarÃa cuando intentara salir del paÃs mañana, el novio era la identidad falsa que habÃa pensado utilizar originalmente para salir del paÃs.
En otras palabras, originalmente habÃa planeado salir del paÃs disfrazada de hombre. Pero cuando decidió llevarse a su hijo, tuvo que renunciar a la identidad masculina. ResultarÃa sospechoso que un hombre viajara solo con un bebé.
Jugueteando con su pelo corto, de corte masculino, bajo el ala de su sombrero, Grace rió suavemente mientras observaba al personal.
Me casarÃa conmigo misma.
Sonrió para sà mientras se sentaba en el cochecito y sonreÃa a su bebé, que ponÃa los ojos en blanco en cada rincón de aquel extraño lugar.
Seré tu mamá y tu papá.
Las habilidades de Grace aún no habÃan muerto. La empleada no pareció darse cuenta de la falta de identificación y selló el certificado de matrimonio con el sello del registro civil. Tachó el DNI de la novia y corrigió su apellido por el de su marido, luego colocó el certificado y los dos DNI sobre el mostrador.
Entonces llegó el momento de hacer aquello para lo que habÃa venido: registrar el nacimiento. Al rellenar los espacios en blanco del formulario, Grace dudó al no poder rellenar una de las casillas superiores y preguntó a la empleada.
«¿Cuál es el nombre más común hoy en dÃa?»
«Elizabeth»
«Ah....»
Era el nombre de una princesa nacida a principios de año, dos meses antes que la hija de Grace.
«Intenta evitarlo. Es tan común que dentro de cuatro o cinco años, si gritas Elizabeth en la guarderÃa, veinte personas se darán la vuelta, ¿verdad?»
Grace asintió y rellenó el último espacio en blanco sin vacilar.
«.......»
La empleada que cogió el formulario cumplimentado arrugó las cejas, divertida.
«...Elizabeth»
Su actitud era que no entendÃa por qué le habÃa puesto a mi única hija un nombre tan común que me habÃan dicho que lo evitara.
Era el más común.
Grace, por supuesto, estaba desesperada por darle a su hija un nombre bonito y especial.
Estoy acostumbrada a cambiar de nombre, pero mi hija no. Elegà deliberadamente el nombre más común porque sabÃa que se confundirÃa si cambiaba con demasiada frecuencia.
No querÃa que tuviera una vida con varios nombres, al menos no como la mÃa.
«Hmm, si a la madre le gusta»
Mientras observaba cómo la empleada expedÃa el certificado de nacimiento, Grace se sorprendió al darse cuenta de repente.
'Elizabeth, ése es el nombre de la madre de ese hombre, ¿no?'
No lo habÃa pensado.
La comisura de la boca de Grace, que habÃa caÃdo hacia abajo porque Madame Winston no le caÃa muy bien, pronto volvió a curvarse.
En retrospectiva, no era una mala idea, una táctica de distracción. El hombre creerÃa que Grace nunca pondrÃa a su hija el nombre de su madre.
«Aquà tienes»
La empleada le tendió el papel, con una gran sonrisa en la cara, un trabajo bien hecho. Al coger el certificado de nacimiento y leerlo, Grace sintió un nuevo pesar por la niña.
En el mejor de los casos, habÃa registrado el nacimiento para cumplir un deber materno que habÃa eludido, pero le habÃa dado un nombre y unos apellidos que le facilitaban la huida.
Incluso le habÃa dado una fecha de nacimiento equivocada en una carta, para que tuviera que escribir otra cosa. Para colmo, lo habÃa adelantado dos meses para que le resultara más fácil huir de la detección.
Ya me sentÃa una madre terrible.
'No. Ese hombre es un padre terrible'
***
Al salir, Grace se detuvo.
«Je...»
Miré hacia ella y la vi chupando un trozo de manzana que le habÃa dado la empleada, sonrió ampliamente.
Elizabeth.
Un nombre demasiado largo, pensó Grace.
¿A qué podrÃa acortarlo? Eliza, Beth, Betty, Lizzy, Lisa.... Grace se inclinó y estableció contacto visual, pronunciando uno a uno cada apodo.
«¿Ellie?»
La niña, que habÃa estado preocupada por sus disculpas, levantó la vista de repente.
«¿Te gusta Ellie?»
«Mmm...»
No era una respuesta muy inteligible, dada la manzana cubierta de baba que acercaba a la boca de su madre, pero asà le sonó a Grace, que estaba ciega y sorda ante aquella niña.
Sólo oÃa un quejido.
«Ellie»
Era un apodo bonito pero no demasiado infantil, uno que estarÃa bien cuando fuera mucho mayor.
