POR LA PERFECTA MUERTE DE SEÑORA GRAYSON 152
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El anciano estaba sentado en un banco destartalado del pueblo comiendo un pan. Hacía tiempo que no comía una comida decente, pues llevaba casi una semana con los nervios de punta. El lugar donde se escondía desde hacía cinco días era un pueblo minúsculo con apenas unos treinta residentes.
En pocas palabras, era un pueblo en decadencia. Dado que la mano de obra joven y útil se estaba marchando en masa hacia la capital o hacia las ciudades con fábricas cercanas, casi la mitad de las casas del pueblo estaban vacías. El anciano se alojaba en una de esas casas abandonadas.
Al ser un pueblo pequeño, sus habitantes no solo se conocían de vista, sino que estaban al tanto de los asuntos de todos. Sin embargo, este anciano que apareció de repente no recibió ni hostilidad ni un interés particular. Los ancianos eran una clase de gente tan común en este pueblo que los había por doquier.
Además, hacía mucho que se habían ido incluso las personas a las que les gustaba preguntarles a los forasteros. Solo unos pocos, particularmente cautelosos, se limitaron a informar discretamente al alguacil del pueblo sobre la repentina presencia del anciano.
Aunque en apariencia parecía un anciano delgado y bastante insignificante, el hombre era una persona que se enorgullecía de un historial de vida forjado con muchas dificultades. El anciano se terminó el pan rápidamente, luego tomó el periódico que estaba a su lado y comenzó a leer. La punta de sus dedos, con los que pasaba las páginas, estaban llenas de callos.
Todos los periódicos que había conseguido en el puesto llevaban noticias de la capital.
Los periodistas seguían hablando de una mujer llamada Sasha Grayson, el tema más candente en Sermán. El anciano revisaba las noticias con una mirada tranquila, sin encontrar nada más productivo que los días anteriores.
Esta había sido la última encomienda que Rosalyn le había dado. Su noble ama, quien lo había recogido cuando era un joven vagabundo y lo había usado como su mano derecha durante mucho tiempo. Su última encomienda estaba a punto de llegar a su fin.
La ama de llaves extranjera, que se había obstinado en conocer a Sasha en persona a pesar de las objeciones del anciano, continuaría con ella. La ama de llaves había dicho con firmeza que dejaría que Sasha tomara la decisión.
Dijo que le endilgaría aquello que Rosalyn no pudo hacer más que sellar, a la niña que había vivido toda su vida como sustituta sin saber nada. Sin embargo, el anciano ya no podía objetar. La niña se había convertido formalmente en la hija adoptiva de su ama hace poco.
Sí. Por eso mismo, ahora tenía un derecho legítimo que ya no podía ser refutado.
—¡Ayyy! ¡Lluvia!
Un niño que jugaba cerca con su perro gritó con asco y corrió hacia su casa. El perro, que ladraba y daba vueltas alrededor del niño como si lo estuviera molestando, corrió tras él. El anciano dobló el periódico que estaba leyendo y se levantó.
Se dirigió directamente a la humilde casa donde se alojaba. El cielo sobre su cabeza se había cubierto de nubes oscuras, parecía que llovería en cualquier momento.
El anciano, que caminaba mirando solo hacia adelante, se detuvo en seco.
—¿Un criminal?
—Así es. ¿Lo dejó entrar al pueblo sin saber quién era? Parece un viejito débil, pero es un criminal que hasta tuvo un juicio hace poco. Dicen que agarró a una persona cualquiera y le dio una paliza casi hasta matarla.
Dos hombres estaban parados frente a la casa donde se alojaba el anciano y conversaban.
Conocía el rostro de uno. Era el subalterno del alguacil del pueblo.
El hombre que le estaba hablando al alguacil era un rostro nuevo. Sin embargo, era un hombre del que emanaba una aura escalofriante, diferente a la de la gente común. Parecía encajar mejor que nadie con la palabra 'criminal' que acababa de pronunciar.
—En fin, es evidente que se escondió en este pueblo. Me gustaría que me ayudara a encontrarlo.
El tono era abiertamente de orden.
El alguacil frunció el ceño ante las palabras del hombre.
—No, gracias. Yo mismo avisaré a la policía…
El alguacil, en lugar de obedecer dócilmente al hombre, se dio la vuelta para montar a caballo. Pero antes de que pudiera meter el pie en el estribo, el hombre detrás de él lo sujetó del cuello de la camisa y tiró de él. Las palabras del alguacil se cortaron de golpe.
—No hace falta. Yo enviaré a mi gente a buscarlo, así que, coopere.
—…….
—Si no quiere que la gente de aquí salga lastimada.
Después de la orden, vino una amenaza abierta.
Solo al escuchar las palabras del hombre, que obviamente desconfiaba del poder público, el alguacil se dio cuenta de que el asunto se había complicado seriamente.
El hombre se rio disimuladamente, como si le divirtiera el rostro aterrorizado del alguacil, luego le dio unas palmaditas en el hombro como para tranquilizarlo. Un gesto que ofrecía alivio y a la vez lo aplastaba con su intimidación.
Parecía familiarizado con eso. Claro. Debe ser alguien experto en este tipo de cosas.
—No tiene por qué asustarse tanto. Solo tiene que cooperar.
—…¿Qué quiere? Como ve, la casa está vacía.
Antes de que el hombre pudiera contestar, el anciano ya se había marchado de allí, caminando rápidamente.
