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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 132
Las brasas están en todas partes (9)
A pesar de que Ines había compartido con él incluso cosas que podrían haber hecho que la echaran a patadas si se enteraba, Kassel seguía indagando como si supiera que algo estaba oculto. Raul desvió la mirada con naturalidad.
Esto era, literalmente, una tortura periódica. Aunque pensaba que ya estaba acostumbrado, cada vez que se encontraba con esa mirada intensa y directa...
—Desde el principio, no necesitabas defender o justificar a Ines.
—...
—Ya conozco tu lealtad.
—...Por eso esta vez pensé en sugerir que yo mismo fuera a Feral para buscar a esa persona...
—¿Y qué hay de Ines durante ese tiempo?
—El personal de la residencia estará allí, así que esa parte...
—No puede ser así.
Aunque Kassel detestaba ver a Raul, no podía tolerar que desapareciera durante unos meses, especialmente por el bien de Ines. Por un momento, Raul olvidó su propia devoción excesiva y consideró si el esposo de su señora era demasiado dedicado.
Si incluso a sus ojos parecía excesivo, entonces realmente lo era.
—Mi gente de Espoza se encargará de eso, así que no tienes que preocuparte por esa parte.
—Es un asunto que debe manejarse con discreción. Para aquellos que no conocen a Ines...
—No son personas de mi padre, sino mías, así que tampoco tienes que preocuparte por eso.
La advertencia llegó de repente, Raul guardó silencio por un momento.
—Valan, solo quiero que cooperes plenamente con ellos.
—......
—Incluso si eso significa olvidar temporalmente las tontas instrucciones de tu señora que no te atreviste a revelarme.
—...Entiendo.
A pesar de su asentimiento, Kassel todavía no parecía satisfecho. Su mirada persistente era incómoda. Raul, aunque solía tener una cara bastante dura, a veces se sentía abrumado por la mirada fija de Kassel, como si tuviera que confesar incluso pecados que no había cometido.
—Claro, también te las arreglaste para mantener la boca cerrada ante Duque Valeztena.
Además, ese tono frío y directo.
—Ese asunto fue únicamente mi decisión.
—Si Ines te dijera que saltes por esa ventana, tú saltarías primero y preguntarías después. Eso es lo que llamo una decisión unilateral.
—...Tenía miedo de que Su Excelencia, en un arrebato de ira, lo matara. No importa cuán desagradable fuera ese tipo, para nosotros... para quienes servimos a la señorita Ines, él era nuestro único recurso. Salvó la vida de la señorita Ines varias veces, y pensamos que podría hacerlo de nuevo. Por el bien de Ines, era mejor ocultarlo......
—¿Y Ines?
—¿Eh?
—¿Qué dijo Ines cuando escuchó sus palabras?
—...Dijo que su vida no era tan barata como para que un bastardo como él se hiciera responsable.
Kassel soltó una risa seca, su rostro ligeramente torcido.
—...También dijo: '¿Cómo puedes estar seguro de que si te empujo por las escaleras ahora mismo, seguirás vivo dentro de cinco minutos?'
—...No pierde ni una sola palabra.
La tensión en su rostro se relajó de manera absurda. Kassel se frotó la cara con cansancio y miró por la ventana por un momento.
Desde el momento en que mencionó la muerte de Ines, incluso si fue solo de pasada y basado en las palabras de un médico en quien ya no se podía confiar, era evidente cuán rígido se había vuelto ese hombre robusto.
Raul observó su espalda ancha por un momento y, de repente, impulsado por un impulso, habló.
—Señorita Ines... nunca le dio importancia a las conclusiones de ese tipo. Como si supiera algo que nadie más sabía.
—...Ines lo sabe todo.
Incluso en medio de todo, su parcialidad era evidente.
—Simplemente dijo que todo terminó cuando tenía que terminar. Y de repente, estaba completamente bien, como si nada hubiera pasado.
—Todo terminó cuando tenía que terminar.....
Kassel murmuró en voz baja esas palabras.
Era una frase típica de Ines, pero por otro lado, también era extrañamente enigmática.
—Desde ese momento, han pasado varios años sin ningún problema, y ella ha estado completamente saludable... También me preocupé de que, debido a este incidente, alguna enfermedad inexplicable como en aquel tiempo pudiera reaparecer, pero si fuera como antes, los ataques que solían ocurrir varias veces al día habrían regresado. Sin embargo, todo ha estado tranquilo.
—......
—Así que, Capitán, no necesita preocuparse demasiado. Todavía quedan bastantes sedantes efectivos.
—Preferiría que ni siquiera tuviera que tomar esas pastillas.
—Lo que ocurrió ese día fue solo un episodio aislado...
—No quiero volver a verla desmayarse así, ni una sola vez más.