«Asà te llamas, ¿te gusta?»
Grace volvió a meter la manzana en la boca del bebé y pensó en lo ocurrido hace más de un año.
«...¿Cómo de grande tienes que ser para viajar largas distancias?»
La conversación que habÃa mantenido con el hombre y el médico en su última revisión, justo antes del barrido, para ser exactos.
«Cuando dices viajar largas distancias, quieres decir....»
«Lo suficiente como para hacer un largo viaje en barco»
«Si es asÃ, llevas viajando desde que tenÃas unos 4 meses....»
Grace besó la frente de Ellie y susurró.
«Ellie, te vas de aquà con tu madre»
***
«Hing-»
«Si vas a llorar....»
Grace se inclinó hacia su hija, que empezaba a juguetear con las cejas, señaló con un dedo a un lado.
«¿Vas a llorar ahà delante?»
Delante de ellas, la fila serpenteaba como una serpiente. Estaba claro que habÃa una tortuga sentada en el control de inmigración al final, que apenas era visible debido a la multitud de personas.
«Ellie está estupenda en su cochecito. Qué envidia»
La cola no se habÃa movido en unos minutos. Grace cogió la bolsa del estante del cochecito y la dejó en el suelo. No querÃa que la bolsa se rompiera, asà que se sentó ligeramente, apoyando solo su trasero, mientras llevaba de nuevo lo que tenÃa en las manos a su boca, cuando empezó a refunfuñar de nuevo.
«Ying-»
Ellie llevaba un rato haciéndole señas con la mano a Grace. El bollo que Grace se estaba comiendo para desayunar tarde, para ser exactos.
Estos dÃas, Ellie comÃa todo lo que comÃa Grace. Si era algo que le estaba permitido comer a los seis meses, estaba bien, pero si no lo era, tenÃa que hacerlo a escondidas mientras dormÃa.
Los bollos sin nada encima están bien.
Cuando partà un trozo lo bastante pequeño para sostenerlo en la mano, pero lo bastante grande para tragarlo, sus labios, que habÃan estado haciendo pucheros delante de ella, se abrieron de par en par.
«¡Gah!»
Grace apretó las mejillas regordetas de la niña mientras se llevaba el bollo directamente a la boca.
«Codiciosa»
El gran biberón que habÃa delante de Ellie aún contenÃa la leche de fórmula que se habÃa servido antes de ponerse en la cola.
«¿Qué? Quieres comerte todo lo que tengo, ¿verdad?»
«Uh-oh»
balbuceó Ellie con un trozo de bollo en la boca.
Chupó el bollito amarillo, que estaba dorado por encima y deliciosamente maduro, luego sonrió. Estaba delicioso y se estaba emocionando.
Grace cogió un trocito del bollo que tenÃa en la mano. No sé si sabÃa que se lo iba a dar, o si simplemente lo deseaba con todas sus fuerzas, pero Ellie dijo: «Oh», y abrió la boca. Le metà un trocito en la boca abierta como si fuera un pajarito, ella gorgoteó y se rió.
«¿Está bueno?»
«Da...»
La niña agitó la mano con entusiasmo hacia el bollo. Grace quitó las migas que habÃan caÃdo sobre la manta, le metió el grande en la boca y besó la frente de Ellie mientras chupaba el bollo.
«Ellie. Mi dulce Ellie»
«Maa-.»
«Mamá, mamá, hazlo»
La mente de Ellie estaba concentrada en el bollo, que aún estaba húmedo de saliva.
«¿Hmm? Pruébalo»
«Pooh-»
«No es Pooh, es mamá»
La bebé empezó a jugar de nuevo, haciendo burbujas con su saliva. Le limpié la boca con el babero e hice una mueca, Ellie soltó una risita.
¿Qué tenÃa esto de bueno?
«¿Te gusto?»
Era la misma pregunta que habÃa hecho un dÃa antes. Pero el corazón que habÃa detrás habÃa cambiado en sólo un dÃa.
Después de admitir lo que habÃa querido negar todo el tiempo, estaba encantada, no abrumada, de que significara el mundo para ella.
«A mamá también le gusta Ellie»
Grace la sacó del cochecito y la cogió en brazos.
«Viviremos felices para siempre»
'Aunque no sea tan rica como tu papá, mamá puede asegurarse de que no te falte nada'
Grace le dio unas palmaditas en la espalda de la niña mientras lo pensaba con determinación.
Cuando la cola empezó a moverse, volvà a meter a mi hija en el cochecito y coloqué mi bolsa en el portaequipajes. El corazón me latÃa con fuerza a medida que nos acercábamos a inmigración, centÃmetro a centÃmetro.