—Dígale a todos que cierren bien sus puertas y que nadie salga hasta mañana por la mañana.
Tuc, tuc,
la lluvia comenzó a caer.
—Lo resolveremos hoy mismo. Lo sacaremos en silencio, así que no se preocupe.
El pueblo fue bloqueado.
Los tipos obstruyeron la única entrada y salida del pueblo, comenzaron a registrar, dividiéndose por zonas.
Los habitantes del pueblo, que se habían escondido en sus casas creyendo la palabra del alguacil, temblaban, cerrando bien las ventanas. Aunque se sentirían sumamente indignados por el hecho de que el anciano, que parecía un vagabundo sin vínculos, fuera en realidad un criminal, probablemente estarían esperando con ansias que se lo llevaran rápido.
Era, literalmente, la situación de un ratón en la ratonera.
Se escuchaba el ruido de puertas pateadas en cada casa vacía y las palabrotas.
Mientras que el que parecía ser el cabecilla era bastante experimentado, los que estaban bajo su mando no parecían muy versados en este tipo de trabajo. De hecho, había uno que suspiraba ruidosamente con un rostro que demostraba gran fastidio, Theodore pronto reconoció su cara.
Era un hombre de Jeffrey.
Un exmatón que se había dedicado exclusivamente a hacer el trabajo sucio entre los sirvientes de Jeffrey.
—No te confíes, ese viejo no es común. Ten cuidado de no matarlo apenas lo agarres.
Ese anciano no común estaba trepando el tejado del establo. La lluvia que caía disimulaba el ruido de sus pasos. El anciano se agazapó sobre el techo empapado, mirando hacia abajo como si estuviera evaluando la situación. El número no era tan grande como pensaba.
Theodore lo encontró un poco extraño, pero con la intención de escapar, saltó silenciosamente hacia el callejón sombreado. Debía cumplir su encomienda hasta el final.
Parecía que su última misión sería servir como cebo para distraer su atención.
Mientras tanto, la lluvia se hizo más fuerte. El estruendo de la lluvia ocultaba tanto el sonido de sus pasos como las señales que se daban los maleantes.
Theodore entró en el callejón sumido en la oscuridad, agudizando sus cinco sentidos. En medio del camino, se detuvo en seco. Se había topado con un niño que lo miraba fijamente con la puerta abierta. Un niño de una edad que se preguntaría si ya tendría siete años.
En un instante muy breve, pensó: Es el niño que vi hace un rato en el banco. Y el niño, por su parte, debió pensar: Es el anciano. El niño abrió los ojos de par en par, abrió la boca como si fuera a llamar al adulto que estaba dentro en cualquier momento.
Justo cuando su mano iba hacia la cintura, pensando vagamente que si era necesario tendría que hacerlo callar, una mano grande apareció por detrás y le tapó la boca al anciano. Como si eso no fuera suficiente, un brazo grueso le rodeó el cuello, estrangulándolo.
No hagas ruido.
Era lo que el gesto le decía.
El niño, testigo de la escena desde el umbral de la puerta, se quedó paralizado por el miedo, como si le estuvieran estrangulando a él. Tardíamente, la mano de un adulto salió del interior, agarró el hombro del niño y lo arrastró hacia adentro. Parecía que los padres, dándose cuenta tarde, habían metido al niño rápidamente.
¡Pum!
La puerta se cerró.
—No se resista.
Fue en el momento en que el anciano se debatía, tratando de sacar el cuchillo de su cintura. Una voz baja, casi siniestra, llegó al oído de Theodore.
El hombre arrastró sin dificultad a Theodore, que había dejado de resistirse, lo metió en un edificio desvencijado dentro del callejón.
—…Usted.
Tan pronto como el brazo que sujetaba su hombro se soltó, Theodore lo señaló, incrédulo. Al hombre no le importó, estaba maldiciendo el cerrojo de la puerta, que ya estaba roto, mientras intentaba atrancarla.
Theodore miró al hombre, estupefacto.
Era el hombre que se había casado con la niña.
El soldado que había sido buscado en todo el país bajo una acusación ridícula.
Dejando eso de lado, era un hombre que no debería estar allí.
Isaac intentó asegurar la puerta con el cerrojo roto, hasta que lo destrozó por completo.
—Mierda… Ya, cállese. Vamos a escapar de aquí. Pronto nuestra gente atraerá a esos tipos. En ese momento, aprovecharemos…
—Usted no debería estar aquí.
El anciano cortó abruptamente sus palabras y dijo eso. Solo entonces Isaac se dio la vuelta para mirar a Theodore.
Dejó de intentar girar la manija de la puerta que colgaba suelta, se acercó al anciano.
—¿A qué viene eso?
Fue en el momento en que Theodore iba a responder a la pregunta de Isaac.
¡Chrr!
Alguien abrió la puerta estropeada y entró.
—Ah…
En el silencio, solo se escuchaba el sonido de la lluvia mojada.
Esa persona que irrumpió, a medio camino de entrar, emitió un murmullo de asombro.
La confusión fue breve; Isaac ya había sacado una navaja de bolsillo.
Los hombres de afuera gritaron a los que estaban dentro:
—¡Oigan! ¿Hay algo ahí?
Cedric, completamente empapado, permaneció inmóvil, sin responder a la pregunta y con su hermoso rostro paralizado por la consternación.
No pudo hacer nada más que mirar a Isaac y a Theodore, que estaban justo frente a él.
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