—Por supuesto, no hay nada mejor que eso, pero si piensa en el pasado, ahora mismo...
Kassel desvió su mirada, que había estado fija en la ventana, hacia la puerta. Raul, con una expresión de confusión, detuvo su discurso.
Un silencio incómodo llenó el aire por un momento.
—......¿Alfonso?
Raul se dio cuenta de que los ojos alertas y las palabras de Kassel estaban dirigidas más allá de él, hacia alguien detrás. Se volvió rápidamente hacia la puerta. Alfonso, el mayordomo de la residencia, que había estado parado en silencio en el corto pasillo que conectaba la biblioteca con la habitación, apareció con cautela.
—......Recibí tarde la noticia de que me estaban buscando.
—Ah, cierto.
Raul miró brevemente a Kassel, quien asintió como si no fuera gran cosa, y luego volvió a mirar a Alfonso con calma. Alfonso, por alguna razón, no ocultó su expresión incómoda y miró directamente a Raul, pero solo por un momento. Tan pronto como su mirada se desvió, Raul entrecerró los ojos y lo miró de reojo.
—No estaba intentando escuchar a escondidas, pero no fui muy hábil al intentar salir en silencio.
—No hay necesidad de eso. Los necesitaba a ambos.
Alfonso movió los labios como si fuera a decir algo. Raul no podía ignorar la mirada leal pero algo complicada del mayordomo hacia su amo.
Raul, por un momento, relajó los ojos que había entrecerrado y adoptó una actitud tan leal como la de Alfonso, sacando su cuaderno como si su única tarea fuera tomar notas de su conversación.
—Alfonso ha estado en contacto con médicos a través de los grandes gremios de Divalua. Acordamos traer a algunos de renombre cuando crucemos la frontera esta vez.
—Ah, entiendo.
—...Dicen que las enfermedades pulmonares son las más difíciles de tratar. Los más destacados ya han visitado Pérez. Así que no esperen demasiado de los Cavalier.
—¿Vendrán a través de los Cavalier?
—Primero en Divalua y luego en la región vecina de Pater.
Alfonso respondió brevemente sin mirar a Raul. Raul, sin inmutarse, tomó diligentemente notas del informe de Alfonso y las instrucciones de Kassel.
—Mañana por la tarde, Mateo vendrá de Espoza. Encontrar a un médico en un pequeño territorio de Feral no debería ser un gran problema, pero el testimonio de Valan será el más útil.
—Entendido.
—Alfonso, asegúrate de mediar eficientemente y haz que Mateo regrese a Espoza antes del anochecer.
—Sí.
—No olvides evitar a Mendoza.
—Sí, señor.
Discutieron un rato sobre las regiones a las que Duque Valeztena no había enviado gente, consultando un mapa. Raul, que recordaba la mayoría de los detalles, descartó fácilmente innumerables regiones. Mientras Alfonso terminaba de organizar todo, la discusión continuó.
Todo parecía ir sobre ruedas. Ni una sola vez se mencionó el nombre de Ines, ni se hizo referencia a su existencia, como si el asunto no tuviera nada que ver con ella. Y así continuó hasta que Kassel, tras mirar el reloj, cambió abruptamente su expresión y se dirigió hacia el dormitorio.
—Don Alfonso. Parece que hoy está particularmente incómodo.
Raul se dirigió a la espalda de Alfonso con una sonrisa suave. Alfonso detuvo sus pasos al salir de la biblioteca, se detuvo por un momento mirando al frente y luego se volvió hacia Raul.
Su rostro delgado y severo se llenó de enojo en un instante. Raul, manteniendo la sonrisa, continuó.
—...No es lo mismo, ¿verdad?
—.......
—En realidad, no es solo hoy.
—¿Tienes alguna idea de por qué?
—En absoluto.
Mostró una expresión de pura curiosidad en su rostro impecable. Alfonso soltó una risa seca.
—Eres un tipo astuto.
—Don Alfonso. No entiendo por qué está actuando así de repente.
—...Bueno, las cosas astutas son las que hace Valeztena. No un simple sirviente como tú.
—......
—'Gente como nosotros', ¿qué podemos hacer aquí? ¿No es así?
Alfonso lanzó una mirada despectiva a Raul y luego, al notar el retrato juvenil de Ines colgado recientemente en la biblioteca, torció los labios.
—...¿Desde cuándo han estado engañando a los Escalante, al Capitán?
—......
—Bueno, incluso un perro que ladra por orden de Valeztena sabría eso, ¿no? Valan.
—Es difícil de entender.
—Ya es algo irreversible. La señora actúa como si no supiera nada, como si nada hubiera pasado, como la dueña de esta casa, el Capitán está tan perdido por ella como un chico joven.
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