El viaje del reino a Newport, de Newport al puerto, habÃa transcurrido sin incidentes. La carta que habÃa dejado en la casa del pueblo debÃa de haber sido enviada a Halewood, por lo que aún no habÃa llegado a sus manos.
Nunca sabrá que estoy aquÃ.
Grace se mordió el labio nerviosamente mientras miraba hacia el mostrador de inmigración, donde empezaban a aparecer las caras del personal. Ahora, si conseguÃa pasar por allÃ, estarÃa completamente fuera del alcance de aquel hombre.
Cuando la cola se redujo a cuatro personas delante de ella, Grace metió la mano en el bolso y sacó el pasaporte. Efectivamente, era falso.
Se habÃa registrado en un hotel cualquiera a toda prisa tras salir ayer del registro. Tuvo que renunciar a su travestismo, asà que tuvo que hacerse un nuevo pasaporte con su identidad femenina. Me alegré mucho de no haber tirado los materiales y las herramientas, pensando que les encontrarÃa un uso.
No hizo falta hacer el pasaporte de Ellie. La niña se limitó a añadir su nombre y fecha de nacimiento a los pasaportes de sus padres.
Grace sonrió en silencio al mirar la foto del pasaporte. TenÃa a Ellie en brazos en la foto, su expresión era cualquier cosa menos sonriente.
HabÃa hecho la foto por impulso cuando intentaba hacerse una foto para el pasaporte. Aun asÃ, querÃa tener al menos una foto de mi hija.
Como era una foto de bebé, tenÃa que tener a su madre en brazos, asà que acabé haciéndola. No me gustó en su momento, pero me alegro de haberlo hecho.
DeberÃa hacer más fotos en el futuro.
En aquel momento pensé que serÃa la última foto, pero ya no.
Pronto sólo quedaban dos personas delante de mÃ. Grace se limpió las manos, cubiertas de escupitajos y migas, con el babero y recogió su cofia, que habÃa guardado cuidadosamente en un rincón del cochecito.
«Por cierto, te pareces mucho a tu papá»
TenÃa la cara igual que si la hubieran sacado de un molde, el pelo tan corto como el de un chico, por lo que seguÃa viendo en su amada hija al hombre que odiaba.
«A partir de ahora te parecerás más a mÃ, te lo prometo»
Ellie parpadeó desconcertada, incapaz de comprender las palabras de su madre. Grace le colocó un bonete en la cabeza, uno con un grueso lazo en el extremo y grandes volantes.
«Hmph....»
Un gruñido escapó de la boca de Grace mientras se hacÃa un gran nudo con la cinta bajo la barbilla y daba un paso atrás. Siempre pensó que parecÃa una chica, pero le resultaba extraño ver a un hombre con bonete y cintas en el pelo.
Pero habÃa una razón por la que los llevaba, una razón por la que tenÃa que hacerlo.
«Hmph»
Ellie siguió tirando del bonete, intentando quitársela.
«No, Ellie, no. Déjatelo puesto»
Volvà a ponérselo, luego volvà a ponérselo, y luego volvà a ponérselo, para cuando por fin nos pusimos delante de inmigración, la frustración de Ellie estaba en su punto álgido.
«¡Wuaj!»
Grace echó un vistazo al archivador de su escritorio mientras el funcionario de inmigración le instigaba a marcharse, fingiendo que calmaba al bebé que lloraba. Probablemente haya allà un folleto de búsqueda con su descripción.
Por favor, no lo mires. Por favor, no lo recuerdes.
La mirada cautelosa se desvió hacia el joven hombre que habÃa tomado el pasaporte de Grace. Cuando el hombre levantó la vista para mirar su rostro, Grace levantó a su hija con todas sus fuerzas, cerró los ojos con fuerza y dejó caer unas lágrimas, como una madre primeriza desconcertada, sin saber qué hacer con su hija.
«Ellie, por favor, deja de llorar, hmmm....»
Ellie, siguió llorando.
«¡Hmph!»
SÃ. Buen trabajo, mi niña.
«Ce, certificado de nacimiento, por favor....»
Abrà los ojos y vi que el empleado me tendÃa la mano con cara de fascinación. Ya tenÃa el sello en la otra mano, asà que estaba claro que querÃa sacarme del paÃs rápidamente.
Funcionó.
Grace miró orgullosa su pasaporte, que estaba sellado y fechado, luego lo dobló y se lo metió en el bolso.
Atravesó directamente la sala de inmigración y bajó por la pasarela hasta los muelles, sujetando el brazo de su hija aunque sentÃa que se le iba a caer. Al doblar la esquina, ya podÃa oler el leve aroma del océano.
«Ellie, ya puedes ver el océano»
Grace se pasó la mano por las largas pestañas y apartó las lágrimas que aún se acumulaban en las comisuras de sus ojos.
«¿Te gusta?»
«Ooh...»
No era una respuesta, aunque lo fuera, no significarÃa que le gustara el océano. Ellie habÃa dejado de llorar y ahora estaba concentrada en el trozo de bollo que tenÃa en la mano. Ignoró el bonete que aún llevaba puesto.
Mientras seguÃa caminando, el pasadizo poco iluminado se hizo más claro. En cuanto salió a la luz del sol, Grace se quedó sin habla ante el espectáculo que tenÃa delante.
«Wow....»
Ésa fue la única palabra que salió de su boca cuando se detuvo ante el magnÃfico transatlántico.
Atracado en el muelle, el transatlántico era tan largo como un rascacielos entero, igual de alto. TenÃas que inclinar la cabeza hacia atrás para ver la punta de la chimenea pintada de rojo, como harÃas si estuvieras mirando un edificio de 20 plantas. Su tamaño era asombroso.
«Ellie, mira eso»
La niña levantó la vista hacia donde señalaba el dedo de su madre.
Un humo negro se elevaba desde la punta de una enorme chimenea en lo alto del cielo, flotando en el claro cielo de finales de otoño. Las gaviotas rodeaban la chimenea, los pasajeros inclinados sobre las barandillas de la cubierta inferior saludaban a los despedidores reunidos al final del muelle, en una zona vallada.
Al detenerse en la salida, grupos familiares de pasajeros pasaron junto a ella, empujando carritos cargados de pesadas maletas. Sus rostros estaban radiantes de emoción, pues ellos, como Grace, estaban claramente emigrando. Su entusiasmo y anticipación por un nuevo futuro eran palpables, y Grace se contagió de ellos.
«¿No es genial?»
Era una pena que la niña fuera demasiado pequeña para recordar aquel espectáculo sobrecogedor.
Giró la cabeza en dirección al estruendo. En el otro extremo del muelle habÃa un almacén enorme. Era un almacén de carga, los porteadores bullÃan empujando ruidosamente los carros.
En el espacio vacÃo entre la puerta de embarque y el almacén habÃa aparcada una hilera de berlinas de lujo. Al parecer, los pasajeros adinerados de primera clase habÃan llegado en coche hasta el muelle sin tener que hacer cola, por lo que el proceso desde la salida hasta el embarque era sencillo.
Al salir del sedán y ser escoltada por un marinero hasta el barco, vio un cartel que le hizo pensar en él y, en ese momento, Grace se mofó del hombre que no estaba allÃ.
Leon Winston, no eres más que esto.
Si de verdad querÃas atraparme, podÃas haber hecho apostar en la puerta de salida a algunos soldados rasos que conocieran mi rostro.
Je.
Una risa sarcástica se escapó, no mucho después, la sonrisa sarcástica comenzó a desvanecerse poco a poco.
¿Estás seguro de que quieres atraparme? El hombre habÃa estado muy callado durante la última media hora.
«¿Adónde vamos?»
murmuró Grace para sus adentros, mientras sus ojos escrutaban el transatlántico de popa a popa. HabÃa seis entradas. En cada rampa que conducÃa del muelle a la entrada, habÃa marineros sosteniendo carteles con los nombres de las clases en letras grandes y gritando a pleno pulmón.
«¡Pasajeros de segunda clase, por aquÃ!»
Empujando el cochecito en la dirección del grito, Grace susurró a Ellie al oÃdo.
«Vamos a subir a ese barco ahora»
Y abandonaremos esta tierra infernal, para siempre. Vamos a tener una nueva vida.
Grace dio un paso fresco, dejándose llevar por la fresca brisa marina.
***
Un marinero que estaba en la rampa de entrada al camarote de segunda clase con un cartel le tendió la mano y Grace le entregó su tarjeta de embarque.
Mientras él comprobaba el boleto, ella colocó a su hija en el cochecito, la cubrió con lo que parece ser una manta y movió sus pequeños labios en un movimiento constante como si le dijera algo.
Me pregunto qué estará diciendo.
La voz parecÃa resonar en mis oÃdos la última vez que la oÃ.
Cuando le devolvieron el boleto, Grace comenzó a moverse de nuevo. Pensar que no se verÃa bien empujando un cochecito habÃa sido un error. Claro, su suposición de que se verÃa adorable resultó completamente acertada.
Con la ayuda del marinero que iba delante de ella, Grace empujó el cochecito por la rampa. La bebé iba siempre de espaldas a él, asà que nunca llegó a verle la cara. Como para compensarlo, la cara sonriente de Grace apenas era visible bajo su sombrero bien apretado.
Debió de pensar que el barco era una salida, sin darse cuenta de que era una trampa gigante.
Cuando Grace desapareció en la trampa sin vacilar, Leon devolvió los binoculares a Campbell y se rió entre dientes.
«No pareces sospechar en absoluto»
Leon se apoyó en la parte trasera de la berlina vacÃa, que estaba aparcada de modo que bloqueaba la vista de Grace, rebuscó en los bolsillos del interior de su chaqueta de traje. Pronto tuvo a mano una pitillera y, sin prisas, sacó un puro, cortó el extremo con un cúter y se lo ofreció a Campbell.
Campbell esperó a que su superior cortara otro puro y se lo metiera en la boca, luego encendió la punta con un mechero antes de encender el suyo.
«En mis 10 años de experiencia desde la Gran Rebelión, jamás habÃa capturado a un pez gordo con tanta precisión»
Su jefe sonrió y bromeó. HabÃa pasado más de un año.
El Mayor dio una larga calada a su puro, que últimamente estaba aún más hundido en sus delgadas mejillas, exhaló una bocanada. El humo blanco fue arrastrado por la brisa marina.
Esto no es una celebración, sólo un ritual para relajarse y esperar el momento oportuno. Campbell sabÃa que el Mayor sólo estaba relajado por fuera.
No supo que la mujer habÃa aparecido en la isla hasta ayer por la mañana, cuando recibió una llamada para presentarse en Newport, donde zarpaba inmediatamente el último barco con destino a Columbia. Ayer por la tarde, el Mayor canceló todos sus planes en la isla y bajó a Newport.
La mujer que debÃa ir en el barco fue la última en llegar. ¿Dónde demonios habÃa cogido el tren? No la habÃan visto en ninguna de las estaciones del trayecto y, como por arte de magia, se bajó de un tren nocturno a primeras horas de la mañana.
Tras una larga persecución, por fin apareció ante mÃ. Pero no pude evitar observarla. Ya se habÃa escapado antes de las estaciones de tren, incluso con su pesado cuerpo.
«No la toques hasta que se cierre la trampilla»
QuerÃa decir que sólo se acercarÃa cuando ella estuviera a bordo y el transatlántico hubiera zarpado. No hay forma de escapar en un barco varado en medio de la nada.
El funcionario de inmigración recibió instrucciones de permitirle salir. Se ordenó a los funcionarios de inmigración que la dejaran marchar, por si la descubrÃan por el camino e intentaba escapar.
Mientras tanto, el Mayor no habÃa subido a bordo de antemano, porque querÃa estar preparado. Una vez a bordo, era difÃcil salir rápidamente o conseguir un informe si ocurrÃa algo.
Ya habÃa perdido el barco varias veces antes, asà que habÃa calculado y preparado cualquier eventualidad. Pero a pesar de sus muchas preocupaciones, subió al barco sin rechistar.
Los compartimentos de segunda y primera clase están estrictamente divididos en zonas, pero es a ella a quien va a conocer. El puro que habÃa estado fumando para entretener el viaje por fin llegaba a su fin, como una persecución de un año.
Bip. Bip.
Sonó un silbido en una cubierta, una vez corto y otra largo. Significaba que una mujer habÃa entrado en su camarote.
León dejó caer al suelo el puro que sostenÃa y buscó sus gafas de sol en el bolsillo delantero de la chaqueta de su traje. Inclinó el sombrero de fieltro hacia delante para hacerse sombra en la cara mientras caminaba hacia el barco atracado.
El dobladillo de su gabardina ondeaba con la brisa marina, su mano, metida profundamente en el bolsillo, jugueteaba con el anillo una y otra vez. Leon tendió la tarjeta de embarque, aún húmeda en la mano, al marinero, reafirmando su determinación.
Juntos, atrapados en esta trampa, llegaremos a la tierra de la libertad que Grace desea tan desesperadamente.
Una trampa.
Leon estaba ligeramente consternado. Incluso mientras subÃa las escaleras hacia la entrada de pasajeros de primera clase, empezó a ver este barco como una salida.
Asure: Buenos dÃas chiques, un capÃtulo más y terminamos el arco 2 ... Página 359/579 .... Siguiendo la temática anterior, si hay 40 reacciones y más de 10 comentarios, hacemos 2 capÃtulos .... Pasen feliz domingo .... ahora continuo con hombres del harem
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